CODEMA_19-PRE-EG-376

CODEMA 19-PRE-EG-376

ResumenNúmero 4 de "El Guadalhorce" que incluye un fragmento de "Historia de Málaga", dos poemas, un artículo sobre la mujer, otro sobre la Alhóndiga y el escrito "14 de agosto de 1487".
ArchivoHemeroteca Digital. Biblioteca Nacional de España
TypologyOtros
Fecha1839/03/31
LugarMálaga
ProvinciaMálaga
PaísEspaña
NoteImágenes: https://hemerotecadigital.bne.es/hd/es/viewer?id=8b87ca2b-e495-41ea-9688-a31ef72309f4

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El Guadalhorce. PERIÓDICO SEMANAL DE LITERATURA Y ARTES. TOMO 1.º DOMINGO 31 DE MARZO DE 1839. NUMERO 4.º Índice de este número: La muger. La fea en el espejo, poesía. 19 de Agos to de 1487. Historia de Málaga, continuación. El Viernes Santo. La Alhóndiga. LA MUGER. Ardua y difícil empresa es, por cierto, la que han acometido ustedes, señores editores del Guadalhorce, proponiéndose nada menos que publicar un periódico de Literatura y Artes. ¡Artes y literatura en Málaga! Dijo no se quién, hablando de no se qué plaza mercantil de España, que en ella no había más letras que las de cambio, lo que no es ciertamente aplicable a Málaga, como lo están ustedes acreditando con ese hijo querido de sus entrañas. ¡El Guadalhorce! Y ¿qué tal va de fortuna? ¿Te dan buena acogida tus paisanos? ¿Se van ya convenciendo de que no todo ha de ser Numancia? Verdad es que en tus páginas no encontrará el calculista medios de combinar una espedición acertada; pero también lo es que tu lectura proporcionará recreos inocentes al corazón y respiro y descanso de nuestras penosas tareas. Pero entre tus producciones artísticas y literarias, ¿qué papel va a hacer este artículo? De cal y canto ha de tener la mollera quien haga semejante pregunta. ¿Ecsiste acaso entre todos los seres criados ni por criar uno que haya dado tanta materia a los artistas y a los literatos como la muger? Ved a aquellos fatigados para trasladar al lienzo y al mármol sus gracias, sus encantos, sus hechizos: ellos se afanan aspirando con sus obras a la inmortalidad; un pasmo y otro pasmo se grangean los aplausos, la admiración, el entusiasmo de las generaciones; pero siempre lienzo, siempre mármol frío... ¿Dón- de si no en vuestros ojos, ¡oh, hermosas!, encontrar ese movimiento, esa vida, esa alma? El arte y sus primores son escasos para competir con el primor más delicado de la naturaleza. Los poetas de otros tiempos, menos sublimes sin duda que los presentes, se contentaban con compararos a las rosas de Jericó o a los serafines del cielo, y en versos sencillos, aunque tiernos y bien sentidos, os requerían de amores; vuestros corazones se entendían con los suyos, y vosotras sin estrépitos ni arrebatos concedíais el premio apetecido al trobador enamorado. Hoy sentimos de otra manera: vosotras no sois lo que entonces, ahora cada muger enamorada es una arpía, cada amante un demonio, el amor es una serie continuada de crímenes, blasfemias, puñales, asesinatos... Las furias de Ángelo y de Macías han reemplazado a «El dulce lamentar de dos pastores». La muger, por otra parte, ha sido también objeto de largas disertaciones y de profundos tratados filosóficos acerca de su constitución orgánica y de sus felices disposiciones para las ciencias: unos las han concedido preferencia sobre los hombres, atribuyendo solo a la injusticia de estos y a la mala educación que se las da el estado de atraso en que se encuentran; otros dicen que en la propia naturaleza del secso está la causa de sus defectos. Estos las elojian en demasía; aquellos las deprimen y las satirizan con amargura... ¡Pobrecitas mías! En esos elogios apasionados que se os tributan van casi siempre envueltos una seducción, un engaño. Con