CODEMA19-LAAMEN-184445-2
CODEMA19-LAAMEN-184445-2
Resumen | Número 7 de "La Amenidad. Periódico semanal de literatura, modas y teatros" |
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Archivo | University of Connecticut |
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Typology | Otros |
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Fecha | 15/12/1844 |
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Lugar | Málaga |
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Provincia | Málaga |
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País | España |
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[margen superior: NÚMERO 7. 15 DE DICIEMBRE DE 1844.] LA AMENIDAD.
PERIODICO SEMANAL DE LITERATURA,
MODAS Y TEATROS.
No se admiten suscriciones á este periódico, sinó en union con El Indispensable. Puede verse
cualquiera de sus números para saber las condiciones, precio, notables ventajas que se conceden etcétera.
APUNTES DE UN MÉDICO.
UN REO DE MUERTE.
No es
nu-
es-
tro
áni-
mo
a-
ña-
dir una línea mas á la
brillante acusacion que
contra la pena de muer-
te escribiera Victor Hugo.
Tacharse pudiera de presun-
tuoso tan atrevido esfuerzo,
y muy lejos estamos de atraer
la atencion de nuestros lec-
tores hacia una cuestion tan
importante, y que tal vez jamas
llegará á resolverse. Limítase
nuestra pluma á trazar un cua-
dro, en que aparezcan, como las
hemos visto, todas las personas que en él
figuran: cuadro en que resaltan las mas lú-
gubres tintas, y cuyo claro-oscuro hiere
nuestra alma de una manera tan profunda,
que nos vemos obligados á entrar dentro de
nosotros mismos, y preguntarnos: ¿Quién es
la sociedad, que asi dispone de sus indi-
viduos?... Cómo ha podido detenerse con
la lentitud de una hiena, que saborea la san-
gre de su presa, en delinear tan horrorosos
detalles?... Qué es la vida, que así se
pierde?... Cree la sociedad que hay algo mas
alla de la vida?... Cómo consiente en per-
der en un segundo una porcion de su ec-
sistencia, tal vez la mas querida, tal vez la
que ayer constituia su orgullo?... Qué es
el hombre?... Qué debe creer, esperar ó
temer?....
El mas espantoso escepticismo viene en-
tonces á embargar nuestras potencias, á inu-
tilizar nuestros sentidos, y por toda res-
puesta solo halla el alma, en el oscuro con-
fin de una vastísima soledad, un horroroso
no sé....
No sé repiten mil hondos ayes mal re-
primidos; no sé parodian mil gritos, que en
infernal algazara atruenan el aire, lanza-
dos por la multitud; no sé se responde un
espíritu profundo, que va allí tambien á
estudiar, y un horrible no sé refleja sus
melancólicos ecos en el alma del reo....
Héle allí sentado sobre una humilde
lla, ligados sus pies por un pedazo de hier-
ro en que se ha convertido la sangre que
derramó, vijilado por impasibles guardias,
atolondrado con infinitos recuerdos que no
caben en su cabeza; aturdido de lo que
fué, espantado de lo que es, horrorizado
de lo que va á ser dentro de algunas ho-
ras. ¡Qué lentas han caminado hasta allí
para él! Cuánto ha vivido en las veinte y cuatro
que precedieron á la capilla! empero; ¿qué
rápida mano hace jirar ahora tan aceleradamen-
te la aguja que jamas retrocede? Hasta el acom-
pasado rumor del péndulo afecta un com-
pás mas breve... El tiempo vuela, y...
pronto... muy pronto el tiempo será una
cosa misma con la eternidad de donde sa-
lió para señalar el límite de sus dias.
«-¿Qué pasos son esos que tan lenta-
mente vienen a despertarme? Es ya la ho-
ra?... me parece que acaba de amanecer!...
Las luces me impiden distinguir el dia...
apagadlas... todavia no... esperad!... ¡Aca-
bo de dormir un sueño tan hermoso!... es-
taba en el campo, á la orilla de un rio
apacible y sereno, como la conciencia del
justo...- Ah! es el sacerdote: entrad, os
esperaba. ¡Cuánta confianza me inspirais!
