CODEMA19-LACAR-186162-3
CODEMA19-LACAR-186162-3
Resumen | Número 18 de "La Caridad. Semanario de ciencias, literatura, teatros, costumbres y modas" |
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Archivo | Hemeroteca Municipal de Madrid |
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Typology | Otros |
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Fecha | 29/12/1861 |
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Lugar | Málaga |
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Provincia | Málaga |
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País | España |
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[margen superior: NUMERO 18. DOMINGO 29 DE DICIEMBRE. 1861.] LA CARIDAD.
SEMANARIO DE CIENCIAS, LITERATURA, TEATROS, COSTUMBRES Y MODAS.
Los productos líquidos de este Semanario se entregarán al Excelentísimo é Ilustrísimo Señor Obispo de la Diócesis
para su distribucion entre los Establecimientos de Beneficencia de esta capital.
SUMARIO.
Revista teatral, la señorita Santoni, por Dom Abbondio. – La yedra y la violeta, poesia, por Don Nilo Maria Fa-
bra. – Pensamientos de Primavera, por El Malagueño. – La clavija la cuerda y el pueblo, poesia, por Don Ventura Ruiz
Aguilera. – Un secreto, novela, continuacion. – Profucion de ropa. – Eróica conformidad. – Solucion á la charada
inserta en el número anterior. – Charada.
REVISTA TEATRAL.
LA SEÑORA SANTONI.
Desde que en alas de la prensa, llegó á nuestros
oidos el nombre de Carolina Santoni, recordamos
á la eminente actriz que al lado de Adelaida
Ristori, habia pasado por nuestro humilde tea-
tro como venturoso astro de luz que desaparece
en el horizonte, sin dejar esperanzas de pronto
regreso. Teniamos sin embargo que la orgullo-
sa esclava de Holofernes, intérprete admirable de
las salvages pasiones de su raza, no pudiera ele-
varse á las puras regiones donde se cernia el
espíritu de Judith, entre las inestinguibles lla-
mas del amor pátrio y del amor divino que se
confundian en el corazon de la valerosa hija de
Betulia.
Dio e patria son uno: son tutto
per noi figli d' un nume verace
non v' è patria se l' ara è mendace;
vile è il popol che muta la fè.
Temíamos que Isabel de Inglaterra cuya cruel-
dad é hipocresía que retrataba la Santoni como si
evocára del fondo del siglo XVI la figura del
Maquiavelo femenino, no pudiera convertirse
en Maria Estuardo; que el sacrificador no pu-
diera hacer de víctima, que no convinieran en
fin á las facultades artísticas de la Santoni, ora
la magestad, ora las humillaciones, ora los desa-
hogos, ora la sublime conformidad cristiana de
la viuda de Francisco II, de la amante de David,
Rizio, de la esposa de Darnley, de la cómplice
de Bottwell, de la mártir de Fotheringay, de
aquel conjunto de gracias y perfecciones que
todos los vates de Francia cantaron, de aquella
poetisa inspirada que supo en la lira del dolor
encontrar tiernos y amorosos sones, cuando desde
lo alto de la popa que la conducia á las ingratas
playas de la Caledonia, vió desaparecer en el
horizonte el hermoso pais donde dormia su pri-
mer marido el sueño de la muerte:
Adieu, charmant pays, de France,
que je dois tant cherir!
Berceau de mon heurense enfance
adieu! te quitter c' est mourir.
Nuestros temores eran infundados; tanto mas,
cuanto que la señora Santoni conocedora de
sus facultades artísticas, prefiere por lo general
el melodrama á la trajedia, habiendo represen-
tado únicamente en el primer jénero Maria Stuar-
do y Francesca di Rimini y en el segundo Ma-
ria Giovanna, los Dos Sargentos de la Rochela,
y Sor Teresa ó Elisabetta Soarez.
Maria Stuardo habia sido puesta en escena
por el conde Victor Alfieri, antes que por Schi-
ller y las condiciones literarias de la trajedia ita-
liana son tan notables que solo el interés inmen-
so que á los ojos del espectador presenta los del
segundo por su terrible y conocido desenlace
han inducido tanto á la Santoni como á la Ris-
tori á posponer la obra dramática del piamontés
Alfieri, á la del desgraciado é inolvidable can-
tor que vió la luz primera en las risueñas ori-
llas del Neckar.
La muerte de Enrique Darnley preparada por
James Hepburn es el asunto de Alfieri; la de
Maria Stuardo el de Schiller, y entre la noche
del 10 de Febrero de 1567 y la del miércoles 8
de igual mes de 1587, la eleccion no es dudosa.