esa sátira, con esa predicación de moral austera, sueles, oh 26 vano, oh presuntuoso humillado, vengar un desprecio. De las otras artes que no son bellas, ni liberales y puramente mecánicas, forma también la muger uno de los primeros objetos: artes que pueden y que saben achicar, agrandar y aun embellecer ciertas formas son, no hay dudarlo, una cucaña para el bello secso. Sin embargo, ¡qué de verdades, qué de atractivos no solemos encontrar los hombres en aquellas mentiras! «Yo os quiero confesar, don Juan, primero, que aquel blanco y carmín de doña Elvira, no tiene de ella más si bien se mira, que el haberle costado su dinero». Con que está visto: un artículo que lleva por epígrafe aquel nombre que conmueve nuestra alma y la arrebata, bien puede ocupar un lugar entre las producciones del ingenio. Y pues que Elvira se nos ha venido a las manos, procuraré entretenerla con el asunto que más la ocupa. Yo no dónde he leído, mi querida Elvira, que el amor es entre todas las pasiones la que mejor te cuadra: este sentimiento que es el distintivo más tierno de la humanidad, le sabes llevar a tal grado de vivacidad y de delicadeza que ni aun conocerle puede el amador más romántico de la época. Tu alma parece que no ha sido formada más que para el amor y, gracias a que esta pasión, que te es tan natural, tiene un antagonista a quien suelen llamar por ahí honor, y que dicen, que anda algo escaso en este pícaro mundo. Dicen también que su destino parece no ser otro sobre la tierra que el de ser sacrificado, grave sentencia de la que se cuida tanto cierto marido que yo conozco, como de volar. ¿Qué hacías ayer, mi querida Elvira, jugueteando con el arco de aquel niño que tenías sentadito sobre tus rodillas? te cortabas las puntas de sus alitas, le liabas las manos con cadenitas de flores, creías aprisionarle y entretanto, ¡oh, boba!, estabas perdiendo tu libertad, porque mientras le estrechas en tu regazo, mientras escuchas sus seductoras lisonjas, él va ganando terreno en tu corazón. Aun cuando no amas (¿a otro? ¡Qué horror!), ¿no te parece al menos que es dulce, que es agradable el amar? Ahora recuerdas que entre esa tur- ba de adoradores que te persiguen ecsiste uno a quien involuntariamente se dirigen tus ojos en todas partes, pero de quien súbitamente los retiras haciendo un esfuerzo sobre ti misma. Cuando estáis juntos en un paseo, en una soirée (nuestro idioma se va enriqueciendo prodigiosamente), apenas sabes que él está presente; sin embargo, ninguna de sus más mínimas acciones te se escapa, no pierdes ninguna de sus palabras, aun cuando aparentas estar distraída. Si le hablas, tu voz es balbuciente, tímida, pero tus espresiones son más animadas. ¿Vas al teatro? Lo primero que se ofrece a tu vista es el objeto de tus presentes inquietudes, el que quizá llegue a borrar la imagen adorada de aquel tímido mortal... Con todo, hablas con tus amigas de los concurrentes, y el nombre del preferido es el último que pronuncias. Esa maliciosa sonrisa de tus amigas indica que sola ignoras lo que pasa en tu corazón. Cuanto has hecho para ocultar el sentimiento, la pasión que te domina, solo ha servido para descubrirla; cuanto has hecho para sofocarla, la ha irritado más y más. ¡Pobre Elvira! Las redes que tendías solo han servido para aprisionarte. En todos los corazones ecsiste un principio secreto de unión: arde en ellos un fuego que, oculto más o menos tiempo, al fin se enciende a nuestro pesar, y a nuestro pesar (esto es un poquito peor) se apaga. Sus primeras chispas centellean ya en el de Elvira: la infeliz Iucha entre el temor y la esperanza, entre la pena y el placer, entre el misterio y la indiscreción; y en medio de estas dudas, de esta