CODEMA_19-PRE-EG-450

CODEMA 19-PRE-EG-450

SummaryNúmero 12 de "El Guadalhorce" que incluye un artículo sobre las aguas de Carratraca, un poema, una meditación y fragmentos de las continuaciones de "Crónica: año de 1420" e "Historia de Málaga".
RepositoryHemeroteca Digital. Biblioteca Nacional de España
TypologyOtros
Date1839/07/21
PlaceMálaga
ProvinceMálaga
CountryEspaña
NoteImágenes: https://hemerotecadigital.bne.es/hd/es/viewer?id=f412ebe9-e41b-45f2-9b2e-ce21a49107f8

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El Guadalhorce. PERIODICO SEMANAL DE LITERATURA Y ARTES. TOMO 1.º DOMINGO 21 DE julio DE 1839. NUMERO 20. Indice de este número. Carratraca, Primer artículo. Poesia.—Un árco de la Alcaza-ba: Meditacion.—Crónica: Año de 1420, continuacion.—Historia de: Málaga, conti- nuacion. REMITIDO. CARRATRACA El justo crédito y celebridad de las aguas mínero-medicinales de Carratraca ha llevado su nombre á remotos paises, y del caso pare-ce hablar de ellas y de la poblacion á que dan nombre, aunque con sujecion al objeto y es-trechos límites de este periódico. ARTICULO PRIMERO. LIGERA HISTORIA DEL USO MEDICINAL DE LAS AGUAS DE CARRATRACA. Piérdese en la noche de los tiempos la no-ticia del uso medicinal de estas aguas en las épocas anteriores á las conquistas de los cris-tianos, mas de inferir es por los restos de va-rios monumentos descubiertos en diferentes es-cabaciones hechas en su suelo que fueron conoci-dos de los antiguos. La predilección y esmera-do uso que gozaron las aguas minerales, espe-cialmente en tiempo de los romanos, se ha tras-mítido de generacion en generacion por el se-llo infalible de las obras de aquella célebre era, cuyos vestigios se descubren con frecuen-cia al rededor de cada uno de los manantiales de esta clase; y hasta considerar que por mu-chos siglos no se conoció otra medicina en Ro-ma que los baños, para inferir el aprecio y distincion que merecieron los de aguas mine-rales. Empero Roma, señora del universo, rica y opulenta llevó á los baños el lujo y la gran-deza de los orientales, y en las piscinas de már-mol y de pórfido se buscaba la salud como los goces sensuales. Viciadas asi las costumbres y confundido el objeto medicinal de los baños, el bienestar del pueblo reclamó del gobierno me-didas represivas que atajasen la licencia, y Adriano al fin dictándolas, separó de ellos los demas objetos á que con escándalo estaban destinados anteriormente; desde esta época principió á desarrollarse la aplicacion ordena-da esta poderosa medicina, y apenas ecsis-te un manantial mineral en cuyas cercanias no se hallen fracmentos irrecusables que lo com-prueben. Como á unas 100 varas del manantial de Carratraca, hácia su vertiente, y en el sitio que ocupa en el día el edificio llamado la fon-da, al abrirse sus cimientos fueron descubier-tos cuatro baños de piedra bien labrada y de construccion romana, los cuales no merecie-ron, por desgracia, otro destino que el apro-vechamiento de sus piezas en la nueva obra. Esta incuria, este lamentable abandono pudie-ra ser un argumento contra los que despre-cian las riquezas subterráneas porque no con-tienen la plata y oro. Tan precioso hallazgo, el de algunos frag-mentos de acueductos, de columnas, y de an-foras encontrados igualmente, nos revelan co-mo indudable el uso de las aguas de que tra-tamos en la antigüedad y particularmente en la dominacion romana. Despues, las irrupcio-nes de los bándalos, los acaecimientos subsi-guientes, y el imperio de la media luna alejan todo dato seguro acerca del uso medicinal de estas aguas, y hasta que en 1330 las huestes de don Alonso el Onceno conquistaron la fuerte villa de Teba de Ardales, y el estandarte del cristianismo llegó á ondear en el puerto cono-cido actualmente por de Málaga, á un cuarto de legua al Nor. Oeste. de Carratraca, la historia guarda un profundo silencio en la materia. Concluidas, por esta parte, las conquistas de don Alonso quedó este puerto sirviendo de línea entre los campos de cristianos y sarrace-nos, cuya procsimidad al sitio del manantial no pudo permitir el aprovechamiento medicinal de sus aguas, como pretenden algunos escrito- 154 res, y fijándolo por los años de 1460; mas en 1485, ó sea á los 155 años, las memorables victorias de don Fernando y doña Isabel con-siguieron