CODEMA19-LACAR-186162-1
CODEMA19-LACAR-186162-1
Resumen | Número 9 de "La Caridad. Semanario de ciencias, literatura, teatros, costumbres y modas" |
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Archivo | Hemeroteca Municipal de Madrid |
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Typology | Otros |
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Fecha | 27/10/1861 |
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Lugar | Málaga |
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Provincia | Málaga |
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País | España |
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[margen superior: NUMERO 9. DOMINGO 27 DE OCTUMBRE. 1861.] LA CARIDAD.
SEMANARIO DE CIENCIAS, LITERATURA, TEATROS, COSTUMBRES Y MODAS.
Los productos líquidos de este Semanario se entregarán al Excelentísimo é Ilustrísimo Señor Obispo de la Diócesis,
para su distribucion entre los Establecimientos de Beneficencia de esta capital.
SUMARIO.
La voz del Alma. – Poesía inédita por doña Maria del Pilar
Sinués de Marco. – La Coqueta, por Don Félix Rando y Bazo. -
La pesca de las sanguijelas, por Pepe. – Suspiros del
Alma y la Estrella del Destino. – Poesías por J. M. del C. -
Varios apuntes sobre varios asuntos, por J. C. B. -
Epígrama, por Don José Barcenilla. – Correspondencia.
LA VOZ DEL ALMA.
En una estancia donde el oro brilla
Y fulgura en cambiantes el topacio
Gime un hombre de pálida megilla
Abrumado de pena en su palacio,
Alza su frente mústia y amarilla
Hácia el tendido y azulado espacio,
Y contempla el albor de la mañana
Que nace entre celajes de oro y grana.
De sollozos hinchado está su seno:
Lágrimas llenan sus candentes ojos:
Y de sus venas el mortal veneno
Se mira arder sobre sus lábios rojos.
Sus pupilas al ámbito sereno
Tiende con amargura y con enojos
Y así dice con queja lastimera
Mientras contempla la azulada esfera:
- ¿Dónde dicha hallaré, yo que he nacido
Con tan rico caudal de inteligencia?
¿Dónde la dicha está, si ya he perdido
Mi estéril juventud buscando ciencia?
Necesito creér, porque he sentido
En el alma la voz de la conciencia,
Y veo al corazon yerto y vacío
En el fondo dormir del pecho mio.
Necesito creer: que ya los años
Matizan los cabellos con su nieve
Y con tristes y amargos desengaños
Cuento mis horas en el mundo aleve:
¡Oh, si! quiero creer! sueños estraños
Turban y agitan mi reposo breve
Porque no sé rezar cuando me duermo
Y vela y gime el corazon enfermo!
Ambicioso nací: dia tras dia
El oro acumulé con diestra mano:
Y ha penetrado la mirada mia
Pliegue tras pliegue el corazon humano.
En el poder cifraba mi alegria:
Me reí del amor con gozo insano
Y fuerte me creí porque en el alma
Sentia siempre aterradora calma.
¿Quién soy yo? ¿Por qué existo? á dó camino?
¿De dónde vengo que me canso y lloro?
¿Fatal como el de Job es mi destino?
¡Ó cómo á Fausto me fascina el oro?
¡Ay de mí! ya cansado peregrino
Miro desalentado mi tesoro
Y ya no guarda el corazon memoria
De aquellos dias de ambicion y gloria.
Nada quise creer, ansiando loco
Caminar de estravio en estravio,
Y viendo siempre en lo presente poco
Anhelé un mas allá menos sombrío!
Un mas allá de lo que veo y toco,
Anhela aun hoy el pensamiento mio
Y no sabiendo donde hallarle el alma
Vuélvese al cielo demandando calma.
Un mas allá ha de haber ¡le necesito!
El Dios que pereció para salvarnos
No me hiciera morir loco y maldito
Que no puede engañarse ni engañarnos!
Entre las negras sombras del delito
Una antorcha ha de haber para alumbrarnos,
Y esa ha de ser la fé; la fé divina
Guia santa del alma peregrina!
¡Yo le temo al sepulcro! polvo inerte
Mi cuerpo en él se volverá sin duda:
¿No habrá nada, ay de mi! tras de la muerte?
¿Ni una esperanza encontré en mi ayuda?
¡Misera humanidad! la dura suerte
Con amarga sonrisa te saluda
Y entre la negra incertidumbre creces,
Y entre dudas y llanto al fin pereces!