He dirijido al cielo una mirada timida y
respetuosa, y el cielo no ha quebrado el
rayo de luz que me enviaba; me espera
tambien... Quiero deciros aún un horrible
secreto. Solo Dios, que me vió, le sabia:
vais á saberle tambien; pero vos solo..................
Dos soldados están inmóviles al lado de
una humilde cama, verdadero remedo del
sepulcro que le aguarda; pero los soldados
tienen de mas sus cinco sentidos: no dan
señales de vida: la consigna es lo único
que saben, lo único que oyen; la consigna
es la vida que los anima, el alma que los
vivifica: no la olvidarán. No oyen, pues,
la confesion... y han recobrado su impo-
nente inmovilidad, despues de haber des-
pejado la pieza de algunos curiosos, á quie-
nes el favor ó la audacia franqueara la en-
trada.
Entre ellos se ajitan lentamente algunos
hermanos de la Caridad: institucion bien-
hechora, de oríjen divino como la religion
que la predica, benéfica como el rocío del
cielo para las plantas agostadas por los ri-
gores del estío. Un hermano de la Caridad
no es, en aquellos momentos, el hombre
de la sociedad; no es el funcionario públi-
co; no es el propietario, el labrador, el
artesano.... es el humilde discípulo de Je-
sucristo, el emblema de la mas santa de las
virtudes: no es nada para sí; todo lo es
para el infeliz que sufre. Sus labios solo
se abren para pronunciar palabras de con-
suelo; para derramar un bálsamo saluda-
ble sobre su lacerado corazon; se multipli-
ca para asistirle: en todas partes se le ve.
Misionero de un Dios de justicia, despierta
la compasion de los hombres para escitar
su caridad adormecida: su voz lenta y com-
pasada, el lúgubre tañido de su campanilla de
metal ahuyentan la alegria, acallan la algazara:
la multitud que bulle en las calles, que se
ajita en los mercados, suspende todos sus
movimientos; solo le queda el de la res-
piracion, comprimida tambien por un ins-
tante, y acude presurosa á depositar en la
capacha del evanjelista degollado el fruto
de su sudor, parte del pan de sus hijos,
tal vez el óbolo que representa el precio
de un crímen... El hermano de la Cari-
dad emplea con ellos un lenguaje, solo de
él conocido, solo comprendido por ellos;
los consuela tambien y se aleja envian-
doles de cuando en cuando un saludable con-
sejo en cada uno de sus ecos, un recuerdo
de la muerte en cada una de sus miradas.
Detras de ese grupo, y en el mas apar-
tado rincon se ve un hombre sentado en la
última grada de la escalera, que conduce á
la azotea (1): nadie habia reparado en él;
entró sin ser sentido; deslizóse sin duda co-
mo un mal reprimido sollozo en la gargan-
ta de un moribundo. No habian sonado sus
pisadas, y sin embargo el que en aquel ins-
tante doblaba su corazon ante el tribu-
nal de la penitencia, se habia estremecido,
– así aparecen de repente en la blanquísima
hoja de un libro los ocultos signos, traza-
dos por una mano misteriosa, bajo la no
apercibida influencia de la tinta simpática-;
sus nervios han esperimentado la primera
conmocion eléctrica.... Ese hombre ni ve,
ni mira, ni oye; su pecho no se dilata al
respirar; sus párpados estan inmóviles; sus
pupilas fijas y como inanimadas, á sus pies [margen inferior: (1.) Inútil nos parece advertir que nos hallamos
en la cárcel de Málaga.]
ha depositado un envoltorio, por entre cu-
yos lazos se percibe el color amarillo del
sudario de la infamia; unos delgados, pe-
ro fuertes cordones estan hacinados sobre
sus rodillas.... Todos le miran con espan-
to; y sin embargo, todos se han apresu-
rado para presenciar la ejecucion.
– Bien venido. – Os esperábamos. – Cuán-
to habeis tardado! – Aún no podeis entrar.