adelantar sus conquistas á la villa de Casarabonela, y que sus pendones, avanzando por la parte del Sur. Este. hasta el mencionado puer-to, arrojasen de todo este suelo la agarena jen-te; y desde esta época principia la conocida historia del uso medicinal de estas aguas. Conseguida pues por los años de 1500 la conquista de toda la provincia, fueron repartidos sus terrenos: la paz principió á dedicar bra-zos á la agricultura y á ser hollados por los pastores sus campos montuosos, entre los que se comprendió el en que brota el manantial y el de sus inmediaciones, llamándolos desde lue-go pago de aguas hediondas, seguramente por el olor que estas ecsalan. Este singular instinto de los irracionales, esa preciosa piedra de toque de los arcanos de la naturaleza, bien pronto hizo conocer al hombre que aquellos animales atacados de erupciones cutáneas, espontaneamente se di-rijian y bañaban en la posa hecha por el mis-mo brote del nacimiento ó en sus derrámenes, obteniendo una curacion perfecta, y como por encanto varios hechos de esta clase llegaron á inducirle igual aplicacion en padecimientos de la misma índole, que aquejaban á indivi-duos de la especie humana. De esta manera principió á conocerse la accion antiepsorica de estas aguas, aunque sin salir por entonces su noticia del estrecho é ignorante círculo de sus primeros observadores. La repetición de estos hechos preconizó la virtud descubierta, tomó en ella parte la gente mas sensata, y se multiplicaron los enfermos que acudieron á impetrarla; mas no hay noticia circunstan-ciada de curacion alguna hasta por los años de 1658, época en que se cuenta que un contra-bandista atacado de un efecto elefantiaco y desausiado por los facultativos, resolvió hacer uso de estas aguas hasta perecer ó conseguir su salud. Ostinado en su propósito, se estableció á la orilla del manantial, y usando las aguas á su capricho, dícese que alcanzó su perfecta cura-cion. Agradecido á la prodigiosa virtud de se-mejante medicina hizo un pequeño corte per-pendicular en la misma roca sobre el manan-tial, corte que aun ecsiste, y en él colocó la efi-gie de una virgen que tituló de la Salud, y des-pues con el sobrante de las limosnas que ha-bia pedido en los pueblos inmediatos y que su miserable estado le habia facilitado con abun-dancia, hizo construir una pequeña hermita dedicada á la misma virgen; cuyo pequeño edi- ficio, ampliado hace algunos años, constituye la iglesia actual, en la que con igual invocacion se venera, como Patrona del pueblo, otra efi-gie costeada en 1754 por el ilustrisimo se-ñor obispo de Málaga don Juan Eulate y San-ta Cruz. Por todas partes resonó la curacion del contrabandista, y fueron llamadas aguas di-vinas, las que antes hediondas. A ellas apelaron en seguida multitud de enfermos, sin otro dic-tamen, sin otro dato, que su propia resolu-cion, y sin que la medicina de aquellos tiem-pos pudiese hacer otra cosa que observar los maravillosos resultados obtenidos en afecciones de distinta índole, sumamente rebeldes, y que juzgaba casi incurables. La importancia que á la sazon iba adquiriendo en las demas nacio-nes cultas el ramo de aguas minerales, y el ce-lo de algunos distinguidos profesores de aque-lla época, despertaron una noble emulacion, é hicieron que estos se dedicasen á observar aten-tamente el influjo de una medicina, que llama-ba la atencion pública por medio de las por-tentosas curaciones que todos los dias efectua-ba, apesar de su administraccion empirica. Mas el estado en que entonces se hallaban las cien-cias ausiliares de la medicina, y particularmen-te la quimica, no permitió á aquellos decidi-dos investigadores de las propiedades de las aguas que nos ocupan, sacar todo el fruto que fuera de desear. Así pues, los escritos publicados sobre es-tas aguas por los doctores Simon Montero, Gra-nados, Garcia, Suarez, y Fernandez de Castro, que alcanzan al año de 1785, carecen de los importantes conocimientos de la quimica mo-derna, notándose en ellos un inmenso vacio. Sin embargo, contienen una serie de ob-servaciones fisicas, y de casos practicos, que se pueden considerar como los primeros cimien-tos de la ciencia de aplicacion de estas aguas, que recomienda el mérito de sus autores. Estos trabajos literarios por una parte, y por otra la