CODEMA19-LACAR-186162-9
CODEMA19-LACAR-186162-9
Resumen | Número 26 de "La Caridad. Semanario de ciencias, literatura, teatros, costumbres y modas" |
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Archivo | Hemeroteca Municipal de Madrid |
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Typology | Otros |
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Fecha | 29/06/1862 |
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Lugar | Málaga |
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Provincia | Málaga |
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País | España |
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[margen superior: NUMERO 26. DOMINGO 29 DE JUNIO. - 1862. AÑO II.] LA CARIDAD.
SEMANARIO DE CIENCIAS, LITERATURA, TEATROS, COSTUMBRES Y MODAS.
Los productos líquidos de este Semanario se entregarán al Excelentísimo é Ilustrísimo Señor Obispo de la Diócesis
para su distribucion entre los Establecimientos de Beneficencia de esta capital.
SUMARIO.
A nuestros suscritores y al público. – La flor sin nombre, poesia por F. H. de M. – Nobre rasgo de Beneficen-
cia. – Las funciones pasadas por Pepe, - Variedades. – Soluciones á las charadas en nuestro número
anterior.
Á NUESTROS SUSCRITORES Y AL PÚBLICO.
Llega una época en que por mucha que
sea la voluntad del individuo, su buen de-
seo y aspiracion, si no logra el fin que se
propone abandona su tarea y se muestra
rendido.
Desde hoy cesa nuestra publicacion.
No hay de que admirarse; nosotros he-
mos arrostrado cuantos obstáculos, (que
no han sido pocos) han venido á estorbar-
nos en nuestro camino; hemos superado
inconvenientes, vencido dificultades y hemos
logrado poner en marcha un periódico litera-
rio de que Málaga carecia, siendo una ca-
pital de primer órden.
No es la falta de materiales ni de volun-
tad la que nos impide seguir; voluntad nos
sobra y materiales no nos faltan, como con-
sta á muchos apreciables colaboradores, los
que pueden enviar por sus escritos cuando
y del modo que gusten.
Pero.... ¿de qué sirve la planta que no dá
fruto? Nuestro primordial objeto ha sido
no figurar como periodistas sino contribuir,
como particulares, con nuestro trabajo al so-
corro de los necesitados.
Al primer trimestre que contaba de exis-
tencia nuestro periódico abonó el Director
del Semanario á la administracion del mis-
mo, la cantidad de reales vellón 1,377 12 por
déficit, segun consta de la liquidacion que
obra en nuestro poder, competentemente
autorizada con todos sus respectivos compro-
bantes.
Conocemos personas de posicion que pro-
poniéndose especular con un periódico han
decaido de su propósito ante un resultado
semejante, viendo que su trabajo era oneroso;
pero nosotros, jóvenes todos, sin edad para
manejar dinero y sin esperanza ni preten-
sión de ganar nada, ni aun de resarcirnos en
el caso de que al siguiente trimestre hu-
biese algun líquido, arrostramos por todo,
callamos el resultado y seguimos.
El nuevo déficit abonado al terminar el
segundo trimestre era de Reales 111.1.
Callamos entonces este nuevo resultado y
seguimos la publicacion.
Hoy termina el tercer trimestre y re-
sulta un nuevo déficit en contra de nuestro
Semanario, cuyo déficit escede en mucho al
anterior. Y como no vemos probabilidades,
apesar de cuantos esfuerzos son imagina-
bles, de aumentar el número de los suscritores
que además de recibir un periódico en cam-
bio de su cuota proporcionarian un socorro
á los pobres, desistimos de seguir sacrifi-
cando, nuestro tiempo, nuestros quehaceres
y nuestros intereses á un fin que nunca lle-
gamos, parecido á esas esperanzas que van
siempre ante el individuo y jamás se alcan-
zan.
Nada hay mas triste para el labrador que
sembrar y no recoger; nada mas triste pa-
ra nosotros que trabajar incesantemente y
no obtener el fin que nos habiamos propues-
to, á pesar de emplear en todo, sin caer en
el ridículo, las mayores economias.
Entre los suscritores al Semanario hay al-
gunos que lo son por mas tiempo de lo que
ha durado la vida de este, abonando antici-
padamente su cuota; la Administracion que-
da autorizada para devolver desde luego á
estos señores la diferencia que resulte y no-
sotros les tributamos á la vez nuestro mas
profundo agradecimiento por su confianza.
Sentimos, al mismo tiempo, haya habido
algunos que faltando al deber de toda perso-
na que se estima en algo, se negasen al
pago de lo que deben. En cuanto á los seño-
res suscritores cuyos cobros estan aun pen-
dientes, no dudamos se apresuren á satisfa-
cerlos como corresponde.