– Y luego nos referireis vuestras observacio-
nes, cómo late su pulso, lo que siente, lo
que dice, lo que piensa.......... – Podeis
entrar; ha preguntado por vos. El médico
ha penetrado en aquel lúgubre retrete de
la mansion del infortunio, en donde todos
le conocen. El hombre que sufre todo el
peso de la desgracia, y que ha estrechado
con sus manos, heladas ya, la mano bien-
hechora del ministro del Altísimo, le de
vuelve con respetuosa alegría el saludo con-
solador que acaba de dirijirle.
«- Habreis tenido que esperar!..... He
abreviado mi confesion para veros antes,
para poder deciros como me hallo: he dor-
mido algunas horas, y el sueño me ha trai-
do las imájenes alhagüeñas, que al despe-
dirnos anoche presentasteis á mi alma, can-
sada ya de tanto sufrir, quebrantada por
el dolor. Me habeis hablado de Dios de
una manera nueva para mí. me le habeis
presentado grande, misericordioso....... Por la
primera vez de mi vida he comprendido
lo que se me decia al hablar de Dios; yo
no entendia esas palabras con que se le
habia querido retratar á mi imajinacion;
le encontraba siempre irritado, vengativo,
inaccesible, y me le habeis hecho com-
prender como conviene á mi corazon, co-
mo lo desea mi alma; vuestras palabras, lle-
nas de armonía y de uncion, han penetra-
do mi espíritu; mi espíritu se ha elevado
á Dios, y Dios me ha sido revelado. Ah!
mis primeros pasos en la vida hubieran si-
do enderezados al bien, si entonces os hu-
biera oido como ahora. Sin embargo, cuán-
to bien me habeis hecho! Cuánto os lo
agradezco! Decidme, decidme todavía, vos
que lo sabeis, cómo recibe Dios á un cri-
minal, que le ha conocido demasiado tar-
de; decidme.......“
La entrada del alcaide hiela la palabra
en sus labios, que comenzaba á colorear el
pensamiento que embellecia su ecsistencia;
¡su ecsistencia, que va á perder tan pron-
to! El alcaide viene seguido de un carce-
lero, destinado á aliviar sus miembros de
los ensangrentados hierros que los entume-
cen. Vuelve á dominar en aquel recinto
un sombrío silencio, inesperadamente in-
terrumpido por una voz lúgubre y entre-
cortada, á cuyos acentos ha respondido el
reo débilmente: «os perdono.» En un ins-
tante ha quedado envuelto en el último
presente que la sociedad le envia: la mor-
taja amarilla.
Sus ojos acaban de perder el escaso
brillo, que aún conservaban; empero al
dirijirse á la imájen del Hombre-Dios,
suspendido del lábaro santo, y que pare-
ce decirle: «he aquí como he sufrido yo,»
sus ojos han reflejado un rayo de célica
alegria. Establécese entonces entre Dios y
el hombre una comunicacion tan íntima,
que rechaza todo recuerdo mundano; ya
no hay para él sino Dios; Dios es el án-
cora de salvacion que va á arrojar en el
mar de la otra vida, y en la que cifra
toda su esperanza: entonces acude á su fa-
tigada mente un dulce recuerdo de lo que
deja en el mundo, un recuerdo del hom-
bre que le ha hecho conocer á Dios. Ya
habia dado los primeros pasos para ver el
último sol; vuélvese y le dirije una mi-
rada que no puede traducirse en palabras
de nuestro lenguaje: el médico le ha com-
prendido, y sus ojos le aseguran en sus
creencias, le corroboran sus predicciones,
le afirman, le garantizan su salvacion.
Cuán lentamente camina! En sus ma-
nos, amoratadas por fuertes ligaduras, es-
trecha convulsivamente, y acerca cuanto
puede á su pecho el cristo que le acor-
re, único ser con quien ya le es permi-
tido hablar, y con el cual sostiene un diá-
logo, del que solo se oye la voz de un
interlocutor: las respuestas del Hombre-
Dios las atesora en su alma con la codi-
cia del avaro; de ningun otro mortal pue-
den ser entendidas. El ánjel de las alas
de luz es el encargado de trasmitir á su
oido las inefables palabras que el Verbo
Divino pronuncia en las alturas, y cuyos
ecos solo son reflejados por los mas ocul-
tos repliegues de su corazon.
