CODEMA19-LACAR-186162-5

CODEMA19-LACAR-186162-5

ResumenNúmero 8 de "La Caridad. Semanario de ciencias, literatura, teatros, costumbres y modas"
ArchivoHemeroteca Municipal de Madrid
TypologyOtros
Fecha23/02/1862
LugarMálaga
ProvinciaMálaga
PaísEspaña

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[margen superior: NUMERO .8 DOMINGO 23 DE FEBRERO. - 1862. AÑO II.] LA CARIDAD. SEMANARIO DE CIENCIAS, LITERATURA, TEATROS, COSTUMBRES Y MODAS. Los productos líquidos de este Semanario se entregarán al Excelentísimo é Ilustrísimo Señor Obispo de la Diócesis para su distribucion entre los Establecimientos de Beneficencia de esta capital. SUMARIO. Del modo de santificarse cada uno en su estado. Revista, poesia por J. H. de M. No es para todos la cór- te, articulo de costumbres por Don Francisco Muñoz y Ruiz. Una buena accion, poesia por Don José D. Bruna. La mano de nieve, novela, continuacion. Máximas y sentencias varias: de la obra-claros varones de España. Toledo 1486, continuacion. Soluciones á la charada del número anterior. Charadas. Se nos remite para su incersion el siguiente ar- tículo debido á la bien cortada pluma del señor doctoral de Cádiz, Don Diego Herreros y Espinosa, cuyo mérito, para nosotros, se prueba dándole el preferente lugar que le damos. DEL MODO DE SANTIFICARSE CADA UNO EN SU ESTADO. Es menester convenir en que es una idea muy falsa la que el mundo se forma de la santidad, repre- sentándola como una cosa dura, austera, é imprac- ticable, á la apenas es permitido aspirar. Se imaginan que la vida de las personas de piedad está siempre sumerjida en el seno de la melanco- lía; que sus semblantes están siempre cubiertos de nubes sombrías; que su corazon no se alza nunca á la alegría; que jamas se le muestran dias sere- nos y tranquilos: idea falsa, injusta, que la razon no ha dictado jamás, que la verdad niega y que solo el amor propio se ha formado á mismo para tener un pretesto de abandonar la santidad, al representársela como superior á sus fuerzas. No, la santidad no es como se lo imaginan, siempre agreste y metida en los bosques, siempre sangrienta y herizada de espinas, siempre triste y cubierta de cenizas y cilicios; la santidad se encuentra en las ciudades asi como en los desiertos, sobre los tro- nos como en la oscuridad y en el polvo, y no está menos bajo la púrpura que bajo los harapos. Oh Israel! decia en otros tiempos el profeta á su pueblo, no penseis que la ley santa que Dios os impone esté distante de vosotros y que sea superior á vuestras fuerzas. No, para observarla no es ne- cesario ni andar errante por los desiertos, ni subir por las montañas, ni atravesar los mares; podreis tenerla sin salir de vuestra patria sin renunciar á vuestros bienes, sin prodigar ni esponer vuestra vi- da; Dios, que conoce vuestra debilidad, ha puesto la santidad á vuestro alcance, y no se dejará bus- car jamás mucho tiempo, si la buscais con since- ridad. Pero, en fin, ¿en qué consiste, pues, la santidad y qué es menester hacer para ser santo? Oh, hombres formados para el Cielo! ¿Quereis apren- der á ser santos y conocer el camino que conduce á la santidad? Ah, si se les dijesen á las personas del mundo ¿quereis saber la manera de llegar á ser ricos, de haceros dichosos sobre la tierra? ¡Con qué alegria no recibiran esta noticia, con qué avi- dez no prestarian un oido atento! Tengo algo mas grande que anunciar, es el mo- do de ser santo, es decir, de ser rico, de ser di- choso para el cielo; y este medio es tanto mas con- solador cuanto que es mas seguro y mas infalible. Porque en fin, ¿qué se necesita para ser santo? Vedlo aquí en dos palabras: no se trata sino de llenar fielmente los deberes de vuestro estado; ¿los conoceis? pues sois sábios; ¿los llenais? sois santos Dios no os pide otra cosa. La razon primera y fundamental es que en efecto los estados han sido establecidos por la Providencia; que la Providencia habiendo arreglado los estados debe dar los me- dios de santificarse en ellos: estos medios de san- tificacion deben estar al alcance de todo el mundo en todos los estados. Porque ¿qué medios mas al alcance de todo el mundo en cado estado, que el cumplimiento de los deberes en este mismo es- tado, supuesto el auxilio divino? Luego el cumpli- miento de estos deberes debe ser el medio infali- ble para ser santos, porque asi cumplimos la vo- luntad de Dios. Lo que digo, lo digo á todos, dice el Salvador: Omnibus dico. (Marcos. 