CODEMA19-LACAR-186162-2
CODEMA19-LACAR-186162-2
Resumen | Número 13 de "La Caridad. Semanario de ciencias, literatura, teatros, costumbres y modas" |
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Archivo | Hemeroteca Municipal de Madrid |
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Typology | Otros |
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Fecha | 24/11/1861 |
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Lugar | Málaga |
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Provincia | Málaga |
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País | España |
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[margen superior: NUMERO 13. DOMINGO 24 DE NOVIEMBRE. 1861.] LA CARIDAD.
SEMANARIO DE CIENCIAS, LITERATURA, TEATROS, COSTUMBRES Y MODAS.
Los productos líquidos de este Semanario se entregarán al Excelentísimo é Ilustrísimo Señor Obispo de la Diócesis,
para su distribucion entre los Establecimientos de Beneficencia de esta capital.
SUMARIO.
Lista de las Señoras y Señoritas que componen la Comision propagadora de LA CARIDAD. – La Caridad
base de la civilizacion, por Don Juan Nepomuceno Blasco. – Continuacion. – La hija de O'taiti. – Poesia por J. B. y C. – La
mano de nieve. – Novela. – Continuacion. – Barquerola, por J. M. del C. – Al ponerse el sol, por A. de Z. – Revista á
la ligera. – Aduladores. – Modas; descripcion de los figurines. – Solucion á la charada del número anterior.
LISTA
POR RIGUROSO ORDEN ALFABETICO
DE LAS SEÑORAS Y SEÑORITAS QUE COMPONEN LA COMISION DE FOMENTO DE SUSCRICION Á
LA CARIDAD,
Semanario dedicado á la Beneficencia de Málaga y Provincia.
Ahumada (Señora Doña Teresa).
Berges de Guerola (Excelentísima Señora Doña Cármen).
Crooke de Loring (Señora Doña Rafaela).
Heredia de Loring (Señora Doña Amalia, Mar-
quesa de Casa-Loring).
Loring de Delius (Señora Doña Maria).
Milla de Diaz Zafra (Señora Doña Cármen).
Monzalvez (Señora Doña Concepcion, Marquesa
de Camponuevo).
Ordoñez de Roose (Señora Doña Antonia).
Pizarro (Señora Doña Maria del Cármen, Con-
desa de las Navas).
Quirós de Freüller (Señora Doña Maria del Cár-
men, Marquesa de la Paniega).
Remires de Bessieres (Excelentísima Señora Doña Ma-
riana).
Alvarez (Señorita Doña Matilde).
Arzu (Señorita Doña Ana).
Bolin (Señorita Doña Teresa).
Bruna (Señorita Doña Concepcion).
Cámara (Señorita Doña Leonor).
Clemens (Señorita Doña Elena).
Ferrer (Señorita Doña Clara).
Gabrieli (Señorita Doña Maria).
Gordon (Señorita Doña Maria).
Guerola (Señorita Doña Élia).
Hernandez (Señorita Doña Sofía).
Isern (Señorita Doña Paulina).
Laá (Señorita Doña Joaquina).
Laffore (Señorita Doña Dolores).
Lopez (Señorita Doña Elena).
Lopez Dominguez (Señorita Doña Isabel).
Ordoñez (Señorita Doña Elisa).
Orueta (Señorita Doña Maria).
Pareja (Señorita Doña Luisa).
Pettersen (Señorita Doña Enriqueta).
Rando (Señorita Doña Francisca).
Scholtz (Señorita Doña Clementina).
Sostoa (Señorita Doña Concepcion).
Tovilla (Señorita Doña Francisca de la).
Torriglia (Señorita Doña Manuela).
Viana Cárdenas (Señorita Doña Concepcion).
Zulueta (Señorita Doña Julia de).
Si bien cada una de las Señoras y Señoritas que
componen la Comision, habrá complido la cari-
tativa mision que se impusieron al aceptar tan
piadoso encargo, no podemos resistir al deseo de
señalar á la consideracion de todas la incansa-
ble actividad y esmerado empeño que han tenido
algunas en reclutar, (permitásenos la espresion)
numerosos suscritores cuyas listas autógrafas se
han dignado ellas mismas dirigir oportunamente
á la Direccion del Semanario y la proteccion
al pensamiento de «LA CARIDAD» ha sido tal
en una de estas Señoritas que hasta se ha cons-
tituido responsable al pago constante por todos
sus suscritos.