agitación continua y de estas lágrimas dulces unas veces y amargas otras, la palabra fatal se escapó de entre sus labios. (¡Buen Dios! ¿Y el otro?). Su amante es ya el objeto de todas sus miras, el término de todas sus acciones, el árbitro de su vida. ¡Cuántos proyectos de felicidad! ¡Una ecsistencia entera consagrada a el amor! ¡Infeliz! Esas pruebas, esos testimonios de tu sensibilidad son la primera época de la inconstancia de tu amante. El tiempo corre y Elvira llega por fin a penetrarse de que su amante es menos tierno, menos solícito con ella. A las sospechas de la una se siguen los juramentos falsos del otro, a una queja responde 27 una infidelidad. Las querellas se avivan, las paces se hacen con frialdad y desabrimiento, las citas se retardan, los momentos de estar juntos se aceleran. Elvira pide justicia a el amor ¿Qué se ha hecho, esclama, la fe de los juramentos? Tiempo perdido: mi señor la deja por otra, y la infeliz queda sumida en la desesperación y el abandono. Dejémosla con su pena, con su dolor: ella procurará consolarse y como se la presente ocasión de vengarse, juro por Lucrecia Borgia, que no la desperdiciará. El otro tonto tiene la culpa. Vamos a la moraleja de este artículo, que alguna ha de tener, puesto que no es enteramente romántico. Ustedes, señores hombres, han sido muy injustos. Ustedes han hecho las leyes, han sentado la base de las costumbres públicas y todo lo han convertido ustedes en su favor. Ustedes se han alzado con todos los empleos, con todos los puestos, con todas las dignidades de la vida civil, y para colmo de impiedad, ni aun para aquellas artes, para aquellos ejercicios de un mecanismo delicado en los que de nada sirve la fuerza del hombre, habéis creído aptas y a propósito las mugeres Sal de ese telar, abandona ese bastidor afeminado ganapán. Deja a tu muger que concluya ese delicado tejido, ese primoroso bordado, y coge la esteva o el azadón y vete a cultivar los campos. Nada os han dejado los hombres, hijas mías: todo lo han invadido. El matrimonio y el claustro son vuestras únicas carreras, y para remate de perdición, para estrecharos más las distancias, las puertas de estos últimos se os han cerrado también para que quedéis enteramente entregadas a vuestros tiranos. Quedáis, pues, reducidas a el amor... A lo menos este será vuestro imperio: en él seréis las señoras, las árbitras omnipotentes, como que vosotras sois el verdadero amor. Pues no señor: tampoco, y así sale ello. Dígalo si no la pobre Elvira. La educación que recibís ha de consistir en que procuréis inspirar el amor y en que os esforcéis por que vuestro corazón no le sienta. Poned mucho cuidado en todos tiempos y en todas las situaciones de la vida, en disimularle, en ocultarle como si fuese género de contrabando. Sufrid la plegaria continua de ese amante necio, fátuo y pre- sumido que os fastidia, y no os permitáis jamás la menor demostración de preferencia hacia ese otro que podría formar la felicidad de toda vuestra vida y que es tímido porque os ama, y a quien contiene y retrae la incertidumbre, el temor de ofenderos. ¡Hombres, despertad: dejad en libertad a las mugeres para el amor honesto y la sociedad se verá libre de muchos males! Debo advertir por conclusión, que esa libertad en las mugeres tendría también sus gravísimos inconvenientes, de modo que si les parece a ustedes, mejor que las cosas se queden como se estaban, muy santo y muy bueno. El asunto era escribir un artículo para El Guadalhorce. » Y de este, gloria a Dios, ya he visto el cabo. LA FEA EN EL ESPEJO. ¡Espejo despiadado, testigo indiferente de mi pena, cien veces inundado con la copiosa vena, que a llorar el destino me condena! Escucha el triste acento