Grande es el drama que se efectúa en el derrui-
do castillo de la roca Kirchfield; grande el con-
traste que resulta de la entereza y del amor de
la hija de Jacobo V, de las vacilaciones y de la
bajeza de alma de Darnley, de la hipocresía
y del atrevimiento de Bottwell y sobretodo de
la enerjía de Lamorre, cuya inspirada profecía
en la primera escena del quinto acto, no olvida-
remos nunca; pero es mas grande, abre mas an-
cho campo al artista, el nuevo crímen que se
consuma tras las murallas de la fortaleza de
Northampton.
Quisiéramos poder detenernos en demostrar
que no debiera llamarse trajedia á la bellísima
produccion del autor de Don Cárlos y de Wa-
llenstein; pero nos limitaremos á decir que está
admirablemente traducida por Maffei, ilustre au-
tor trájico que mejor que Voltaire y Alfieri ha
sabido interpretar los sentimientos maternales de
Merope. Con razon sin embargo, para evitar
complicaciones inútiles, se han suprimido mul-
titud de personajes como Guillermo Davidson,
secretario de Estado, Drugeon Drury, segundo car-
celero de Maria, O'Relly amigo de Mortimer,
el conde de Kent y los condes de l'Anbespine
y de Bellievre, embajadores de Francia. Escenas
enteras han sido acotadas, debiendo pronunciar-
nos en favor de la acertada supresion de las
escenas undécima á décima quinta del último
acto. Aunque el efecto que causa en el especta-
dor la muerte de Maria Estuardo se perjudique
con el monólogo final de Leicester, le debemos
la satisfaccion de haber escuchado al señor Fi-
lippo Prosperi en una de sus mas felices inspi-
raciones. Es imposible decir mejor aquellos tre-
mendos versos:
A te non si conviene, ó maledetto!
Sia de bronzo il tuo cor! sia di macigno
durissimo il tuo fronte! e se tu brami
cogliere il prezzo dell' infamia tua
dei sostenerla e consumarla! Taci
lento, inutile affetto! Occhi, impietrite!
Este actor nos ha dado numerosas pruebas de
su gran corazon y elevada inteligencia en el
papel de Bertrand y en el de Paolo de Fran-
cesca di Rimini. Con el fuego y la energia de
un verdadero italiano pronunció aquel saludo á
la madre patria que tanto valor tiene en las
circunstancias por que han pasado los heróicos
hijos de aquella tierra de heróes y de artistas:
Per chi di straggi si macchió il mio brando?
Per lo straniero ¿E non ho patria forsecui
sacro sia de' cittadini ìl sangue?
Per te, per te, che cittadini hai prodi,
Italia mia, combatteró se oltraffio
ti moverà l' invidia. ¿' E ìl puì gentile
terren non sei di cuanti scalda ìl sole?
D' ogui bel' arte non sei madre, Italia?
Polve d' eroi non è la polve tua?
De la señora Santoni en Francesca recorda-
remos siempre la lucha de afectos que nos pre-
sentó en la escena segunda del acto tercero y en
la tercera del quinto. Pablo y Francesca eran las
mismas figuras que vió entrelazados el Dante y
que su poderosa imaginacion nos pintó en la man-
sion de los dolores.
Respecto á Pia di Tolomei diremos como en
otra ocasion que sin el genio de la actriz que re-
presenta aquel interesante papel, seria imposible
aguantar lo trillado del argumento y la vulga-
ridad de los medios de accion.
¿Qué motivos tiene Reinaldo en el primer
acto para dudar de la virtud de su esposa? No
es extravagante el proyecto de Hugo para deshon-
rarla, proyecto que puede ser derribado, descu-
briéndose su infamia por el mas ligero é inespe-
rado incidente.
¿No es vulgar é incompatible con el título de
trajedia dado á esta obra, que el marido celoso
vaya como un Jorge Dandin á esconderse entre
las ruinas para tener las pruebas de su deshonor?
¿no es hasta ridículo que Pia no levante la voz
y no pueda por lo tanto ser oida de su esposo
sino en aquellas ocasiones en que pone el poeta
en sus lábios palabras de doble sentido que in-
terprete Reinaldo como indicios de adulterio?
Apesar de todo, Carolina Santoni logró arre-
batar al auditorio especialmente en el tercer acto
y en el quinto, si bien tuvo que luchar con
inolvidables recuerdos.
Donde se ha mostrado sin rival, es en Maria
Giovanna y Sor Teresa.
La muger de corazon nacida en las filas del
pueblo, cuyas pasiones sin pulir se revelan con
la energía de una naturaleza vírgen, se ha visto
calcada en la pobre y laboriosa jóven que llena
de confianza y de amor de su mano al liber-
tino, con la dulce y poética esperanza de con-
vertirlo á los inocentes placeres del hogar. La
desgraciada víctima de la miseria y del honor
la esposa desgraciada que vela ante las horni-
llas frias mientras que el marido arrastrado por
las relaciones engañadoras del mundo vaga de
taberna en taberna y vuelve á turbar con su voz
enronquecida por el vino, el horrible silencio de
la casa, ha tenido un espejo en aquella pobre
madre que trabaja para su desgraciado hijo que
lucha y se revuelve contra su flaqueza misma
para arrancarlo de la muerte que le amenaza
ahora ó del calabozo que en el horror de sus
veladas se le presenta á lo léjos como la única
mansion del figlio dell beone.