Nosotros al tributar un homenaje público de
gratitud al noble celo de la Comision por cuan-
to ha hecho, debemos una vez mas instarla á
redoblar sus esfuerzos en beneficio de los nece-
sitados para quienes únicamente son los produc-
tos de nuestro costante trabajo.
Y si lográsemos que en la Sociedad Malagueña
se considerára la suscricion á «LA CARIDAD»
un casi deber de toda persona de corazon sen-
sible y cristiano, de seguro que nuestro fin se ve-
ria coronado y cumplido nuestro propósito que no
es otro que el de la Caridad que alimenta al
necesitado moral y físicamente.
LA CARIDAD,
BASE DE LA CIVILIZACION.
(CONTINUACION.)
Y si bien esta violacion de las leyes de la na-
turaleza y de la equidad, unida á los aconte-
cimientos políticos, varian pronto tal estado de
cosas, sobrevienen nuevos vicios, de esos que,
bajo el aparente barniz de una deslumbradora
civilizacion, son los mas ocasionados á corrom-
per las costumbres públicas, y precursores infa-
libles de la miseria y de la degradacion social.
La aficion al lujo es una conquista que los hi-
jos de Rómulo, vencedores en todas partes, im-
portan en la metrópoli del mundo civilizado, y
que se ha de convertir en una fiebre devorado-
ra, auxiliar poderoso de la corrupcion universal.
Las mugeres son las iniciadoras de esta nueva
era de escandaloso desórden, «no bastando las
riquezas de todas las naciones saquadas por sus
esposos, para engalanar sus personas y decorar
sus habitaciones.» Son harto significativas las
palabras de Plutarco á este propósito; el decoro
se resiste á estamparlas. Lo cierto es que el ce-
libato abre ancha via á los placeres fáciles de
la disolucion, como si quisiera vengarse de la
vergüenza y deshonor que mancillaba de contí-
nuo la frente de los que no le abrazaban; que el
divorcio se multiplica de un modo escandaloso
por las causas mas frívolas; que los personajes
mas notables, hasta el casto Pompeyo y el sesudo
Ciceron, apelan á él; que el libertinaje se decla-
ra abiertamente contra la institucion divina y el
fin del matrimonio, produciendo tan abominable
desórden el mas horrible decremento de la po-
blacion: de aquí las famosas leyes Julia-Poppca
y Papia-Poppea. ¡Envidiable civilizacion por
cierto!
Todo el poder de Augusto no alcanza á con-
tener el mal. ¿Y cómo habia de contenerlo, apar-
te los vicios personales del atrevido reformador,
si ya estaban enteramente frios los sentimientos
de afecto recíproco, que forman el encanto de la
vida, algunas veces el consuelo del fuerte y siem-
pre el apoyo del débil? ¡Si ya no existía el amor
de los hombres entre sí! Y cuenta que esta era
la situacion general del género humano, hasta
que descendiera á habitar entre los hijos de los
hombres el hijo del Eterno, declarando tener sus
delicias en el trato con ellos y demostrándoles
por medio del mas sublime ejemplo todo el col-
mo de su ardiente caridad. Roma era el retrato
de todos los pueblos, tanto al oriente como al
occidente; su accion influia en todas partes; su
historia no puede dejar de ser la misma.
Pero aproximémonos mas á nuestros dias, en
los cuales precisamente se ha de conocer la obra
natural del tiempo, supuesto que progresando de
contínuo la humanidad, los adelantos de una
época deben ser el punto de partida de otra mas
ilustrada, mas floreciente, mas civilizada. No ha-
gamos mencion especial de pueblo alguno: exa-
minemos en general los casos, por desgracia de-
masiado frecuentes, en que la Europa moderna
ha parecido como abandonada al sentido réprobo
de desconocer la civilizacion. Consúltense las
guerras de religion y las civiles, las persecucio-
nes y proscripciones originadas de ellas, los abu-
sos de fuerza y de libertad, todas las calamida-
des, en fin, tanto morales como políticas, por que
ha pasado, y se verá, á las primeras indagacio-
nes, que han procedido, sin escepcion alguna,
de haber abandonado los hombres y las nacio-
nes el principio del amor universal para adoptar
otro, que necesariamente ha de ser erróneo y fu-
nesto, porque no puede haber dos verdades con-
tradictorias entre sí.