No conocí el amor: perdí á mi madre
Cuando aun dormia en la inocente cuna
Y al abandono condené á mi padre
Embriagado en mi próspera fortuna.
No halle muger que á mi avaricia cuadre,
Ciego por la ambicion, no amo á ninguna
Y solo hay soledad en torno mio
Y no hay luz en mi hogar, yerto y vacío!
¡Luz! dame luz, Señor! cual ciego triste
Heme sentado en el herial camino!
Ya mi horizonte la tiniebla viste!
Me canso de luchar con el destino,
Odio, Señor, cuanto en el mundo ecsiste,
Y sus calles cruzando peregrino,
Abrasado de sed y de fatiga
Solo anhelo escuchar tu voz amiga.
Sin padres, sin hermanos, sin esposa,
Sin hijos bellos, en mi aciaga suerte,
Nadie vendrá á llorar sobre mi losa
Cuando duerma en el seno de la muerte.
Mi existencia brillante y azarosa
Relámpago será que lumbre vierte
Y deslumbra y asusta al que le mira
Y se olvida con gozo así que espira!
¡Luz! dame luz, Señor! réprobo el hombre
Solo en el duelo y en la afliccion te aclama
Pero mira su error, y no te asombre
Si pide ansioso de tu amor la llama.
La riqueza, la gloria, y el renombre
El alma olvida, y tu piedad reclama
Y quisiera escuchar tus santas leyes
Cual las dictaste en Sinaí á tus greyes.
Aun cuando sea entre el lucir del rayo
Y el eco bramador del ronco trueno,
Tu augusta voz disipará el desmayo
Que inunda el pecho, de amargura lleno.
Tu acento trocará en riente Mayo
El triste Enero en que afligido peno
y á su ánimo rendido y moribundo
Abrirá la esperanza de otro mundo!» -
Calló aquel hombre: y la rosada aurora,
Pasó en su carro de zafir y plata,
Tiñendo con su luz encantadora
Los cielos de violeta y escarlata.
Así la luz de la esperanza dora
El triste corazon en que retrata
Sus cambiantes de fúlgidos matices
Y hace soñar en dias mas felices.
El sol apareció en el firmamento
Iluminando las pintadas flores,
Y con himnos de paz y de contento
Le aclamaron los dulces ruiseñores.
La fresca brisa con su suave aliento
Acarició los pinos cimbradores,
y volaron las cándidas palomas
Hasta las cumbres de las altas lomas.
Resonó de la aldea la campana;
Sonrieron las fuentes murmurantes
Y saludando alegres la mañana,
Desataron su lluvia de diamantes.
Y al cruzar sonriente una aldeana
Levantando los ojos rutilantes,
Miró al hombre con fé compadecida
Contemplando su faz descolorida.
– Dime, clamó con el acento triste
El mísero ambicioso y descreido:
Esa alegria que tu rostro viste
¿En dónde hermosa niña la has bebido?
¿Por qué sendas de rosas anduviste?
¿Has llorado? Has penado? Has padecido?
¿Ó fué la risa tu gentil madrina
y halló asiento en tu boca peregrina?
– Señor, dijo la niña: ya he llorado-
Aunque sea muy breve mi existencia:
Pero el Dios á quien amo, me ha guardado
Puras siempre la frente y la conciencia:
Ya con una oracion he saludado
Al Señor que á las flores da la esencia
Y alimento á los tímidos gilgueros
Y á la luna sus rayos placenteros.
¿Veis esas flores? ¡pues su gloria cantan!
¿Veis esa fuente? pues su amor murmura!
Esas nubes, que ténues adelantan
Tambien te adoran, cual la noche oscura.
¡Dios solo es grande! y en su honor levantan
Ecos graves el valle y la espesura;
¡Dios solo es grande! y con amargo duelo
Los réprobos le miran desde el suelo!
Amad señor, y la sonrisa pura
Mansion hará de vuestra triste boca;
Rezad, y encontrareis paz y ventura
En cuanto esquivo, vuestra mano toca!
Creed, señor, á la aldeana oscura
Y huid del vicio la pendiente loca
Que vuestra alma doliente y abatida,
Llama á Dios desolada y afligida.
Dijo y huyó la niña: el descreido,
Con humilde fervor, cayó de hinojos
Y arrancado del pecho dolorido
Llanto consolador salió á sus ojos:
Alzóse luego, y con afan rendido
Calmados de su pena los enojos,
Alcanzó á la pastora, que cantando
La espléndida campiña iba cruzando.