multitud de hechos que diariamente confirmaban las virtudes ya conocidas, al pro-pio tiempo que facilitaban el descubrimiento de otras, llegó á dar tal celebridad á las aguas de Carratraca, que su uso se consideró como uni-versal, se envolvió en un ridiculo misterio, y se sujetó al fatal imperio de preocupaciones vulgares sumamente perniciosas; mas apesar de ello, cada dia conseguian nuevos triunfos terapéuticos, y cada día el mismo interés de los enfermos sensatos, y sus propias observa-ciones, los impulsaban á seguir un método mas racional, y una aplicacion esenta de los 155 errores y de los sofismas que arrastraban al vulgo. En esta lucha se hallaban los intereses de la humanidad, con las preocupaciones araiga-das en el pais, á principio del presente siglo. Con perjuicio del género humano, y con men-gua de nuestra civilizacion, en aquella época, la aplicacion de estas aguas estaba encomen-dada al impirismo y á la rutina, y conside-rando sus admirables virtudes como un in-sondable arcano, se creyó que bastaba única-mente fiar á ellas la curacion de toda dolencia, sin cuidar de cual fuese el método análogo, ni la respectiva aplicación. Esta sola consideracion es bastante para juzgar el mérito de una medicina que, aun abandonada al capricho y á manos imperitas, consigue adquirir una bien merecida reputa-cion, y para inferir cual pudiese ser en el día ésta si, desde un principio, se hubiese culti-vado científicamente su uso medicinal. Los recientes y gigantescos adelantos de la quimica moderna, y el impulso dado al estu-dio de las aguas minerales, especialmente en Francia, influyeron al fin en que se proyec-tase sacar á las de España del estado de aban-dono en que se encontraban, dedicándose al-gunos facultativos á observarlas al pie de sus manantiales; pero á estos ensayos, á estos tra-bajos, no podian entregarse constantemente los profesores cuyos establecimientos reclama-ran siempre una contínua permanencia en los pueblos de su vecindad; y he aqui por qué, apesar de haber llegado la época de grandes adelantos en este ramo, se hallaba en una la-mentable abyeccion, permaneciendo descuidado el buen uso de todas las fuentes medicinales, inclu-sa la de Carratraca, cuando el gobierno español, á imitacion del de Francia, creó en 1816 las pla-zas de médicos directores de los mas célebres manantiales de la península, para que éstos cuidasen de la aplicación cientifica de una po-derosa medicina que es susceptible, como to-das las de esta clase, de producir efectos dia-metralmente opuestos, y que pueden determi-nar desde la salud hasta la muerte, segun el método que ecsija el padecimiento y circuns-tancias del individuo que se sujete á su influ-jo. La creacion de estas plazas, este útil pen-samiento, hará siempre honor á sus autores, por mas que no sea de este lugar, ocuparnos mas estensamente de él; bastará decir, que á proporcion que se ha ido estableciendo la apli-cacion, científica de las aguas de Carratraca, que se han ido combatiendo las preocupacio-nes vulgares, y que se han ido asentando en su lugar principios sanos, desnudos del influjo de aquellas, ha ido prosperando el crédito de este poderoso medicamento, y adquiriendo su nombre una fama europea. A este crédito, á esta fama, se debe la numerosa y Iucida con-currencia que afluye á este establecimiento, y á esta progresiva concurrencia es deudora la poblacion, que lleva el mismo nombre, de su ecsistencia y rápida prosperidad, como espon-dremos en otro artículo. Eduardo Henares. ¿Pasó ya el tiempo para mi suave de paz y de ventura y de sosiego? ¿En mi marchito corazon no cabe ni la esperanza ya? ¿No hay quien atienda al dolorido ruego de este mi triste corazon cansado? ¿De pasion y deseos apurado por mi desdicha tan temprano está? Rompiéronse ¡ay de ! los blandos rudos que en tiempo mas feliz le daban lecho, los cariñosos labios están mudos que le hablaban amor. ¿No hay ya placer para el doliente pecho? ¿No hay un placer que su ámbito dilate, que su red de recuerdos desbarate, y en ella presa deje alguna flor? ¿Es verdad que no le hay? serán en vano del corazon las fuerzas consumidas, sin luchar tan siquiera destruidas, muertas cuando empezaban á vivir? Y ese profundo impenetrable arcano que ha de rejir los venideros dias, horas traeránme de placer vacias, llenas solo de tiempo en que morir, Entonces ¡ay! la inútil ecsistencia al viento entrego y vuélvome á la nada: préstame, ó pena, la fatal creencia que te vuelve inmortal. Y al verte yo sin fin y entronizada en la tierra y el mar y en el espacio, si el mundo todo es tu fatal palacio, yo de sus puertas romperé el quicial. Afuera! afuera, debiles cadenas! mi voluntad quebrantará los lazos tambien formados con mezquinas penas hijas malditas de ese monstruo rey. Que si ahora me sujetan, á pedazos caerán rompidos, cuando el alma mia á pedazos tambien rompa la impia prision que la ley. Miguel de los Santos Alvarez. 