¿Y se encontrará por ventura el principio que
veníamos proclamando como manantial fecundo
de la verdadera civilizacion, esencia de ella mis-
ma, en esas congregaciones de hombres eclécti-
cos, humanitarios, racionalistas, que se ostentan
por do quiera como bienhechores de sus semejan-
tes, apóstoles de la beneficencia, panegiristas de
la civilizacion? De ningun modo: Esos hombres,
viéndose fuertes por sus conocimientos esperi-
mentales, sus riquezas, su industria y su pro-
digiosa civilizacion material, han erigido altares
á la razon, como á su divinidad suprema; han
deificado el Yo, haciendo decaer la fé comun, que
es el alma de la sociedad, y la caridad, que for-
ma su lazo, para convertir la una en sectas na-
cionales y opiniones individuales y la otra en
patriotismo esclusivo en egoismo, que, cuando
mas podrá dilatarse hasta la filantropía, hasta
este ser estraño, que solo socorre por consideracio-
nes humanas, para obtener premio de la dádiva,
para adquirir celebridad, para sacar partido de
todo. Ya lo hemos dicho, pero es fuerza repetir-
lo: solo en el cristianismo se halla el amor ver-
dadero, grande, extenso, universal.... la Caridad.
Sí, en el cristianismo, que es la Comunion Ca-
tólica, la única religion que enseña y prescribe
la libertad nacional, la justa igualdad, la frater-
nidad real y efectiva. Esa religion de amor es
la que impone su sello augusto sobre todas las
acciones de la vida humana, las ennoblece y en
algun modo las espiritualiza; ella es la que san-
ciona las santas leyes de la moral, y nos manda
en nombre de Dios la obediencia á las supremas
potestades, el amor al trabajo, la sobriedad, la
beneficencia y todas las virtudes cívicas. Y ved
porque ha exclamado un gran publicista de nues-
tros dias, recordando una frase del célebre Mon-
tesquieu; «¡Cosa admirable! El cristianismo,
que parece dirijido esclusivamente á labrar nues-
tra felicidad eterna, labra tambien nuestra feli-
cidad temporal.» Solamente que no vemos en
esto ningun motivo de admiracion, porque la
virtud moral es el elemento comun y obligado
de ambas bienaventuranzas.
Interiorizémonos ahora un poco en las socie-
dades civiles, que forman los pueblos reputados
en la actualidad como los mas civilizados de
Europa, ó que aspiran á serlo imitando los usos,
hábitos, costumbres, leyes..... de aquellos, para
conocer si en su envidiable estado de cultura y
adelanto se encuentran algunos vicios, hijos de
la misma civilizacion que los distingue, algunos
errores de aplicacion, que dén motivo á temer
la decadencia progresiva del espíritu social. Hay
quien cree descubrir en esos pueblos cierta ten-
dencia á gozar, cierta propension muy marcada
á los intereses que se llaman positivos, cierto
amor casi exclusivo á los bienes materiales de
la sociedad, que, con temor sea dicho, son de
muy mal agüero para la felicidad futura de las
maciones.
Entrando en esta cuestion, debemos advertir
ante todas cosas que no es, ni puede ser en
manera alguna nuestro ánimo hacer despreciables
los bienes y goces materiales; son un beneficio
de Dios, que nos ha entregado la posesion de
la naturaleza, y nos ha impuesto el trabajo para
que disfrutemos de ella y del fruto de nuestros
sudores; son el objeto primordial de la sociedad
y del gobierno, instituido este para asegurar-
nos nuestra propiedad, y aquella para que nos
auxiliemos mútuamente contra los obstáculos que
la misma naturaleza nos oponia á su conquista:
son, por fin, el asunto de la política, de la mo-
ral civil y religiosa, que nos protegen y dirigen
en el uso de nuestros bienes. Quien dentro del
círculo de sus limitadas atribuciones no ha deja-
do nunca de preconizar el trabajo y la produc-
cion como las verdaderas fuentes de la prosperi-
dad pública, no es ciertamente el que ha de
censurar el goce de las riquezas, adquiridas por
la produccion y el trabajo: porque ¿para qué se
ha de trabajar y producir, sino para disfrutar?
El goce, pues, de las comodidades de la vida y
aun de cierto lujo bien entendido y gradual,
es un elemento de civilizacion, tanto mas impor-
tante, cuando el trabajo necesario para lograr
esos bienes es un apoyo poderosísimo de la mo-
ral, así como el ócio y la holgazanería son los
mas fuertes irritamientos de los vicios.
