CODEMA19-LACAR-186162-0
CODEMA19-LACAR-186162-0
Resumen | Número 1 de "La Caridad. Semanario de ciencias, literatura, teatros, costumbres y modas" |
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Archivo | Hemeroteca Municipal de Madrid |
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Typology | Otros |
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Fecha | 01/09/1861 |
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Lugar | Málaga |
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Provincia | Málaga |
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País | España |
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[margen superior: NUMERO 1. DOMINGO 1.º DE SETIEMBRE. 1861.] LA CARIDAD.
SEMANARIO DE CIENCIAS, LITERATURA, TEATROS, COSTUMBRES Y MODAS.
Los productos líquidos de este Semanario se entregarán al Excelentísimo é Ilustrísimo Señor Obispo de la Diócesis,
para su distribucion entre los Establecimientos de Beneficencia de esta capital.
DOS PALABRAS Á NUESTROS LECTORES.
Sintiendo en lo mas íntimo de nuestro jó-
ven corazon un irresistible deseo de concur-
rir de alguna manera al alivio del desvalido,
fundamos este Semanario, cuyos productos
líquidos dedicamos íntegros para esas infeli-
ces familias á quienes, por un mandato es-
preso de Dios y un secreto impulso del alma,
debe amparar cada uno en razon á sus fuer-
zas.
Agenos á toda cuestion política, nuestro
Semanario no se rozará con ella en lo mas
mínimo.
Suponiendo, pues, la existencia de fondos
que repartir, pensamos en adoptar desde lue-
go el medio mas fácil y acertado para veri-
ficarlo con la debida equidad.
La primera idea fué la de repartir á do-
micilio; mas para ello era indispensable pe-
netrar en el seno de la familia, indagar si
la necesidad era verdadera y si procedia de
causa que mereciera ó nó el socorro.
Este era un trabajo superior á nuestras
fuerzas, y desistimos de él.
Igual resultado tuvieron otras varias com-
binaciones, hasta que una feliz inspiracion
nos sugirió la idea de que los productos fue-
sen repartidos en justa proporcion entre los
Presidentes ó Junta de todos los estableci-
mientos y sociedades de Beneficencia que exis-
ten en esta capital, por el alto medio de nues-
tro dignísimo Prelado el Excelentísimo é Ilustrísimo Señor
Don Juan Nepomuceno Cascallana, quien aco-
gió nuestra súplica con la benevolencia que
tanto le distingue, y por ello nos atrevemos
á tributarle públicamente las mas sentidas
gracias.
Logrado esto, pensamos que si en el cora-
zon del hombre los sentimientos de filantro-
pía abundan hasta el grado de darse priva-
ciones para socorrer á los menesterosos, debia,
con mucha mas razon, abundar en el de la
mujer, puesto que en ella se halla por órden
natural, mas desarrollada la sensibilidad.
De aquí nació el pensamiento de nombrar
una comision de Señoras y Señoritas que qui-
siesen interesarse en el fomento de nuestra
publicacion, valiéndose cada una, en el círcu-
lo de sus relaciones, de todos los medios que
juzgasen convenientes á fin de aumentar el
número de suscriciones.
Para lograr nuestro propósito, pensamos
que el medio mas conducente era el de for-
mar una lista de todas aquellas que reunie-
sen, segun los mejores informes, las circuns-
tancias necesarias.
Así lo hicimos y resultó tan numerosa que
por mas que esto honre sobremanera á Mála-
ga, contrariaba nuestro propósito.
Debimos, pues, limitar su número; y para
no cometer injusticias en la eleccion, confia-
mos esta á la suerte.
Formada la nueva lista por rigoroso órden
alfabético de apellidos, con separacion de Se-
ñoras y de Señoritas, impetramos la acepta-
cion de cada una, y seria ocioso decir que
correspondieron todas, animadas del mas fer-
viente deseo de rivalizar á porfía en tan no-
ble empeño. Reciban, pues desde ahora la
espresion de gratitud de aquellos seres al
alivio de cuya desgraciada suerte concurren.
Nosotros, á pesar de la loable modestia de
todas las que componen la Comision, nos pro-
ponemos publicar sus nombres cumpliendo
en ello con un doble deber de gratitud y de
interés, pues que la Comision que graciosa-
mente difunde La Caridad y procura el au-
mento de suscriciones, justo y necesario es
que el público la conozca.