156 UN ARCO DE LA ALCAZABA. MEDITACION. Juventud! Soplo breve y fugaz que meces por un momento la flor de la ecsis-tencia; esa flor que bien pronto marchita, deshojada, ofrece al bramante cierzo débi-les aristas en que cebar su furia!... cuando te aparecer rodeada de brillantes soles, lozana cual la primavera, me pareciste el emblema de la eternidad: te juzgué sin fin, porque eras un reflejo puro y radiante de la luz celestial. Pasaste, empero, como un sueño de amor; y tu huella apenas gravada en la carrera de la vida solo dejó en pos de si un recuerdo y... ruinas!!!- Ruinas, , que como caducos representantes de lo que fue ostentan en sus carcomidas fases el paso tran-sitorio de las generaciones y hablan al cora-zon con el lenguage severo de los siglos porque la voz que retumba en el seno de las ruinas es la voz de la verdad! El filósofo que contempla los restos venerables de un antiguo edificio al través de aquel grave respeto que le inspira pare-ce como que pretende arrancar de sus der-ruidos vestigios el secreto de lo pasado. Este involuntario instinto le detiene en medio de esos arcos árabes, frios monumen-tos un dia de la necia vanidad de los hom-bres, pero que revestidos ya con el barniz de los siglos han adquirido todo el presti-gio de la antigüedad. Ellos fueron testigos de las víctorias que alcanzaron los africa-nos gomeres: ellos los vieron desaparecer para siempre ante el denuedo de los guer-reros de la fe: pasaron ante ellos como rá-fagas brillantes los sueños de tantos hé-roes, y ante ellos tambien doblaron los mas altivos su orgullosa frente: empero, mudos espectadores de tantos cuadros de gloria y de dolor, osaron solamente revelarlos á las edades venideras. Aprended, hombres, en ellos la historia de lo pasado; allí encontra-reis tambien escrita la del porvenir por-que la voz que retumba en el seno de las ruinas es la voz de la verdad! J. M. Bremon. CRONICA. AÑO DE 1420. Continuacion. IV. Todo se trocó en palacio. Los cargos que antes egercian los partidarios del de Luna fueron confiados á los del infante don Enrique. No considerando este seguro al Rey en Tordesillas, hizo que se trasladase la corte á Segovia como punto mas fuerte y capaz para resistir los esfuerzos á que se aprestaban los del contrario bando para re-poner las cosas al estado en que estaban an-tes de la caida del favorito. El Rey siem-pre indeciso y débil parecia conformarse con todo, y en lo que únicamente manifes- con firmeza su voluntad fue en conser-var á su lado á don Alvaro de Luna: tal era el cariño que ya le profesaba. No se atrevió á oponerse don Enrique por no des-agradar al Rey, y porque confiaba en que pronto se le ofrecería ocasion para desha-cerse de su persona, asi por una considera-cion inoportuna, malogró el écsito de una empresa tan diestra como felizmente comen-zada. Don Alvaro permanecia en palacio sin influencia en los negocios públicos, pero haciendo una guerra sorda y cruel á don Enrique. Aspiraba este á la mano de la in-fanta doña Catalina, hermana del Rey, y esperaba que ahuyentados los enemigos que contrariaban en la corte este enlace, se ve-rificaria sin dilacion. Don Juan II pres- gustoso su consentimiento, y aun esti-muló á su hermana para que no dejase esca-par el brillante partido que con su mano el infante le ofrecia. Mas por una singula-ridad inconcebible lo reusaba esta abier-tamente. A todos admiraba su resistencia, porque don Enrique, á mas de su estirpe real, era el caballero mas gentil, mas arro-gante y mas poderoso de la corte de Cas-tilla, y quiza de España entera. Temera-rio en las batallas, donoso y diestro en los torneos, amable y galan en los saraos; nun-ca hubo