Juan Nepomuceno Blasco.
(Continuará).
LA HIJA DE O'TAITI.
Traduccion libre de Victor Hugo.
«¿Por qué quieres partir, amado mio,
léjos la orilla dó mi fé te dí?
Si angustiada me deja tu desvío,
llanto ¡ay! mis ojos verterán por tí.
Adormida entre sueños placenteros,
cantos alegres escuché en el mar,
y á la voz de tus blancos marineros
respondió mi doliente suspirar.
¿Por qué mi isla abandonas? ¿En tu suelo
menos dolores hallarás tal vez?
¿En tu patria lejana luce el cielo
mas belleza, mas pompa y brillantez?
¿Los tuyos, cuando mueras, por tu hermano
verterán triste lloro de dolor?
¿Habrá en la tarde compasiva mano
que lleve á dó reposes una flor?
¿Te acuerdas, dí, del venturoso dia
en que vino á estas playas tu bajel?
Léjos me viste en la espesura umbria
tu voz el viento me condujo fiel.
Tu rostro cariñoso cual la brisa
nunca hasta entónces en mis bosques ví,
y sin embargo á tu ademan sumisa,
temblando de emocion, me acerqué á tí.
¡Oh! entónces era yo cual la luz bella,
mas luego el llanto marchitó mi faz:
si te aleja de aquí mi adversa estrella,
mi alma dó quier te seguirá tenaz.
Rogaremos al Ser Omnipotente
por tu madre querida ambos á dos,
y contigo alzará mi voz ferviente
un cántico á tu patria, otro á tu Dios.
Tu amor es el encanto de mi vida,
seré tu esclava cariñosa y fiel.
¿Por qué quieres partir, si con tu ida
rompes mi pecho con furor cruel?
Yo curaré tus males; de los cielos
un ángel nuestra union bendecirá,
y el nombre que te dieron tus abuelos
balbuciente mi voz repetirá.
¡Oh! brille tu mirada de amor llena
y bella seré entónces y feliz,
cual primorosa y cándida azucena
que descuella de un prado entre el matiz.
¿No vés de esta rivera, amado mio,
partir la golondrina sin dolor?
deja en invierno lo que amó en estío
y hasta el nido abandona de su amor. ()
Del mismo modo tú, bello estrangero,
olvidas hoy lo que adoraste ayer;
mientras que en prueba de mi amor sincero
mi último aliento para tí ha de ser.
Mas ¡ay! quieres partir. En la montaña
dó lució tu primera juventud,
una vírgen quizás en su cabaña
tu vuelta espera ya con inquietud. [margen inferior: () No estamos conformes con esta comparacion del eminente
poeta que traducimos. La golondrina no es, en nuestro sentir, el
emblema de la inconstancia. (Nota del Traductor)]
Mas contigo á marchar, estoy propicia,
tu esclava yo seré con timidez,
y si en amarla cifras tu delicia,
tambien yo amarla lograré tal vez.
Ausente de mis padres, que estasiados
apoyan hoy en mí su ancianidad,
y léjos de mis bosques y mis prados,
dó huyó dichosa mi primera edad,
léjos de mis palmeras y mis flores
vivir ya no podré cual vivo aquí,
permíteme seguirte en mis dolores,
deja que muera al ménos junto á tí.
Si el cariño que un tiempo me ofreciste
no fué de un estrangero la ficcion,
si un resto de aquel fuego en tu alma existe,
no marchites la flor de mi ilusion.
Si te vas, al pisar tu isla distante,
la muerte fin pondrá á mi padecer,
y por la noche, en el espacio errante,
mi alma tus pasos seguirá dó quier.»
Cuando la aurora con su lumbre bella
las velas fugitivas dibujó,
buscóse en vano á la infeliz doncella
en la humilde cabaña dó nació.
Y ya no se le vió en el bosque umbrío
ni en la playa su canto modular,
y sinn embargo el estrangero impío
cruzaba solo la estension del mar.
J. B. y C.
Málaga.
LA MANO DE NIEVE,
POR
VICTOR BERSEZIO.
(CONTINUACION.)
Pero por mas que corria, por mas que pre-
guntaba, nunca podia dar con él.
En cuantos puntos se detenia interrogaba á
todos para adquirir noticias de su amado y en
todas partes solo le contestaban:
– Hace tres dias que pasó por aquí.