de amargo canto que a Favonio entrego; muévate mi tormento; escúchame te ruego aunque desprecies mi llorar de fuego. ¡Ay!, cuando venturosa vana ilusión mi mente desleía, te consulté orgullosa, y tu justicia impía disipó como el humo mi alegría! Tu faz brillante y clara, presentóme sin gracias, sin dulzura, mi escurecida cara; mi pie sin donosura, sin esbeltez ni encantos mi cintura. Dijísteme: Florinda, desnudo de atractivos tu semblante, es fuerza que prescinda tu mente delirante de todo ensueño de pasión amante. Huye con raudo paso los hechizos de amor, que niño y ciego, pudiera herirte acaso, y conocieras luego todo lo intenso de su ardiente fuego», 28 ¡Ay, mi desventurada! ¿Por qué a mis ojos descorriste el velo? ¡Oh, suerte malhadada! ¿Por qué no puso el cielo, dentro mi pecho corazón de yelo! Ya tarde me advirtiera; inestinguible llama me devora, y aquel que la encendiera, aquel que el alma adora, apellida a otra dama su señora!... ¡Oh, condición horrible que cupo a la muger infortunada! ¡Tan débil, tan sensible amar sin ser amada, y forzada a ocultar la llama airada! Si el labio encadenado pudiera publicar este tormento, en eco lastimado oyeran mi lamento, la tierra, el mar, el vasto firmamento. Así tal vez Fileno de mi abundoso lloro conmovido ¡Ay, triste, me enageno cuando de mente olvido, que otra le mira a su pasión rendido! Vuela, Fileno, vuela en pos de la beldad deslumbradora, más guarte con cautela, que tal vez Eleonora si te adoraba ayer, te olvida agora. Mira con vario vuelo vagar de flor en flor, de rosa en rosa, con efímero anhelo festiva mariposa, siempre inconstante, siempre veleidosa. Tal vez así la bella, que amó con presunción envanecida, si otro galán descuella, su amor primero olvida, y da por otra flor su flor querida. Cual rosa matizada que abre a la aurora su corola roja, balsámica, esmaltada, de aromas se despoja al espirar el día, y se deshoja. Así de la belleza, que con encanto seductor te incita, la gala y gentileza, la gaya rosa imita y en brevísimo tiempo se marchita. Aquella flor lozana se convierte en semilla deleznable, y la belleza ufana en resto lamentable de su pasada gloria miserable. En pos de la hermosura, vuela, Fileno, y mírente los cielos en eternal ventura, sin que pruebes los duelos del licor ponzoñoso de los celos. Si tal vez algún día, una triste esperiencia amargamente turbase tu alegría, y vieses evidente lo que te oculta tu pasión ardiente. Entonces de Florinda corona la constancia y la ternura; que tu pasión prescinda de efímera hermosura, y hallarás en mis brazos tu ventura. Y , cristal pulido, testigo agora del amor que enfreno, al ver en ti vertido el rostro de Fileno retratarás el gozo de mi seno. J. Bouligni. 19 DE AGOSTO DE 1487. I. Un momento de gloria es una ecsistencia infinita; es un Iegado perpetuo a la posteridad. El nombre del héroe traspasa sin lesión los muros que osan oponerle los siglos, con la misma facilidad que el águila hiende las gasas de las auras. Los hombres contemplan con religiosa veneración esos gigantes de lo pasado, que alzando sus frentes coronadas de laurel, se ostentan igualmente grandes en la inmensidad del porvenir. A su lado son las generaciones átomos imperceptibles que se envuelven en el polvo de los tiempos. ¡Ah, vivir para la gloria es vivir para la eternidad! II. Ya no retumba en la atmósfera el eco de los mortíferos truenos que lanzaran con estruendo estrepitoso las terribles espingardas, coreadas por cien arcabuces a la par: ni los gritos de guerra, ni los tristes gemidos de los heridos y moribundos acompañan este fúnebre son, que asemejaba la voz de un anatema universal o el desesperado clamoreo de los precitos. Un silencio