LA CARIDAD, pues, cesa de publicarse,
pero no muere enferma sino llena de vida;
sus redactores no han decaido un momento
del entusiasmo con que emprendieron su pu-
blicacion y solo sienten que en Málaga no
haya tenido todo el eco que hubiera sido de
desear una publicacion literaria de que la
poblacion carecia, á cuyo frente figuraban
cuarenta y seis distinguidos colaboradores
de España y un apoyo mas para los necesi-
tados á cuya cabeza se ostentaban los nom-
bres de muy respetables señoras y elegantes
y amables señoritas. Gracias á esta Comi-
sion por cuanto ha hecho y por lo galante
que se ha mostrado siempre, gracias á los
colaboradores que han contribuido y los que
ahora empezaban á contribuir con sus escri-
tos, y gracias á todos los que directa ó in-
directamente han coadyuvado á nuestro pro-
pósito.
Por lo demás, la muerte de un perió-
dico no afecta mucho á la generalidad; el
dia que nace: un periódico mas en la esfera
literaria; el dia que muere: un periódico me-
nos en la esfera de la literatura. Esto es, la
diferencia no está más que en las palabras
nacer y morir. Pocas personas se alegran de
lo primero y tal vez menos se entristecen
por lo segundo. La vida humana y la lite-
raria tienen entre sí mucha analogía; en
aquella son los hombres los que tienen que
pasar por la ley universal de nacer, cre-
cer y morir, en esta son los periódicos.
En aquella siente la muerte del bueno, la
familia, los amigos y la generalidad; pe-
ro la generalidad le olvida al cabo, los ami-
gos van cada dia acordándose menos de él y
la familia acaba por ser la única que con-
serva constantemente su recuerdo.
En esta, (la vida literaria) muere un pe-
riódico; al principio lo siente el público, y
lo siente por que le distraia con sus cuen-
tos, le enseñaba con sus artículos, le hacia
amar la virtud y maldecir al vicio; luego
lo sienten los amigos, los amigos son los
suscritores, pero los suscritores se van acor-
dando cada dia menos de él y la redaccion
acaba por ser la única que jamás le ol-
vida.
Pero, lo repetimos, poco afecta la desa-
parición de un periódico literario en una
época donde se reproducen con tanta faci-
lidad; en Málaga, sin embargo, no existe
muy marcadamente este espíritu de repro-
duccion. Pero si alguna otra persona se
arriesgase á emprender una publicacion
con igual fin benéfico que la presente, po-
dria contar con nuestra humilde colabora-
cion, si lo creyese conveniente, y nosotros
seriamos con tanto gusto y entusiasmo co-
laboradores de ella, como fundadores y di-
rectores lo hemos sido de la que emprendi-
mos, porque jamás ha entrado en nuestra idea
el placer de fundar ni el orgullo de di-
rijir; pequeña seria nuestra ambicion si se
circunscribiera á tan poco; nosotros aspirá-
bamos, y aspiramos siempre á esa satisfaccion
del alma, á ese orgullo del corazon que
no se logra sino practicando el bien y obran-
do con desinterés.
Vamos pues á terminar nuestro último
artículo y nuestras tareas periodísticas repi-
tiendo lo dicho en nuestro primer escrito:
«nuestro pensamiento podrá llegar ó nó á
realizarse; si no llega habremos tenido el
placer de intentarlo, si llega la satisfaccion
de haberlo conseguido.» No hemos tenido
la satisfaccion de conseguirlo, pero si el pla-
cer de intentarlo.
Jose C. Bruna.
LA FLOR SIN NOMBRE.
Conozco una flor morada
humilde, triste, olvidada
que hasta de nombre carece,
y es raro cuando aparece
con otras flores ligada.
Pasa su viudez gimiendo
lejos de las otras flores;
la vá el dolor consumiendo
y el vivir entre dolores
se llama vivir muriendo.
Sin tu amor niña adorada
mi existencia se parece
á la de esa flor morada,
flor que de nombre carece
por vivir siempre olvidada.
F. H. de M.
Málaga.
Noble rasgo de Beneficencia.
Estando en la ribera de Marsella un mozo llama-
do Roberto, esperando que alguno ocupase su bar-
ca, entró en ella un incógnito de aspecto bello y
venerable, y no creyendo que Roberto fuese su pa-
tron le dijo:
- Supuesto que el conductor no parece, me voy
á pasar á otra barca.
- Señor, dijo el mozo, - esta es mia, quiere Vsted
salir del Puerto?
- No, pues solo queda una hora de dia, y yo
deseaba tan solo dar algunas vueltas para aprove-
char la frescura de la tarde que está muy tran-
quila; pero tú no tienes trazas de marinero, ni tu
tono es de hombre de esta clase.
- No lo soy, en efecto, - replicó el mozo -y so-
lo ejerzo este oficio los domingos y fiestas para ga-
nar algun dinero.