Sin embargo, por mas que robase al sueño
el tiempo necesario, por mas que corriese po-
niendo de su parte cuanto era posible para
alcanzarle, jamás acontecia que al preguntar
disminuyense en la respuesta el número de dias.
Así es que tres le habia dicho el primero á
quien preguntó, tres le respondian en todas par-
tes y en vano corria á todo escape descansando
solamente minutos, el número de tres no dis-
minuia.
Corriendo de este modo iba acercándose al
mar, y figúrese Vsted cual seria su sorpresa cuan-
do al preguntar por su amante le contestaron
aminorado el número de dias de su partida.
Esta contestacion le hizo cobrar ánimo y apre-
suró mas el paso alentada con la dulce espe-
ranza de poderle alcanzar antes de que empren-
diese la, para ella malhadada, espedicion á la
tierra agarena.
Corriendo siempre llegó á encontrarse distante
de él solo un dia de diferencia.
Un dia precisamente le quedaba para llegar
á la orilla del mar.
La doncella y su comitiva estaban fatigadas
hasta el estremo.
Los caballos no podian resistir ya una mar-
cha tan acelerada.
Pero la exaltada pasion de la jóven era mas
aun que el cansancio de todos y á fuerza de
ruegos y órdenes indujo á su séquito á que se
pusiera de nuevo en marcha.
Era casi seguro que esta vez le alcanzaria
pues no era de esperar que apenas hubiese lle-
gado á la orilla del mar hubiera encontrado
barco que le condujese. Sin embargo, la fortu-
na que se mostraba enemiga de la desgraciada
jóven habia dispuesto que todo sucediese al
contrario de como era de esperar.
Apenas llegó el jóven caballero á la playa á
donde se dirijia, divisó un buque que se dis-
ponia á partir.
Inmediatamente mandó que con un bote se
llegasen á preguntar al capitan para donde mar-
chaba y si admitia pasageros. La respuesta no
pudo ser mas favorable; el buque marchaba
para Berberia y el Capitan se conceptuaba di-
choso admitiendo en su cámara á tan gentil ca-
ballero y á tan distinguidos acompañantes.
Esplicado esto, fácil es deducir que cuando
la jóven llegó al sitio anhelado solo vió per-
didas, casi, en el horizonte las blancas velas de
la ligera nave que se llevaba su corazon.
La infeliz doncella no pudo resistir mas y di-
rigiéndose á la misma orilla para arrojarse
al agua, cayó al suelo privada de los sentidos.
Cuando pudo reanimarse llenó de quejas é
inundó de lágrimas aquel cielo y aquella playa.
Una vez tranquila solo pensó en buscar el mo-
do de atravesar aquellos mares.
Quiso fletar un buque, pero no logró su deseo,
pues ninguno de los que allí se encontraban
era capaz de emprender tan largo viaje.
En estas angustias pasó un mes la descon-
solada criatura, Vsted puede figurarse como, y trans-
currido él pudo hallar un bergantin que se dis-
ponia á salir para Oriente.
Embarcóse, pues, en él con su séquito y al-
bajas; la travesía le pareció eterna.
Finalmente, como Dios quiso, despues de mil
penas y fatigas llegó á tierra de infieles y como
habia hecho de la parte acá del mar hizo de la
parte allá, esto es, ponerse á buscar al jóven ca-
ballero.
Pero sí, échale un galgo; si aquí donde él
se distinguia principalmente por su ropaje y
sabiendo ella el idioma le habia sido imposible
encontrarle ¿cómo lograrlo allí donde no sabia
una palabra de la lengua y él se confundia en
medio de tanto defensor de la ley de Cristo?
Tomó, sin embargo, la jóven una determi-
nacion y fué la de seguir al ejército cristiano
á cuantas partes fuese.
Jamás faltaba á los combates, rejistraba luego
el campo, descubria el rostro de los heridos...
todo inútilmente.....
Habia pasado algunos meses arrastrando tan
penosa existencia cuando supo que en una ac-
cion que tenia lugar á corta distancia de donde
se hallaba, un guerrero cristiano hacia prodi-
jios de valor.
Ella no dudó un momento de que tan arro-
jado cristiano fuese su jóven caballero. El co-
razon le latia con fuerza y, sin mas consejo
que el propio, aceleró el paso de su caballo y
se dirijió al sitio de la batalla..... Ah! se me
habia olvidado deciros que la jóven para evitar
la murmuracion y lo incómodo del vestido, se
habia hecho de una armadura de acero como la
de todos los fieles combatientes, por cuya pre-
caucion y lo perfectamente que montaba ningu-
no la creia muger y corria, sin el menor incon-
veniente, por donde y como le parecia confun-
diéndose entre los hombres.