14) Así, grandes del mundo, si quereis ser santos, no os lleneis de vuestra elevacion, os haria odiosos; imágenes de Dios sobre la tierra no hagais sentir vuestra grandeza sino por vuestras buenas obras, no seais grandes sino para ser santos. Magistrados colocados sobre el foro, destina- dos á hacer justicia, y á decidir de la suerte de los hombres, tened siempre en la mano la balan- za igual; que jamás el interés ni la prevencion la hagan inclinar. Acordaos que vuestros fallos y sus motivos serán pesados un dia en la balanza del san- tuario. Negociantes ocupados de vuestro comercio, que la probidad sea la base, el crédito sea el sosten. No envidies las grandes fortunas; son á veces sos- pechosas de grandes prevaricaciones y siempre su- jetas á grandes reveses. Artesanos reducidos á un trabajo constante y pe- noso, no lo empeceis jamas sin ofrecerlo á Dios para atraer sus bendiciones. El mismo Jesu-Cristo trabajó sobre tierra; ¡qué modelo para santificar vuestra accion! ¡qué causa para santificar vues- tros trabajos! Padres de familia, si quereis ser santos criad á vuestros hijos en el temor de Dios, dejadles al menos esta preciosa herencia; vale mas que la de los tesoros. Madres cristianas, no os hagais de la santidad una idea: brillante y estraordinaria, velad sobre vuestros criados, tened la vista sobre el porme- nor de la casa y de la familia: no creais estos cui- dados indignos de vosotras; la muger fuerte no enten- dia principalmente en otras ocupaciones; sin em- bargo, el Espíritu-Santo ha hecho el elogio de ella; es por la noble simplicidad de estos rasgos por lo que la representa. Hijos, tened hácia vuestros padres respeto, su- mision y ternura; es por estas cualidades por las que se os puede reconocer por hijos de Dios. Hijas cristianas, si quereis ser santas conservad el decoro de vuestro sexo y de vuestro estado, es de- cir que el pudor repose sobre vuestras frentes; que la discrecion dicte vuestras palabras; que la timi- dez dirija todas vuestras miradas; que la modestia sea vuestro mas bello ornamento: son vuestros verdaderos méritos segun Dios y segun el mundo. Criados, pues que la santidad se estiende á todos, acordaos que Jesu-Cristo ha servido por mismo á sus apóstoles; servid, pues á vuestros amos con exactitud y fidelidad sobre la tierra; á este precio llegareis á reinar un dia en el cielo. En fin, cristianos quien quiera que seais no podreis estar sino de estos dos estados; ó en la pros- peridad ó en la afliccion; si estais en la prosperidad, no tengo sino estas palabras que deciros: desconfiad de vuestro estado; él es peligroso, porque de ordina- rio el estado de prosperidad no es el que forma los santos. Para vosotros que gemís en la afliccion, vuestro estado es triste y penoso, es verdad; pero cuando considero el cielo, veo que todos los santos han andado por este camino; es, pues, el camino del cielo; caminad por él con resignacion, besad la mano que os hiera, ofreced vuestras penas con es- píritu de penitencia por vuestros pecados. Sereis santos y un dia sereis dichos. ¡Que estos senti- mientos queden gravados en vuestros corazones! Para llenar á la santidad, no hay sino llenar los deberes del estado de cada cual. Y cuando digo debe- res, quiero decir aun los deberes mas ordinarios y co- munes, los que tenemos todos los dias á nuestra vista y en nuestras manos: ser buen padre, ser amigo, buen ciudadano, buen patriota; es decir que