- ¡Cómo! avaro á tu edad? - dijo el incógni-
to - Eso desdice de tus pocos años y disminuye el
atractivo de tu fisonomia interesante.
Ah, señor - añadió el joven - si supiera Vsted por-
que deseo tanto ganar dinero, no añadiria á mi
pena la de creerme de un carácter y modo de pen-
sar tan bajo.
- Acaso te habré hecho una injuria? ¿Por qué
no te has esplicado mas claro? Demos una vuelta,
pues, y me contarás, interin, tu historia. El in-
cógnito se sienta y prosigue:
- Ahora, bien, dime, ¿cuales son tus trabajos?
que me he inclinado á tomar parte en ellos.
- Solo tengo uno - dijo el mozo, que es el ver á
mi padre metido entre cadenas, sin poderlo sacar
de ellas. - Era corredor en esta ciudad y con su
trabajo y ahorros hizo una pacotilla y se embarcó
en un navío que iba á Smirna: El barco fué apre-
sado por un corsario y conducido á Tetuan, () en
donde mi desgraciado padre se halla esclavo con el
resto de la tripulacion; para su rescate se necesitan
seis mil escudos, pero estamos muy distantes de
tener tanta cantidad: sin embargo, ponemos de
nuestra parte trabajando, mi Madre, mis hermanas
y yo, dia y noche. Los dias de trabajo voy á ca-
sa de mi maestro donde aprendo el oficio de jo-
yista, que he abrazado, y procuro aprovechar los
domingos y fiestas, como Vsted vé: Nos hemos ceñido
hasta en las cosas de primera necesidad; un pe-
queño aposento forma toda nuestra habitacion. Yo
quise desde luego ir á rescatar á mi padre y liber-
tarle quedándome en su lugar: estaba dispuesto á
ejecutar este proyecto cuando mi madre, que no
sé como lo supo, me aseguró que era impráctica-
ble y quimérico, y expuesta ella á quedarse sin
marido y sin hijo.
- Recibes algunas noticias de tu Padre? ¿Sabes
como se llama su amo en Tetuan y que trato le
dan?
- Su dueño es Intendente de los jardines del
Rey; le tratan con bastante humanidad, y los tra-
bajos en que se ocupa estan proporcionados á sus
fuerzas; pero no estamos nosotros con él para con-
solarle y aliviarle. Está distante de nosotros, de
una esposa querida y de tres hijos que siempre amó
con la mayor ternura.
- ¿Qué nombre tiene en Tetuan?
- No le han mudado el nombre; se llama Ro-
berto como en Marsella.
- Roberto en casa del Intendente de los jardi-
nes del Rey?
- Si señor.
- Tu desgracia me ha compadecido; pero en vis-
ta de tu modo de pensar, te pronostico que la for-
tuna te ha de ayudar, y yo te la deseo muy bue-
na con la mayor sinceridad. [margen inferior: () Es de advertir que este hecho tuvo lugar hay mas de 70 años.]
El incógnito calló, como si quisiese entregarse
al descanso gozando del fresco, y dijo á Roberto
no tuviese á mal que se entregase un rato al des-
canso.
Luego que anocheció dió á Roberto órden de ar-
ribar; y saliendo el incógnito de la barca, le puso
un bolsillo en las manos y sin dejarle tiempo pa-
ra darle gracias, se alejó con precipitacion.
Habia en este bolsillo como unos ochocientos rea-
les en oro y plata: semejante generosidad dio al
joven la mas alta opinion del que la habia usado;
pero todas las diligencias que hizo para hallarle y
darle pruebas de su agradecimiento fueron en vano.
Esta honrada familia (que continuaba trabajando
incesantemente para completar la suma que era
menester) estaba, seis semanas despues de este su-
ceso tomando una comida frugal reducida á un po-
co de pan y algunas almendras, cuando ve entrar á
Roberto el padre, muy aseadamente vestido y que
los sorprende en su dolor y miserias.
Júzguese de la admiracion de su muger y sus hi-
jos, juzguese de los transportes de su gozo que so-
lo son para sentidos. El buen Roberto se arroja á
los brazos de todos y se deshace en espresiones de
gratitud por haber conseguido no solo su rescate si-
no por el dinero que le habian dado al embarcarse
y por haber satisfecho anticipadamente su pasage
y manutencion, por los vestidos de que le prove-
yeron y por todo ello junto. No sabia como recono-
cer tanto celo pero aun era otra nueva sorpresa pa-
ra esta familia el ver que le daban gracias de cosas
que no solo no habian hecho sino que le eran abso-
lutamente desconocidas, y se miraban unos á otros
con sorpresa hasta que la madre rompió el silen-
cio.