Este vestido, por otra parte, le hacia desa-
parecer la fealdad del brazo izquierdo, pues en
ambos llevaba manoplas de acero.
Andando, pues, cuanto le era posible, llegó
al sitio de la lucha pero desgraciadamente, para
ella, habia terminado el combate y, desgracia-
damente para nosotros, ganado por los turcos,
siendo degollados los de nuestra relijion.
Casi todos los caballeros habian sido derro-
tados y el campo estaba sembrado de heridos.
La desesperada jóven preguntaba á cuantos
habian quedado aptos para responder por la
suerte del jóven caballero y mientras todos le
decian que habia hecho prodijios de valor, nin-
guno le sabia decir si lo habian muerto, si era
prisionero ó si habia podido escapar ileso de
aquella carniceria.
Entónces se lanzó á buscarle por el campa-
mento que era un fanjal rojizo sembrado de
cadáveres y moribundos. ¡Á cuanto no conduce
el exeso del amor!
Un quejido que le penetró hasta el alma le
hizo fijarse en un guerrero gravemente herido
que permanecia aun con la celada sobre los
ojos.
Era un cristiano y ella no dudó que seria el
que buscaba.
No pudo esperar mas tiempo; se lanzó sobre
el moribundo, le alzó la vicera y estubo á pun-
to de caer desfallecida al verse cara á cara con
el que tanto tiempo hacia buscaba inútilmente.
Continuará.
BARCAROLA.
Música del Maestro D. E. O.
I.
Cuando serena
la luna brilla
y alzan las auras
su dulce voz,
yo el mar tranquilo
con mi barquilla,
cantando alegre,
cruzo veloz.
II.
Léjos del mundo
yo, sin pesares,
sople la brisa
ó el aquilon,
paso mi vida
surcando mares,
sordo á las voces
de la ambicion.
III.
Cual blanco ánade,
de leve pluma,
que el terso lago
se vé surcar,
así mi góndola,
rizando espuma,
surca el inmenso
lago del mar.
IV.
En las revueltas
del mar undoso,
mis dias en calma
veo correr,
y entre las olas
vivo dichoso,
pobre en deseos,
rico en placer.
J. M. del C.
Málaga. – Agosto, 1854.
AL PONERSE EL SOL.
¡Cuán dulce es el comtemplar por la tarde el
zafiro occidental y la naturaleza tranquila.
Todo entónces tiene un no se qué de grave y
magestuoso que penetra hasta el corazo y le
sumerje en una dulce tranquilidad.
¡Ah! Entónces cuan bello es recordar los go-
ces de una edad que pasó, y en el pensamiento
de dias mas felices olvidar el presente, elevar-
se á ignotas esferas, y errar con la idea por
las confusas sendas del infinito.
Y cuando el recuerdo de un objeto juvenil,
llega como leve fantasma de las tinieblas á os-
curecer nuestros mas alegres pensamientos ¡oh!
entónces una lágrima ardiente inunda nuestros
párpados y esa lágrima que encierra las memo-
rias del pasado sirve para fortalecernos.
Sí, es demasiado hermosa la sonrisa de la
naturaleza, para que yo pueda dejar de mirar-
la, y de buscar en ella una felicidad pura aun-
que pasajera.
Gozad poderosos de la tierra, ostentad vues-
tras riquezas á los necios que no hacen mas
que admirarlas: disfrutar vírgenes en medio de
vuestros adoradores y ostentad aquella sonrisa
que las mas de las veces engañadora, pierde à los
insensatos. La naturaleza me muestra otros bienes
inocentes y seguros, una rosa que se marchita
sobre mí pecho con sus últimas fragancias; una
sonrisa del cielo, un ruiseñor velando á mi al-
rededor saluda al sol que muere.
Y yo tambien te saludo dia que acabas y
pensando como tú mi vida debe tambien
acercarse á su fin, te dedico este recuerdo.
Adios sol que te pierdes en los inmensos
espacios del infinito, símbolo de todo ser vi-
viente, símbolo de toda humana grandeza, glo-
ria y felicidad.
Adios luna silenciosa que rodeada de luz ce-
leste vas errando por el firmamento, tú me lle-
nas de tranquilidad, débil imágen de aquella
que gozará el que siga al sol la verdad hasta
el último instante de su partida.