Cumple tambien á nuestro deber dar aqui
testimonio de reconocimiento á todos cuan-
tos se han dignado prestarse á cooperar á la
redaccion, del Semanario, y cuyos nombres
publicaremos á su tiempo.
El señor Canónigo, subdelegado castrense,
Don Enrique Crooke, á quien oportunamente
esplanamos todo nuestro pensamiento, atre-
viéndonos ademas á elegirlo Presidente de
nuestra junta particular, no solo aprobó el
proyecto en todas sus partes, sino que hon-
rándonos altamente se dignó tambien aceptar
el cargo de asistirnos con sus luces y larga
esperiencia, siempre que ocurra.
Otra de las personas a quienes debemos
tributar nuestra mas sincera gratitud, es al
Señor Don Juan Garcia Guerra, por el grande in-
terés que en ausencia del Señor Obispo, se dig-
nó tomar apoyando en nombre de su Ilustrísima
nuestra invitacion á las Señoras y Señoritas
para el fin piadoso á que son llamadas, y cu-
yo escrito, lleno del espíritu de la mas ardien-
te caridad y uncion, daremos al público si
logramos vencer su constante resistencia.
Si fuésemos una por una á tributar gracias
á cuantas personas se han prestado bondado-
samente á favorecer nuestro pensamiento,
larga y difícil seria la tarea.
Por esto nos atrevemos á dárselas en gene-
ral, terminando este artículo ó genuina es-
posicion de hechos, con dos palabras al pú-
blico.
El módico precio de cinco reales al mes
nada puede perjudicar individualmente y sí
proporcionar un beneficio á la pobreza, lle-
gando á ser colectiva la limosna.
Nosotros, lo repetimos, al hacer esta pu-
blicacion la hemos emprendido guiados por
un sentimiento de piedad; nuestro pensamien-
to podrá llegar ó nó á realizarse; si no llega,
habremos tenido el placer de intentarlo; si
llega, la satisfaccion de haberlo conseguido.
LOS FUNDADORES.
LA CARIDAD.
El que ama la caridad, cum-
plió la ley.
San Pablo.
Caridad! virtud mas hermosa que todas las de-
más virtudes! virtud que no se conoció por entero
hasta que descendió á habitar entre nosotros el
Hijo del Eterno. La antigua ley decia: «No hagais
al prójimo lo que no deseais para vosotros,» y la
ley de gracia ha añadido: «Haced además al pró-
jimo lo que para vosotros quisiérais.» Por eso
afirmaba Jesús que no venia á destruir, sinó á
completar; y completo dando por base á su doctri-
na la mas alta concepcion que de la caridad puede
formarse.
¡Lastima que la caridad sea para algunos hueca
palabra! La caridad no es la lismosna dada por
vanagloria, no; es la benevolencia convertida en
hecho, es la práctica del amor que toda criatura
racional debe tener á su semejante. La caridad es
de deber para todos, es de utilidad para el que la
ejerce, es de necesidad para la dicha humana. En
vano los estados varian de formas como el Proteo
de la fábula; en vano ensayan nuevos sistemas y
procedimientos nuevos, como los alquimistas de la
edad media; los hombres no serán felices, no vi-
virán contentos de sí mismos, mientras no haya
moralidad en las costumbres, veracidad en las pa-
labras, sinceridad en los corazones, caridad hácia
los demás en todos los actos de la vida.
«Amarás, - respondió Jesús á un doctor de la
ley, - amaras al Señor tu Dios con todo tu corazon,
y con toda tu mente. Este es el máximo y primer
mandamiento. Y el segundo es semejante á este:
Amaras á tu prójimo como a tí mismo. De estos dos
mandamientos depende toda la ley, y los profetas
(1).» Todos los premios, dice un erudito escritor
católico, - todos los premios y símbolos de apre-
cio que por medio de los profetas ha manifestado
Dios a los hombres para cumplir su voluntad,
eterna, todos están desempeñados en el que tiene
caridad.» Mas diremos: el que ejercita sincera-
mente su amor con el prójimo, ya ha cumplido la
ley. Y el apóstol San Pablo lo dice: «El que ama
á su prójimo, cumplió la ley (2).»
