CODEMA19-LACAR-186162-1

CODEMA19-LACAR-186162-1

ResumenNúmero 9 de "La Caridad. Semanario de ciencias, literatura, teatros, costumbres y modas"
ArchivoHemeroteca Municipal de Madrid
TypologyOtros
Fecha27/10/1861
LugarMálaga
ProvinciaMálaga
PaísEspaña

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[margen superior: NUMERO 9. DOMINGO 27 DE OCTUMBRE. 1861.] LA CARIDAD. SEMANARIO DE CIENCIAS, LITERATURA, TEATROS, COSTUMBRES Y MODAS. Los productos líquidos de este Semanario se entregarán al Excelentísimo é Ilustrísimo Señor Obispo de la Diócesis, para su distribucion entre los Establecimientos de Beneficencia de esta capital. SUMARIO. La voz del Alma. Poesía inédita por doña Maria del Pilar Sinués de Marco. La Coqueta, por Don Félix Rando y Bazo. - La pesca de las sanguijelas, por Pepe. Suspiros del Alma y la Estrella del Destino. Poesías por J. M. del C. - Varios apuntes sobre varios asuntos, por J. C. B. - Epígrama, por Don José Barcenilla. Correspondencia. LA VOZ DEL ALMA. En una estancia donde el oro brilla Y fulgura en cambiantes el topacio Gime un hombre de pálida megilla Abrumado de pena en su palacio, Alza su frente mústia y amarilla Hácia el tendido y azulado espacio, Y contempla el albor de la mañana Que nace entre celajes de oro y grana. De sollozos hinchado está su seno: Lágrimas llenan sus candentes ojos: Y de sus venas el mortal veneno Se mira arder sobre sus lábios rojos. Sus pupilas al ámbito sereno Tiende con amargura y con enojos Y así dice con queja lastimera Mientras contempla la azulada esfera: - ¿Dónde dicha hallaré, yo que he nacido Con tan rico caudal de inteligencia? ¿Dónde la dicha está, si ya he perdido Mi estéril juventud buscando ciencia? Necesito creér, porque he sentido En el alma la voz de la conciencia, Y veo al corazon yerto y vacío En el fondo dormir del pecho mio. Necesito creer: que ya los años Matizan los cabellos con su nieve Y con tristes y amargos desengaños Cuento mis horas en el mundo aleve: ¡Oh, si! quiero creer! sueños estraños Turban y agitan mi reposo breve Porque no rezar cuando me duermo Y vela y gime el corazon enfermo! Ambicioso nací: dia tras dia El oro acumulé con diestra mano: Y ha penetrado la mirada mia Pliegue tras pliegue el corazon humano. En el poder cifraba mi alegria: Me reí del amor con gozo insano Y fuerte me creí porque en el alma Sentia siempre aterradora calma. ¿Quién soy yo? ¿Por qué existo? á camino? ¿De dónde vengo que me canso y lloro? ¿Fatal como el de Job es mi destino? ¡Ó cómo á Fausto me fascina el oro? ¡Ay de ! ya cansado peregrino Miro desalentado mi tesoro Y ya no guarda el corazon memoria De aquellos dias de ambicion y gloria. Nada quise creer, ansiando loco Caminar de estravio en estravio, Y viendo siempre en lo presente poco Anhelé un mas allá menos sombrío! Un mas allá de lo que veo y toco, Anhela aun hoy el pensamiento mio Y no sabiendo donde hallarle el alma Vuélvese al cielo demandando calma. Un mas allá ha de haber ¡le necesito! El Dios que pereció para salvarnos No me hiciera morir loco y maldito Que no puede engañarse ni engañarnos! Entre las negras sombras del delito Una antorcha ha de haber para alumbrarnos, Y esa ha de ser la ; la divina Guia santa del alma peregrina! ¡Yo le temo al sepulcro! polvo inerte Mi cuerpo en él se volverá sin duda: ¿No habrá nada, ay de mi! tras de la muerte? ¿Ni una esperanza encontré en mi ayuda? ¡Misera humanidad! la dura suerte Con amarga sonrisa te saluda Y entre la negra incertidumbre creces, Y entre dudas y llanto al fin pereces! No conocí el amor: perdí á mi madre Cuando aun dormia en la inocente cuna Y al abandono condené á mi padre Embriagado en mi próspera fortuna. No halle muger que á mi avaricia cuadre, Ciego por la ambicion, no amo á ninguna Y solo hay soledad en torno mio Y no hay luz en