para ser santos, no seria preciso hacer si- no lo que hacemos, pero hacerlo de otro modo que lo hacemos, nuestro empleo, nuestro negocio, nues- tro trabajo, nuestras confesiones, nuestras comu- niones, en una palabra, nuestras acciones ordina- rias; pero nuestro empleo con mas fidelidad; nues- tras oraciones con mas atencion; nuestras confesio- nes con mas dolor; nuestras comuniones con mas fervor; todas nuestras acciones con mas órden, mas exactitud, mas pureza de intencion: ved lo que ha- cen los santos, y los grandes santos. En lo que so- mos muy culpables y muy de compadecer, es que teniendo un medio tan fácil para llegarlo á ser, lo abandonamos; es decir, que teniendo tesoros en nuestras manos, los dejamos escapar, á riesgo de perderlos para siempre. Elevemos, pues, nuestras miras y nuestros senti- mientos; y en cualquier estado que estuviéremos, consagrémonos á la santidad y trabajemos sin de- mora para llegar á ser santos. Pero santos en todo, en todas las circunstancias y en todos los tiempos. Santos en nuestros pensamientos y que nuestro espíritu no conciba sino lo que sea digno de Dios. Santos en nuestras afecciones y que nuestro co- razon, hecho para Dios, esté cerrado á toda afeccion harto humana. Santos en nuestras acciones, que la gracia sea su principio y que la piedad sea su alma. Santos en nuestras controversias; que siempre sean dirijidas por los senderos de la justicia. Santos en el interior de las casas, para hacer reinar el órden, la concordia y la paz; y santos fuera de ella para dar la edificacion, el buen ejemplo. Santos en el matrimonio y el celibato. Santos en la abundancia y en la escasez; santos en el consuelo y en el abandono; santos en las en- fermedades y en la salud; santos en la vida y san- tos en la muerte; santos en el tiempo y santos en la eternidad. Este es el término feliz que debe ser- virnos á todos un dia en la plenitud de los santos. REVISTA. Amo á una Concha, lectores, cual el capullo al rocío, cual la doncella á las flores, cual las aves al estío, cual al pez los pescadores. Amo á una Gracia hechicera cual á la noche el que espía, cual á su presa la fiera, cual los que sufren al dia, cual la flor á la pradera. Tengo una amiga, Joaquina, que me enloquecen sus ojos, su sonrisa peregrina, su talle y sus lábios rojos y su frente alabastrina. Tengo una amiga, Consuelo, que vive en la misma calle, flor nueva en mi pátrio suelo, de ojos de color de cielo, de lindo y flexible talle. Tengo otra amiga, Maria, que es de las flores hermana, y que al despuntar el dia tras la verde celosia la contemplo en su ventana. Tengo una Carmen, morena por la que ha tiempo suspiro y vivo en contínua pena; por su sonrisa deliro y su gracia me enagena. Tengo una Trini divina, una Amélia seductora, una elegante Paulina, una inolvidable Aurora y una graciosa Justina. Reunidas á un baile irán una noche no lejana, y conferenciando están de la tarde á la mañana los trajes que lucirán. Mas , por la peinadora, y este conducto es bien fijo, que Conchita por ahora, segun anoche le dijo, irá de antigua señora. Que de muy lindos colores llevará Gracia un vestido con oro y seda tejido, siendo los cortes mejores que hasta la fecha han venido. Que Amélia de espartana, Joaquina de primavera, Maria de segoviana, Justina de jardinera y Consuelo de aldeana. Que no Trini hasta ahora, que Cármen de pasiega, Paulina de labradora, y, si se decide, Aurora llevará un traje de griega. Mas si todo al fin es cuento mucho, lectoras, lo siento y en ello tengo un pesar; mas lo que puedo afirmar, y en esto si que no miento, es que ayer con voz sonora lo contó una peinadora que vino á esta redaccion cuando daba la oracion, á peinar á mi señora. F. H. de M. Málaga. Febrero 1862. NO ES PARA TODOS LA CÓRTE. Don Anacleto Campanillas y Cabezudo, era un hom- bre que frisaba en los cuarenta y cinco años y por mas que intentára hacer el pollo, semejante preten- sion se estrellaba