Sinceramente hemos dicho, porque como afirma
el Evangelista (3): «Si alguno dijere yo amo á Dios
y aborreciere á su hermano, es mentiroso. A la
verdad, el que no ama á su hermano á quien
vé, ¿á Dios á quien no vé, de qué modo puede
amarle? Amémonos, pues, unos á otros, por que
la caridad es de Dios. El que no ama no conoce á
Dios, porque Dios es caridad.» Y en otro lugar (4):
«El que no ama, está muerto: todo el que aborre-
ce á su semejante, es homicida... En esto cono-
cemos la caridad de Dios en que El puso por no-
sotros su vida, y nosotros debemos poner las vi-
das por nuestros hermanos. El que tuviere la ha-
cienda de este mundo, y viere á su hermano tener
necesidad, y le cerrare sus estrañas, ¿de qué mo-
do la caridad de Dios mora en él? No amemos de
palabra, sinó con obra y verdad.»
Segun refiere San Gerónimo, esta es la suma de
la vida cristiana que en todas las congregaciones
de Oriente predicaba el Evangelista, el Doctor, el
Apóstol, el fundador de las Iglesias del Asia, el
gran Maestro que bebió los raudales de su sabidu- [margen inferior: (1) San Mateo, capítulo XXII, verso 37.
(2) A los romanos, capítulo XIII, verso 8.
(3) I de San Juan, capítulo IV, verso 20.
(4) San Juan, capítulo III verso 14.]
ria en el pecho de Jesucristo en la noche de la ce-
na. Así, como en sus pláticas solo exhortaba al re-
cíproco amor, le reconvenian sus discípulos di-
ciéndole: «Maestro, ¿por qué siempre te escucha-
mos una misma cosa?» - «Porque es precepto del
Señor, respondia, y si esto se hace, basta». Repe-
timos que es necesaria la sinceridad en el ejercicio
del amor hácia todos los hombres, que son nues-
tros hermanos; y así lo asegura el famoso Kempis
hablando de esta manera: «Muchas veces parece
caridad lo que más es propio amor; porque la in-
clinacion de la naturaleza, la propia voluntad, la
esperanza de la recompensa, el gusto de la como-
didad, rara vez nos abandonan.... El que tiene
verdadera y perfecta caridad, en ninguna cosa se
busca á sí mismo.... Pues ciertamente mas mira
Dios al corazon, que á la obra que se hace.»
Aunque nuestra divina Religion no tuviese otro
empleo mas noble que la caridad, ni otras razones
en su apoyo, ni otras ventajas en favor suyo, todo
el mundo reconocería en ella la mas fina y reco-
mendable pólítica. «¿Qué ejercicio, pregunta un
historiador general, puede tener el hombre para
con sus semejantes mas útil, mas agradable, mas
excelente que los oficios de la caridad?» La ca-
ridad, este amor natural, pero que nosotros sofo-
camos siempre que el egoismo, el frio cálculo ó
meras razones mundanas hacen sonar su voz; la
caridad, repetimos, no busca únicamente al ami-
go, al bienhechor, al padre, al hijo, al hermano,
al compatriota, al correligionario, sinó tambien al
enemigo, al calumniador, al desconocido, al ex-
tranjero, al que adora á Dios de una manera di-
versa que nosotros. El mismo Salvador perdonó á
sus verdugos; y rogó por ellos, y el primero de los
mártires siguió bien pronto tan sublime ejemplo.
El Redentor puso la corona á esta virtud máxima,
diciendo (1): «Cuando estuviereis para osar, per-
donad, si teneis alguna cosa contra alguno.» Y en
otro pasaje enseña: «Haced bien á los que os abor-
recen, y orad por los que os persiguen y calum-
nian.»
Innumerables son las excelencias de la caridad.
«El odio despierta riñas, y la caridad cubre todos
los delitos (2).» «La obra exterior sin caridad no
aprovecha; pero lo que se hace con caridad, por
poco y despreciable que sea, se hace todo fructuo-
so... Mucho hace el que mucho ama... mucho ha-
ce el que todo lo hace bien... Bien hace el que sir-
ve más al bien comun, que á su voluntad propia
(3.)» Leemos en el Apóstol (4): «Si yo hablara
con lenguas de hombres y de angeles, y no tuvie-
ra caridad, soy como metal que suena, ó una cam-
pana retiñe. Y si tuviere la profecia, y supiese to-
dos los misterios y toda la ciencia; y si tuviere to-
da la fé, de suerte que lleve una á otra parte los
montes, mas no tuviere caridad, nada soy. Y si
distribuyere en manjares de pobres todas mis [margen inferior: (1) San Marcos, capítulo XI, 25.