La Santoni ha estado sublime de sencillez, de
naturalidad, de pasion en Maria Giovanna. Ha
tocado todas las cuerdas de la lira en que el
pueblo canta sus eternos sufrimientos, la triste
Iliada de sus dolores.
Sor Teresa! Al ver á la Santoni con el blan-
co hábito y las negras tocas de las esposas del
Señor, levantadas las manos al cielo é implo-
rando moribunda del Dios de las misericordias
torrentes de bendicion para su pobre Guglielmina,
hemos recordado uno de esos conmovedores cua-
dros que cualquiera de nosotros ha visto en las
profundidades de la iglesia á la luz chispeante
de una lámpara ó en los recodes de un cláus-
tro al amoroso beso de un rayo de sol!
– Dom Abbondio. -
LA YEDRA Y LA VIOLETA.
Una yedra se estrechó
al redor de un alto pino,
altiva se remontó
y anhelante en su camino
de esta suerte diz que habló:
- ¡Cuando veré la llanura,
los hondos valles y el mar,
y gozando en mi ventura
los espacios dominar
señora ya de la altura!...
¡Ah! tanta dicha no creo!....
¡Mas léjos de mí esta vana
quimera de mi deseo!...
¡Sí!... sí! al sol de la mañana
los llanos inmensos veo!
Poco abarca mi mirada...
¡Subamos!... ¡Larga es la senda
y mi esfuerzo se anonada,
pero rompa yo la venda
que me oculta la hondonada!...
Hasta allí mi vista alcanza...
¡Subamos! que en mi anhelar
ya comienzo á contemplar
léjos, allá en lontananza,
las densas brumas del mar.
Al fin del árbol llegué;
de aquí el espacio domino;
pero mas no subiré
ni á los cielos volaré
segun marcó mi destino.
Yo, cual esas aves bellas
que al aire ostentan sus galas,
al contemplar las estrellas
quisiera tener dos alas
para remontarme á ellas.»
- «Yo, pobre flor ignorada,
no vivo en constante anhelo-
la violeta perfumada
dijo, levantando al cielo
melancólica mirada.
Como tú subir no ansio
para dominar la sierra,
los valles y el mar sombrío;
mas oculta entre la tierra
gratos olores envio.
Ufana te has encumbrado;
cuanto anhelaste ya miras;
mas al término has llegado
y en tu afan desesperado
por lo imposible suspiras....»
La violeta aquí calló
del aura al amante beso
que su fragancia robó,
y con amante embeleso
dulcemente la meció.
La yedra, que mas deseaba,
luchando con la impotencia,
viendo á la flor suspiraba
y es que entonces envidiaba
su pequeñez y su esencia.
Nilo Maria Fabra.
Madrid.
PENSAMIENTOS DE PRIMAVERA.
A. D....
A tí cuyo corazon, vírgen á las pasiones mundana-
les, se eleva al cielo en contínua plegaria por el bien
de tus semejantes, á tí te dedico este Pensamiento,
por que solo en tí he pensado al escribirlo. Recibe es-
te pobre trabajo en prenda del inagotable cariño que
te guardo.
I.
Si Selgas escribió sus Pensamientos de Ve-
rano y Lopez los suyos de Otoño, nada mas jus-
to que yo saque á plaza los mios de Primave-
ra; cada cual tiene predileccion por una cosa
y yo la tengo por la primavera; quizá publicado
que sea este artículo, habrá algun entusiasta de
la estacion mas cruda del año y sacará á relucir
sus pensamientos de invierno; frios deberán ser,
pero quizá estos lo sean mas que ninguno, porque
¿cómo puedo espresar yo mis Pensamientos de
Primavera con la originalidad que Selgas á es-
puesto los suyos y con la inteligencia que Lo-
pez ha hecho conocer sus pensamientos de Otoño?
Apesar de todo el gran contraste que formará
este artículo con los dos antecitados, lo doy para
que el escalpelo de la crítica se cebe en mí, po-
bre desconocido, que llevado del espíritu de imi-
tacion quiero encabezar mis artículos con los mis-
mos motes que Selgas y Lopez.
II.
Concluyó el último dia de invierno.
Llegó la primavera.