mi hogar, yerto y vacío! ¡Luz! dame luz, Señor! cual ciego triste Heme sentado en el herial camino! Ya mi horizonte la tiniebla viste! Me canso de luchar con el destino, Odio, Señor, cuanto en el mundo ecsiste, Y sus calles cruzando peregrino, Abrasado de sed y de fatiga Solo anhelo escuchar tu voz amiga. Sin padres, sin hermanos, sin esposa, Sin hijos bellos, en mi aciaga suerte, Nadie vendrá á llorar sobre mi losa Cuando duerma en el seno de la muerte. Mi existencia brillante y azarosa Relámpago será que lumbre vierte Y deslumbra y asusta al que le mira Y se olvida con gozo así que espira! ¡Luz! dame luz, Señor! réprobo el hombre Solo en el duelo y en la afliccion te aclama Pero mira su error, y no te asombre Si pide ansioso de tu amor la llama. La riqueza, la gloria, y el renombre El alma olvida, y tu piedad reclama Y quisiera escuchar tus santas leyes Cual las dictaste en Sinaí á tus greyes. Aun cuando sea entre el lucir del rayo Y el eco bramador del ronco trueno, Tu augusta voz disipará el desmayo Que inunda el pecho, de amargura lleno. Tu acento trocará en riente Mayo El triste Enero en que afligido peno y á su ánimo rendido y moribundo Abrirá la esperanza de otro mundo!» - Calló aquel hombre: y la rosada aurora, Pasó en su carro de zafir y plata, Tiñendo con su luz encantadora Los cielos de violeta y escarlata. Así la luz de la esperanza dora El triste corazon en que retrata Sus cambiantes de fúlgidos matices Y hace soñar en dias mas felices. El sol apareció en el firmamento Iluminando las pintadas flores, Y con himnos de paz y de contento Le aclamaron los dulces ruiseñores. La fresca brisa con su suave aliento Acarició los pinos cimbradores, y volaron las cándidas palomas Hasta las cumbres de las altas lomas. Resonó de la aldea la campana; Sonrieron las fuentes murmurantes Y saludando alegres la mañana, Desataron su lluvia de diamantes. Y al cruzar sonriente una aldeana Levantando los ojos rutilantes, Miró al hombre con compadecida Contemplando su faz descolorida. Dime, clamó con el acento triste El mísero ambicioso y descreido: Esa alegria que tu rostro viste ¿En dónde hermosa niña la has bebido? ¿Por qué sendas de rosas anduviste? ¿Has llorado? Has penado? Has padecido? ¿Ó fué la risa tu gentil madrina y halló asiento en tu boca peregrina? Señor, dijo la niña: ya he llorado- Aunque sea muy breve mi existencia: Pero el Dios á quien amo, me ha guardado Puras siempre la frente y la conciencia: Ya con una oracion he saludado Al Señor que á las flores da la esencia Y alimento á los tímidos gilgueros Y á la luna sus rayos placenteros. ¿Veis esas flores? ¡pues su gloria cantan! ¿Veis esa fuente? pues su amor murmura! Esas nubes, que ténues adelantan Tambien te adoran, cual la noche oscura. ¡Dios solo es grande! y en su honor levantan Ecos graves el valle y la espesura; ¡Dios solo es grande! y con amargo duelo Los réprobos le miran desde el suelo! Amad señor, y la sonrisa pura Mansion hará de vuestra triste boca; Rezad, y encontrareis paz y ventura En cuanto esquivo, vuestra mano toca! Creed, señor, á la aldeana oscura Y huid del vicio la pendiente loca Que vuestra alma doliente y abatida, Llama á Dios desolada y afligida. Dijo y huyó la niña: el descreido, Con humilde fervor, cayó de hinojos Y arrancado del pecho dolorido Llanto consolador salió á sus ojos: Alzóse luego, y con afan rendido Calmados de su pena los enojos, Alcanzó á la pastora, que cantando La espléndida campiña iba cruzando. Ven, santa niña, el opulento dijo: Ven y serás de mi destino guia: Serás mi esposa, y con afan prolijo, Yo aprenderé tu dulce poesia: Ni supe ser cristiano, ni buen hijo: Pero si consientes en ser mia, La oracion de tu lábio sonriente Borrará el anatema de mi frente. ¡Dios solo es grande, ! la luz del cielo Que le pedia ciego y