– Ven, santa niña, el opulento dijo:
Ven y serás de mi destino guia:
Serás mi esposa, y con afan prolijo,
Yo aprenderé tu dulce poesia:
Ni supe ser cristiano, ni buen hijo:
Pero si tú consientes en ser mia,
La oracion de tu lábio sonriente
Borrará el anatema de mi frente.
¡Dios solo es grande, sí! la luz del cielo
Que le pedia ciego y delirante
En mi hogar, solitario y sin consuelo,
Reflejará por siempre en tu semblante!
¡Dios es el mas allá! roto ya el velo
Fué de mi error, y de tu lábio amante
Cobré por fin la bienhechora calma
Que, sin ver á su Dios, ansiaba el alma!»
Maria del Pilar Sinués de Marco.
Madrid.
LA COQUETA.
«¿Porque mugeres sin calculo,
siempre con gesto solícito
tendeis las redes maléficas,
con pensamiento ilegítimo,
á todos los hombres crédulos
que se os acercan verídicos,
y de vuestro amor elástico
les dais el fugaz estímulo,
haciéndolos pobres víctimas
de vuestros ojos fatídicos?
Franquelo. – Risa y
llanto. – Un consejo á las coquetas.
¡Válame Dios, lector de toda mi ánima, y con
cuantas ganas has de leer este mi artículo!: - co-
mo forjarás en tu imaginacion la idea de que es-
toy herido, ó acaso te atrevas á suponer que voy
á mojar mi pluma en la hiel de los desengaños
ó en el veneno de la desesperacion.
Nada de esto: ni me encuentro en este ni en
el un otro caso; soy un escrúpulo de hombre, que
vive alegre como unas pascuas y sabe dominar
con la madurez de la senectud, los juveniles ins-
tintos de su corazon. Así es que no maldigo del
mundo, ni de la sociedad, ni de la vida; por-
que creo que es recurso de tontos ó de aprendices
de literato, romper en tales denuestos y desven-
cijadas frases.
El mundo es bueno y lo que llaman sus acci-
dentes lo son tambien: todo es relativo, no hay
nada concreto.
Esa innumerable falange que no vive sino en-
tre suspiros y ayes y lágrimas, que haciendo
alarde de su parodiada desesperacion, se afana
y suda porque oigamos sus lamentaciones; esos
merecen que nos riamos de ellos á mandíbulas
batientes: insultan con su ridícula farsa el mo-
mento mas solemne de nuestra vida: la hora del
dolor.
Ese instante de abstraccion y de mudismo, en
que no hay palabras de consuelo; porque el ver-
dadero dolor no se alivia sino con el dolor
mismo.
Si nuestro corazon vive agoviado de penas y el
génio de la muerte parece batir sus alas sobre
nuestras cabezas, el alma creyente y pura rebosa
de esperanzas, la fé se alza triunfante y nuestros
ojos buscan ansiosos un ser que comparta con
nosotros el dolor que nos destruye. Entonces no
es suficiente la voz de un amigo, el consuelo del
hermano; se hace necesaria una mano que es-
treche la nuestra, que la lleve á su corazon y
nos haga contar sus latidos; es preciso á nuestra
vida ese acento celestial que nos embriaga des-
piertos y resuena en nuestros oidos en los sueños
que forja la acalorada imaginacion: es en fin la
muger.
Me atreveré á afirmar que es una imperiosa
necesidad de nuestra vida.
Dime, lector, ¿tus momentos de dicha y de lo-
cura, han borrado de tu imaginacion el retrato
de la muger adorada? Si arrebatado por el in-
quieto vaiven del destino, te has trasportado á
lejanos paises, ó tal vez los goces mundanos con
su torpe materialismo, te han hecho olvidar el
culto que rindiera tu corazon á la muger que
recibió tu primera mirada de amor, ¿no llegará
la hora en que tus sentidos se cansen y el alma
suspire por el sitio donde la viste por primera
vez, donde derramaste tu lágrima de despe-
dida?.....
Mas, dirás que no concuerda el alegre título
de este mi artículo, con el melancólico estilo que
voy desplegando. Todo lo que te llevo dicho va
encaminado á probarte, que al que habla mal
del mundo y peor de la muger, le va con sober-
bia gentileza una albarda y es propietario de la
calificacion de estúpido.