A. de Z.
REVISTA A LA LIGERA.
No hemos nacido para escribir en ese estilo
bíblico que empezó á usar, hace algun tiempo,
un escritor que ya no existe.
¿Para qué habremos nacido nosotros?
El hombre ignora todo su porvenir y vive
entre la esperanza y el desengaño.
Pero he dicho nosotros y voy á rectificar.
El nosotros soy yó, pobre silla vieja que tan
pronto está en la cazuela del Teatro como en
cualquier otra parte.
Nací de un carpintero.
Me colgaron para muestra y me vendieron pa-
ra un teatro casero.
Mi vida es larga de contar.
Ahora me ha dado por la literatura y, lo que
es mas, por los rengloncitos cortos.
El tiempo dirá si he hecho bien ó mal.
Entiéndase que no hablo del célebre Tiempo
del teatro Principal, que el pobre no puede es-
tar mas callado.
Ahora reparo que pasa el tiempo y no digo
nada de mi revista.
Entro en el Teatro.
Es un dia de trabajo.
El coliséo está algo desanimadillo
Y se comprende.
Los dias de fiesta son para santificarla y lue-
go distraerse, pero los de trabajo deben ser
para trabajar.
Un crítico me diria que no tengo razon y con
ella á fé, por que en los dias de trabajo no
hay funcion, que es en las noches.
No sé á que achacar esta falta.
Tampoco sé á qué achacar otra.
La falta de la señorita Piñeiro.
No hay duda que esta jóven ha dejado un
hueco en la compañía.
Dios quiera que por este hueco no se esca-
pen algunas zarzuelas.
Dije al principio que mi historia era muy
interesante pero lo es mas la Historia de una
carta que con razon agrada.
El sargento Federico apareció el domingo des-
pues de tres ó cuatro años de ausencia.
Con un poco de mas ensayo hubiera salido
mejor.
La araña del tercer acto debe componerse ó
quitarse.
Y, ahora que hablo de composturas, por los
clavos de Cristo que se quiten los que salen
siempre que salen pasamanos ó harandales,
por que, como por ejemplo, en el tercer acto del
Sargento Federico se entretuvieron en rasgar
vestido que fue un gusto.
He dicho mal; un disgusto para las pasientas.
El dia de Su Majestad iluminacion, las poesias y
las palomas.
Salgo del Principal y me voy á la Merced,
porque aunque á Vstedes le parezca estraño, yo
ando, como y bebo sin parecerme en esto á las
demas sillas.
Voy á la Merced pero la Merced no me re-
cibe.
- ¿Quién no lo permite?
– El tiempo.
- ¡Siempre el Tiempo!
- ¿Pero y la señora Santoni?....
La revista, tocante á este teatro, no ha po-
dido ser mas breve.
Malo está el tiempo, pero no se muere.
Ahora le ha dado por llorar los domingos,
únicamente por tener el gusto de ver llorar á
las pollitas.
El sábado por la noche se viste de nubes y
se dispone para el dia siguiente que, sin decir
agua vá, nos manda una rociada de lo lindo.
El sábado me ha traido á la memoria la
sesion del Liceo.
¿Habra sido anoche – ó será el que viene?
El Liceo es como un paño blanco.
La menor mancha resalta en él.
El Liceo es una buena sociedad.
Cualquier Jesliz se hace notar.
Hablo de la Z de los lanceros.
Hablo del órden que debe reinar en todo
sitio donde se reunen personas de verdadera ilus-
tracion.
Esto, por supuesto, es hablar por lo que me
dicen, pues en mi posicion es para concurrir á
dicho local, ni mis años me lo permiten.
La única novedad ha sido el embarque del
batallon de Marina.
El muelle estuvo lleno de gente durante la
despedida.
Las bandas de música de San Fernando y Soria
tocaron alegres piezas en el muelle hasta que las
Autoridades volvieron de á bordo.
Estamos en la epoca de los bailes.
En Málaga por fortuna, llega la primera y no
vemos los segundos.
Digo por fortuna y me parece que no digo
mal por que los bailes no dan mas que trastor-
nos á las casas y á las cabezas.
Ahora me echarán mas bendiciones y las polli-
las que la artilleria que fué á hacer la salva
el dia 19, le echó á la entrada de la Alame-
da de los Tristes.
Yo le doy toda la razon á esta última.