delirante En mi hogar, solitario y sin consuelo, Reflejará por siempre en tu semblante! ¡Dios es el mas allá! roto ya el velo Fué de mi error, y de tu lábio amante Cobré por fin la bienhechora calma Que, sin ver á su Dios, ansiaba el alma!» Maria del Pilar Sinués de Marco. Madrid. LA COQUETA. «¿Porque mugeres sin calculo, siempre con gesto solícito tendeis las redes maléficas, con pensamiento ilegítimo, á todos los hombres crédulos que se os acercan verídicos, y de vuestro amor elástico les dais el fugaz estímulo, haciéndolos pobres víctimas de vuestros ojos fatídicos? Franquelo. Risa y llanto. Un consejo á las coquetas. ¡Válame Dios, lector de toda mi ánima, y con cuantas ganas has de leer este mi artículo!: - co- mo forjarás en tu imaginacion la idea de que es- toy herido, ó acaso te atrevas á suponer que voy á mojar mi pluma en la hiel de los desengaños ó en el veneno de la desesperacion. Nada de esto: ni me encuentro en este ni en el un otro caso; soy un escrúpulo de hombre, que vive alegre como unas pascuas y sabe dominar con la madurez de la senectud, los juveniles ins- tintos de su corazon. Así es que no maldigo del mundo, ni de la sociedad, ni de la vida; por- que creo que es recurso de tontos ó de aprendices de literato, romper en tales denuestos y desven- cijadas frases. El mundo es bueno y lo que llaman sus acci- dentes lo son tambien: todo es relativo, no hay nada concreto. Esa innumerable falange que no vive sino en- tre suspiros y ayes y lágrimas, que haciendo alarde de su parodiada desesperacion, se afana y suda porque oigamos sus lamentaciones; esos merecen que nos riamos de ellos á mandíbulas batientes: insultan con su ridícula farsa el mo- mento mas solemne de nuestra vida: la hora del dolor. Ese instante de abstraccion y de mudismo, en que no hay palabras de consuelo; porque el ver- dadero dolor no se alivia sino con el dolor mismo. Si nuestro corazon vive agoviado de penas y el génio de la muerte parece batir sus alas sobre nuestras cabezas, el alma creyente y pura rebosa de esperanzas, la se alza triunfante y nuestros ojos buscan ansiosos un ser que comparta con nosotros el dolor que nos destruye. Entonces no es suficiente la voz de un amigo, el consuelo del hermano; se hace necesaria una mano que es- treche la nuestra, que la lleve á su corazon y nos haga contar sus latidos; es preciso á nuestra vida ese acento celestial que nos embriaga des- piertos y resuena en nuestros oidos en los sueños que forja la acalorada imaginacion: es en fin la muger. Me atreveré á afirmar que es una imperiosa necesidad de nuestra vida. Dime, lector, ¿tus momentos de dicha y de lo- cura, han borrado de tu imaginacion el retrato de la muger adorada? Si arrebatado por el in- quieto vaiven del destino, te has trasportado á lejanos paises, ó tal vez los goces mundanos con su torpe materialismo, te han hecho olvidar el culto que rindiera tu corazon á la muger que recibió tu primera mirada de amor, ¿no llegará la hora en que tus sentidos se cansen y el alma suspire por el sitio donde la viste por primera vez, donde derramaste tu lágrima de despe- dida?..... Mas, dirás que no concuerda el alegre título de este mi artículo, con el melancólico estilo que voy desplegando. Todo lo que te llevo dicho va encaminado á probarte, que al que habla mal del mundo y peor de la muger, le va con sober- bia gentileza una albarda y es propietario de la calificacion de estúpido. No te pase por mientes siquiera la idea de que soy el universal paladin del bello sexo: le- jos de tan ridículo pensamiento. Considero á la muger bajo todos sus diferentes aspectos: ya hermosa, ya fea, aquí modesta, allí orgullosa, hoy ángel, mañana demonio. Es un ser débil que vale mas ó menos que el hombre, pero que su misma debilidad la sirve á veces para ser trai- dora