No te pase por mientes siquiera la idea de
que soy el universal paladin del bello sexo: le-
jos de mí tan ridículo pensamiento. Considero
á la muger bajo todos sus diferentes aspectos: ya
hermosa, ya fea, aquí modesta, allí orgullosa,
hoy ángel, mañana demonio. Es un ser débil que
vale mas ó menos que el hombre, pero que su
misma debilidad la sirve á veces para ser trai-
dora como la hiena y vengativa como la pan-
tera.
Dotada por la naturaleza de unas pasiones mas
vehementes y fuertes que la otra mitad de su
sexo, necesita todas las restricciones que la so-
ciedad le ha impuesto (justa ó injustamente),
para poner coto al desbordado torrente de sus
deseos.
La educacion, severa dueña de sus sentimien-
tos, al reprimirlos los atiza y enciende mas: la
carrera de los años va dando vida á estos im-
petus, consecuencias naturales de su ser, y la
muger principia á luchar con su instinto y la
voz de sus deberes, lucha horrible, que de segu-
ro, serian muy pocos los hombres capaces de
sostenerla.
Hecho ya el boceto en general de la hija de
Eva, justo es que cumpla con las exigencias de
mi pensamiento: analicemos el gran cuadro de
nuestra vida; observemos sus principales figuras,
veamos el grupo de mas fuerte colorido: retrate-
mos á la coqueta:
Todas las mugeres tienen en su corazon un
gérmen de coquetismo y queman incienso en
aras del amor propio. La fea, que despues de
un prolijo exámen de sus facciones ha deshecho
veinte veces su peinado hasta encontrar la tren-
za que la va mejor, la rosa que resalta mas so-
bre su tocado, el adorno que suple lo que la fal-
ta, se retira convencida al fin, del tocador y si
no es nécia, principia á cultivar su imaginacion
para que la parte moral haga olvidar la físi-
ca; si lo consigue y se afirma en que tiene sen-
tido comun, se hace aceptable coquetamente con-
siderada y entretiene ver cual busca su media
naranja. La muger que es fea é imbécil como
muchas que todos conocemos, para estas dejare-
mos en claro una casilla en el cuadro de Buffon
y estableceremos una clase media entre la mu-
ger y el asno. Te suplico lector, no presentes
ningun candidato á la presidencia de esta rara
asamblea, porque hace tiempo me permití con-
ferirla á una pretérita jóven que al leer estos
renglones se envanecerá hasta reventar de orgu-
llo y comprenderá que acato la máxima de «al
César lo que es del César.»
Hecha esta digresion prosigamos en nuestra
empresa.
En un otro polo vive la muger hermosa: tiene
por precision que ser coqueta: á ello la auto-
rizan los dones que la naturaleza la prodigó; mas,
es, el coquetismo que aconseja el principal
amigo de la muger: el espejo. La imajinacion
de estas no está nunca ociosa: trabaja demasiado
y hay una hora en el dia en que crée la ale-
gre, que se finje glorias y dichas y amores, que
su semblante toma infinitas transformaciones y
retrata fielmente el gozo de su alma y los pen-
samientos que acaricia con locura: esa es la ho-
ra del tocador.
Pero no es esta la verdadera coqueta, la mu-
ger de mundo, la que conociendo lo que hace
desea mas, la que sufre siendo, la que piensa
el triunfo, se forma su corte y ganosa de pre-
ferencias no consiente rivales, sino reinar abso-
luta y adormecerse al arrullo de los suspiros y
al apasionado acento de sus innumerables víc-
timas.
Esta muger necesita reunir dos grandes cua-
lidades: hermosura y talento; sin la primera no
podria hacer valer la segunda y sin esta se ad-
miraria aquella, pero no arrebataria hasta el es-
tremo de reinar sola.
Centinela avanzado de la moda, se la cita co-
mo figurin; y si acaso un dia la pasa por tela
de juicio vestirse de cosaco, su trage llama la
atencion sobre todos y trasforma la faz de la so-
ciedad que frecuenta, adquiriento ridículas é in-
numerables prosélitas.
Es una muger que no tiene enemigos, porque
á todos contenta: á nadie hace desistir de sus
amantes empresas, y cuenta mas pretendientes
que candidatos hay para la cartera de Estado.