Ciérranse á sus espaldas con estrepitosa
violencia las puertas de su penúltimo se-
pulcro, del hórrido calabozo, que á su en-
trada miró como un castigo ecsajerado de
su delito. Cien y cien cabezas, apinadas
en una estrecha ventana, le dirijen un adios,
tan silencioso como la muerte misma: son
sus compañeros de infortunio, que se han
privado del pan de un dia para hacerle de-
cir la última misa. Aquellas voces desapaci-
bles, y profundamente alteradas por mil dis-
tintos afectos, entonan con una armonía im-
posible de esplicar la oracion mas grata á la Ma-
dre del Altísimo: es una salve, cuya música, asi
como la letra se deben á otro reo de muer-
te; llena de poesía y de sentimiento, sembra-
da de dulcísimas notas y de pensamientos ar-
moniosos, confunde con su estrepitosa melodía
la voz de un hombre que refiere monótona
y pausadamente una breve historia, salpicada
de sangre: en el corazon del contrito ha cai-
do una gota abrasadora como el plomo der-
retido. Tiembla de mirar al cielo, y dirije sus
ojos á la tierra, en donde tambien ve sangre:
todo esta para él teñido de ese color que ofus-
ca su vista, y que cual denso velo parece so-
breponerse á todos los objetos; - son los re-
flejos del sol en las enrojecidas nubes, que
borran el horizonte: - hasta alli ve sangre;
teme la cólera de Dios; va a dudar y el sa-
cerdote, emblema del espíritu de las creen-
cias relijiosas, del sublime mensajero del Cris-
to, del anjel de su guarda, cuyas alas de ro-
sa quebrara el hombre al cometer su crimen,
y que sin embargo le han dado sombra hasta
alli, alienta su alma, prócsima á sucumbir
bajo el peso de las infernales instigaciones del
ánjel de las tiniemblas, y la entega por fin al
ánjel bueno para no retirarla jamas. El es-
piritu de la verdad ha triunfado, y los ecos
del cántico de salvacion descienden de las
alturas á quebrarse en un mar de cabezas, es-
pontáneamente descubiertas, y en cuyas fren-
tes reflejan los rayos de luz que despide el
penitente arrepentido.
Arrepentido y confiado en las bondades de
Dios, ha doblado sus rodillas ante los pies del
justo, que por última vez refrijera su alma
con palabras de consuelo, alienta su fe vaci-
lante con promesas de eterno reposo, y le
dicta la oracion que simboliza nuestros dog-
mas, cuyas últimas palabras no ha de pronun-
ciar............... – Un sordo y prolongado mur-
mullo se levanta de entre la apiñada multitud,
que se retira á sus hogares, que va á emprender
sus ocupaciones, llevando en su alma la mas pro-
funda conviccion de que el espíritu de Dios
ha recibido en su seno el espíritu del que
apuró hasta las heces el caliz de amargura;
del que ha dejado su vida al lado de la
de su víctima, del reo de muerte.
Málaga: diciembre de 1844.
A. J. Velasco.
EPÍGRAMAS.
¡Válgame Dios lo que sisa
vuestra vara de medir!
dijo á un tendero sutil
un sastre, al salir de misa.
Pero el otro comedido
contestóle, asi pudieras
darme en cambio tus tijeras
por la vara con que mido.
S. Barzo.
Porqué tan solicita anda
Isabela con su amante?
– Porque siendo él comandante,
siempre es ella la que manda.
F. N.
Su cinta ajustó Jacinta,
y sucinta la encontraba;
y al ver que en tan cinta estaba
maldijo tan larga cinta.
Mácsimo Carrillo de A. [margen inferior: imagen] UN ERROR.
Novela orijinal.
(Continuacion.)
– Mi hija, caballero, es toda mi felicidad,
y ella se considera dichosa con ver a su pa-
dre, con cuidarle, con sacrificarse á su des-
velo y atencion: yo daria la mitad de mi vida
por la suya, del mismo modo que ella lo ha-
ria por su padre. No es verdad, Elena mia?
– Podeis dudarlo, papa? contestó ella.