Habia tanto sol, tantos perfumes, tantos mur-
murmullos, tantos cánticos de esos que forman
los vientos y las aguas, los pájaros y el murmu-
llo de los lagos, las florestas y la enrramada, que
estasiado con la naturaleza recordé que el sa-
crificio es el altar donde el hombre se purifica,
que el amor á Dios es el manantial del bien,
que el dolor es la lira que suspende el angel cai-
do para producir todas las notas que reunidas
forman la armonia del arte, que el tiempo, cual
gusano que corroe nuestra vida, nos lleva el
cuerpo al sepulcro, pero nada puede con el alma
que vuela á lo infinito y envuelta en transpa-
rente nube se eleva hasta postrarse á los pies de
aquel que la infundió en el cuerpo del hombre
para darle vida; y estasiado de este modo me
dormí y soñé; mejor dicho, remontéme de la vi-
da material y suspendido sobre las miserias da
la tierra mi mente se exaltó y mi imaginacion, en
alas de la fantasía, creó lo que doy á la prensa
bajo el título de Pensamientos de Primavera.
III.
El padre de los astros apareció radiante de
hermosura y esparció sus resplandores cual otras
tantas cintas de oro y dió al mundo la luz. El
sol agitaba sus rayos sobre las plácidas olas que
blandamente se mecian llevando á la orilla un
pequeño murmullo parecido al eco de una voz
que bendice al Criador; los rientes campos ma-
tizados de verdor y sembrados de mil colores pro-
ducidos por otras tantas florecillas, le hacian
aparecer cual una magnífica alfombra de Persia;
las mariposas que se mecian sobre las flores,
luciendo los variados colores con que las dota-
ra la naturaleza; la vieja palmera del Asia que
guarda en su copa los secretos de todas las eda-
des, se alzaba orgullosa haciendo destacar sobre
el azul del firmamento sus flecsibles palmas;
las vides perezosamente reclinadas sobre la tier-
ra formando guirnaldas, ostentaban sus dorados
racimos; el cielo de azul purísimo, salpicado de
ligeras nubecillas que iban perdiéndose en el es-
pacio cual gazas que el blando céfiro llevára en
pos de sí... tal era esta deliciosa mañana de pri-
mavera; la vida se derramaba por los campos y
la alegria rebozaba en la naturaleza.
Y en este momento apareció en medio de los
campos cual la estátua de Fidia colocada en el
templo de la naturaleza, un griego jóven y her-
moso, suelta la cabellera y cubierto su cuerpo
con un manto de la blancura del armiño y cal-
zados sus pies con sandalias. Parecia interrogar
con sus miradas al cielo y á la tierra, á las flo-
res y á los pájaros, al arroyuelo y á la cascada
al tierno cervatillo que brincaba cerca y al hu-
milde borrego que balaba en la cordillera; pero
todo en vano; ninguno le respondia, nadie com-
prendia su mudo lenguaje y, sin embargo, la mi-
rada del griego espresaba todo un poema. Entón-
ces llevando su mano al corazon y dirigiendo al
cielo sus hermosos ojos eslamó: ¡Dios! ¡Dios!
¿dónde estás? ¿quién eres que mi corazon te
desea y no te vé?
¿Eres el agua encerrada en ese inmenso pié-
lago que llaman el mar? ¿eres la luz con que
se alumbran los astros? ¿eres el fuego donde
toma sus rayos el sol? ¿eres la armonia que
forman las esferas y los astros en sus círculos de
luz? ¿eres lo infinito y lo ilimitado? ¿quién eres?
¿dó estás? ¿por qué no respondes? Yo hé oido
decir á Platon: Dios; y despues he oido tambien
que Dios es el fuego que alimenta la tierra, que
se oculta entre los aires, en el fondo de los bos-
ques, en el capullo de la rosa y en la profun-
didad de los mares; que sin Tí no se mueven los
vientos, que sin Tí la naturaleza estaria muerta,
que sin tu poder no existiria este mundo, este
sol, ese cielo, esas flores y ese inmenso occeano;
muéstrateme y hazme ver quien eres; muéstra-
teme y hazme comprender tu poder y tu gran-
deza que admiro sin entender, solo por la vaga
idea que cruza por mi mente y por la fé que
encierra mi corazon de que existe un ser que yo
no he llegado á comprender;» y en su deseo dirigia
al cielo sus manos, pero en vano; entonces el jó-
ven griego dirigió sus pasos por la ilimitada
llanura que veia ante sí y se perdió á lo lejos.
IV.