lanza que resistiese el empuje de su lanza, ni dama que no se pagase de su apostura y jentileza. Despechado con la indiferencia de su hermosa prima, redobla-ba sus obsequios para amansar la fiereza de 157 su corazon, y ponia en juego toda la refina-da galanteria de aquella época tan ensalza-da por sus justas, sus empresas amorosas, sus discretas damas y sus galanes caballe-ros. Pero en vano la obligaba con toda cla-se de atenciones: en vano sostenia la fama de su hermosura en los torneos contra los mas famosos adalides, ó humillaba con brazo poderoso al bravo toro de jarama bajo el mirador de su señora. Siempre vencedor en el palenque, á ella sola ofrecia los tro-feos que ganaba á sus contrarios, y enton-ces era cuando un rayo de esperanza bri-llaba en su angustiado pecho; pero tan bre-ve y pasagero como la luz de un relámpa-go: entonces era cuando su ingrata dama, al recibir aquellos despojos de su valor, al mirar á su amante arrodillado á sus pies esperando recibir de su mano el premio de su triunfo, una turbacion indefinible cubria su semblante, y una mirada espresiva, in-voluntaria y llena de ternura se fijaba en los ojos del enamorado caballero; pero aquella mirada que espresaba todo el fue-go de un corazon apasionado, solo servia para aumentar su martirio: era la gota de agua siempre prócsima á la sedienta boca de Tantalo; un momento despues el rostro de doña Catalina recobraba con mayor seve-ridad su aire mesurado y gravedoso. Asi se aumentaba la mortal incertidumbre del in-fante; la corte murmuraba de la misterio-sa indiferiencia; el Rey se impacientaba con su hermana y las damas de esta compade-cian al amante desgraciado envidiando la suerte que despreciaba su señora. V. Todo era obra de don Alvaro de Luna. Penetrado del prestigio que conservaba so-bre su jóven monarca á pesar de los esfuer-zos con que sus enemigos procuraban des-graciarlo, presentia su vuelta al poder y la preparaba con lentitud y destreza. Consi-deraba como un obstáculo á la realizacion de sus planes el enlace proyectado, porque necesariamente debia estrechar los víncu-los de amistad y parentezco que ya ligaban con el Rey á don Enrique: por eso lo combatia con el mayor empeño. Habil cor-tesano y conocedor del caracter de la in-fanta, facilmente presumió que en él mis-mo se encerraba el único medio de defensa: solo faltaba el desenvolverlo con maña, y para lograrlo recurrió á su amiga Mari Barba. Era esta una dueña astuta y cor-tesana amaestrada por muchos años de es-periencia en las intrigas de palacio: ha-bia cuidado de la infanta desde su mas tier-na edad, y conocia su corazon como el su-yo propio; asi lo gobernaba á su alvedrio. Don Alvaro supo atraerla á su partido con dádivas generosas y efertas [sic] que deslumbra-ron su ambicion: sugirióla la idea de ha-cer aborrecible al infante en el corazon de la inocente jóven, y la dueña desempeñó su odioso encargo diestramente. Al efec-to hizo creer á su señora que don En-rique habia pretendido con loca presuncion apoderarse de su mano tan solo por miras ambiciosas y de una manera tan poco galan-te y comedida que llevaba visos de fuerza y desacato. Asi esplicaba Mari Barba el escandaloso suceso de Tordesillas, y la vio-lencia con que fue conducido el rey á Se-govia entre numeroso tropel de gente ar-mada bajo el pretesto de guardarlo á las acechanzas de sus contrarios. Igual suerte sufrió entónces la jóven infanta, y de aquí deducia la maliciosa dueña mil artificiosas razones para hacer mas clara y degradante la ofensa que habia recibido. Bastaba ade-mas para que doña Catalina diese crédito á semejantes imposturas el escucharlas de la boca de Mari Barba: educada bajo su cui-dado, amaba á su aya con entrañable afec-to, y seguia ciegamente sus consejos co-mo si fueran de una madre. Asi, aquel su-puesto insulto que en aquellos tiempos hu-biera indignado á cualquiera honrada mu-ger del pueblo, hirió profundamente el ór-gullo de una infanta de Castilla. Resenti-do su pecho altivo y generoso con la con-ducta descortes del caballero, se propuso castigar con el mas alto desprecio su loca presuncion; pero su misma dignidad le pro-hibia que se manifestase públicamente agra-viada, y reprimiendo los impetus de su eno-jo solo dejaba ver una impenetrable indife-rencia cuya causa nadie podía