Vedla en el teatro, anchuroso palenque donde
vence con un aplomo admirable las miradas de
sus envidiosas rivales: mirad su postura, obser-
vad sus ojos, no perdais el momento de su son-
risa. Apenas aparece, ved los innumerables ge-
melos que se asestan al menor de sus movimien-
tos: tras una ligera inflexion de su gracioso
cuerpo, se recuesta sobre su asiento y de una
sola mirada para revista á lo que ella llama «su
guardia de honor.»
Aqui hay un pollo que acariciando su proyec-
to de bigote, procura hacer de su retocada hu-
manidad un arco de violin y la dirige una mi-
rada, toda fuego y entusiasmo, capaz de hablan-
dar un guarda-canton.
Mas allá se ve un hombre que es la antítesis
del anterior implume: es de aspecto formal, cuen-
ta hasta cuarenta años y se ve precisado á su-
frir la presion del chaleco sobre su voluminoso
abdomen, sopena de parecer á su bella ingra-
ta un algo de prosaico y aun muchos algos de
cebon.
Hay al lado de este, uno que perteneció á la
pléyada de los petimetres y currutacos, que se
acuerda de la batalla de Bailen y que creyén-
dose invulnerable, le ha barajado los cascos nues-
tra heroina, hasta el caso de entablar relaciones
con los mejores autores de afeites y de tintes.
Ved como suspira aquel banquero de encane-
cida patilla y fresco y sonrosado semblante: la
nieve de su cabeza no ha bajado al corazon y
hace mil proyectos de compartir con nuestra her-
mosa, el fruto de sus empréstitos al gobierno.
No se atreve á hablarla y si alguna vez la sa-
luda, sueña aquella noche un porvenir matri-
monial de dichas y de ventura: al despertar y
despues de rezar devotamente á su santo patron
San Marcos, se rectifica de buena fé con su
sueño.
Mas, á que cansarte?; si á describirte fuera
todos los tipos que queman incienso en aras de
la coqueta, acaso nos faltaria tiempo y te mo-
lestaria demasiado, lector benévolo, el infinito
catálogo de hombres que representando las clases
todas de la sociedad, sacrifican la calma de su
vida y la paz de su corazon, en holocausto tris-
te de sus amores.
Pero dime ¿quién en este mundo no ha sus-
pirado por una muger coqueta? ¿quién no ha
caido en sus redes? ¿quién no ha sufrido aguas
y vientos y nieves por una insignificante sonrisa,
por una promesa mentida? ¡Cuántas veces, lec-
tor de toda mi ánima, te habrás encontrado en
situacion pareja! Cuantas de habrás espuesto á
romperte la crisma desde un segundo piso, en
tu gatuna ascension, por un codiciado billete, ó
tal vez por besar una alabastrina mano!
A la verdad es muy fácil justificar todas las
locuras que se hacen, autorizadas por la incitan-
te mirada de una muger: comprendo la víctima
espiatoria ofrecida en aras de la coqueta; me es-
plico su ceguedad.
Por mas razones que en contrario me obje-
tasen, tengo fé ciega en lo que el Diccionario de
la Academia llama sin andarse por las ramas
«amor». Creo en él: pecador contrito hago mi
profesion; no te asustes lector, esto equivale á
decir que mis ilusiones viven frescas y lozanas,
que no soy hipócrita.
Oh! la hipocresia es el mas asqueroso de to-
dos los vicios, el primer escalon para el crímen,
acaso la verdadera síntesis del mas ruin y torpe
materialismo.
Pero está visto que ó estoy loco ó no sirvo
para escribir artículos: tantas y tan frecuentes
digresiones pudieran hacerme creer que mi ca-
beza era un cajon de retazos ó un baratillo de
pensamientos: adelante y concluyamos.
La coqueta es un tipo esencial y preciso en
la sociedad; es la vida de la hermosura y del
talento femenil; el non plus ultra de la gracia
y de una vez, la verdadera perfeccion de la hija
de Eva.
Lejos de mi tambien la idea de creer que reu-
ne todas estas cualidades, la muger que se sir-
ve del coquetismo como de máscara para encu-
brir un ódio ó satisfacer una venganza; nó, esta
muger es un reptil venenoso que merece aplas-
tarse y seguir de largo; á esta la juzga la so-
ciedad con demasiada ligereza, no se llama co-
queta, se intitula harpía.
El coquetismo tiene su representante en la
que ya te he bosquejado, en la muger que le
aconseja la voz de su cabeza, no la del cora-
zon; este no late sino una vez, para determi-
nado objeto.