ante la perspectiva de su bigote cano, su tez marchita y su figura un tanto apelma- zada, que denunciaban sin piedad la inflecsible fe- cha de su partida de bautismo. De noble estirpe y de fortuna escasa, si bien so- brada para cubrir con holgura las diminutas nece- sidades de un cotorron lugareño, era un hidalgo de aldea hecho y derecho con sus puntas de erudito, gracias á las lecciones de latin que en su dia reci- biera del dómine del pueblo, y de alguna novela del fecundo catálogo de Dumas, que habia devorado con avidez, gravando mucha parte de ella en su memo- ria á fuerza de repetirla sin ton ni son, circunstan- cia que le hacia pasar entre sus convecinos por un señorito de primo cartello. No habiendo salido nunca del lugar, dicho se es- que no conocia la sociedad ni por el forro. Muy lejos, sin embargo, de pasar tal idea por su ataru- gada cabeza se consideraba muy capaz de dar gol- pe en el gran mundo con sus citas traidas por los cabellos, ya del consabido Dumas, ya de Tito Livio y algun otro clásico del repertorio latino, que apli- caba con tanta oportunidad como sus refranes el sin par adlatere del caballero de la triste figura. Con tan altas aspiraciones y alucinado con los relatos de los trajineros de su Insula y algun otro transeunte, ardia en deseos de visitar la coronada villa, que su imajinacion le pintaba como un segun- do Paraiso, donde ademas de fruiciones se prometia hacer alarde de sus encumbradas prendas, adqui- riendo honra y prez entre los contemporáneos y fa- ma póstuma é imperecedera. Despues de mil proyectos fracasados llegó por fin el anhelado momento: nuestro personage reu- niendo toda la fueza de su voluntad, porque era necesario tenerla grande para hacer en aquel tiem- po una caminata de treinta leguas, se proveyó de algunas cartas recomendatorias debidas al ciru- jano y algun otro cacique y la emprendió para la Córte encaramado en su mula alta de talla, for- mando el continente y contenido parte integrante de la recua portadora de cereales, produccion que esclusivamente constituia el tráfico de aquella co- marca. Escusando, por sabidos en demasía, los prosáicos y nada placenteros detalles de un viage á lomo, pon- dremos de un tiron á nuestro viandante en medio de la plaza de la Cebada, donde hubo de llegar al sesto dia de su peregrinacion, instalándose en un desaliñado caramachon de la posada del Cuco. Colocado allí su equipage, consistente en un de- teriorado maletin de baqueta, y descargándose some- ramente del polvo del camino, su primera diligen- cia fué lanzarse á la calle aguijado por la impacien- te curiosidad de contemplar el maravilloso cuadro de la capital de la Monarquía. Pero no bien habia andado algunos pasos cuan- do de repente se sorprendido por retaguardia con un apreton de mayor marca. - ¡Qué alevosía es esta! ¿Quién tan descomunal- mente ataca á un inofensivo transeunte, prototipo de la mas refinada inocencia? Quien ha de ser, tu paisano, tu antiguo con- discípulo de la escuela de Don Hermógenes. Oh deleitable sorpresa! aquí insigne Pania- gua. Despues de tan larga ausencia... Pero ¿qué es de tu vida, á qué altura te hallas? He progresado, querido Anacleto, he progresado. Tengo veinte mil reales de sueldo. Caspita! tendrás un buen padrino, te habrás agarrado á buenas aldabas, porque tu caletre.... Nunca olvidaré que nuestro índito dómine decia cuando estudiábamos: «sois un par de bípedos de grueso calibre, pero Luisito con sus tremendas ore- jas despunta como el rey Midas.» Así seria, pero entretanto aquel Fray Gerun- dio no ha pasado de dar rebuznos en el lugar, y yo soy todo un empleado en la Córte, y con muy encum- bradas relaciones por aditamento. Dígalo sinó la Marquesa de N.... que me ha honrado convidándo- me á un gran baile, que dará esta misma noche; y como aquí estamos por lo positivo, se murmu- ra del buffet, que será espléndido y confortable. - ¿Y quién es ese señor Buffet positivo del cual se