adivinar. Los sentimientos de su corazon desmentian sin embargo los recelos de su orgullo, porque la conducta del infante era una continua protesta contra las acusaciones de Mari Barba, y esta lucha de afectos tan encon-trados consumia lentamente su ecsitencia, Cuando las apasionadas relaciones de su 158 aya ecsaltaban su imaginacion abultando es-traordinariamente la ofensa recibida, enton-ces todo el orgullo de una dama noble y castellana, toda la dignidad de una hija de Enrique III despertaban en su pecho las iras de un honor altamente supersticioso y ofendido. Pero cuando cansada de comba-tir sus secretos sentimientos se rendia á las tiernas inspiraciones de su corazon, cuan-do entregada á una meditacion vaga y pro-funda se embriagaba con la memoria de don Enrique, entonces la muger sensible, ino-cente y débil vencia á la señora altiva, preo-cupada y fuerte: olvidada de misma, es-clava de su pobre corazon, se cebaba en las ilusiones de un amor tanto mas violento é irresistible cuanto mas comprimido fermen-taba: ya no habia poder que contuviese la libertad de sus pensamientos; acariciaba en su mente la memoria de su amado y recor-daba con ternura sus respetuosos obsequios, su fina galanteria y sus demostraciones de amor: entonces toda aquella herizada forta-leza de enojos y de resentimientos, de agra-vios y de venganzas en que custodiaba su honor, se desvanecia al influjo de sus amo-rosos recuerdos: como la vaporosa niebla de la cascada á los primeros rayos del sol. Com- batida asi la infeliz doncella por el amor y el deber se doblegaba á sus cacontrados im-pulsos como la flor azotada por los remoli-nos del viento. Su decaimiento llegó á tal estremo, y tan visibles eran ya los estragos que hacian en ella sus pesares que todos en palacio se alarmaron por su vida. En vano se apuraban los recursos que ofrecia la esplen-dorosa corte de don Juan II para divertirla de su profunda tristeza: en vez de aliviarla la agravaban sin saberlo. Sobresaliendo siem-pre don Enrigue por su galanura en los fes-tines y en las justas por su brio, y siendo la infanta en todas partes el blanco de sus aten-ciones y la dama de sus empresas, eran estas ocasiones nuevo y poderoso cebo á la amo-rosa hoguera en que su pecho se abrazaba. En vano consultaban sobre la causa de su dolencia á los mas hábiles doctores; ¿de qué sirve la ciencia cuando adoleze el corazon? buscaban en su cuerpo la causa de su mal cuando solo estaba en su alma, en el alma que se burla cuando enferma de todo el sa-ber humano. Apagábase en tanto su ecsis-tencia como la luz de una lámpara moribun- da; ya no brillaba su hermosura con la lo-zania de su alegre y florida juventud; las rosas de su semblante estaban marchitas, descoloridos los claveles de sus labios y em-pañados los lirios de su frente; sus ojos tris-tes y apagados espresaban el abatimiento de su alma, y en hondos suspiros se ecsalaba el fuego abrasador que encerraba su pecho. El sueño tranquilo de la felicidad huyó de sus ojos y un deliquio agitado y febril la atormentaba en el lecho con fantásticas vi-siones. Fatigada una noche mas que nunca por el delirio de su mente salió acompañada de su aya Mari Barba á respirar un aire fresco en los jardines. Era la noche hermo-sa y serena; desde un cielo purisimo refleja-ba la luna su pálida luz sobre la superficie de los estanques; la naturaleza reposaba en una calma profunda y los álamos columpia-ban apenas su pomposa cabellera; solo se oia el murmullo de las fuentes y el canto de al-gun ruiseñor que velaba enamorado en la espesura. La hermosa Catalina sintió en-sancharse su oprimido corazon al aspecto de esta escena encantadora; las fantás-ticas imagenes que bullian en su cabeza iban desapareciendo al paso que la húmeda brisa de la noche refrescaba sus sienes ardo-rosas; y una dulce y vaga melancolia siguió al delirio de su mente. Vestida con una tu-nica de blanco y finisimo sendal, cuelta en rizos la hermoso cabellera por su cuello de alabastro, paseaba silenciosa por el parque clavados siempre sus ojos en la luna con una mirada tan espresiva y celestial, que parecia la imagen de la esperanza pidiendo la espli-cación de su destino al porvenir. La dueña aunque bastante inquieta por el estado de su señora, estaba muy lejos de pensar que fuese la causa