(2) San Pablo, á los romanos, capítulo V verso 5
(3) Kempis, Imitacion de Cristo, capítulo 15
(4) San Pablo, á los corinthios, capítulo XII, verso 1.]
haciendas, y si entregare mi cuerpo de suerte que
arda, mas no tuviere caridad, nada me aprove-
cha. La caridad es paciente, es benigna: la cari-
dad no es envidiosa, no obra precipitadamente, no
se ambiciona, no busca las cosas que no son suyas, no
se irrita, no piensa mal...»
No puede ser infeliz un estado que se gobierne
por el solo mandamiento de la caridad; y la se-
ñal que el Sumo Juez nos pone de aquellos dias
tristes, últimos del tiempo, que precederán al
postrer juicio, es la de resfriarse la caridad de los
hombres, porque abundará la malicia en los hijos
de Adan. «Esta virtud, dice un escritor de nues-
tro siglo, es la llave maestra que nos abre el gran
secreto de la maravillosa fortaleza de los márti-
res.» «Es fuerte el amor como la muerte,» dicen
los Sagrados Libros. «Gran cosa es el amor, lee-
mos en una obra ascética (1): él solo hace ligero
todo lo pesado y lleva con igualdad todo lo desi-
gual... No hay cosa mas dulce que el amor, nada
mas alegre, nada mas lleno, ni mejor en el cielo
y en la tierra, porque el amor nació de Dios...
El amor es diligente, sincero, piadoso, fuerte,
sufrido, fiel, prudente, varonil, y nunca se bus-
ca á sí mismo.»
Tal es la caridad ó sea el amor práctico, pre-
conizado por el Cristianismo; tal es la virtud,
cuyo nombre sirve de título al Semanario del cual
tiene la honra de ser el mas humilde colaborador,
Isidoro Fernandez Monge.
LAS TRES VIRTUDES.
- ¡Ah!, ¿quién podrá en esta vida
compensar lo que pasé?
FÉ.
- ¿Quién en el mundo la alcanza?
ESPERANZA.
- ¿Quién templa la vanidad?
CARIDAD.
– Pues si todo eso es verdad
tener las tres me conviene,
que es muy dichoso quien tiene
FÉ, ESPERANZA y CARIDAD.
J. C. B. [margen inferior: (1) Imitacion de Cristo, capítulo V.]
HUGO.
TRADICION TEUTÓNICA.
I.
La huida.
El fresco de la noche empezaba á sentirse, el cie-
lo se oscurecia por momentos perdiendo su tras-
parencia el sol desaparecia por entre las olas del
Báltico y sus débiles rayos reflejándose en las en-
negrecidas vidrieras de la basílica de Mariembur-
go le enviaba su última caridad como si fuese
una melancólica despedida.
Una jóven virgen encerrada en el recinto del
claustro, acababa de pronunciar el postrer adios
al mundo y sus placeres.
Las frescas rosas de su corona habianse des-
prendido una á una cediendo su lugar al blanco
velo con que se cubren las hijas del Señor, y
cuando tendida sobre la loza, cubierta con la mor-
taja pronunció el voto eterno, su corazon cesó de
palpitar, heláronse las lágrimas que corrian por
sus mejillas y una palidez mortal cubrió su rostro
cual si fuese á espirar.
Terminado el sagrado misterio y apagados los
cirios, las religiosas retiráronse á sus celdas, y el
pueblo salió silencioso por la gran puerta de la
basílica. Solo un caballero permaneció allí apo-
yado en una de las columnas del templo.
Una ancha visera cubria su rostro, y por su ar-
madura y la cruz tentónica que brillaba en su pe-
cho, mostraba sér un defensor de la religion de
Cristo.
En los primeros momentos permaneció inmóvil
cual una estátua; despues una convulsion involun-
taria se apoderó de todo sus miembros.
¿Qué podria perturbarle de esta suerte? Seria
una débil luz que vino á disipar por un momen-
to la profunda oscuridad en que se hallaba aquel
recinto?
Sinembargo, esta luz era el último reflejo de la
tarde en las doradas molduras de los antiguos y
sagrados cuadros.
¿Seria tal vez un murmullo lejano que venia á
herir sus oidos? Sinembargo este murmullo era
el eco de la oracion que las religiosas elevaban al
Señor.
¿Seria el temor de hallarse solo en un templo
cuyo pavimento estaba cubierto de sepulturas?