solenme, como impuesto por el dedo del Eterno, había reemplazado esta escena de 29 muerte. Las aguas del Mediterráneo, que poco ha se rebullían en su espacioso lecho murmurando del desorden que remedaran sus olas agitadas, formaban ora un espejo terso, como el azulado cielo que las vela-ba y parecia que la misma naturaleza daba una tregua á su constante movimiento para contar los héroes de la conquista. En tanto el ex-aduar fenicio, el ex-municipio roma-no, la ciudad árabe aun, la soberbia Má-laga, muda como las ruinas que la cercan, se despoja de las galas de Oriente con que por siete siglos se adornara, para coronar-se con la modesta pero mas noble enseña de los soldados de Cristo. III. El ardiente sol de Agosto pintaba mil reflejos en los acerados petos y almetes de los guerreros, que removiéndose en derre-dor de la ciudad rendida se detenian aun an-te sus arruinados muros, como poseidos del respeto que inspiraba su magestuoso abandono. Multitud de tiendas de blanco y embreado lino se alzaban sobre una zona semi-circular, que formaba el campo del ven-cedor. Entre estos monumentos militares, entre estos obeliscos amovibles, ahora fijos como rocas, dos se distinguian por la mayor elevacion de sus cúspides, por la magnifi-cencia de los trofeos que los decoraban y por el número de guardias destinados á su custo-dia: eran las tiendas de los reyes héroes Fer-nando é Isabel, quienes acababan de añadir una hoja de oro á la inmortal corona que ya ciñeran sus gloriosas sienes. IV. Ciertamente formaba un singular con-traste el silencio monótono y lúgubre que se observaba dentro de la ciudad, con el movimiento y la alegria que reinaba en el campo cristiano. Empero ya no eran los re-lucientes aceros, ni las pesadas lanzas, ni los arcabuces tronadores los objetos de que se ha-cia ostentacion con fiero y amenazador ade-man, como al provocar una nueva liza; eran, , los vistosos trajes, los ricos adornos que cada cual escojiera para competir en la bri-llante y devota procesion que señalaba la entrada triunfal de los vencedores en la recobrada ciudad. Los monarcas católicos al frente penetraron por sus desiertas calles, con los pies descalzos, llevando en triunfo la imágen de Nuestra. Señora. de los Reyes, y por trofeos los quinientos cautivos que liberta-ran. En aquel momento glorioso, aquella comitiva de héroes olvidaba el precio de la victoria; y como inspirada por los sublimes misterios de una religion santa vertia - grimas de entusiasmo! V. He aquí la eternidad!!... Desparecieron las galas, desparecieron los hombres, cua-tro siglos se han hundido en la noche sin fin, y aquel momento resplandece como una es-trella enmedio del caos. Fernando! Isa-bel! Manrique!..... en aquel momento vo-laron vuestros nombres al templo de la in-mortalidad!..... Ah, una flor sobre la tum-ba de los héroes! J. M. Bremon. HISTORIA DE MALAGA. CONTINUACION. Los pueblos conquistados por los romanos se veian frecuentemente en el duro conflicto de renunciar á sus creencias religiosas, última humillacion de dependencia; pero á veces ya fuese por supersticion ó por política, respetaban los vencedores á los Dioses de los vencidos, evo-cándolos en los combates y ofreciéndoles las aras suntuosas de sus númenes romanos. De esta tolerancia y opresion nacia la variedad de templos de nuestros pueblos, y esa confusion de inscripciones, verdadero caos para el que ob-serva sin la antorcha de la historia. Isis, Osi-ris, Anubis y Serapis, divinidades del Egipto, alzaban sus cuadrados templos, cargados de geroglíficos, al lado de la Vénus de Asiria, de Celestis, diosa de Cartago, y de la celebrada hija de Apolo Pasifae. Los elegantes altares de Jupiter Tonante, con su arquitectura