El manto de la noche se iba descorriendo por
Oriente; era el amanecer; las estrellas se iban
ocultando y la luz del dia llegaba hasta la tierra
al través del sonrosado manto de la Aurora; los
pajarillos batian sus alas y entonaban sus arpe-
gios para saludar al nuevo dia, arpegios que
parecen los primeros suspiros que al levantarse
dirige la tierra al cielo. Las trasparentes gotas
del rocio parecidas á luminosas estrellas caida del
firmamento empezaban á descomponerse en varia-
dos colores á la luz de la alborada. Sobre la cús-
pide de un monte se divisaba al jóven griego
que con las lágrimas en los ojos y la voz entre-
cortada por los sollozos daba el último adios á
su pátria; - adios Grecia – escama, - adios ma-
dre querida, adios patria mia, tu nombre será
durante mi vida el ritmo de mis ideas; en tu
pura y blanca frente brilla la luz de una eterna
mañana; adios Venus nacida entre las espumo-
sas olas del mar, lira de los poetas, adios; adios,
Grecia, tu has sido el dulce nido de mis pensa-
mientos y de mi corazon, acuérdate de mí y en-
viáme doquiera que esté uno de tus suspiros pa-
ra reanimarme en el camino que sigo; adios tem-
plo del mundo tus vientos despiden quejidos de
amor y en tu seno se crean almas de héroes; de
tus árboles penden las liras que asombran al
mundo con sus ecos; la civilizacion se ha refu-
giado en tí, los placeres se albergan dentro de tus
muros, á tí acuden á libar la miel las avejas del
Asia y de la Europa; adios patria mia recibe mi
despedida, tal vez la prostrera
V.
El griego continúo su camino, y al separarse
de su pátria se acordó de la muerte; ¡la muerte! -
esclamó - ¿quién cree en la muerte? La muerte,
es una ilusion; nosotros nos desprendemos de la
vida como me desprendo yo de mi túnica, nun-
ca la he temido, ¿y como se puede temer una
cosa que no se ha de sentir? Pero cuando veo
caer los árboles comidos por su pié, la flor se-
carse al ardiente rayo del sol ó caer al suelo des-
trozada por un insecto; cuando veo desvanecerse
las nubes y secarse una gota de agua, ¡ha! en-
tonces veo la muerte como el fin de nuestra ecsis-
tencia, como la segur que corta nuestra vida en
su mas florida Primavera, sí, la muerte nos
hace recordar que hay una voluntad superior á
la voluntad del hombre, que el hombre es nada,
que á lo mejor cae en la fosa y se pierde en la
tierra de donde nació como se pierde una gota
de agua desprendida de las nubes en la inmensi-
dad del mar.
VI.
El sol iba á tocar á su ocaso; junto á un man-
so arroyuelo que lamia el pié de los arbustos cer-
canos á él, estaba el jóven y gallardo mancebo
sentado sobre un trozo de columna y opoyada la
cabeza entre sus dos manos; meditaba profunda-
mente; habia corrido hasta Oriente buscando al
Dios que su alma deseaba ver y no le habia en-
contrado.
Estaba rodeado por la soledad; á su vista se
estendia el desierto; la creacion parecia haber
enmudecido; de tiempo en tiempo se divisaban
las caravanas, y los camellos que sedientos y can-
sados se tendian á descansar sobre la ardiente are-
na del desierto; la caida del dia y la procsimi-
dad de la noche hacian que aquel sitio respi-
rase tristeza y melancolía; ¡que desgraciado se
creia el hermoso mancebo! de repente incó sus
rodillas al borde del arroyo inclinó la cabeza y
apagó su sed al par que refrescó sus ideas.
El crepúsculo concluyó y el negro crespon de
la noche, salpicado de estrellas, cubrió el firma-
mento; nada se oia; solo la respiracion del griego
se dejaba sentir; á poco el sueño embargó sus
párpados y creyendo encontrar en él lo que bus-
caba, se durmió.
VII.
La argentada luna despedia sus plateados ra-
yos cuando el jóven griego sintió que le toca-
ban en el hombro; despertó y encontró cerca de
si una figura hermosísima, de mirada arrobadora
y angelical semblante; sus sedosos y rubios ca-
bellos le caian en espesos bucles sobre sus es-
paldas; su trage talar ceñido al cuerpo por un
cordon dejaban ver que ajustaba á sus piés san-
dalias de cuero sugetas con correas del mismo;
el griego se quedó pasmado ante aquella celes-
tial imagen que se hacia aun mas interesante
mirada al pálido resplandor de la luna - ¿Quien
eres? – le preguntó? de donde vienes? ¿do vas
por este desierto? – Soy tu hermano, vengo de la
mansion celeste, voy á quitar la venda que uno
de mis hermanos tiene en los ojos de la inteli-
gencia y le impide ver la verdad.
– Un hermano? tú mi hermano! tú, no has
nacido cual yo á la sombra de los limoneros y
naranjales de Thesalia. ¿Por ventura, han caido
sobre tu cuna impelidas por el céfiro las hojas
de jazmines y azahar? ¿Has nacido bajo el lim-
pido cielo de la Grecia, bajo aquel cielo que
despide el resplandor de la antorcha de las or-
gias? ¿has vivido tú en aquellos bosques y res-
pirado su puro aliento tan casto como el de la
mas virginal doncella?