murmura? Yo creo que si es tan espléndido me- rece por ello mas elogio que censura. No hombre, si es el refresco, la cena: allí que- rido, se come á mas no poder, á destajo: aquel es un verdadero puerto de arrebata capas; cada uno pes- ca lo que puede. Magnífico! se trata de engullir y á la rebati- ña, pues trabajo le mando al que me deje en zaga. - ¿Es decir que pretendes ser de la partida¿ Pues á que he venido yo á Madrid sinó á pa- vonearme en los círculos aristocráticos. ¿Y dejará mi caro Luisito de contribuir á la realizacion de mis dorados sueños? De ningun modo; y para probártelo, esta mis- ma noche serás conmigo en los salones de la Mar- quesa, corre pues, ponte de tiros largos y cuida de ir bien preparado para el asalto del buffet, vol- veré á buscarte á la hora crítica. Que me ponga de tiros largos, dijo para nues- tro lugareño despues de despedirse y regresando presuroso á su madriguera, comprendo, me ha prevenido que no vaya de corto, ó de calzon corto, que tanto vale: sin duda habrá pasado la moda, y ha agregado que iremos á la hora crítica ¡valiente camueso! en buen laberinto me á meter, á que nunca me ha dado el naipe por críticar tener que ir á molerle los huesos á gente que no conozco: es decir, que en este punto la Córte y el lugar allá se van; la chismografia anda suelta allí y allá; en su- ma, la alta, no menos que la baja sociedad, es un desolladero, donde se quita la piel á todo vicho vi- viente. ¡Oh Anacleto! Hominis conditio ubique sem- perque cadem est! viva el progreso y la moralidad. La mas escojida concurrencia llenaba aquella no- che los suntuosos salones de la Marquesa de N... Solo una figura grotesca se destacaba en aquel uni- forme conjunto de finura y elegancia, la de Don Ana- cleto Campanillas y Cabezudo. Con su puntiagudo frac color de pasa, un sombrero de tres picos afian- zado debajo del brazo y un pantalon aplomado ce- ñido á su deslabazada pantorrilla, bullendo sin ce- sar entre la multitud y procurando darse el mas su- bido aire de importancia; era una caricatura sui generis, blanco de la curiosidad universal. La orquesta habia empezado apenas á preludiar una polka, cuando un centenar de graciosas pa- rejas se deslizaron sobre la superficie de la alfom- bra, con aquel amartelamiento distintivo de la mo- derna Terpsicore. Calle! se habrá visto mayor desvergüenza! Que los aficionados se abracen á hurtadillas se compren- de, pero hacerlo á la descubierta y á son de trom- peta era cuanto me quedaba que ver; mas esta es otra de las prescripciones de gran tono, y por cier- to muy agradable en cambio de lo poco recatada. Así discurria nuestro hidalgo, y arrellenándose en una silla como punto el mas conveniente para establecer su filosófico observatorio, le distrajeron de sus reflecsiones los fragmentos de un diálogo que hirieron sus oidos. Qué carrera ha hecho ese estrambótico Pa- niagua! Oh, amigo, tiene buen padrino, ó mejor diré, una deliciosa madrina, y además la crónican escan- dalosa.... Hola, aquí hay intrigulis, gato encerrado: mi paisano las tiene á pares: nada menos que una madrinita y por apéndice una cómica escandalosa diablo, y solo he podido pescar el sugeto y el pre- dicado de la oracion. El ser curioso no es pecado. Diciendo esto Anacleto de tal modo inclinó la si- lla para oir á placer la conversacion, que perdien- do el equilibrio por mas esfuerzos que hizo para recobrarlo, vino á caer rodando á los pies de los dos interlocutores. Sorprendidos los caballeros que no se habian fi- jado en su vecino acudieron lícitos á socorrele, mas él se levantó con presteza y saludó á sus dos pre- tendidos favorecedores. Creimos, le dijo uno de ellos riéndose, que le habia á Vsted dado algun vahido, pero estamos, ha perdido Vsted la gravedad. Señor mio, yo siempre soy muy formal, pero el piso es tan rebaladizo, que apenas puede uno te- nerse en posicion. No como no suceden mil des- gracias con la maldita moda de gastar el