Y sin embargo, esa coqueta que hemos visto
deslumbrante en el teatro, arrebatadora en paseo,
incitante en el baile; esa que parece jugar con
sus sentimientos, tal vez tiene oculto en su pecho
el retrato de un hombre que huye de ella. Lle-
gad, descorred las ligeras ganas que rodean su
lecho y observad su sueño: la respiracion es
agitada sus manos se posan sobre el corazon y
entreabre los lábios con la sonrisa de án-
geles murmurando el nombre adorado.
Es indisputable, lector, la muger tiene mas
fuerzas de sentimiento que el hombre en todos
sus accidentes.
Soy tan débil, que lo confieso sin rubor, no
me consuelan las feas notabilidades de mi feo
sexo; prefiero unos ojos negros y un talle cim-
brador. Alguna al leer estos mal pensados ren-
glones me hará justicia en el fondo de su cora-
zon: á fé que no los creerá hijos de una baja
adulacion; sabe que mis lábios no se han man-
chado nunca con tan bastardo lenguage.
Si no quieres llegar, lector indulgente, al final
de tu carrera como al de este artículo, oyendo
locuras, acepta la coqueta y acata la sagrada mác-
sima de «Creced y multiplicar» - Tuyo, Vale.
F. Rando y Bazo.
LA PESCA DE LAS SANGUIJUELAS
POR
D. EMETERIO.
Esperaria el lector, sin duda, este artículo el
domingo pasado; sin embargo el señor Director
de «LA CARIDAD» me dijo que habia cosas
mas urgentes que publicar, y como donde hay
patron no manda marinero, fué preciso ceder
convencidos como estábamos que de ceder ó in-
sistir, el resultado hubiera sido el mismo.
Ya saben Vstedes que Don Emeterio llegó á mi casa
hecho un energúmeno, ó mejor dicho como un
perro rabioso, pero ignoran el motivo; este era
el siguiente.
El dia anterior á aquel en que él debia mar-
char para su pueblo habia llovido y contra lo
que sucede en Málaga estaban las calles llenas
de todo, y la Alameda, por la que necesariamente
debia pasar para tomar por el puente de Tetuan,
estaba intransitable.
Don Emeterio se hizo la reflecsion que sigue:
el que no se arriesga no pasa el mar; preciso
es, pues, que yo me arriesgue para pasar la
puerta del idem: el que nada no se ahoga; yo
se nadar, con que pecho al agua.
Eran las doce del dia; el cielo estaba oscuro
y descargando agua. Tan solo Don Emeterio se
atrevió á transitar por el paseo, metiéndose en
lodo hasta las rodillas.
Rebalando y sujetándose, venia haciendo equi-
librio, cuando el agua acareció de tal modo que
ya no le fué posible continuar y tuvo que res-
guardarse en un portal cerca del Banco donde
ya se encontraba un soldado, una vieja que pi-
de limosnas y dos muchachos que acababan de
escamotear unos limones de los que vienen pa-
ra encajonarse.
Don Emeterio sacudió su sombrilla metiéndose
en el zaguan á esperar que escampase; pero al
sacudir el paraguas roció á la vieja; nunca lo
hubiera hecho; los improperios mas atroces, sa-
lieron de aquella boca que minutos antes con
modulada entonacion y humilde súplica implo-
raba en su auxilio la caridad de sus hermanos,
como ella decia.
– Señora, Vsted disimule, dispenseme Vsted. – le decia
mi amigo.
- Vsted me ha mojado á cosa hecha – decia la
vieja – y entretanto, el soldado liaba un cigarrillo
y los muchachos contaban los limones, agenos
los tres al diálogo de la vieja y Don Emeterio.
Este diálogo terminó por dar el infeliz un
par de cuartos á la pobre y todos quedaron tan
amigos.
Pasó una media hora y escampó; entonces Don
Emeterio se dispuso á seguir su camino hacia
la calle de Mármoles á donde le esperaba el co-
sario de su pueblo.
Poco ducho en badear el paseo, creyó que el
mejor camino para llegar al puente era seguir
por aquella acera, pero Don Emeterio contaba sin
la huéspeda, que en este caso era un lodazal de
cuya profundidad nadie quiere cerciorarse; ha-
blamos del que se forma apenas caen dos lí-
quidas perlas, en el estremo de la calle entre la
esquina de San Lorenzo y la de la Alameda de
los Tristes.
Allí estaban yá los dos muchachos buscando
inútilmente, un limon que se les habia caido.