– No, hija mia, no. Pero olvidamos que
este caballero necesita descanso, y lo dife-
rimos, pensando solo en nosotros.
Arturo se retiró á la habitacion que se le
habia dispuesto, y yo lo hice a la mia. En to-
da la noche me fué imposible conciliar el
sueño: la vista de aquel joven me tenia tras-
tornado, y sin embargo cuando procuraba ale-
jar de mi aquella idea para entregarme al
descanso, veia que era en vano; solo pensaba
en él, y conocia que ya sin su vista no podia
ser feliz. Pero, porqué este interés? me pre-
guntaba á mi mismo; ¿le merece por ventura
un enemigo de mi nacion? un oficial fran-
ces, un individuo del ejército invasor? Es-
tas y otras reflecsiones semejantes me ha-
cia; empero todas en valde, pues una fuer-
za invisible y poderosa me impulsaba á amar
á aquel jóven.
A los primeros albores del dia salté del
lecho, y al salir de la habitacion encontré
á mi Elena sentada á la lumbre y pálida cual
la muerte. Qué es esto, hija mia? le dije
con dulzura. Cómo tan temprano levantada?
Estás mala acaso?
– No, señor, papa; estoy buena y con-
tenta.
Y sin embargo noté que habia llorado;
el amortiguado carmin de sus mejillas y lo
opaco de sus ojos me revelaban que por la
primera vez de su vida mi hija no me de-
cia la verdad. Procuré, pues, averiguar la
causa de su afliccion, y al efecto le diriji al-
gunas preguntas, haciendo recaer la conver-
sacion sobre distintos objetos; mas nada pue-
de descubrir. No obstante, al nombrar ca-
sualmente á nuestro huésped noté que se in-
mutaba; y aunque al punto trató de reponer-
se, su ajitacion la habia vendido, y la escu-
driñadora mirada del padre habia ya descu-
bierto su secreto; mas haciaseme duro creer
que aquel corazon, acostumbrado solo al
amor , hubiese ya conocido otro senti-
miento, sinó mas dulce, por lo menos mas in-
tenso. Resolví desde luego ponerme en ob-
servacion, y á este intento me retiré á mi
cuarto: a poco ví salir del suyo al oficial, y
entre él y mi hija oi que se entablaba la si-
guiente conversacion:
– Buenos dias, señorita.
– Felices, señor oficial. Habeis descansado?
– En toda la noche logré dormir, pues me
han asaltado tantos y tan continuos pensamien-
tos, que la aurora me ha sorprendido aún
despierto.... He pasado bastante mala noche.
– Tal vez habra sido la causa la dureza de
la cama que se os ha dispuesto, y si así es,
os ruego disimuleis una falta, que segura-
mente no es hija de nuestro poco deseo de
complaceros.
– Os equivocais, señorita; jamas pisé aloja-
miento alguno donde me hallase tan bien como
en el presente, y puedo aseguraros que desde
que perdi á mi madre, no he disfrutado aten-
ciones tan cumplidas como las que se me han
prodigado en esta casa: nunca las olvidaré, y
enternamente estaré reconocido á la paternal
acojida que aqui he encontrado, acojida que
se ha grabado en mi alma con caracteres in-
delebles; pero en medio de tantas satisfaccio-
nes no sé qué ha podido privarme del des-
canso.
– Quizá el cansancio del viaje.... algun re-
cuerdo.....
Al decir esto el rostro de mi hi-
ja se cubrió de cadavérica palidez, y parecia
que temblaba por la respuesta que iba á oir.
– Recuerdo yo?... Efectivamente, señorita:
un recuerdo me atormenta, el de mi madre.
Vos no teneis madre? es verdad?.... De ese
modo sabreis lo que es estar privado de sus
caricias; pero al menos vos teneis un padre,
un padre virtuoso, que os adora como su úni-
ca felicidad, y á quien correspondeis con igual
afecto; mas yo!.... yo, que soy solo en el
mundo! que no tengo familia! si algun recuerdo
me ocupa, es de horfandad, de desconsuelo,
no de dicha!
– Tan desgraciado sois, caballero? No te-
neis amigos?