piso de se- da de tantos colores. Un tanto corrido el magullado Campanillas se es- currió de aquel sitio, murmurando: crítica y mas crítica, aqui todo el mundo se muerde, primero la emprenden con mi amigo, atribuyéndole inteligen- cias y manejos con gente non santa, y luego se atreven á poner en tela de juicio la gravedad de un descendiente de los Campanillas, primo herma- no de los Cabezudos. Nuestro hombre que abundaba en las costumbres de filosofar con su persona y hablaba en alta voz, fué oido por un grupo de jóvenes. Paso á un Cabezudo, dijo uno de ellos. Y con sus campanillas, agregó otro. Y enjaezado sin su correspondiente aparejo redondo, es decir: una acémila vestida de baile, re- puso un tercero. ¿De dónde habrá salido esta es- trafalaria alimaña? Miente Granada, esclamó alzando la voz el lu- gareño que apenas hubo de percibir las últimas palabras de aquellos lisongeros requiebros: ni ven- go, ni soy, ni quiero ser de Alemania, soy Caste- llano viejo á macha martillo por todos cuatro cos- tados, sin que se cuente en toda mi prosapia, des- cendiente por línea curva del famoso rey Pepino, ni un solo vástago masculino, ni femenino que ja- mas haya tenido el menor contacto con hereges ni chanfutres. La disputa no hubiera terminado en este exha- brupto de nuestro amostazado viandante, si los - venes riyendo descaradamente no le volvieran las espaldas. Muy satisfecho Anacleto de su contestacion, y creyendo que habia obtenido una victoria sobre sus antagonistas, se decidió á recorrer todos los salo- nes en busca de su introductor y amigo Luisito, á quien deseaba contar los lances que le habian ocur- rido. Mas el diablo, que parecia enemigo de su honra aristocrática, quiso que al entrar en uno de los sa- lones tropezase con una señora, quien al verse atro- pellada tan inhumanamente no pudo menos de lan- zar un grito. Nuestro hombre retrocede dos pasos, murmura una disculpa, poniéndose colorado, y sin compren der podia estar cortada la retirada media vuelta temeroso de las imprecaciones que lanzarle pudie- ra la señora, pero al cambiar de posicion hizo tam- bien cambiar la suya á un velador que se hallaba á su retaguardia, el cual indiferente de ocupar otra cualquiera vino al suelo con gran estrépito. Entonces el talante de Anacleto esperimentó la mas brusca transformacion. Al subido color de su rostro sucedió una palidez casi cadavérica, y á la flecsibilidad de sus contor- siones una inmovilidad tal que parecia haber echa- do raices en aquel sitio. Sus ojos se dilataron tan desmesuradamente cual si quisiera reconstruir con sus miradas lo que habia deshecho por la impericia de sus pretendidos movimientos aristocráticos. Saliendo al fin de su éstasis se apresura á reco- ger los fragmentos de una escribanía que habia ro- dado con el velador, restituye este á su pristino es- tado, seca con su pañuelo la tinta vertida sobre la alfombra y escapa como una saeta de aquel lugar, temiendo el enojo de los dueños de la casa. En su desatentada fuga se introdujo en una de las salas donde jugaban al ecarté en aquel instan- te varios aficionados agrupados en deredor de una mesa, y observando que una vela habia prendido en el pelo de uno de ellos, y que sin embargo este continuaba impertérrito é insensible al voraz ele- mento, saca precipitadamente su pañuelo y á los gritos de fuego, fuego, hace la punteria y lo lan- za á guisa de proyectil contra incendios, hácia el objeto que era pasto de las llamas. Mas ¡oh fatalidad! equivocando la direccion vino á dar en el rostro á otro de los jugadores quien en el momento vióse enmascarado por el negro líquido en que se halla- ba empapado el pañuelo. Al grito de alarma dado por Anacleto el cuidada no incombustible llevóse la mano rápidamente á la cabeza y arrancándose el pelo, con estupenda ad- miracion de los concurrentes lo arrojó al suelo, descubriendo una calva asáz lustrosa y descomunal. Mas la hirviente caballera fué á parar