– Que se busca, chiquetines? – le preguntó Don
Emeterio apoyándose en la sombrilla y fijando
los ojos en el suelo.
Los muchachos alzaron la cara y encontrándose
con la bonachona de Don Emeterio y por otra
parte fastidiados por la pregunta,
– Sanguijuelas se pescan – le respondieron.
- ¿Sanguijuelas? – dijo para sí mi amigo – si
yo pudiese pescar algunas.....
Y así como quien no quiere la cosa se fué
aproximando á los muchachos, pero, menos dies-
tro que ellos, quedó preso de piernas en aquel
fangal como las moscas de la fábula lo queda-
ron de patas en el pastel.
Los muchachos se burlaban de su posicion y
él encendido como la grana apostrofaba con ino-
fensivas palabras á aquella turba infantil.
Pero lo terrible era que el fango lo absorvia
y eran vanos todos sus esfuerzos para salir; cae,
levanta, se endereza, vuelve á caer y hubiera
perecido indudablemente si un alma caritativa
no le hubiera dejado ir la cuerda del asta-ban-
dera que habia en un balcon ante el cual nau-
fragaba.
Merced á este auxilio pudo salir y llegar á
mi casa seguido de aquella turba, con que le ví
entrar y lleno de fango hasta los ojos.
Viendo tal figura y enterado del lance, no pu-
de menos de echarme á reir yo tambien.
– Va Vsted á hacer como los chiquillos – me dijo.
– Nada de estraño tendria – le respondí – cuan-
do Vsted hace cosas que un muchacho no haria.
Pepe.
MELODIAS.
MÚSICA DEL MAESTRO D. E. O.
SUSPIROS DEL ALMA
A MI QUERIDA MADRE.
¡Sombra querida!
¡Sol de mi vida!
¿Por qué tan rápido
Te ví eclipsar?
¡Cuán seductoras
Fueron las horas
Que tu amor célico
Me hizo gozar!
¡Horas que nunca
Ay! tornarán!
¡Sueño de oro!
¡De amor tesoro!
¡Ilusion plácida!
¡Ángel de paz!
Volar al cielo
Te vi en mi duelo,
Y cual relámpago,
Cruzar fugaz!
¡Sé tú, ángel mio,
Mi tutelar!
Goza en la altura
Paz y ventura,
Ya que en tu pérdida
Yo las perdí!
Sé desde el cielo
Tú mi consuelo,
Y ¡madre! acuérdate
Siempre de mi!
¡Tú ya triunfante!
¡Aun yo en la lid!
Agosto 1853.
LA ESTRELLA DEL DESTINO.
¡Estrella nítida!
¡Estrella mágica!
¿Por qué brillas tan tétrica?
Por qué luces tan pálida?
¡Triste destino
8 Ay! me presagias!
¡Astro purísimo!
¡Estrella cándida!
Si tras nube fatídica
Velas tu luz simpática,
Negros pesares
Nublan mi alma!
¡Muéstrate fúlgida!
¡Muéstrate plácida!
Que al verte melancólica
Mis ojos brotan lágrimas.
Y en tu alegria
Leo mi esperanza!
J. M. del C.
Julio 1854.
DIVERSOS APUNTES
sobre
DIVERSAS MATERIAS.
Liceo. – Como en donde falta el bello sexo
falta todo: las pocas señoras que estuvieron el
sábado 19 en el Liceo, no lograron, por mas que
quisieron, animar un baile que carecia de alma.
Esto de que la orquesta tenga que repicar y
asistir á la procesion molesta á los músicos é
impacienta á los espectadores.
Teatro principal. – Una Vieja ha si-
do la gran novedad que hasta ahora nos ha pre-
sentado dicho Teatro.
Tanto de esta zarzuelita, como de La Canti-
nera de los Alpes, acaso nos ocuparemos en las
Revistas que en breve pensamos dar.
Teatro de la Merced. – Se nos dice
que veremos en este teatro á la célebre émula
de la Señora Ristori. Nos alegramos infinito de que
la empresa haga tales esfuerzos y esperamos ver
á la Señora Santoni, no para dar nuestra opinion
sobre sus dotes artísticas, que arto justificadas
las tiene; sino para admirar á una actriz que la
Europa admira.
Panórama. – El del Hoyo de Esparteros,
se nos dice que tiene dos cosas buenas: las vistas
y las entradas. Si sigue el consejo de ponerlo
mas barato logrará indudablemente mas producto.