don Enrique: se-gura de su afecto, no imaginaba que su pe-cho podria reservar ningun secreto para ella, y penetrada ademas de la firmeza de su ca-rácter pundoroso y altivo, la creia realmen-te indignada con el enamorado caballero. Y no se engañaba enteramente, porque doña Catalina fanatizada con los ecsajerados prin-cipios que la inculcaba su aya condenaba como un crímen su pasion y estaba resuelta á ocultar á todo el mundo una debilidad que creia indigna de su carácter y aun á sofocarla aunque fuese á costa de su vida. Pensaba entretanto Mari Barba que aquella tristeza 159 no tanto alarmaba á todos era únicamente efecto de su edad; de aquella edad en que saliendo de la infancia el corazon entra en el mundo lleno de fuego, rodeado de ilusio-nes, y en la que se impacienta y desespera cuando no encuentra prontamente aquel ser ideal que se forjó en su fantasia y que ama desde luego con vehemencia, porque á esa edad no se puede ecsistir sin amor. So-lo esperaba, pues, que aquella pasion sin ob-jeto de que la creia poseida se fijase en al-guno de los caballeros y príncipes que la solicitaban, para que desapareciese el aba-timiento y languidez en que yacia. Impa-ciente por conocer el estado de su corazon aventuró algunas preguntas aprovechándose de la tranquilidad que en aquel momento disfrutaba. Siempre triste, mi pobre se-ñora, siempre triste.... y un suspiro fue su única respuesta—la dueña continuó,== ¿es posible que una señora como vos, tan jóven, tan hermosa, hermana de un rey de Cas-tilla, pretendida por tan ilustres caballeros, amada de todo el mundo, se consuma en una tristeza quizá infundada, cuando debiera juzgarse y ser la persona mas feliz dela tier-ra?.. Y doña Catalina, inclinada la cabe-za sobre el pecho, deshojaba entretanto una rosa que tenia entre sus manos, y decia con acento trémulo y fatídico== mira, Mari Bar-ba, esta rosa era hace un momento la rei-na del jardin.... No comprendió la dueña todo el sentido que la infanta quiso dar á estas palabras, é iba ya á continuar su in-terrogatorio, cuando el armonioso preludio de un laud distrajo inesperadamente su aten-cion. Era una mano diestra la que pulsaba sus cuerdas, arrancando sonidos lentos, me-lancólicos y profundos como los suspiros de un corazon que se lamenta: despues de al-gunos instantes de melodiosa incertidumbre, en los que el desconocido trobador busca-ba un tono que estuviese en armonia con las cuerdas de su corazon, dió al aire con voz sonora y conmovida estas sentidas endechas; Cual sueño vano que huyó fugaz, asi te he visto felicidad! Velada siempre con tu cendal; siempre ocultando tu realidad. Mas ya me niegas con crueldad hasta el consuelo de aquel soñar: que en vano digo con triste afan ¡ay, Catalina, piedad , piedad! Cesó el canto con un prolongado suspi-ro, y doña Catalina á quien aquella voz ha-bia conmovido profundamente permanecia aun fija en su ademan de celestial arroba-miento; la respiracion casi suspendida, cla-vados los ojos en el punto de donde salia la voz, y el alma agolpada toda á los oidos. Mari Barba estaba absorta al contemplar su éstasis, y como fascinada por su espre-sion solemne y elevada, no se atrevió á in-terrumpir el silencio en que todo habia quedado. Quizá resonaban todavia en el alma de la entusiasmada jóven los últimos acentos de aquella voz misteriosa que de tal modo la habia conmovido, cuando volvió á escucharse de nuevo el sonido del laud, y á inundarse su semblante de una espre-sion de felicidad y de celestial ventura que lo asemejaba á un ángel del cielo: toda sus-pensa y estasiada oyó á la misma voz que continuaba dulcemente la empezada troba mucho te pagas de tu beldad; mucho, señora, te pagas ya. Sangre de reyes ¡ay! ves brotar del pecho mio sin te ablandar. Mas no es la causa tu vanidad; éslo tu pecho de pedernal; que ni esperanza de amor me das cuando te digo piedad, piedad! (1) , , yo te adoro..... ¡Ama á don Enrique!! todo se ha perdido!- dijo la dueña recibiendo en sus brazos á doña Catalina desmayada. (Continuará) (1) El autor de este artículo debe esta cancioncita al talento de su amigo don J. Bremon. 