describien- do una curva al vestido de una señora, el que se puso inmediatamente en combustion, aumentándo- se con esto la algazara y generalizándose la voz de fuego en términos que la mayoria de los concur- rentes en especialidad los del género femenino pu- sieron en juego sus piernas tomando las de Villa Diego. Don Anacleto fué de la partida y de tal manera tomó el tole que es de inferir no paró de correr hasta verse instalado en su Insula, renegando de la Córte y de los cortesanos, puesto que jamas se ha vuelto á saber de este estrambótico personage. Francisco Muñoz y Ruiz. Madrid.-1862. UNA BUENA ACCION. I. A una flor lánguida el aura vió, que casi exánime teníala el sol; estaba pálida y en su dolor vertía lágrimas de puro amor.... y el blando céfiro las recogió. II. Y en el crepúsculo, cuando ya el sol su rayo último triste apagó, pródigo el céfiro volvió á la flor aquellas lágrimas que antes vertió y así regándola vida le dió. José C. Bruna. LA MANO DE NIEVE, POR VICTOR BERSEZIO. (CONTINUACION.) El magnetismo de mi mirada hizo mas efec- to sobre él que sobre la dama la cual no ad- vertí se cuidase lo mas mínimo de mi persona. Al dirijir él una sonrisa á la señora, sus ojos fueron atraidos por los mios y se encontraron. Yo quedé sin movimiento y mirándole con aire estúpido. En cuanto á él se quedó fijamente mi- rándome, arrugó el entrecejo é hizo un ligero movimiento con la cabeza como interrogándome. Yo desvié la mirada de él para concentrarla en el rostro angelical y en la divina mano de aquella muger, continuando mi mudo canto de adoracion. En este momento resonaba, precisamente, en la escena una bella voz de tenor que cantaba una cancion amorosísima. Aquellas palabras de amor de las que ni una sola podia comprender, y mas que todo, aquella apasionada melodía, eran sonidos que yo me apropiaba, para dedicarlos todos á mi bella des- conocida. ¡Oh! si yo hubiera tenido aquella voz suave, con mayor efecto y mucha mas pasion hubiera cantado, para ella sola, el amor gigantesco que por ella sentia. Por un momento se me presentó la idea de le- vantarme de mi luneta y entre el gemir de los violines, el suspirar de las flautas, y el vocijear del tenor, cantarle á ella, tendiéndole los brazos: te amo! te amo! Mi afortunadísimo amigo habia llegado á sen- tarse completamente á su lado; le hablaba y la oia hablar. ¿No eran aquellas las dichas del pa- raiso? Él le hablaba! Que audacia! ¿de donde ha- bia sacado tanta temeridad? ¿Como podia creer- se capaz de tanto ingenio como para hallar con- versacion digna con ella? ¿Delante aquella diosa podia hacerse por ventura otra cosa mas que in- carse y adorarla? Cuando que el jóven se despedia para sa- lir, me levanté de mi asiento salte por encima de dos espectadores vecinos que cerraban la sa- lida de aquella fila de lunetas y urtando á dies- tra y siniestra salí del patio como una piedra lanzada por una catapulta. Carrí á los corredores de los palcos y asalté á mi amigo, que se dirijia lentamente hácia á la escalera, como el asesino asalta á los viageros que van tranquilamente por su camino. Le toqué la ropa casi con respeto y le abra- casi con amor. Me parecia que alrededor su- yo debia existir algun fluido de aquella hermosa criatura á cuyo lado habia estado él. - ¿Quién es?... quien es?... quien es esa? le dije todo convulso y temblando de emocion. El me miró estupefacto, poco mas ó menos como hubiera mirado á un necio y retirándonos de la escalera me dijo: - ¿Qué te ha pasado, amigo mio? Qué me quieres? Hace un momento me mirabas con ojos de basilisco y ahora procuras ahogarme en- tre tus brazos. Quién es esa jóven? repetia yo cada vez con mas ardor. Esa... ¿y quién es esa? ¿La señora que esta en el palco de donde acabo de salir? Yo respondi afirmativamente con la voz, con la cabeza, con todo el cuerpo. Se llama Antonieta y es viuda de un pro- curador. ¡Viuda de un procurador! Decir esto era echar una copa de