Dos dias. – En esta semana hay dos dias
sumamente estensivos: el de todos los Santos y
el de todos los difuntos.
Inútil nos parece decir que sin embargo serán
tan cortos como los demas dias.
Paseos. – Esta transicion de los paseos noc-
turnos á los diurnos no es tan sencilla como pa-
rece.
Es necesario metamorfosear los vestidos y em-
butirnos en nuestros capotes para ponernos al sol.
No nos quejaremos este año por música que
contemporizando con el frio y el calor, ya viene
por la mañana, ya por la tarde, ya por la noche.
Tal constancia merece ser premiada por nuestras
lindas jóvenes con no perder la ida al paseo.
Esto lo esperábamos, porque, sea dicho sin
ofender á las ecepciones, la única constancia que
tiene el sexo es la de irse á pasear; sin embargo
el de Málaga posée sobre el de otras partes la
ventaja de tener la fábrica de la Constancia.
Reuniones. – Se habla de varias tertú-
lias. Pero se habla tanto de tantas cosas que se
quedan en palabras!.....
Nosotros, por lo menos, no queremos hacer-
nos ilusiones halagüeñas que pueden desvane-
cerse como el humo que exalan las locomotoras.
Estas locomotoras nos traen á la memoria el
Ferro-carril de Málaga.
Cuando vemos á Cádiz visitada á cada momen-
to por los trenes que la ponen en comunicacion
con Sevilla y Córdoba, echándonos casi en nues-
tras narices el vapor de las calderas, nos entris-
tecemos, porque nos entristece todo lo que puede
quitar vida á la provincia donde vivimos.
El miriñaque. – Cayó al fin este mue-
ble. Pero no crean Vstedes que del cuerpo de nues-
tras elegantes, ni de ningun balcon; se ha cai-
do de la pluma de los gacetilleros.
Ya no es el tema obligado de la crónica local.
Hoy la atencion se fija en otra cosa. ¿En el
cometa? No señor. ¿En el Teatro? Tampoco.
¿Pues entonces en que? En nada.
Nada, se dice; nada, se oye; nada, vé; nada
se murmura, que es lo último.
Es pues necesario que algo se diga, que se
pegue sobre algun tema. Que aparesca, en fin
otro objeto, que como el miriñaque, sostenga la
animacion de las crónicas y sea el alma de las
conversaciones.
El Laurel. – Se nos dice que esta socie-
dad sin la pretension que su título podia hacer
concebir, da, sesiones de cuando en cuando y á
lo que parece bastante animadas.
J. C. B.
EPÍGRAMA.
No cesa de suspirar
Margarita noche y dia,
por la maldita mania
de querer matrimoniar.
Y á pensar no se ha parado
en medio de tanto afan,
que muchos llorando están
por haber matrimoniado.
José Barcenilla.
CORRESPONDENCIA.
Señor Don J. A. – Granada. – Hemos recibido la
atenta carta que nos envia fecha 10 del corriente.
Sus consejos estan dados con la misma inteligen-
cia que funura. Los agradecemos y los aceptamos.
M. J. L. – La Revista de Teatros que con estas
iniciales nos envia no se puede publicar. Los ac-
tores tienen dos existencias por mas que á Vsted le
paresca lo contrario. Una pública y otra privada.
En esta última á nadie es permitido penetrar.
Varias Suscritoras. – Al individuo que con este
seudónimo nos dá consejos, le aconsejamos que de-
je de aconsejarnos.
J. H. – Si tantos deseos tiene Vsted de ver la lista
de las Señoras que componen la Comision, y como
espone en su carta le urge leerla, - sirvase Vsted
darnos su nombre y se la facilitará una copia para
satisfacer su deseo; de lo contrario, tendrá que re-
signarse á esperar dos ó tres domingos mas.
Señor Don A. del M. – Málaga. – Con dos sencillas
correcciones se publicará su escrito que hallamos
digno de ver la luz.
Señor D. S. – El estilo de su carta exijiendo la in-
sercion de su poesia en el número de hoy, dice
mal con el título de la produccion. La direccion
de «LA CARIDAD» no puede complacerlo y á pe-
sar de que estaba dispuesta á insertarla cuando lle-
gase su turno, desiste y la deja á su disposicion.
Editor responsable, Don Rafael Martos.
MÁLAGA. - Imprenta de Don Francisco Gil de Montes,
Calle de Cinteria, número 3.
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