como la hiena y vengativa como la pan- tera. Dotada por la naturaleza de unas pasiones mas vehementes y fuertes que la otra mitad de su sexo, necesita todas las restricciones que la so- ciedad le ha impuesto (justa ó injustamente), para poner coto al desbordado torrente de sus deseos. La educacion, severa dueña de sus sentimien- tos, al reprimirlos los atiza y enciende mas: la carrera de los años va dando vida á estos im- petus, consecuencias naturales de su ser, y la muger principia á luchar con su instinto y la voz de sus deberes, lucha horrible, que de segu- ro, serian muy pocos los hombres capaces de sostenerla. Hecho ya el boceto en general de la hija de Eva, justo es que cumpla con las exigencias de mi pensamiento: analicemos el gran cuadro de nuestra vida; observemos sus principales figuras, veamos el grupo de mas fuerte colorido: retrate- mos á la coqueta: Todas las mugeres tienen en su corazon un gérmen de coquetismo y queman incienso en aras del amor propio. La fea, que despues de un prolijo exámen de sus facciones ha deshecho veinte veces su peinado hasta encontrar la tren- za que la va mejor, la rosa que resalta mas so- bre su tocado, el adorno que suple lo que la fal- ta, se retira convencida al fin, del tocador y si no es nécia, principia á cultivar su imaginacion para que la parte moral haga olvidar la físi- ca; si lo consigue y se afirma en que tiene sen- tido comun, se hace aceptable coquetamente con- siderada y entretiene ver cual busca su media naranja. La muger que es fea é imbécil como muchas que todos conocemos, para estas dejare- mos en claro una casilla en el cuadro de Buffon y estableceremos una clase media entre la mu- ger y el asno. Te suplico lector, no presentes ningun candidato á la presidencia de esta rara asamblea, porque hace tiempo me permití con- ferirla á una pretérita jóven que al leer estos renglones se envanecerá hasta reventar de orgu- llo y comprenderá que acato la máxima de «al César lo que es del César.» Hecha esta digresion prosigamos en nuestra empresa. En un otro polo vive la muger hermosa: tiene por precision que ser coqueta: á ello la auto- rizan los dones que la naturaleza la prodigó; mas, es, el coquetismo que aconseja el principal amigo de la muger: el espejo. La imajinacion de estas no está nunca ociosa: trabaja demasiado y hay una hora en el dia en que crée la ale- gre, que se finje glorias y dichas y amores, que su semblante toma infinitas transformaciones y retrata fielmente el gozo de su alma y los pen- samientos que acaricia con locura: esa es la ho- ra del tocador. Pero no es esta la verdadera coqueta, la mu- ger de mundo, la que conociendo lo que hace desea mas, la que sufre siendo, la que piensa el triunfo, se forma su corte y ganosa de pre- ferencias no consiente rivales, sino reinar abso- luta y adormecerse al arrullo de los suspiros y al apasionado acento de sus innumerables víc- timas. Esta muger necesita reunir dos grandes cua- lidades: hermosura y talento; sin la primera no podria hacer valer la segunda y sin esta se ad- miraria aquella, pero no arrebataria hasta el es- tremo de reinar sola. Centinela avanzado de la moda, se la cita co- mo figurin; y si acaso un dia la pasa por tela de juicio vestirse de cosaco, su trage llama la atencion sobre todos y trasforma la faz de la so- ciedad que frecuenta, adquiriento ridículas é in- numerables prosélitas. Es una muger que no tiene enemigos, porque á todos contenta: á nadie hace desistir de sus amantes empresas, y cuenta mas pretendientes que candidatos hay para la cartera de Estado. Vedla en el teatro, anchuroso palenque donde vence con un aplomo admirable las miradas de sus envidiosas rivales: mirad su postura, obser- vad sus ojos, no perdais el momento de su son- risa. Apenas aparece, ved los innumerables