No, no era el miedo el que entumecia los mien-
bros del caballero y ajitaba convulsamente su co-
razon, No era el miedo el que hacia escuchar
con la mayor atencion el menor ruido, no era el
miedo el que le privó de la palabra cuando vió
acercarse á él una sombra que le tendió una ma-
no suave, pero helada como la de un cadáver.
El desconocido estrechó aquella mano, y salió
del templo sin soltarla.
Dos fogosos corceles esperaban impacientes á
corta distancia, la llegada de aquellos dos seres
misteriosos.
El caballero montó sobre uno é hizo montar so-
bre el otro á la persona que le acompañaba la
cual, merced á los reflejos de la luna, pudo verse
que era un paje jóven y de buena presencia.
¿Pero porque corren tanto? ¿Por qué alejándo-
se del camino real atraviesan los campos como
fugitivos? ¿Por qué vuelven á cada instante la ca-
beza como si temiesen verse perseguidos? No pa-
rece sino que llevan alas segun corren para ale-
jarse de las tierras prusianas.
Sinembargo de esta rápida carrera por incul-
tos é intransitados camínos, jamás el uno pierde
de vista al otro, y el caballero de la órden teutóni-
ca separa las ramas que pueden molestar el paso
á su compañero y detiene de cuando en cuando la
carrera para proporcionar algun descanso al pa-
je; hace, en fin, lo que un padre hubiera hecho con
su hijo mas querido.
Los viageros no profieren una palabra, solo
un suspiro de alivio dilata sus pechos cuando
pierden de vista el monasterio de los teutónicos.
Atravesando con la rapidez del rayo bosques
de antiquísimos pinos, destruyendo odoríficas
plantas, enterrándose en espinosos matorrales, lle-
garon á los márgenes del Niémen, en cuyas aguas
se reflejaba la luna formando una columna tré-
mula y argentada.
El caballero de mas edad tomó las bridas del
caballo del jóven y ambos penetraron en el rio.
Los corceles dilataron las aventuras nasales y
con su marcha removiendo el agua, turbaron el
silencio de la noche.
Una vez llegados á la orilla opuesta, el caba-
llero aflojó el paso, y su compañero hizo lo mis-
mo. Los caballos penetraron en un espeso bosque.
Por primera vez el misterioso guia se inclinó
al paje y le dijo:
– Animo, ánimo, poco falta para que saliendo
de estas tierras nos vayamos á refugiar en el fon-
do de la Lituania, donde Jaguellon me llama:
nada tendremos que temer allí de los decretos
terribles con que amenaza el tribunal secreto....
ánimo! ánimo! ya nos aproximamos á Troki; ese
castillo pertenece á Jaguellon; una guardia teutó-
nica nos protejerá; allí con mis hermanos, nada
tendreis que temer, el tribunal secreto es imposi-
ble que nos halle.
Dios sabe que nunca esquivo el peligro, por el
contrario gozo en los torneos de nuestra órden, y
me animo con el movimiento de los combates, pe-
ro huyo del peligro que no puede darme gloria,
huyo del puñal que puede asesinarme á los piés
de mi amada.
El paje estremecido dirigió al caballero una
mirada llena de ternura á la vez que de espanto
queriendo decir:
– Huyamos, pues, tendré el ánimo que me
pedís.
Y siguiendo apresuradamente su marcha lle-
garon poco despues á las posesiones del duque
de Lida.
El sol apenas iluminaba las elevadas torres del
palacio; los árboles y las plantas vecinas se ha-
llaban envueltas todavía entre las sombras de la
noche; la naturaleza estaba fresca y risueña; los
pajarillos empezaban á elevar sus matutinas can-
ciones; las yerbas cubiertas de su verde traje
esparcian mil variados aromas, mientras tanto
nuestros fugitivos insensibles á este esplendor na-
ciente solo pensaban en apresurar la marcha de
sus caballos.
Lida desapareció al fin de sus ojos como desa-
parece un sueño lisongero.
Atravesaron nuevamente, prados, bosques y
montes de pequeña elevacion.
Finalmente, cuando el sol se escondía por de-
trás de las colinas que circundan el rio Wilia y
la noche cubrió de tinieblas la tierra y el cielo,
el caballero tocando suavemente en el hombro al
page, le señaló los muros de un castillo.