grie-ga, descollaban junto al maciso templo de Hér-cules aun en esta misma ciudad, si abrimos el libro de piedra de sus antiguas tradiciones: pe-ro las ceremonias y ritos de las deidades de la 30 patria quedaron sepultadas para siempre en la noche de los tiempos. La prosperidad de estas provincias meri-dionales se halla comprobada por todos los es-critores. El Bétis y el Singilis (1) se navegaban hasta cerca de su nacimiento. Infinitos cana-les llevaban sus benéficas aguas á los demas puntos donde no alcanzaba su curso. Por es-tos antiguos cauces alternaban con las galeras romanas los monoxilos ó canoas llenas de los frutos indígenas. Todo era animacion en estas riveras olivíferas: el templo del oráculo Mues-teo, la linterna de Apion, el faro de san Lu-car, Luciferi-Fanum, eran saludadas por los marineros andaluces, que inspirados siempre por el clima se esplicarian con su gracía na-tural en el lenguaje hermoso del Lacio. Al par de estas incursiones se almacenaban mil rique-zas en nuestras templadas costas para surtir á la capital del mundo. Alli el aceite de la Tur-detania se preferia al de la Istria: alli el ber-mellon del Almaden era superior al de Sinope: alli la grana de una corta heredad de Ecija re-presentaba inmensas sumas; y alli en fin la lana incolora de la Bética escedia á los vellones del Ponto. Los tejidos que arrojaban sus manu-facturas los coloca Juvenal entre las preciosi-dades que se tiraron al mar cuando naufragó Catulo (2). «Las ensortijadas lanas de los re-baños del Bétis se parecen a las trenzas de oro de las mugeres de Alemania» decia Marcial lle-no de inspiración y de entusiasmo. Málaga poseía el murex ó conchilia, espe-cie de ostra univalva, sumamente estimada en-tre los antiguos para dar el color de púrpura. Virgilio la celebró de este modo (3) sobre los vestidos de Arcente. Estaba el hijo del famoso Arcente Gallardo con su arnés lucido y rico, Pintado con bordada sobrevesta: Con púrpura de España, muy lustroso. Pero lo que daba á este pueblo fama es-traordinaria era la preparacion del Garo, gé-nero de escabeche que se hacia con atunes y (1) Génil. (2) Plinio. (3) Eneida. con las celebradas anchovas. Para salar y co-jer oportunamente este pescado formaban unos estanques que se comunicaban con el mar á manera de viveros, donde se guarecían los bo-querones y atunes en los dias de su reproduc-cion. Este salsamento era la delicia de los gastrònomos de Roma. Nuestros caballos andaluces sin haberse aliado todavia con la noble raza árabe, se ce-lebraban por Claudiano para las carreras del circo. Un morueco de la Bética llegó á va-ler un talento, segun afirma Estrabon. Supe-rintendentes augustales inspeccionaban los tra-bajos de las minas de Rio Tinto y Almaden. Las de plomo Santarense y Antoniana pro-ducian 400000 libras de metal en cada dia, y la Colonia Accitana esplotaba aun la mina de plata llamada Bebulo, descubíerta por Ani-bal, de la que se sacaban 300 libras diarias. Faltando á mi propio plan me he visto forzado á detenerme en el bosquejo de esta Bética feliz, que cantaron los poetas, que aun envidian las naciones; nuestra cuna y nuestro orgullo. Por estas concordancias históricas pue-de llenarse el vacío de la Malaga Romana, que parece como perceptible por los sucesos contemporaneos, y que sale de la oscuridad que la circunda para tomar una parte muy activa en aquella prosperidad publica que ani-mara todo el pais que la rodea. Asi es mas fa-cil juzgar las relaciones que estrecharian sus vínculos con los pueblos circunvecinos, los alicientes de su industria, la importancia de su comercio y el objeto de su culto. A la pluma sagaz del Padre. Mariana se esca- una irrupcion que hicieron los moros por estas costas en tiempo de Marco Aurelio; y á ella aludirá sin duda esa inscripción de Ante-quera que ha transmitido Morales, y en la que se manifiesta que Galo Maximiano, pro-cónsul de la Bética, la libertó del largo asedio que sufria. Es harto verosimil que atraidos es-tos bárbaros por el aliciente de nuestras ri-quezas organizasen esas espediciones sin gran-des obstáculos de nuestra parte, porque ya que-da referido careciamos de fuerzas militares desde los tiempos de Augusto. 