ge- melos que se asestan al menor de sus movimien- tos: tras una ligera inflexion de su gracioso cuerpo, se recuesta sobre su asiento y de una sola mirada para revista á lo que ella llama «su guardia de honor.» Aqui hay un pollo que acariciando su proyec- to de bigote, procura hacer de su retocada hu- manidad un arco de violin y la dirige una mi- rada, toda fuego y entusiasmo, capaz de hablan- dar un guarda-canton. Mas allá se ve un hombre que es la antítesis del anterior implume: es de aspecto formal, cuen- ta hasta cuarenta años y se ve precisado á su- frir la presion del chaleco sobre su voluminoso abdomen, sopena de parecer á su bella ingra- ta un algo de prosaico y aun muchos algos de cebon. Hay al lado de este, uno que perteneció á la pléyada de los petimetres y currutacos, que se acuerda de la batalla de Bailen y que creyén- dose invulnerable, le ha barajado los cascos nues- tra heroina, hasta el caso de entablar relaciones con los mejores autores de afeites y de tintes. Ved como suspira aquel banquero de encane- cida patilla y fresco y sonrosado semblante: la nieve de su cabeza no ha bajado al corazon y hace mil proyectos de compartir con nuestra her- mosa, el fruto de sus empréstitos al gobierno. No se atreve á hablarla y si alguna vez la sa- luda, sueña aquella noche un porvenir matri- monial de dichas y de ventura: al despertar y despues de rezar devotamente á su santo patron San Marcos, se rectifica de buena con su sueño. Mas, á que cansarte?; si á describirte fuera todos los tipos que queman incienso en aras de la coqueta, acaso nos faltaria tiempo y te mo- lestaria demasiado, lector benévolo, el infinito catálogo de hombres que representando las clases todas de la sociedad, sacrifican la calma de su vida y la paz de su corazon, en holocausto tris- te de sus amores. Pero dime ¿quién en este mundo no ha sus- pirado por una muger coqueta? ¿quién no ha caido en sus redes? ¿quién no ha sufrido aguas y vientos y nieves por una insignificante sonrisa, por una promesa mentida? ¡Cuántas veces, lec- tor de toda mi ánima, te habrás encontrado en situacion pareja! Cuantas de habrás espuesto á romperte la crisma desde un segundo piso, en tu gatuna ascension, por un codiciado billete, ó tal vez por besar una alabastrina mano! A la verdad es muy fácil justificar todas las locuras que se hacen, autorizadas por la incitan- te mirada de una muger: comprendo la víctima espiatoria ofrecida en aras de la coqueta; me es- plico su ceguedad. Por mas razones que en contrario me obje- tasen, tengo ciega en lo que el Diccionario de la Academia llama sin andarse por las ramas «amor». Creo en él: pecador contrito hago mi profesion; no te asustes lector, esto equivale á decir que mis ilusiones viven frescas y lozanas, que no soy hipócrita. Oh! la hipocresia es el mas asqueroso de to- dos los vicios, el primer escalon para el crímen, acaso la verdadera síntesis del mas ruin y torpe materialismo. Pero está visto que ó estoy loco ó no sirvo para escribir artículos: tantas y tan frecuentes digresiones pudieran hacerme creer que mi ca- beza era un cajon de retazos ó un baratillo de pensamientos: adelante y concluyamos. La coqueta es un tipo esencial y preciso en la sociedad; es la vida de la hermosura y del talento femenil; el non plus ultra de la gracia y de una vez, la verdadera perfeccion de la hija de Eva. Lejos de mi tambien la idea de creer que reu- ne todas estas cualidades, la muger que se sir- ve del coquetismo como de máscara para encu- brir un ódio ó satisfacer una venganza; , esta muger es un reptil venenoso que merece aplas- tarse y seguir de largo; á esta la juzga la so- ciedad con demasiada ligereza, no se llama co- queta, se intitula harpía. El coquetismo tiene su representante en la que ya te he bosquejado, en la muger que le