-Ved – le dice – aquel es el castillo de Kieystut,
hé ahí sus tierras que se pierden de vista; hé
allí la torre de los idólatras donde Perkonnas es
adorado noche y dia. Aquí podreis descansar sin
recelo. ¿Veis aquella faja azul que se distingue á
lo lejos? – añadió el caballero con ansiedad: - aquel
es el mar de Troki: pasada esa faja hallare-
mos el castillo de Troki, dentro de sus muros
encontraremos el amor y la tranquilidad.
(Continuará).
CONATOS DE REVISTA.
Poco hay que decir hoy. El calor preocupa de
tal manera los ánimos que ni aun hablar se pue-
de, con que mucho menos escribir.
El teatro nuevo sigue funcionando y la suer-
te no le hace traicion. Ignoramos completamente
las producciones que en él se ensayan, si la com-
pañia será ó nó mas numerosa para en adelan-
te, etcétera etcétera; pero si la empresa nos comunica los
datos que nuestras ocupaciones no nos permiten
inquirir, nuestras lectoras y lectores sabrán á que
atenerse.
El Circo de la Victoria no se arredra por el
feliz alumbramiento de su cólega, hay gente pa-
ra todo, y creemos que este no perderá mucha
entrada, máxime cuando se esfuerza por com-
placer al público y el principal duerme tran-
quilamente.
El Señor Pusterla dará hoy su segunda funcion
de ejercicios escuestres y gimnásticos.
Una banda de música amenizará el paseo.
Estos, que sepamos, son los acontecimientos
de la época, por eso hemos llamado á este es-
crito, conatos de Revista. Sin embargo hemos
hablado nada menos que de teatros, caballos, y
música.
Esta música nos hace pensar en una Revista
que siempre hemos visto con gusto en nuestro
paseo é ignoramos si mañana tendra lugar.
ADIOS!
Adios, bella virgen, que pasas tu vida
contando las horas con férvido afan;
que en muda tristeza con faz dolorida
contemplas los años que huyéndose van.
Apenas al mundo la vista tendieras,
supiste que hay dichas y gloria y amor;
mas ¡ay! que esas dichas de amor lisonjeras
tan solo las viste...; probaste el dolor.
Soñaste delicias, placeres sin cuento;
tu mente forjara magnífico eden;
soñabas dichosa perenne contento;
soñabas venturas de amores tambien.
Soñabas que el prado, del monte la falda,
y el soto y el valle tenian verdor;
la selva frondosa de fresca esmeralda
te daba un asilo de julio al ardor.
Soñabas que el agua que en sierpes de plata
por cauce arenisco discurre fugaz,
tan solo en su espejo luciente retrata
las flores que adornan su márgen feraz.
Soñabas que solo se vía en el cielo
su bóveda inmensa de nítido azul,
el astro diurno que infunde consuelo,
la luna y estrellas de lánguida luz.
Soñabas que hay nubes de púrpura y oro,
de nácar y nieve, topacio y turquí;
soñabas que el aura con plácido coro
sus débiles cantos murmura por tí.
Soñobas que quietas, en grato reposo
las olas se hallaban que erizan el mar,
y en tanto las brisas con soplo armonioso
vagaban al largo del blanco arenal.
Soñabas que el pájaro eleva á su aurora
pues tiñe los cielos con su rosicler
y al sol de poniente que el mundo colora,
los cantos suaves que inspira un placer.
Soñabas que el rio de luz purpurina
que lanza al espacio mujiente volcan,
es solo la antorcha que al mundo ilumina.
ó el faro de naves que vienen y van.
Sí: dichas soñando placeres sin cuento,
tu mente forjara magnífico eden;
tranquila soñabas perenne contento,
de amor las venturas soñabas tambien.
Sí: siempre de amores las dulces delicias,
los firmes amantes soñaba tu ardor;
sus tiernas miradas, sus mútuas caricias,
su fuego y suspiros, sus besos de amor.
Sí; apenas al mundo la vista tendieras
supiste que hay dichas y encanto en amar;
mas ¡ay! que esas dichas de amor lisonjeras
tan solo soñando pudiste gozar.
Soñaste, llevada de mágico anhelo,
que tienen los campos luciente verdor,
cristales las aguas, estrellas el cielo,
música las aves, las auras rumor.
Y aquello era solo vision peregrina;
contaste las horas con tétrico afan,
y en vez de la llama que hermosa ilumina
sentiste las labas de ardiente volcan.
Secaron las flores que el campo brotaba,
torrente el arroyo fugáz se tornó:
ya seca la selva que sombra te daba,
las nieves el cierzo sobre ella arrojó.