31 Las primeras semillas de la religion cris-tiana esparcidas por el apóstol Santiago en Za-ragoza y Galicia, transpiraron á estas provin-cias en tiempo del emperador Claudio, sien-do gobernador de la Bética Umbonio Celio; ger-minando despues prodigiosamente hasta la con-version de Constantino. San. Ecisio la predicó en Carteya, hoy torre de Cartagena, al par que en Granada San. Cecilio (1) siendo conocida en Málaga aun antes de Diocleciano. Por el con-cilio de Eliberis, tenido á principios del siglo IV, era Patricio el pastor de nuestros fieles, y en el furor de las persecuciones de estos tiem-pos fueron pacíficas hostias, san Ciriaco y san-ta Paula, esos patronos cristianos que aun vene-ran nuestro pueblo entre sencillas y piadosas tradiciones. Un tropel de naciones bárbaras inundan el mediodia de la Europa: eran los hijos de los scitas antiguos. Rechazados por el nevado pais donde vieran la luz primera, impelidos por la falta de sustento para sus numerosas tribus, adoradores frenéticos del mímen de las bata-llas, á imitacion de sus abuelos los celtas, de-jan las nebulosas regiones címbricas, scandina-vas y sarmátas, y despues de mil combates en el suelo encantado de la Italia, donde Ati-la derrumbara el imperio de los césares, se aso-man al Pirineo para enlutecer la España. Este fue ese pueblo Godo que mataba á los venci-dos, fiero como el Ieon de sus escudos, que á flechazos contestaba al genio de las tormentas, y que cantaba sus héroes al sonido de la lira. Este fue ese pueblo Godo que yermaba nues-tros campos, que quemó nuestros altares, se-guido de la miseria, y que en banquetes de hor-ror se hartaba de carne humana. Este fue ese pueblo Godo convertido á nuestro culto, ya de muy dulces costumbres, que tuvo á los Reca-redos, que dictó las leyes patrias, y nos dejó monumentos de una fama indestructible. Idacio, Ferreras y Mariana no están acor-des en la época en que se verificó esta invasion, aun cuando se hallan unánimes en referirla al tiempo de Constantino, ó sea á fines del siglo IV. Los suevos se dirijieron á Galicia, los ala- (I) Fray. Enrique Flores. nos poblaron la Lusitania; y los vándalos y silingos ocuparon nuestra Bètica. Málaga pa- al poder de los godos el año de 614, en tiempo de Sisebuto, á la total espulsion de los romanos; y como la historia de aquellos pue-blos se halla enlazada intimamente con la de los concilios nacionales, los varios sucesos que contienen son estraños á mi asunto. La Igle-sia de esta ciudad aparece como sufragánea del arzobispado de Sevilla en el reinado de Wam-ba, pero ecsistia como tal aun en tiempo de Constantino el Grande, segun el autor de las conversaciones: su obispo Teodulfo asistio al segundo concilio de Sevilla en 619, y se que- del despojo que los obispos de Écija, Cabra y Eliberis habian hecho de algunas de sus par-roquias antes de la irrupcion de los alanos y vándalos; cuyo testimonio, en armonia con los datos anteriores, me induce á confirmar que ecsistia esta sede episcopal, antes de la irrup-cion de los godos. Entre los varones ilustres que relata san Isidro, coloca á Severo como obispo de esta ciudad en tiempo de Leovigildo ( 1 ). Parece que le siguieron Januario, el ya citado Teodulfo, el godo Tunila, y el apenas