aconseja la voz de su cabeza, no la del cora- zon; este no late sino una vez, para determi- nado objeto. Y sin embargo, esa coqueta que hemos visto deslumbrante en el teatro, arrebatadora en paseo, incitante en el baile; esa que parece jugar con sus sentimientos, tal vez tiene oculto en su pecho el retrato de un hombre que huye de ella. Lle- gad, descorred las ligeras ganas que rodean su lecho y observad su sueño: la respiracion es agitada sus manos se posan sobre el corazon y entreabre los lábios con la sonrisa de án- geles murmurando el nombre adorado. Es indisputable, lector, la muger tiene mas fuerzas de sentimiento que el hombre en todos sus accidentes. Soy tan débil, que lo confieso sin rubor, no me consuelan las feas notabilidades de mi feo sexo; prefiero unos ojos negros y un talle cim- brador. Alguna al leer estos mal pensados ren- glones me hará justicia en el fondo de su cora- zon: á que no los creerá hijos de una baja adulacion; sabe que mis lábios no se han man- chado nunca con tan bastardo lenguage. Si no quieres llegar, lector indulgente, al final de tu carrera como al de este artículo, oyendo locuras, acepta la coqueta y acata la sagrada mác- sima de «Creced y multiplicar» - Tuyo, Vale. F. Rando y Bazo. LA PESCA DE LAS SANGUIJUELAS POR D. EMETERIO. Esperaria el lector, sin duda, este artículo el domingo pasado; sin embargo el señor Director de «LA CARIDAD» me dijo que habia cosas mas urgentes que publicar, y como donde hay patron no manda marinero, fué preciso ceder convencidos como estábamos que de ceder ó in- sistir, el resultado hubiera sido el mismo. Ya saben Vstedes que Don Emeterio llegó á mi casa hecho un energúmeno, ó mejor dicho como un perro rabioso, pero ignoran el motivo; este era el siguiente. El dia anterior á aquel en que él debia mar- char para su pueblo habia llovido y contra lo que sucede en Málaga estaban las calles llenas de todo, y la Alameda, por la que necesariamente debia pasar para tomar por el puente de Tetuan, estaba intransitable. Don Emeterio se hizo la reflecsion que sigue: el que no se arriesga no pasa el mar; preciso es, pues, que yo me arriesgue para pasar la puerta del idem: el que nada no se ahoga; yo se nadar, con que pecho al agua. Eran las doce del dia; el cielo estaba oscuro y descargando agua. Tan solo Don Emeterio se atrevió á transitar por el paseo, metiéndose en lodo hasta las rodillas. Rebalando y sujetándose, venia haciendo equi- librio, cuando el agua acareció de tal modo que ya no le fué posible continuar y tuvo que res- guardarse en un portal cerca del Banco donde ya se encontraba un soldado, una vieja que pi- de limosnas y dos muchachos que acababan de escamotear unos limones de los que vienen pa- ra encajonarse. Don Emeterio sacudió su sombrilla metiéndose en el zaguan á esperar que escampase; pero al sacudir el paraguas roció á la vieja; nunca lo hubiera hecho; los improperios mas atroces, sa- lieron de aquella boca que minutos antes con modulada entonacion y humilde súplica implo- raba en su auxilio la caridad de sus hermanos, como ella decia. Señora, Vsted disimule, dispenseme Vsted. le decia mi amigo. - Vsted me ha mojado á cosa hecha decia la vieja y entretanto, el soldado liaba un cigarrillo y los muchachos contaban los limones, agenos los tres al diálogo de la vieja y Don Emeterio. Este diálogo terminó por dar el infeliz un par de cuartos á la pobre y todos quedaron tan amigos. Pasó una media hora y escampó; entonces Don Emeterio se dispuso á seguir su camino hacia la calle de Mármoles á donde le esperaba el co- sario de su pueblo. Poco ducho en badear el paseo, creyó que el mejor camino para llegar al puente era seguir por aquella acera, pero Don Emeterio contaba sin la huéspeda, que en este caso era un lodazal de cuya profundidad nadie quiere