Las calles laterales de la Alameda están de
lo peor que puede verse.
– Avisame cuando te ajogues- decia un cam-
pesino á otro amigo – y á fé que era de temer
la desgracia.
El panorama ha cambiado las vistas.
Se nos dice que tiene muy buenas entradas.
Así las tuviera el paseo.
Así las tuviera el Teatro.
Hoy es domingo.
Hoy cumplo sesenta y nueve años y el déci-
mo nono de mi viudedad.
Yo fuí amiga del puente de Santo Domingo,
hermana de las desgraciadas casillas víctimas de
la civilizacion y prima de las Casas Capitulares
que están á medio (des) hacer.
Hoy me toca observar desde la cazuela cuan-
to pase en el teatro y si tengo la satisfaccion
de que inserten en LA CARIDAD estos renglo-
nes, enviaré á dicho Semanario lo que logre
saber y se pueda publicar.
Hoy es el dia en que por primera vez escri-
bo y razon es que suelte la pluma hasta nueva
ocasion.
Con este número repartimos á nues-
tros suscritores el último figurin de
modas de Paris, cumpliendo en esto
como en todo lo demás, nuestros com-
promisos para con el público.
Dicho esto, hé aquí la esplicacion de
dichos figurines debida á nuestra
colaboradora en materia de
MODAS.
PRIMER FIGURIN.
Vestido de tafetan violeta de los Alpes. Sobre
la enagua un volante montado al aire hasta la
rodilla. Cuerpo alto abotonado. Manga de me-
dio ancho, puño libre, figurando una especie de
buche risado de trecho en trecho y se termina en
punta, cogida cada una por un boton. Un sobre-
todo de tela de lana marron ajustado al talle,
con pelerina y mangas anchas enteramente mo-
teado de astracan. Sombrero de crespon violeta de
los Alpes. El fondo es de crespon blanco cu-
bierto de un tul moteado negro, forma floja. So-
bre la pasada dos pequeños grupos de flores de
plumas violetas y plumas negras. En el interior
bandó de pensamientos de terciopelo violeta. De-
bajo de las mangas un buche de muselina. Puño
de chaconada guarnecida de un risado. Cuello
risado.
SEGUNDO FIGURIN.
Vestido de tafetan verde. Sobre la enagua, un
risado de tafetan negro risado á festones y cua-
tro hileras de risados derecho. Cuerpo alto con
cinturon. Manga de medio ancho con vueltas,
todo salpicado de risado. Bajo las mangas unas
de tul. Cuello de encage negro. A la izquierda
una rosa y dos buches de terciopelo negro. El
adorno forma la Maria Stuard, delante. Cintura
negra, con broche de oro.
ADULADORES.
Canuto II. Rey de Dinamarca, adquirió el so-
bre nombre de Grande; reinando y conquistando
por el terror y la crueldad. Sin embargo tuvo
aduladores. «Si todos los Príncipes los tienen
(dice un autor francés) cómo podian faltarle á
un conquistador de la clase de Canuto? Pero
él sabia apreciar su bajeza.» Un cortesano le
decia un dia que no habia nada en el mundo
que no estuviese sometido á su poder y volun-
tad. El Rey entónces, sin responderle una pala-
bra, se hizo conducir á la orilla del mar, cuan-
do las aguas estaban en creciente, y con un
tono de superior autoridad les mandó que se
retirasen: pero las olas, indóciles, mojaron muy
pronto los piés del Monarca. Entónces Canuto,
volviéndose á sus cortesanos, les dijo: «Com-
prended que todos los hombres son dependien-
tes y débiles. El Supremo Criador es el único
poderoso: solo Él es el que puede decir al Océa-
no: hasta aquí llegarás, y de aquí no pasarás:
solo Él puede anonadar con una palabra todos
los monumentos y todo el orgullo de los hom-
bres.»
Solucion á la charada del nú-
mero anterior.
Nada vale UN CERO
Si solo lo pones,
Con otros guarismos
Llega hasta millones.
Si el acero empuñas,
Ó sea la espada,
No hagas uso de ella
Sino en justas causas.
ERRATAS.
En la página 89, columna segunda, verso 13,
dice sélica, léase célica.
En la página 90 dice:
Ella la planta, es Niño inocente,
Léase:
Ella la planta es, Niño inocente.
Editor responsable, Don Rafael Martos.
MÁLAGA. - Imprenta de Don Francisco Gil de Montes,
Calle de Cintería, número 3.
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