conocido Honorio, comtemporáneo de la invasion sarracénica. La monarquia goda, siguiendo el círculo de infancia y decrepitud, de prosperidad y de ca-dencia, de virtudes y de vicios, de saber y de ignorancia de todas las sociedades humanas, vino á espirar en don Rodrigo. Era osado de corazon, diestro en grangear las voluntades y llevar á cabo sus empresas: luego que ocupó el trono olvidó estas cualidades, y entregandose á las in-jurias y deleites se pareció mas á Witiza que á su padre y sus abuelos. Sea que fuese demasiado débil para resistir á la hermosura de la doncella de su esposa la famosa hija del conde don Julian, como sienta el Padre Mariana, aunque desmen-tido por Mondejar, es evidente que en el reinado de este príncipe se verificó la primera inva-sion sarracénica y la pérdida del reino. ¡Lec-cion terrible de la historia jamas aprovechada de los hombres! Continurá. ( 1 ) Año de 578. 32 EL VIERNES SANTO. Mírale allí, con el madero al hombro, De sangre y polvo y de sudor bañado: Del mundo entero admiracion y asombro En afrentosa cruz muere enclavado. Mira á su madre en angustiada cuita Traspasado su pecho de dolor, Mientras la raza, del Señor maldita, Atormentaba al hijo de su amor. Y al ver brotar la sangre de su herida En medio de su pena y desconsuelo, Pide perdon al compasivo cielo Por aquel pueblo ingrato y parricida. Miralos, pecador endurecido; Arrastra por el polvo tu maldad: ¡Y ay de ti, infeliz, si arrepentido No te encuentra la horrible eternidad! Antonio. Alegre Dolz. LA ALHONDIGA. Poco podemos decir respecto del edificio Alhóndiga de Málaga, que se presenta en la lámica que acompaña á este número; por-que en efecto, y acá para entre nosotros, no son muchos los titulos en que puede fun-dar sus pretensiones á que se le destine un grave y detenido artículo, compilando sus bellezas arquitectónicas. Sin embargo ocur-resenos alegar en apoyo de su modesta sen-cillez y por lo que pueda importar en ma-yor honra y pro la sentencia de Iriarte que si mal no recordamos dice: En obra de utilidad La falta de variedad No es lo que mas perjudica; Pero en obra destinada Solo al gusto y diversion Sino es varia la invencion Todo lo demas es nada. Asi, pues, dejémosla con su forma cua- drada, sus monótonos corredores de seis ar-cos, su humilde vestimenta de cal, sus co-Iumnas de piedra tosca, sin galas, sin oja-rasca, sin magníficos capiteles y sin deli-cadas filigranas; pero acordemos al mismo tiempo un voto de gracias á los fundado-res de tan útil establecimiento, si bien no podemos menos de lamentar que deba algu-na parte de su ecsistencia á dos dignísimos diputados familiares del santo oficio, según se acredita por la inscripcion colocada en la pared de la escalera principal. Podemos también añadir, en obsequio de los escrupulosos cronologistas y circuns-pectos anticuarios, que esta Alhóndiga no es Ia Alhóndiga de los moros ni la de los cristianos de la conquista, pues aun-que en 1491 hubiese en Málaga dos edi-ficios destinados á este objeto, y cada cual perteneciente á una de estas sectas, ninguno de ellos es el de que tratamos, porque este se construyó por los años 1666, como esplica dicha inscripcion, y fue adic-cionado un siglo despues, segun nos dice otra lápida que se encuentra sobre una co-lumna del patio.= B. AVISO. Con este número concluye el primer mes de suscricion á este periódico; los señores suscritores cuya suscricion cumpla y gusten continuar, se servirán avisar en la impren-ta del Comercio calle de santa Maria nú-mero 15. Errata del número 5.º En la página 22 columna 2.ª linea 15 dOnde dice Serigilia, léase Singilia EDITOR, J. DE MEDINA. IMPRENTA DEL COMERCIO.

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