Imagina que todo es obra de su hijo: refiere á
su marido que este quiso desde el principio de su
esclavitud irlo á rescatar, quedándose en su lugar
y que ella lo habia estorbado. Que necesitándose
para el rescate seis mil escudos habian procurado
irlos juntando de los que ya tenian la mitad, cuya
mayor parte eran fruto del trabajo de su hijo y que
este habria hallado amigos que le habrian ayuda-
do. El Padre pensativo y taciturno se dirigió á su
hijo y le habló así:
- ¡Hijo, que has hecho! ¡Cuánto no habrás te-
nido que sufrir para lograr mi libertad á costa de
tu honor! ¿Cómo puedo deberte mi libertad sin
sentirla? ¿Cómo la podria haber ocultado á tu ma-
dre á no ser comprada á precio de la virtud? En
tu edad, hijo desventurado de un esclavo. ¿Cómo
habrás podido adquirir naturalmente estos recur-
sos? Me estremezco al imaginar que el amor de hi-
jo te haya podido hacer culpable. Confiesalo, dime
la verdad y moriremos juntos si has faltado al honor
ó á la virtud.
- Sosiéguese Vsted padre mio - respondió el hijo
abrazándole - no soy acreedor á ese título, ni tan
infeliz que haya podido descaecer de aquellos pen-
samientos que me habeis impreso en el alma y
que me han sido siempre muy gratos. No es á mi
á quien debe Vsted la libertad. Yo conozco á nues-
tro bienhechor; Se acuerda Vsted madre mia de
aquel incógnito que me dió el bolsillo? Pues des-
de luego no es otro á quien debemos la dicha de
ver entre nosotros á nuestro padre. Él me hizo
mil preguntas... él me pronosticó y cierto es-
toy de que es él. Yo pasaré mi vida buscándole,
le hallaré y vendrá á gozar del mas tierno espec-
táculo que han producido sus beneficios.
Despues de esto refirió detalladamente á su pa-
dre el anécdota del incógnito con que calmó los
temores de la familia.
Restituido Roberto á su casa halló amigos y re-
cursos.
Los sucesos favorables escedieron á sus esperan-
zas y al cabo de dos años logró estar bien.
- Sus hijos ya establecidos participaban de su
felicidad y de la de su madre y hubieran vivido
sin mezcla de inquietudes si las diligencias conti-
nuas del hijo le hubieran podido descubrir á su
bien hechor que se ocultaba con tanto cuidado del
reconocimiento que debia esperar de esta familia
agradecida. Finalmente, un Domingo por la ma-
ñana paseándose el jóven Roberto por el puerto
encontró al que deseaba.
- ¡Ah, mi angel tutelar!...
Eso es lo único que pudo pronunciar arrojándose
al mismo tiempo á sus pies donde cayó sin sentidos.
El incógnito se apresuró á socorrerle y como si
lo ignorara todo le preguntó:
- ¿Qué quiere Vsted decir?
- ¿Lo ignora Vsted? - Respondió el jóven vuelto
en si - ¿Ha olvidado Vsted á Roberto y á su desgra-
ciada y reconocida familia á quien restituisteis
la vida y la alegria volviéndole á su padre?
- Vsted se equivoca, amigo, yo no conozco á Vsted
ni Vsted puede conocerme á mi. Yo soy un estrangero
que acaba de llegar á Marsella, no conozco á
nadie.
- Todo puede ser, pero veinte y seis meses ha
estabais tambien aquí; acuérdese de aquel paseo
en el puerto; del interés que se tomó en mi in-
fortunio, de las preguntas que me hizo sobre lo
que podia darle luces para poder ser nuestro bien-
hechor. Libertador de mi padre, ¿podrá Vsted olvi-
dar de que ha sido el salvador de una familia en-
tera que solo le falta gozar de su presencia para
acabarla de hacer feliz? No se resista Vsted á sus
deseos y venga conmigo á recibir la recompensa de
un corazon generoso, que es hacer á los otros fe-
lices.
- Ya he dicho, amigo, que Vsted se equivoca.
- No señor, yo no puedo engañarme, jamás se
ha borrado de mi memoria la imágen de mi bien
hechor:
- Os suplico me hagais el favor de contemplar
vuestra obra viniendo conmigo.
A estas palabras le cogia por el brazo para lle-
várselo.
La multitud les habia hecho rueda.
Pero el incógnito con tono sério y resuelto le
repite.
- Buen hombre, esta escena empieza á mortificar-
me: alguna semejanza que debe haber entre esa
persona que decis y la mia os ocasiona este error,
recobre Vsted su razon, váyase á su casa y tranqui-
lice su ánimo, que parece le hace falta.
Y escurriéndose al mismo tiempo con mucha ve-
locidad por entre el concurso, desapareció.
Ya veo que se desearia saber quien era este es-
píritu fuerte que no queria le agradecieran sus
beneficios; pues se sabe que este incognito era
Míster de Secondat de Montesquieu que por mas que
quiso tener oculta esta accion digna de mayor
elogio, y de verse repetida por los hombres pu-
dientes; fue descubierta por Míster Main, banquero
en Cadiz, encargado de librar el dinero para el
rescate de Roberto y este hecho se insertó en la
Gaceta de Florencia de 18 de Junio de 1786.