– No.
– Pues entonces como te llamas mi hermano?
– Porque yo soy tu hermano como lo soy de
todos los hombres; porque Dios nos ha dado el
corazon para que nos amemos los unos á otros,
puesto que dijo: amarás á tu prójimo como á tí
mismo.
- ¡Dios! todos me hablan de Dios y yo no
lo veo, ¡Dios! yo he recorrido tras él y jamás
le he encontrado.
– Dios, ese es el que me envia, ese Dios to-
do verdad, todo dulzura, todo caridad, todo pa-
ciencia, todo mansedumbre y todo amor para
con sus hijos.
- ¡Amor! ¡verdad! yo he creido encontrar
esto entre el ruido del festin y en brazos de la
molicie, en la fragancia de las flores, en la so-
nora voz de las ondas, en el rocio de la mañana
y en el crepúsculo de la tarde, en la aparicion
de la luna y de las estrellas, pero nunca apague
la sed de mi conciencia y el deseo de mi alma.
– Por qué no le has buscado en Dios?
– Mis fuerzas no han sido suficientes á levantar
el pesado mármol que cual loza funeraria cu-
bria mi razon y mi inteligencia; he querido in-
finitas veces escalar el espacio que nos separa; he
querido remontarme en alas de mis deseos, pero
¡vana esperanza! el mundo me ha unido al
carro de sus víctimas y no he podido hacer des-
cender hasta mi pobre alma la verdad; ese ra-
yo de luz que viene del cielo no ha bajado has-
ta mí.
– En tí se vé retratado el hombre, que quiere
encontrar la felicidad en el mundo y no en su
alma; para llegar á Dios solo se puede ir por
el camino de la virtud, ese camino se haya
abierto lo mismo para ti que para todos los hom-
bres. Tu alma debe ir en busca de las de tus
semejantes; dando abrigo y consuelo á los que
lloran y padecen, amando á la verdad y el bien,
amas á Dios puesto que el hombre es su hijo.
Y el angel pasando sus manos por los ojos del
griego quitole la venda de ignorancia que cubria
los ojos de su inteligencia y este vió destacarse
del cielo el cuadro mas grande, mas admirable,
mas magnífico que puede imaginarse la fantasía
del verdadero cristiano.
Es la cumbre del Gólgota. La cruz está ilu-
minada por el destello de la tempestad, la cóle-
ra del Jehová cruza el espacio; colgado de la
cruz lanza el Redentor su postrimer suspiro, está
en el instante en que, alzando la cabeza á su
padre, esclama: Eli, Eli, lamma sabacthani? En
su rostro ve el jóven griego la sublime espresion
de infinita amargura que revela el rostro del Cria-
dor, en él vé que el que allí padece no es el
hombre, sino todo un Dios que sufre resignado,
y lanza gustoso su último aliento, aliento con el
cual se alimenta y vive toda la humanidad.
En este Cristo vé el griego no el Thamo que
huyó de los altares de Babilonia á Egipto, no,
en este vé el varon justo, el varon de dolores de
Isais, el varon que lleva sobre su cabeza el pe-
so de todas nuestras culpas; en este ve centellear
la increada luz de su esencia divina; en este ve,
la sublime belleza y resplandeciente santidad; en
este ve, el griego, la única esperanza, la única
luz, el único espíritu de vida, vé en Él, finalmen-
te, al Dios todo justicia, unida al eterno amor y
á la eterna misericordia.
VIII.
– Para llegar, hasta donde has visto á ese
Dios, no sigas el camino de la vana ciencia del
mundo, no le busques con el necio orgullo del
sábio; si quieres encontrarle, sigue la senda del
bien, predica á tus hermanos que se amen unos
á otros, perdona á tus enemigos, dá libertad á tus
esclavos, y siguiendo el camino trazado encontra-
rás la bienaventuranza.
Mas tarde, cuando para los cristianos sonó la
hora del martirio, el jóven griego era despeda-
zado por una fiera, en el anfiteatro, invocando al
Dios que un dia se le apareció en Oriente; y
cuando su alma dejó el cuerpo inerte sobre el
polvo, se remontó como una blanca y cándida
paloma á gozar del bien celestial que Dios tie-
ne reservado para sus mártires.
El Malagueño.
Málaga.=Remitido=
LA CLAVIJA,
LA CUERDA Y EL PUEBLO.
De una hermosa guitarra
quejábase una cuerda á su clavija,
con triste voz que el corazon desgarra;
- «¿Por qué me estiras tanto,
sin reparar mi llanto
y mi acerba congoja?
Afloja un poco, afloja,
y con dulce sonido
del tañedor regalaré el oido;
pero si aprietas mas, fuerza es que estalle,
y que luego me arrojen á la calle.»