160 HISTORIA DE MALAGA. CONTINUACION. Don Hurtado de Mendoza combatió al si-guiente día la entrada que habia practicable en el muro del arrabal de Zamarrilla, ganan-do la torre inmediata. Algunos de sus escude-ros y peones se introdujeron por las calles que vieron prócsimas; pero detenidos por los mo-ros, tuvieron que retroceder con alguna pér-dida al portillo que habian ganado. Ufano el enemigo, redobla sus ataques á la torre, que iba á ser abandonada si aquel bizarro capitan se hubiera detenido en reforzarla. Estas primeras ventajas no parecian sufi-cientes para asegurar el écsito, porque las de-fensas principales estaban todavia intactas, la guarnicion sin deterioro y con la misma sere-nidad que su soberbio caudillo. Acostumbra-dos los gomeres á los efectos de la artilleria, reparaban inmediatamente las brechas, cons-truyendo nuevos parapetos como diestros ve-teranos. Impacientes los cristianos, y picados en su orgullo por la facilidad de otras con-quistas, no les era posible tolerar la prolon-gacion del sitio. Temian faltasen las subsisten-cias, cuya conducion por tierra era escesiva-mente penosa, y por medio de la escuadra es-taba sujeta á la inconstancia del tiempo. Agre-gábase á esto la alarma que habia producido en todos cierta epidemia que se habia manifes-tado en los pueblos inmediatos, originando el que muchos abandonasen los reales y se vol-viesen á sus casas. Aquellos que la codicia es-timulaba, y no el deseo de la gloria, dudando de la conquista, desertaron vilmente al ene-migo ponderando la escasez del ejército y la falta de municiones. Los moros se reanimaron con la ecsagera-cion de estas noticias, y hacian súbitas salidas, fortificando con zanjas y empalizadas las par-tes débiles de sus muros; pero nada se ocul-taba á la sagacidad de Fernando: ya tenia es-crito á la Reina que se trasladase al campo para desmentir estos rumores y las vanas es-peranzas que habia formado el enemigo. Era una tarde bonancible cuando apareció Isabel precedida de equipages, de correos y de brillantes guerreros. Los fuegos se suspendie-ros, [sic] los soldados se abrazaron, ondeaban los estandartes: y en la dilatada línea sonó un viva prolongado. Las murallas de la plaza, las tor-res mas elevados, se llenaron de curiosos, y hasta el mismo Hamet el Zegri, deponiendo sus rencores, clavó sus ojos de lince sobre la tienda del Rey. Venia Isabel en una mula cas- taña, sentada sobre una silla de andas con guar-niciones de plata sobredorada. Por las ancas del bruto caian gualdrapas de terciopelo car-mesí con ricos bordados de oro: las falsas rien-das y la cabeza eran de seda de raso entre-talladas con letras y con bordaduras del mis-mo metal precioso. Vestia un brial de tercio-pelo y una saya de brocado: traia un manto de escarlata recamado á la morisca, y un som-brerito negro guarnecido de brocado al rede-dor de la copa y sobre la vuelta del ala. La dignidad de su persona, la frescura de su edad (1), la gracia de su espresion, la ma-gestad de su semblante y el prestigio de su nombre, no pueden encarecerse. La sencillez de su apostura indicaban su modestia (2). El conjunto de sus facciones hacian un todo ama-bilísimo: rostro ovalado y hermoso, color blanco y rubio, ojos entre azul y verde, mi-rar gracioso y honesto, estatura mediana, con-tinente reposado, voz suave, lengua espedita, ingenio agudo, honestidad cual pocas, el co-razon cual ninguna (3). Continuará. (1) Tenia 36 años cuando vino al sitio de Málaga. (2) Prócsima á terminar su vida, reusaba todavia esta modesta soberana mostrar su delicado pie al pre-lado que la ungia, no tolerando su pudor recibir el Sacramento sino con el pie encubierto. (3) Manuscrito de un criado de Isabel, continua- do por el obispo de Palencia, y que poseyó don Fray. Enrique Flores: véanse las memorias de las reinas ca- tolicas de este autor, tomo 2.º página 788. Errata del número 19 En el fólio 148 en la primera columna de- de ponerse, al armar el periódico, despues de la línea 46 lo siguiente: Mas si la madre que en mi edad primera enjugó con sus besos mi llorar busca mi tumba, bórrala: no quiera el cielo que yo aumente su penar. AVISO. Con este númeto concluye el quinto mes del Guadalhorce. Se advierte á los señores sus-critores que se les seguirá remitiendo el pe-riódico hasta que avisen en la oficina ó al re-partidor que no gustan continuar la suscricion. EDITOR, J. DE MEDINA. IMPRENTA DEL COMERCIO.

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