cerciorarse; ha- blamos del que se forma apenas caen dos - quidas perlas, en el estremo de la calle entre la esquina de San Lorenzo y la de la Alameda de los Tristes. Allí estaban los dos muchachos buscando inútilmente, un limon que se les habia caido. Que se busca, chiquetines? le preguntó Don Emeterio apoyándose en la sombrilla y fijando los ojos en el suelo. Los muchachos alzaron la cara y encontrándose con la bonachona de Don Emeterio y por otra parte fastidiados por la pregunta, Sanguijuelas se pescan le respondieron. - ¿Sanguijuelas? dijo para mi amigo si yo pudiese pescar algunas..... Y así como quien no quiere la cosa se fué aproximando á los muchachos, pero, menos dies- tro que ellos, quedó preso de piernas en aquel fangal como las moscas de la fábula lo queda- ron de patas en el pastel. Los muchachos se burlaban de su posicion y él encendido como la grana apostrofaba con ino- fensivas palabras á aquella turba infantil. Pero lo terrible era que el fango lo absorvia y eran vanos todos sus esfuerzos para salir; cae, levanta, se endereza, vuelve á caer y hubiera perecido indudablemente si un alma caritativa no le hubiera dejado ir la cuerda del asta-ban- dera que habia en un balcon ante el cual nau- fragaba. Merced á este auxilio pudo salir y llegar á mi casa seguido de aquella turba, con que le entrar y lleno de fango hasta los ojos. Viendo tal figura y enterado del lance, no pu- de menos de echarme á reir yo tambien. Va Vsted á hacer como los chiquillos me dijo. Nada de estraño tendria le respondí cuan- do Vsted hace cosas que un muchacho no haria. Pepe. MELODIAS. MÚSICA DEL MAESTRO D. E. O. SUSPIROS DEL ALMA A MI QUERIDA MADRE. ¡Sombra querida! ¡Sol de mi vida! ¿Por qué tan rápido Te eclipsar? ¡Cuán seductoras Fueron las horas Que tu amor célico Me hizo gozar! ¡Horas que nunca Ay! tornarán! ¡Sueño de oro! ¡De amor tesoro! ¡Ilusion plácida! ¡Ángel de paz! Volar al cielo Te vi en mi duelo, Y cual relámpago, Cruzar fugaz! ¡ , ángel mio, Mi tutelar! Goza en la altura Paz y ventura, Ya que en tu pérdida Yo las perdí! desde el cielo mi consuelo, Y ¡madre! acuérdate Siempre de mi! ¡ ya triunfante! ¡Aun yo en la lid! Agosto 1853. LA ESTRELLA DEL DESTINO. ¡Estrella nítida! ¡Estrella mágica! ¿Por qué brillas tan tétrica? Por qué luces tan pálida? ¡Triste destino 8 Ay! me presagias! ¡Astro purísimo! ¡Estrella cándida! Si tras nube fatídica Velas tu luz simpática, Negros pesares Nublan mi alma! ¡Muéstrate fúlgida! ¡Muéstrate plácida! Que al verte melancólica Mis ojos brotan lágrimas. Y en tu alegria Leo mi esperanza! J. M. del C. Julio 1854. DIVERSOS APUNTES sobre DIVERSAS MATERIAS. Liceo. Como en donde falta el bello sexo falta todo: las pocas señoras que estuvieron el sábado 19 en el Liceo, no lograron, por mas que quisieron, animar un baile que carecia de alma. Esto de que la orquesta tenga que repicar y asistir á la procesion molesta á los músicos é impacienta á los espectadores. Teatro principal. Una Vieja ha si- do la gran novedad que hasta ahora nos ha pre- sentado dicho Teatro. Tanto de esta zarzuelita, como de La Canti- nera de los Alpes, acaso nos ocuparemos en las Revistas que en breve pensamos dar. Teatro de la Merced. Se nos dice que veremos en este teatro á la célebre émula de la Señora Ristori. Nos alegramos infinito de que la empresa haga tales esfuerzos y esperamos ver á la Señora Santoni, no para dar nuestra opinion sobre sus dotes artísticas, que arto justificadas las tiene; sino para admirar á una actriz que la Europa admira. Panórama. El del Hoyo de Esparteros, se nos dice que tiene dos cosas buenas: las vistas y las entradas. Si sigue el consejo de ponerlo mas barato logrará indudablemente mas producto. Dos dias. En esta semana hay dos dias sumamente estensivos: el de todos los Santos y el de todos los