Dijo, y sin que esto nada le remuerda,
asuste, ni corrija,
siguió apretando la feroz clavija;
¿mas que sucedió al fin?... saltó la cuerda.
tambien es cosa fija,
que el pueblo mas sufrido y mas callado
salta cuando le aprietan demasiado.
Ventura Ruiz Aguilera.
Madrid.
UN SECRETO.
NOVELA.
(CONTINUACION.)
El del capuchon negro habia acabado ya de
hablar con la Duquesa.
El resto del baile pasó sin ningun accidente
digno de mencionarse.
Solamente esta parecia algo preocupada y tra-
taba de olvidar la conversacion que habia
tenido con el máscara, creyéndola una broma
de carnaval, apesar de encontrar en ella una
intencion marcada.
En una hermosa mañana de primavera, el sol
aparecia por Oriente rodeado de débiles nubeci-
llas, que le formaban una corona matizada por un
encantador sonrosado; el dulce céfiro agitaba
lentamente las frescas hojas de las plantas hu-
medas aun por el rocio de la noche; los paja-
rillos poblaban el aire revoloteando en torno de
los árboles acariciando sus copas y festejando
con sus melodiosos trinos la salida del rey de
los astros.
Julio de Almara y Augusto Bracamonte, se
dirigian á caballo hacia la quinta que acababa
de edificar el banquero Alberto List.
Desde la noche del baile de la Duquesa de
Orgáz, el Marqués, como hemos dicho, se creia
feliz pues era correspondido su cariño por Lu-
cia, aunque no de la misma manera que esta
poseia el suyo; pero no obstante que le unian
con Julio grandes simpatias, no era de esperar
sintiese mucho un rompimiento.
La Duquesa, desde que habló con el del ca-
puchon negro, á quien no conoció, manifestaba
anteriormente alguna repugnancia en las relacio-
nes de su hija, á la que apesar de querer en es-
tremo, no habia dicho una palabra de su conver-
sacion con el desconocido.
Adolfo Quintanar, desde aquella noche estaba
enamorado perdidamente de la señorita de Or-
gáz; la leccion que de esta habia recibido, hizo
que lo que entónces sin sentir, por pura distrac-
cion y pasatiempo le habia dicho, ahora, en el
fondo de su corazon sintiera.
Desde entónces, el Baron cambió completamente
su modo de obrar. No se le veia bromeando co-
mo otras veces con las damas y, en una pa-
labra, el jóven calavera se habia convertido en
juicioso y formal, lo que ante los ojos de Lucia
no pasó desapercibido.
Por otro lado, Augusto Bracamonte sentia in-
finito los amores de Almara; las circunstan-
cias que le rodeaban hacian su posicion cada vez
mas crítica, debiendo evitar á toda costa, el enlace
de su sobrino con Lucia, y si este se empeñaba en
su designio, seria muy dificil impedirlo. No podia
comunicarle el secreto que la madre de este le
confió y solo sí tratar desilusionarlo á toda cos-
ta en sus amores con la señorita de Orgáz.
Los dos ginetes llegaron á la posesion de List.
Este los esperaba y los condujo donde se halla-
ban su hija, la Duquesa y Lucia, que estaban
invitadas para asistir á la inauguracion de la
quinta.
Hallábase esta situada en la falda de una pin-
toresca montaña de la que brotaba un apacible
arroyuelo que lamia dulcemente sus murallas; una
espaciosa alameda á cuyos costados habia her-
mosos jardines la daba entrada y á su frente
se desarrollaba una hermosa llanura cubierta
por un magnífico manto de verdor. El opulento
banquero no podia haber escojido un sitio mas
delicioso para edificar su quinta.
Adolfo Quintanar se presentó despues y se
conocia en su semblante que efectivamente su-
fria.
Era la primera vez que veia á Lucia desde
la memorable noche del baile y esperimentó una
gran sensacion.
La mayor parte de la mañana se pasó hablan-
do de cosas indiferentes.
Augusto Bracamonte, ínterin todos gozaban,
en lo posible, de los encantos y placeres del
campo, permanecia pensativo en uno de los ga-
binetes y parecia que entonces, con mas decision
que nunca, deseaba desplegar toda su fuerza mo-
ral para que los amores de su pupilo conclu-
yeran.
A este fin, recopilaba en su imaginacion to-
das las palabras que su hermana le habia di-
cho en el lecho de muerte y repitiéndolas decia:
- «Hermano mio; sin duda de esta enferme-
dad moriré; conozco que las fuerzas me aban-
donan y voy á confiarte un secreto y mi últi-
ma voluntad, que cumplirás y la que quiero
ignore mi hijo Julio.
Debo á Alberto List favores de consideracion,
los cuales deseo compensar de alguna manera.