LAS FUNCIONES PASADAS.
Funciones dicen que han sido las que han pasa-
do, pero á fé mia que para este pobre no han si-
do mas que pesares y disgustos, aunque disgustos
y pesares sean al parecer una misma cosa. Y ¿quién
le parece á Vsted que me ha dado que hacer; la novia?
Esa edad feliz cuya simiente es la ilusion y cuyo
fruto es el desengaño, pasó ya para mí. ¿Será, tal
vez el sastre, el sombrerero ú otras de las personas
que siempre prometen pero que no siempre cum-
plen? Nada de eso; ni el sombrerero porque mi som-
brero es de ahora cuatro años, ni el sastre porque
mi ropa no ha necesitado renovacion, ni la novia
porque carezco de ella, han perturbado en estos dias
mi octaviana paz y mi apetecida tranquilidad.
Toda la causa de mis pesares ha sido Don Eme-
terio. Ese hombre que en mal hora dejó la vida
campestre por la bulliciosa capital, es mi sombra;
sombra mas terrible aun que la de Nino, mas doloro-
sa que la de la felicidad cuando se evapora.
Pero no quiero hacer rellecsiones filosóficas por-
que ni el caso lo requiere ni el Director de LA
CARIDAD me lo permite habiéndome limitado el
número de cuartillas que debo ocupar en mi es-
posicion.
La palabra esposicion me trae á la memoria dos
esposiciones. Una que es la de reñir con mi amigo
si lee estos renglones, otra la magnífica esposicion
de Londres que ya veré pintada como por desgra-
cia veo á muchas mugeres que desearia ver en rea-
lidad.
Sin embargo, no es natural que yo me pase de
cuestion en cuestion porque pudiera entrar en la de
Italia, en la de Méjico ó en otras muchas cuestio-
nes de esta misma ciudad, que ni vendrian al caso
ni servirian para llenar el fin que me he propuesto
cual es el de referir los festejos del Corpus con el
auxilio de mi amigo Don Emeterio.
Segun nos anunciaba el programa, empezaron el
miércoles á las doce del dia; mas para nosotros em-
pezaron el mártes á las once y media de la noche,
pues Don Emeterio, que como ya he dicho gusta de
toros, quiso ver el encierro y, lo que es mas, que
yo lo viera. Dejando, pues, la cama con harto pe-
sar aunque sin peso (pues yo no dormia en ella)
nos salimos por esas calles de Dios que mas pare-
cian calles del diablo.
Llegado que hubimos al sitio designado, busca-
mos el que ofrecia menos esposicion y aguardamos
el sorprendente espectáculo, no del BARCO sino
de los toros; porque habeis de saber que hay mu-
chos espectáculos sorprendentes.
Aquello era un hormiguero de personas, una
confusion de hombres y mugeres, de palabras y
de hechos; sin embargo no presenciamos riña nin-
guna y, allá, despues de media noche, llegaron las
victimas del dia siguiente; pasaron como rehiletes,
mi amigo dijo que lo habia visto todo, yo confieso
que no vi nada y una hora despues ibamos por
la plaza de la Constitucion para constituirnos en el
hogar doméstico sirviéndonos de doméstico mútua-
mente.
El siguiente dia á las doce ya estábamos en la
plaza de los festejos. Un repique de campanas vino
á herir nuestros oidos, luego multitud de petardos
estallaron por el aire, tocó la banda municipal y
empezó el sorteo de los doscientos premios de á
veinte reales.
- ¿Qué le parece á Vsted este adorno? – pregun-
té á Don Emeterio.
- No me parece mal, Don Pepe - me respondió -
sin embargo los filetes azules de los jarrones blan-
cos y las rajas de las columnas me disgustan bas-
tante.
Primera vez que mi amigo y yo estábamos de
perfecto acuerdo; son dos faltas que me parece se
deben corregir para el año próximo en la probable
hipótesis de que se ponga el mismo adorno.
El sol no nos permitió permanecer por mucho
tiempo en la plaza y nos fuimos al café. Tomamos
allí una taza de lo mismo y despues á la maison,
ya que es moda hablar francés como dicen los jó-
venes del dia.
A las tres y media nos dirigimos á la plaza de
los toros; entramos y vimos la corrida. El dijo que
era muy buena. Yo lo único que puedo decir es que
se echaron por tierra muchos esqueletos de caballos
y que la cuadrilla estubo bien. Allí se nos dijo que
los toros de la corrida anterior habian sido malos y
la concurrencia en aquella tarde mucho mayor que
en esta. ¡Lástima de diez reales en presenciar
aquel destrozo! Se podia con este dinero haber vis-
to diez funciones en el circo de la Victoria.