– Oh! sí, soy muy desgraciado!... Y sin
embargo, desde que ocupo esta casa, conoz-
co que todo mi ser se ha cambiado: no ha-
ce aún veinte y cuatro horas que pisé sus um-
brales, y ya me parece que entreveo una vis-
lumbre de felicidad. Decis que si tengo ami-
gos? Ayer no los tenia; mas hoy..... Vos mis-
ma podeis responder, Elena.
– Entonces nada debe inquietaros. Verdad
es que la falta de una madre, añadió mi hi-
ja con un profundo suspiro, es una pérdida
irreparable; pero, ¿por ventura no teneis en
el mundo indemnizaciones de este pesar?
Sois jóven, y ya en una carrera brillante y
honorífica os hallais elevado á un grado, á que
muchos con mas servicios han aspirado en
vano.
- ¿Y qué me importa ese grado y esa po-
sicion, cuando mi corazon, huérfano como mi
nombre, no tiene un objeto á quien dirijir-
se; cuando al concluir de darse una accion,
en que tal vez la vida se ha visto en in-
minente riesgo, todos se apresuran á poner
á los pies del objeto que adoran las hazañas
que ejecutaran, con la esperanza de reco-
jer despues loores de aquellos labios amados?
El desgraciado Arturo cuenta en la soledad
sus hazañas, y mueren tan pronto como han
nacido, pues nadie las vivifica, nadie les da
vida, á nadie son gratas. ¿Os parece, pues,
Elena, que es envidiable mi situacion?
– Ciertamente que no.... Con todo, no puedo
creer que un jóven como vos no tenga un ob-
jeto querido, un objeto predilecto del cora-
zon. En Francia, por ejemplo....
– Podeis creerme, Elena; jamas he cono-
cido ningun sentimiento de felicidad, y os lo
repito, solo se me ha hecho apreciable la vi-
da en el momento en que tuve la dicha
de sentar el pie en el suelo de vuestra casa;
de conocer á vuestro padre, y sobre todo á
vos, hermosa Elena.
– Caballero, decis verdad?
– Elena, no lo conoceis en mi lenguaje?
Pero no; no teneis motivo para ello: niña
todavía, flor naciente, mecida solo por la halaga-
dora brisa de la mañana, no habeis esperi-
mentado aún el influjo de las encontradas
pasiones, que á todos nos dominan en este
mundo, en este mundo mentira, en este
mundo oropel y ficcion, donde rara vez pro-
nuncia la boca lo que el corazon siente; don-
de aquel que mas deferencia nos dispensa, es
del que mas debemos guardarnos: por con-
siguiente, no sabeis aún hacer distincion en-
tre el lenguaje de la verdad y el de la hi-
pocresia.
- ¿Tantos desengaños habeis sufrido en
el corto periodo de vuestra vida?
– Los bastantes á ponerme en el caso de
juzgar de las cosas, no por las apariencias,
sinó por lo que ellas son en sí. Pero no es-
traño que os admire mi lenguaje, Elena: si
os dignaseis sondear el fondo de mi corazon;
si fuese tan feliz que llegase un tiempo en
que pudieseis ser partícipe de sus sentimien-
tos, convendriais entonces conmigo en todo
cuanto os he dicho, haciendo de este modo
la felicidad de mi vida.
(Concluirá en el número inmediato.)
A.....
En el babel mundano confundido,
de tempestad en tempestad corriendo
de un escollo á otro escollo, sumerjido
sin rumbo y sin timon.
Cual frájil leño, solo, abandonado
á merced de las olas erizadas
del espumoso mar, desesperado
vivió mi corazon.
Corria en pos de fútiles delicias,
falaces é inconstantes cuanto hermosas,
siempre iluso anhelando las caricias
gozar de una mujer;
Mas no de una mujer de las que el mundo
designa en jeneral con este nombre,
sinó aquella que Dios señaló al hombre
para su dicha hacer.
Pero ¡ay! que en vez de hallarla en mi porfia
dócil, sencilla, pura y candorosa,
como se la forjó mi fantasía
delirante de amor,
Solo hallé en todas ellas, engañosas
el aromado ambiente, que difunde
en frondoso jardin caliz de rosas
con perfumado olor.