Me ha salvado á mi hijo, en diferentes ocasio-
nes, de peligros que sin su auxilio seguramente
lo hubiera perdido. Me ha ayudado en una épo-
ca en la cual mi casa y mis bienes, hubieran
sucumbido y Julio no poseeria la fortuna que
heredará. En agradecimiento á tantos beneficios
me prometí inclinar el corazon de mi hijo, cuan-
do pudiera sentir los efectos del amor, hacia
Aurora su hija, lo cual ignoran ambos, quierien-
do por este medio que List tenga en Julio un
hijo cariñoso y tierno.
Por efecto de mi muerte, no puedo seguir los
pasos de este y cumplir yo misma lo que ofrecí;
por eso dejo en tí depositada toda mi confianza;
pon en ejecucion todos los medios que estén á
tu alcance para efectuar la promesa que me hi-
ce y para que el matrimonio de ambos se llegue
á efectuar; al mismo tiempo, quiero ignore Julio
que en un trance tan solemne dispongo de su
voluntad; pero si deseo que la mia se cumpla,
para lo cual obrarás con toda la prudencia y
buen talento que tanto te distingue; además te
ruego que veles por la seguridad y modo de obrar
del Marqués»....
Iba á continuar pero ahogándosele la palabra
en los lábios, murió á los pocos instantes.
Despues de estos recuerdos Bracamonte fué á
buscar á la Duquesa y la halló sola.
Conversaron por algun tiempo y despues el
tio de Julio dijo:
– Recordais á un máscara que la noche del
baile os estubo hablando?
– Perfectamente.
– Y los consejos que os dió.
– Seguramente era una broma de carnaval.
- ¡Ojalá! pues entónces no tendria ahora oca
sion de venir á importunarla. Aquel máscara
era yo, que trataba valiéndome del antifáz, con-
seguir lo que sin él seguramente obtendré. Co-
mo sabeis, soy tio y tutor del Marqués de Al-
mara y no ignoramos que este quiere á vuestra
hija: pero Julio por una voluntad superior á la
suya está destinado. Le honra estremadamente el
cariño que Lucia le tendrá pero el que es necesa-
rio retire.
Juan José Jimenez.
Concluirá.
PROFUSION DE ROPA.
Hiscam-ben-Abdalmalek, uno de los Califas
de la raza de los Ommiadas, tenia setecientos
guarda-ropas llenos de los vestidos mas ricos
del mundo; cuando viajaba iban en su equi-
page seiscientos camellos cargados con la ropa
de su uso; y á su muerte se hallaron en el prin-
cipal de sus guarda-ropas doce mil camisas fi-
nísimas. Sin embargo, habiendo prohibido Va-
lid, su sucesor, que se le vistiese ninguna de
ellas para enterrarlo, uno de los antiguos cria-
dos de aquel fastoso Príncipe, tuvo que envol-
ver su cádaver en un grosero lienzo, para que
no fuese en cueros á la sepultura.
ERÓICA CONFORMIDAD.
Abdolónimo, Príncipe de Sidonia, se vió obli-
gado á cultivar la tierra para subsistir. Alejan-
dro el Grande, árbitro de los tronos, se apode-
ró del de Stralon, rey de Sidon, para entregar-
lo á Abdolónimo, á quien preguntó: «Cómo ha-
«beis podido soportar tanta miseria? – Plegue á
«Dios (le contestó aquel) que pueda con tanta fa-
«cilidad resistir tanta grandeza. Nada me ha fal-
«tado en la carrera miserable de la vida, pues «mis manos han remediado todas mis necesi-
«dades.» Alejandro, admirado de esta respues-
ta, juntó á sus estados otra porcion de tierras,
y le regaló parte del botin cogido á los Persas.
[Solucion á la charada del
número anterior.]
Es cosa divertida
ver á un Mocoso
echándole de hombre
y de gracioso.
CHARADA.
Es mi primera sílaba
vos anticuada
que en varias acepciones
fué muy usada.
Mi primera y segunda
se vé en los mares,
y es voz muy repetida
de navegantes.
Mi segunda figura
en la armonia:
Prima, tercia y segunda
en loterias.
Primera y cuarta oficio
es, ó deleite
en que aquel que mas mata
mas se divierte.
Tercera y cuarta es cosa
de jugadores:
tercera con segunda
de tiradores.
Un color, una goma
segunda y prima:
cuarta y segunda es baja
zalameria.
Primera y tercera es Rio
de la Guyana:
segunda y tercia es otro
de la Circasia.
Por último, es mi todo
fruto y comida,
de cualquier hortelano
muy conocida.
Si pues con tantas señas
no me conoces,
perdona que te diga:
«eres muy torpe.»
Editor responsable, Don Rafael Martos.
MÁLAGA. - Imprenta de Don Francisco Gil de Montes,
Calle de Cintería, número 3.
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