Apenas anocheció nos fuimos á la Alameda.
Don Emeterio dió una vuelta alrededor de la tien-
da de Campaña y me invitó para jugar algunas pa-
peletas. Yo, conceptuando que aquello era una
obra de Caridad no reusé la invitacion, máxime
cuando nada tenia que desembolsar.
Adentro, pues, y venga lo que viniere.
Aquello estaba magnífico. Allí habia jóvenes muy
distinguidas por su amabilidad, muy simpáticas por
su gracia, muy admiradas por su belleza.
Don Emeterio y yo tomamos las papeletas que nos
correspondian de derecho y ... nada, ilusiones per-
didas. El creia haber sacado la becerra y yo el or-
ganillo. Ambos con estos premios hubiéramos po-
dido ganarnos la vida en caso necesario, pero Dios
no lo quiso. Mi compañero, sin embargo, no se ar-
redra y pide diez papeletas mas, cosa que yo no
pude hacer por haberme dejado la bolsa en casa.
Las diez papeletas segundas estaban como las pri-
meras, esto es, sin número.
Yo le oí murmurar y temí algun desastre; pero
fué prudente; se volvió sin saludar y se dispuso á
salir por donde habia entrado; un guardia civil le
manifestó que era por el otro lado, es decir, por
donde estaba el ruchillo, y él y yo dimos la vuelta
y salimos á respirar el aire libre.
Don Emeterio habia quedado triste con la pérdida
y todo le parecia triste; el alumbrado de gas que
forma las bandas de luz, los farolillos de cristales,
los globos de papel, la concurrencia, en una pala-
bra, todo.
A las diez y media nos fuimos á la plaza de la
Constitucion. Esta no le pareció ya tan triste ni
oscura, si bien aseguran algunos que la claridad
dependia de la falta de jente, yo digo que esto no
es culpa de quien ha dispuesto los festejos sino de
la gente.
Ejemplo al canto:
Yo tengo la cabeza clara, ¿será por que quiero?
No señor; es por que los cabellos se van con la mú-
sica á otra parte y como es de advertir que la mú-
sica de la plaza no lucia mucho, la gente se fué á
otra parte como mis cabellos.
La plaza de Riego estaba pintoresca y su tempe-
ratura era agradabilísima, fresco el terreno, evita-
do el relente, los árboles brotando bombillas de
colores iluminadas, el ruido del agua, el olor de las
plantas, todo menos algunas golillas de aceite que
caian de cuando en cuando, convidaba á pasar allí
la noche, máxime á esa juventud que halla placer
sentándose al lado de una niña de quince años y fra-
guando cálculos para el porvenir.
Poco mas de las once serian cuando nos reti-
ramos á dormir.
Don Emeterio se entregó en brazos de Morfeo y
yo en los de la meditacion. Sin embargo, á me-
dia noche habiamos logrado ambos una misma co-
sa: dormirnos.
Juéves. 19. - Son las nueve del dia.
Mi amigo llega á la cabecera de mi cama con
El Imparcial en la mano.
- Escuche Vsted -me dice - «A las ocho de la ma-
ñana saldrán en ordenada comitiva, etcétera etcétera»
- Y bien? ... esos serán los gigantones del año
pasado.
- No señor; este año «cerrarán la marcha seis
parejas con trajes orientales que al compás de la
música ejecutarán danzas píricas...»
- Pírricas, Don Emeterio, pírricas.
- Cualquiera al oirle á Vsted con ese tono mar-
cado le creeria un maestro de escuela; pero lo que
es ahora el maestro se ha lucido; pírica dice el
cartel de las esquinas, y las papeletas de teatro
que yo he leido y El Correo y El Avisador y el
periódico que estoy leyendo.
- Sin embargo, debia Vsted haber conceptuado que
era un error de imprenta en todos.
- La prueba.
- La prueba es de que esas danzas fueron in-
ventadas por Pirro, hijo de Aquiles, el que tanto
se distinguió en el sitio de Troya, el que sacri-
ficó á Polixene la hija de Priamo y Hecuba, ami-
go Don Emeterio, el que….
- Basta; quedo convencido y no siga Vsted por
que jamás me ha gustado meterme en historias
agenas. Vístase, si le parece, é iremos á ver qué
danzas son esas.
Por muy pronto que nos vestimos y almorza-
mos no se nos logró ver nada; fué preciso resig-
narse y esperar la segunda ecsibicion.
Brillante como siempre estuvo la procesion del
SANTÍSIMO SACRAMENTO. Las calles oprimian
á la multitud como barreras inespugnables. Los
balcones parecian ramilletes de caras bonitas; la
vejez y la juventud, la opulencia y la pobreza, to-
do se habia reunido para saludar al Rey de los
reyes, al Sabio de los sabios, al Juez de los jueces
Don Emeterio vió pasar la procesion sin atrever-
se á murmurar lo mas mínimo, y eso que reci-
bia todos tos empujones de la multitud que se
agolpaba en pos de él.