Y en vez de florestas pisaste las breñas,
páramos horrendos, negra oscuridad;
y en vez de las olas, tranquilas risueñas,
formóse en los mares fatal tempestad.
Y en vez de las aves que cantan la aurora
soltaron los cuervos graznido de horror;
y noche espantosa se vió aterradora
en vez del planeta de vida y fulgor.
Y en vez de venturas, placeres sin cuento,
y en vez de tu bello magnífico eden,
hallaste pesares, eterno tormento,
desdichas, suspiros, sollozos tambien.
Y en vez de esa vida de amores ansiada,
miradas, caricias y besos de amor,
pasaste las horas llorando angustiada,
llorando á tus solas de ausencia el dolor.
Despues, apiadados acaso los cielos,
volvieron á darte tu luz y tu sol:
el sol que formaba tus puros consuelos,
la luz que anhelaba tu bello arrebol.
Mas ¡ay! que la suerte versátil, instable,
no quiso gozases de lleno el placer;
no quiso probases la gloria inefable
del ledo mañana que ansiabas ayer.
Que hoy toma incremento tu atroz agonía
pues vuelve á ausentarse tu amante en tí.
No temas empero traicion ó falsía;
tú marchas conmigo, tú vives en mí.
Mis lúgubres ayes, mis hondos suspiros,
vendrán á tu oido con raudo volar;
ni tiempo ni espacio ni el mundo y sus jiros
tu imágen querida me harán olvidar.
Oh! Séme constante, beldad candorosa,
espérame firme que firme seré;
no cierre tu mano, fúnebre losa
que cubra este pecho que á tí consagré.
Los dos enlazados con lazo de amores
suframos el golpe que hiere á los dos,
y un dia olvidados de tantos dolores
tal vez recordemos con gozo este ADIOS!
LA REPUTACION.
IMITACION.
Tres amigos inseparables: el Génio la Virtud y
la Reputacion, se propusieron en cierta ocasion
recorrer el mundo, para ver y observar cuanto
fuese digno de atencion, pero antes de ponerse en
camino tomó el Génio la palabra y habló en estos
términos: «Como es muy posible que el tumulto de
las ciudades, ó las varias ocupaciones de cada
uno nos separe, soy de opinion que, antes de em-
pezar nuestro viaje, indique cada uno el lugar en
que podran hallarse los demás. En cuanto á mí,
prosiguió, en el caso de que me separe de vo-
sotros, preguntad por un lugar cualquiera en que
se rinda culto á las artes ó á las ciencias, y es-
tad seguros de que allí me encuentro».
La Virtud, dando un suspiro, contestó que no
seria tan fácil encontrarla pues, que no tenia, en
verdad, tantos amigos: no obstante, añadió, si
quisíere mi mala estrella que me alejase de voso-
tros dirigíos al palacio de los reyes; preguntad
por mi en las administraciones de la justicia ó
bien en las soberbias moradas de los ministros del
estado: mas como pudiera suceder que en estos
lugares tan elevados no me fuese permitida la
entrada, buscad una choza humilde en que veais
reinar la alegria, y á su lado me vereis á mí.
Ah!, esclamó entonces la Reputacion; bien veo
que sois mas felices que yo, pues no es dificil vol-
veros á encontrar; en cuanto á mí os suplico
que tengais siempre la mayor vigilancia conmigo
pues si una vez llegais á perderme, no me volve-
reis á recobrar jamás.
J. S. P.
APLICACION
DE LA FOTOGRAFIA AL CATASTRO.
El ingeniero Baravelli, reflexionando sobre los
enormes gastos que exigen las muchas operacio-
nes secundarias para llegar al deslinde, medicion
etcétera de los terrenos, que se efectuan por seccio-
nes de trozos en escala mayor y hay que reducir
luego para formar el registro ó mapa de término
y asi sucesivamente los de partido etcétera concibió
la idea de que podria aplicarse la fotografia para
las copias y para las reducciones catastrales, si
podia lograrse vencer la gran dificultad que has-
ta ahora presentaba la convexidad de las lentes
que desfiguran las lineas en la cámara oscura.
Persuadido el señor Baravelli de que con el estu-
dio y la paciencia podian vencerse estos obstácu-
los, espuso su pensamiento en agosto de 1860 á
su jefe que lo es del Catastro, en Turin, el cual
penetrado de las inmensas ventajas que podrian
sacarse de esta innovacion, aprobo completamen-
te la idea y el Baravelli continuó sus estudios
llamando en su auxilio, á F. M. Chiapella, uno
de los mas distinguidos fotógrafos de Italia, que
logrando el fin propuesto dejó resuelto el pro-
blema de la copia y reduccion de los planos ca-
tastrales, abreviando estraordinariamente el tiem-
po y el costo, y obteniendo la esactitud com-
pleta.