agua fria sobre la cara de un hom- bre que estuviese encendido de cólera. Me quedé allí fijo como si estuviese hecho de estuco y mi amigo continuó sus visitas de palco en palco. ¡Viuda de un procurador! Tanta poesia y tan prosaica frase. ¿Y que importaba que hubiera sido ó esposa? ¿habia necesidad de decírme- lo? Que me hubiera revelado su nombre sola- mente y yo la hubiera adorado en el santuario de mi corazon para glorificarme de continuo re- pitiéndolo con dulces apelativos en lo mas pro- fundo de mi alma. Ahora temia casi volver á mi asiento para contemplarla nuevamente. Temia ver la sombra severa de la mano del difunto llena de tinta pa- sar amenazadora por entre mis ojos deseosos y el lindo rostro de la jóven. Cuando la funcion hubo terminado me puse en la primera fila de la turba de espectadores que aguarda ver salir las señoras. La casualidad me colocó junto á mi amigo. Yo no esperaba mas que una sola persona. No tenia ojos mas que para una sola muger. Esta apareció, finalmente, en lo mas alto de la escalera. Tenia buen cuerpo y, segun podia verse, era de bastante buenas formas, repartidas en justas proporciones, teniendo además mucha gracia, ma- gestad, y soltura en la andad. Estaba envuelta en un abrigo de lana, blanco, forrado de seda color de rosa. La capucha la llevaba dejada caer sobre la espalda. Sus ojos eran vivos, sus labios seductores y con aquella mano incomparable se ajustaba el abrigo á su hermoso cuello mirando aquí y allí sin jactan- cia y sin orgullo peron con notable desenvoltura. En medio de las otras señoras llegó hasta donde nos hallabamos mi amigo y yo. A mi me parecia haber echado raices en aquel sitio. Llegó junto á nosotros; mi vecino la saludó y tuve la audacia de saludarla tambien. Ella respondió con un gracioso movimiento de cabeza y pasó. Yo debia estar verde en aquel instante. - ¿Quieres que te presente á esa señora? - me dijo mi amigo como pudiera haber dicho: - ¿quieres un cigarro? Si, repuse yo contrayendo la dentadura y apretándole fuertemente el brazo si, Ambro- sio, por el amor de Dios. (Continuará) MÁXIMAS Y SENTENCIAS VARIAS. DE LA OBRA-CLAROS VARONES DE ESPAÑA. TOLEDO 1486. (CONTINUACION.) La virtud de la fortaleza no se muestra en guerrear lo flaco, mas parese en resistir lo fuerte. Para la gobernacion de las cosas temperales son necesarias agudeza, prudencia, diligencia y sufrimiento. Ninguna utilidad hay en los bienes de fortu- na, cuando no se reparten y distribuyen segun deben. Mas aceptable es á Dios la gran misericor- dia, que la estrema justicia. Es mejor cierta la paz, que incierta la victoria. Tener al adversario en miedo con amenazas es mucho mejor que quitárselo mostrando el ca- bo de sus fuerzas. Ninguno es bien corregido, si puramente no es arrepentido. Si la flaqueza de la humanidad no puede re- sistir los vicios, la fuerza de la prudencia los sabe disimular A veces los infortunios de presente son causa de la prosperidad futura. Muchos hombres concurren en las casas de los reyes que por diversas vias van tras un deseo; algunos porque les den, otros porque no le qui- ten, loan lo que deberian callar y callan lo que debieran reprender. (Continuará.) Solucion á la primera chara- da del número anterior. Con la civilizacion voy descubriendo primores, y no es esto una ilusion; cambia el hombre en sus amores como cambia de colores el reptil CAMALEON. Una Suscritora. Málaga. Solucion á la segunda. Al que es demasiado fácil en cambiar de opinion, en razon de analogía se llama CAMALEON. Cádiz. CHARADA. Primera es preposicion, mi segunda, musical y el todo, lector, es cosa que siempre en la mano está. OTRA. Mi primera es mi segunda mi segunda es mi primera; mi todo, breve, es un ave, mi todo, largo, cualquiera. Sabino Polvorin. Málaga Editor responsable, Don Rafael Martos. MÁLAGA. - Imprenta de Don Francisco Gil de Montes, Calle de Cintería, número 3.

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