Y deslumbrando con el brillo hermoso
del color y fragancia de sus hojas,
ocultan con sijilo cauteloso
mil espinas y mil.
Pues todas ellas son ficcion, engaño,
perfidia, hipocresía y sutileza;
hasta que con el tiempo el desengaño
las descubre por fin.
Mas que dije? todas no;
todas no, que por fin una
me deparó la fortuna
tal cual la buscaba yo;
Tal cual la forjó mi mente,
fantástica é ilusoria:
mujer que es mi bien, mi gloria,
mi felicidad viviente.
Esta eres tú, vida mia,
tú, por quien solo en el mundo
arrostro el penar profundo
que todos mis pasos guia;
Tú, que la felicidad
me has hecho advertir del hombre;
tú, mujer, solo en el nombre,
y un anjel en realidad.
C. Serrano.
MODAS DE PARIS.
PARA SEÑORA.
Bastante interesantes son
las noticias que nos dan
los últimos periódicos,
llegados de Paris respec-
to a varias particularida-
des, que el buen gusto de
la elegancia francesa ha
introducido en sus me-
jores adornos. Hablan
en primer lugar del ter-
ciopelo que dominan al presente; y aseguran
que marchará este invierno á la cabeza de
los mas elegantes jéneros: apenas hay traje
ó sobrepuesto en que no se use; en todo
se emplea. Osténtase graciosamente en los
redingots de mañana, los cuales llevan sus
mangas ceñidas y el cuerpo subido hasta la
garganta, abotonado. Vese con majestad en
los trajes de visita, cuyas mangas, en opo-
sicion con los anteriores, son holgadas, y
su cuerpo adornado con graciosas solapas.
Tampoco es menos usual en los vestidos de
sociedad, con los cuales las hermosas pari-
sienses pueden lucir descuidadamente sus blan-
cas espaldas, pues asi se lo permite la cir-
cunstancia de ser escotados, y para mayor
lucimiento de sus torneadas formas son los
cuerpos lisos con caprichosas berthas de en-
caje. Tambien se usan los cuerpos á la grie-
ga adornados de greman. En las pellizas, en
fin, en las manteletas, en los chales, en to-
do se puede admirar el terciopelo, que bien
puede considerarse hoy dia el rey de la moda.
Tambien ocupan un lugar preferente para
la sociedad los trajes túnicas en aplicacion,
de Inglaterra ó Bruselas, con visos blancos,
adornando con caprichosas guirnaldas de cin-
tas ó flores la falda larga del vestido y la vuel-
ta de la túnica, la cual debe estar abierta
en disposicion que pueda verse perfectamen-
te todo el fondo de la falda, en cuyo cen-
tro ondea un adorno parecido á la guirnal-
da que dejamos esplicada.
La túnica, ese rasgo de lujo oriental por
su carácter, del cual se sirven con tanto
acierto las elegantes francesas; y los trajes
de organdie adornados con galones de pla-
ta ó de oro, interpuestos entre otros de se-
das de distintos colores, tienen un carac-
ter particular de coqueteria asiatica que
fuera desacertado rehusar en nuestros salo-
nes europeos.
El chal largo y negro, que con propie-
dad puede llamarse el chal clásico, se ha-
lla en armoniosa alternativa con los demas
variados y caprichosos colores; de manera
que en esta parte interesante del vestido pue-
den muy bien satisfacerse las mas delica-
das ecsijencias.
Tambien los pañuelos de la mano han
dado que hacer á la elegancia de nuestro
reino vecino, tanto por sus bordados á pun-
to de arma, como por sus encajes y precio-
sos entredoses. Usanse por la mañana de ba-
tistas con pequeños dobladillos hechos á vai-
nica: para visita se llevan con entredoses
intercalados en el bordado, y forman en sus
correspondientes esquinas grandes ramos, en
los cuales se distinguen elegantes cifras. En
vano procurariamos dar una escasa idea de
los que se usan para sociedad, y solo nos
concretarémos á decir que ellos son, digá-
molos asi, el conjunto de la perfeccion, pues
nunca capricho alguno de la moda ha ad-
quirido por su orijinalidad tanto mérito y
aceptacion. RAMILLETE.