difuntos. Inútil nos parece decir que sin embargo serán tan cortos como los demas dias. Paseos. Esta transicion de los paseos noc- turnos á los diurnos no es tan sencilla como pa- rece. Es necesario metamorfosear los vestidos y em- butirnos en nuestros capotes para ponernos al sol. No nos quejaremos este año por música que contemporizando con el frio y el calor, ya viene por la mañana, ya por la tarde, ya por la noche. Tal constancia merece ser premiada por nuestras lindas jóvenes con no perder la ida al paseo. Esto lo esperábamos, porque, sea dicho sin ofender á las ecepciones, la única constancia que tiene el sexo es la de irse á pasear; sin embargo el de Málaga posée sobre el de otras partes la ventaja de tener la fábrica de la Constancia. Reuniones. Se habla de varias tertú- lias. Pero se habla tanto de tantas cosas que se quedan en palabras!..... Nosotros, por lo menos, no queremos hacer- nos ilusiones halagüeñas que pueden desvane- cerse como el humo que exalan las locomotoras. Estas locomotoras nos traen á la memoria el Ferro-carril de Málaga. Cuando vemos á Cádiz visitada á cada momen- to por los trenes que la ponen en comunicacion con Sevilla y Córdoba, echándonos casi en nues- tras narices el vapor de las calderas, nos entris- tecemos, porque nos entristece todo lo que puede quitar vida á la provincia donde vivimos. El miriñaque. Cayó al fin este mue- ble. Pero no crean Vstedes que del cuerpo de nues- tras elegantes, ni de ningun balcon; se ha cai- do de la pluma de los gacetilleros. Ya no es el tema obligado de la crónica local. Hoy la atencion se fija en otra cosa. ¿En el cometa? No señor. ¿En el Teatro? Tampoco. ¿Pues entonces en que? En nada. Nada, se dice; nada, se oye; nada, ; nada se murmura, que es lo último. Es pues necesario que algo se diga, que se pegue sobre algun tema. Que aparesca, en fin otro objeto, que como el miriñaque, sostenga la animacion de las crónicas y sea el alma de las conversaciones. El Laurel. Se nos dice que esta socie- dad sin la pretension que su título podia hacer concebir, da, sesiones de cuando en cuando y á lo que parece bastante animadas. J. C. B. EPÍGRAMA. No cesa de suspirar Margarita noche y dia, por la maldita mania de querer matrimoniar. Y á pensar no se ha parado en medio de tanto afan, que muchos llorando están por haber matrimoniado. José Barcenilla. CORRESPONDENCIA. Señor Don J. A. Granada. Hemos recibido la atenta carta que nos envia fecha 10 del corriente. Sus consejos estan dados con la misma inteligen- cia que funura. Los agradecemos y los aceptamos. M. J. L. La Revista de Teatros que con estas iniciales nos envia no se puede publicar. Los ac- tores tienen dos existencias por mas que á Vsted le paresca lo contrario. Una pública y otra privada. En esta última á nadie es permitido penetrar. Varias Suscritoras. Al individuo que con este seudónimo nos consejos, le aconsejamos que de- je de aconsejarnos. J. H. Si tantos deseos tiene Vsted de ver la lista de las Señoras que componen la Comision, y como espone en su carta le urge leerla, - sirvase Vsted darnos su nombre y se la facilitará una copia para satisfacer su deseo; de lo contrario, tendrá que re- signarse á esperar dos ó tres domingos mas. Señor Don A. del M. Málaga. Con dos sencillas correcciones se publicará su escrito que hallamos digno de ver la luz. Señor D. S. El estilo de su carta exijiendo la in- sercion de su poesia en el número de hoy, dice mal con el título de la produccion. La direccion de «LA CARIDAD» no puede complacerlo y á pe- sar de que estaba dispuesta á insertarla cuando lle- gase su turno, desiste y la deja á su disposicion. Editor responsable, Don Rafael Martos. MÁLAGA. - Imprenta de Don Francisco Gil de Montes, Calle de Cinteria, número 3.

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