Los primeros esperimentos consistieron en re-
producir un pliego de un cuaderno de trozo lleno
de líneas y de números hechos con lápiz; esta re-
producion se hizo en escala mayor que el original
y resultó perfectamente; se copiaron en seguida
muchos otros pliegos y planos enteros en escalas
de 2, 3 y hasta 8 veces menores. Se copiaron
con las mismas reducciones mapas grabados, otros
delineados é iluminados, y porcion de proyectos
arquitectónicos de diversas clases y se obtuvie-
ron constantemente resultados admirables.
De manera que ya hoy el Estado Mayor, los
ingenieros militares, los civiles y todos los demás
cuerpos facultativos, pueden con toda seguridad re-
currir á la fotografía para obtener prontamente el
número de copias y reducciones que quieran de
sus planos y croquis, como hemos referido.
Uno de nuestros mejores amigos nos remite
desde Cádiz, y por ello le damos las mas
espresivas gracias, la siguiente reproduc-
cion de Don Damian de Vegas, en su libro
titulado: «Poesia cristiana moral y divi-
na.» impresa en Toledo en 1590, obra
rarisima.
DEL AMOR DE DIOS Y DEL PROGIMO.
Los dos Amores (de Dios
Y del prógimo) pensad
Que son una caridad
Y no dos.
Habeis de considerar
Dos ramos en un pezon,
Que aunque desiguales son.
creciendo van á la par.
Pues así el amor de Dios
Y el de la aprogimidad.
Son solo una Caridad
Y no dos.
Imposible es que á lo alto
Del amor de Dios subais,
Si en el del prógimo estais,
Ratero, imperfecto y falto;
Porque este amor y el de Dios
Tienen tan gran hermandad,
Que son una Caridad
Y no dos.
De aquí quedará entendido
Lo que la Escritura clama,
Que quien al Prógimo ama
La ley de Dios ha cumplido;
Pues claro está que ama á Dios
El que á la aprogimidad
Fia sola una Caridad
Y no dos.
ENIGMA.
- ¿Qué te falta para ser feliz? peguntaba un
jóven á su amada.
– Me falta, respondió ella, aquello que tú no
tienes, ni has tenido ni puedes tener, y que sin
embargo me puedes dar en el momento que
quieras.
El jóven insistió para aclarar algun tanto la
enigmática respuesta de su amada; pero todo fué
inútil, entonces pidió una semana de término para
descifrarla y le fue concedida.
En cuanto á la solucion, no dudamos en poder-
la dar el Domingo próximo, fiados en que alguna
ADVERTENCIAS.
Toda persona que no de-
vuelva oportunamente y útil
el presente número á La
Puntualidad, Pasage de La-
rios, se conceptuará como
suscrita.
El no haber salido á su
debido tiempo este número,
hará retardar algunos dias
de nuestras lindas lectoras nos la proporcionará
con tiempo.
ANÉCDOTA. – Observando un jóven que su
amante le habia sustraido el portamonedas le
dijo:
– En otros tiempos las mujeres nos robaban el
corazon, hoy nos roban el bolso.
– No hijo mio, le contestó, pues lo mismo su-
cedia entonces que ahora. Hoy él hombre lleva
el corazon en el bolso.
EQUÍVOCO.
– Un hombre del campo entró en
una pasteleria y pidió le sirvieran un plato de
hostiones.
– Será Vsted servido con mucho placer le contestó
el pastelero que despuntaba por lo fino.
– No – dijo el campesino – traigámelo Vsted con
mucha pimienta.
Ausentes aun varias Señoras y Señoritas de las
que la suerte ha designado para la propagacion
de nuestro Semanario, no publicaremos la lista
hasta mas adelante á fin de darla completa á
nuestros lectores.
la publicacion del segundo,
en el cual verán nuestros
lectores los motivos que han
dado lugar á una falta que
nos lisongeamos, con funda-
mento, no volverá á repe-
tirse.
Editor responsable, Don Rafael Martos.
MÁLAGA. - Imprenta de Don Francisco Gil de Montes,
Calle de Cintería, número 3.
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