Concierto vocal é instrumental, dado en
la noche del 11 del corriente en el sa-
lon del Liceo por las señoras Villó y Chi-
meno y el señor Palancar. Con gusto vimos
reproducir en esta noche la esactitud, firmeza y pre-
cision con que fueron ejecutadas las piezas de que
se compuso dicho concierto, y que ya habiamos te-
nido la satisfaccion de escuchar con admiracion en
las representaciones dadas en el teatro, esceptuan-
do las dos que ejecutó en el violin el señor Palan-
car con una afinacion y facilidad estraordinarias, á pe-
sar de las muchas dificultades de que están sembra-
das. El escaso público correspondió á sus esfuerzos
manifestándole su aprobacion con repetidos aplausos,
y haciéndole salir al escenario despues de concluida
la fantasia con variaciones de la jota aragonesa, com-
posicion é instrumentacion suya, muy bien combina-
da por cierto.
Sensible nos fué á la verdad el observar la escasa
concurrencia, pues apenas llegarian á 200 personas
las presentes: el liceo, en su mayoria, desconoce sin
duda que su institucion es, ademas de contribuir á la
difusion del saber, dispensar proteccion á los artistas
de una manera tan delicada como la de asistir á las
funciones que se ejecutan en su recinto: doloroso nos
seria vernos obligados á reproducir tan acerba indi-
cacion.
Nos escriben de Alicante el 2 del actual:
La compañia lirica continua sus representaciones.
En el Marino Falicro estuvo bastante feliz; pero
en la Lucrecia satisfizo muy poco. En cambio ha gus-
tado mucho el Barbero de Sevilla. La Matilde Vi-
lló desempeñó la parte de la Rosina cantando con
maestria, y una entonacion sumamente agradable.
Dificilmente se puede mejorar: hubiéramos deseado,
sin embargo, mas desenvoltura, pues si bien es cier-
to que interesa la candidez y la modestia que pre-
senta, se echa de menos aquella soltura que sin de-
jar de ser honesta, de realce y caracteriza algunos
pasos españoles. El señor Lej gustó haciendo de Fi-
garo, aunque ya se le resisten ciertos papeles. El se-
ñor Sentiel estuvo mucho mas acertado que en la
Lucrecia, y los coros hicieron olvidar algun tanto el
enojo que produjeron en la anterior representacion.
El gobierno austriaco ha tomado la importante
determinacion de que la esposicion de industria, que
debe verificarse en Viena en junio prócsimo, no
comprenda esclusivamente los productos de los Es-
tados austriacos, propiamente dichos, sino que se ad-
mitan tambien los de los demas de la Confederacion
jermánica. El ministro de negocios estranjeros ha co-
municado ya esta resolucion á todos los represen-
tantes de los gobiernos alemanes en Viena.
Parece que está formada la compañia dramática
del teatro del Principe de Madrid para el prócsimo
año cómico. Se han escriturado ya las señoras Diez,
Lamadrid (doña Teodora), Chafino y Llorente, y los
señores Romeas, Guzmanes, Sobrado y Fernandez
(don Mariano).
El viérnes dió principio en el Ateneo de Madrid
el curso del señor Alcalá Galiano sobre la historia
de la literatura en España, Francia, Italia é Ingla-
terra. Inútil es decir que el orador estuvo tan bri-
llante y elocuente como siempre. [margen inferior: TEATRO.
Funciones para hoy domingo.
A las tres y media de la tarde se ejecutará el drama en cinco actos, de
Don Antonio Garcia Gutierrez, titulado: El trovador. A continuacion se
bailarán boleras por la primera pareja y se dará fin con el sainete denominado:
Alcalde tonto discreto.
A las siete de la noche abrirá la escena la sinfonía de la Fausta. Segui-
rá la comedia nueva, en cinco actos, cuyo título es: La corona de
laurel ó la fuerza de las leyes. Concluida esta, se ejecutará un
baile nacional, y terminará con el sainete nominado: El triunfo de
las mujeres.
MALAGA: 1844.=Imprenta de los Señores Cabrera y Laffore, editores.]
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