Aquella noche nos acostamos temprano.
Viérnes 20. - ¿Qué hay hoy Don Pepe?
- Lo mismo que todos los dias.
- Quiero decir de festejos.
- Nada amigo mio, Dios descansó el sábado y
nosotros descansamos el viérnes.
- Sabe Vsted que en mi pueblo me divertia yo
mas?
- Vamos á ver ¿qué habia en su pueblo de Vsted?
- Toma, toros con cuerda, fuegos artificiales,
bailes públicos, corridas de toros, toros por las
calles, toros en la plaza.... y en fin cosas que
animan.
- Pues yo lo quisiera á Vsted ver siendo de la Co-
mision de festejos y teníendo que luchar con mi-
les y miles obstáculos á ver lo que hacia. En cuan-
to á lo que dice Vsted de toros, ha tenido dos cor-
ridas; bailes, los hay todas las noches de ilumi-
nacion, fuegos los habrá el miércoles......
Sábado 21. - Todo el dia lo pasamos en casa
como el caracol en su concha y como Concha lo
pasó en la suya.
Concha es una jóven que al través de mis des-
engaños ha llegado hasta mi corazon como la luz
de una benéfica esperanza.
Pero, ¿yo casarme? ¿abandonar esta existen-
cia libre como la del pájaro campestre, por la del
pájaro jaulero? Hay una produccion dramática que
se titula Libertad en la cadena; yo, sin embargo,
no quiero esta clase de libertad.
Algunas veces pienso que el hombre soltero es
hoja á merced del viento; pero cuando me dice
el corazon: cásate, me responde un refran con su
acostumbrado laconismo: El buey suelto bien se
lame. Sin embargo me parece que el corazon va
á sobreponerse al refran.
En estas reflecsiones pasé el dia y Don Emeterio
en leer los periódicos.
Llegó la noche. Las veladas no presentaron no-
vedad alguna. En la plaza de la Merced dos ban-
das militares rivalizaron en ejecucion y buen gus-
to: la emulacion entre ambas fué apreciada y juz-
gada con acierto por la numerosa concurrencia.
Nosotros nos recojimos á una hora conveniente.
Domingo 22. - Hoy á las ocho de la mañana
hemos dado un paseo por el camino nuevo.
¡Qué mañana tan hermosa! ¡qué sitios tan pin-
torescos! ¡Que ambiente tan aromático!
Apolo, sin embargo, á la manera del ángel es-
terminador nos arrojó de aquel paraiso con su
espada de fuego.
A las doce oimos misa y á las dos nos fuimos á
comer para ver salir las comparsas á las cuatro.
Lo que es hoy no se nos escaparon; situados en
un portal, vimos pasar aquella comitiva desordena-
da á causa del bullicio, ante la cual iban dos ó tres
guardias de á caballo y una banda de música. Lo
que mas llamó la atencion á Don Emeterio fué la
palanca con las uvas, cuyos conductores parecia lle-
vaban un enorme peso y lo que es el racimo no pe-
saba tanto al parecer como el de la tierra de pro-
mision.
Nada decia el programa de lo que representaba
la que iba en el carro, cada cual pensaba su cosa;
mezclando las historias profana y sagrada pensa-
mos que representase á la diosa Ceres pero no
nos atreveriamos á afirmarlo. El baile lo vimos
despues haciéndonos recordar El hijo de la noche.
La jiganta y el jigante cerraban la marcha y abrian
los brazos con regular soltura; pero todo pasa y la
comitiva pasó por donde debia pasar, si bien no
sabemos porque le dieron los jigantones un sólem-
ne chasco á la comitiva en la plaza de los Mártires,
yéndose por otro lado y reuniéndose luego no sa-
bemos donde.
Esta noche estuvimos en la alameda y oimos lo
poco que tocó la banda que asistió á ella. El le-
trero Caridad de la tienda de campaña alumbraba
bastante bien, pero deslumbraba.
Lúnes 23. - A las cinco de la tarde nos dirijimos
al muelle pero en la calle nueva oimos el cañona-
zo que anunciaba la partida de las lanchas rega-
teadoras.
Los pormenores de este espectáculo se saben ya
por los periódicos de la plaza y mis observaciones
serán muy breves. Don Emeterio reia de ver tantas
sambullidas y yo conceptuaba lo poco agradable
que serian. Terminada la regata y cucaña nos tras-
ladamos á la Alameda, como estaba anunciado que
se trasladaria la música. Ella, pues, y nosotros,
nos trasladamos; pero como en el programa no se
anunciaba si la primera tocaria ó nó, optó por lo
segundo hasta la hora de empezar la velada. Justo
descanso para una banda que estubo desde las cin-
co de la tarde hasta la una de la noche en movi-
miento. La velada como en las noches anteriores.
Muchas candeladas de esteras y otros combustibles
aromatizaron la poblacion.
Martes 24. - Esta tarde ibamos á ver la comprar-
sas, pero como ya las habiamos visto se decidió de
comun acuerdo quedarnos en casa.
He aqui un dia de San Juan triste para nosotros;
Estamos solos en casa y mirándonos cara á cara.
Don Emeterio estará diciendo:
- ¿Que pensará Don Pepe?
Y yo observando su mirada fija, digo para mis
adentros:
- ¿Qué pensará Don Emeterio?
Este es el mejor medio de no pensar en nada.
- Amigo - esclamó al fin mi compañero - el Do-
mingo ¿por que no fuimos al teatro de la Merced
para ver dar los premios á la virtud?
- Por muchas razones; la primera por no tener
entrada; en cuanto á las demas me parecen secun-
darias.
- Tampoco hemos ido á ver repartir los panes á
los pobres.
- Ciertamente que nada hemos perdido: en pri-
mer lugar por que el lugar no era muy á pro-
pósito para nosotros que vivimos aquí tan retira-
dos, en segundo por que esos actos no necesitan
ser muy sonados ni se hacen para divertir.
A las nueve nos metimos en la cama.
Miércoles 25. - Asistimos, como es de suponer,
á los fuegos que nos agradaron bastante: mucha
jente, muchas luces, muchas cañas, mucho humo
y mucha polvera gastada. Empujones y codazos,
pisotones y porrazos, risas y llanto, ver subir co-
hetes, y bajar luces, mucho ruido, mucha algaza-
ra, la vieja que llama al chiquillo, el chiquillo que
incomoda á las viejas, el perro que ladra porque
lo pisan, el sombrero que se abolla, la mantilla se
rasga, el pañuelo que roban, el callo que se aplas-
ta y otras cosas como estas que se ven, se óyen,
se sufren ó se sienten, constituyen una noche de
fuegos.
Mi compañero y yo salimos molidos y prome-
tiendo no volver á verlos mas, hasta el año próc-
simo.
- Juéves 26. - Tampoco hoy hemos podido ver las
comparsas.
La procesion de octava ha terminado los festejos.
Estos festejos que acaban de morir se puede decir
con toda propiedad que no han carecido de vida,
pero ha sido una vida á ráfagas, por intérvalos.
Necesario es para otro año, superar los incon-
venientes, vencer las dificultades y presentar estos
festejos bajo otra forma, de modo que no se inter-
rumpan, que goce el pueblo, que disfruten todos;
si esto no sucede, si la Comision no aguza el en-
tendimiento terminarán por consuncion y muchas
personas, siguiendo el ejemplo de mi amigo, se
quedarán en sus pueblos.
Y al hablar así hablo contra mi propio interés
por que yo nada puedo desear mas sino que mi
amigo no vuelva por estas tierras.
Pepe.
Málaga. – 1862.
VARIEDADES.
CURACION EFICAZ.
En la corte de Ranuccio Farnesio, duque de Par-
ma, principe de una gran inteligencia, habia un
señor anciano á quien apreciaba mucho el duque
el cual habia dedicado todo su amor á una dama
de reputacion algo equivoca.
El príncipe, que como hemos dicho, apreciaba
mucho á este cortesano, sentia que fuese el jugue-
te y la víctima de una pasion vergonzosa y buscó
todos los medios para curarlo de ella; mas habien-
do sido infructuosos cuantos puso en ejecucion re-
currió este sábio principe á la comedia, como úl-
timo recurso, y este remedio fue eficaz.
El argumento de la pieza era un viejo enamo-
rado, y el cortesano se vió allí pintado de tal ma-
nera que no pudo desconocerse y sobre todo cuan-
do oyó leer en escena íntegras las mismas cartas
que habia dirigido á su amada, renunció por com-
pleto á su funesta pasion.
SOLUCION A LOS JUEGOS DE PALABRAS,
puestos en nuestro número anterior.
Al 18. Cuatro letras, á saber: de lo.
» 19. Las de imprenta porque están casi siempre
llenas de tinta.
» 20. La de pan y agua.
» 21. Siendo mugerona.
» 22. En los ojos.
Solucion á la primera charada
del número anterior.
Voime á Casarabonela
á pasar algunos dias,
mas no la luna de miel:
soy soltero todavia.
M. N.
Málaga.
Solucion á la segunda.
Calvatrueno es lo mas malo
que puede verse en la tierra;
pues á los vicios acoje
y á las virtudes desecha.
J. H. L.
Málaga.
Editor responsable, Don Rafael Martos.
MÁLAGA. - Impprenta de Don Francisco Gil de Montes,
Calle de Cintería, número 1 y 3.
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