CODEMA19-LAAMEN-184445-9
CODEMA19-LAAMEN-184445-9
Resumen | Número 30 de "La Amenidad. Periódico semanal de literatura, modas y teatros" |
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Archivo | University of Connecticut |
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Typology | Otros |
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Fecha | 25/05/1845 |
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Lugar | Málaga |
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Provincia | Málaga |
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País | España |
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[margen superior: NÚMERO 30. 25 DE MAYO DE 1845.] LA AMENIDAD.
PERIODICO SEMANAL DE LITERATURA,
MODAS Y TEATROS.
No se admiten suscriciones á este periódico sinó en union con El Indispensable. Puede verse
cualquiera de sus números para saber las condiciones, precio, notables ventajas que se conceden etcétera.
BIOGRAFIA
DE
ABD-EL-KADER.
(CONCLUSION.)
Algun tiempo despues de la eleccion de
Abd-el-Kader tuvo lugar el suceso de la
Macta que consolidó su poder. Seguro ya
de la fidelidad y adhesion de las poblacio-
nes árabes del oeste de la Aljeria, el emir
dió principio al sistema de organizacion que
hacia tiempo tenia proyectado, y lejos de
enorgullecerse como la mayor parte de los
jefes por el resultado de la Macta, com-
prendió que este era debido á circunstan-
cias puramente accidentales, y que los be-
duinos indisciplinados, á pesar de su nú-
mero y de su bravura no podian resistir
á la táctica de las tropas europeas. En su
consecuencia creó los batallones regulares
y la caballería roja, que mas de una vez
probaron á las tropas francesas que, si bien
eran inferiores á ellas en el arte de la guer-
ra, las igualaban en valor.
Abd-el-Kader para sostener á sus batallo-
nes regulares recargó los derechos de los
jéneros, impuso contribuciones á las pobla-
ciones, captándose así la voluntad de la
tropa, y mucho mas con haber establecido
una tarifa de sueldos mensuales y de pre-
mios para las acciones brillantes. Hizo cons-
truir en muchos puntos almacenes de vi-
veres, armas y municiones de guerra. Le-
jos de ser cruel y de esterminar á los pri-
sioneros franceses, como algunos han que-
rido sostener, dió constantemente las órde-
nes mas severas para preservarlos de todo
mal tratamiento, esforzándose en inspirar al
feroz beduino la piedad para con los que caian
en su poder. A él se deben tambien el
canjeo de los prisioneros de guerra y aque-
lla laudable recomendacion á los morabitos
de las tribus de repetir todos los dias en
sus preces públicas este versículo: «Alá no
permite que se vierta la sangre del ene-
migo mas que en el campo de batalla; pe-
ro jamas la de los vencidos débiles y des-
armados.»
Refiérese un hecho que manifiesta á un mis-
mo tiempo la presencia de ánimo, la sangre
fria y la grandeza de alma del jefe beduino. Un
negro, enviado por unos enemigos pode-
rosos para asesinar al emir, logró, á pesar
de la activa vijilancia que reina en der-
redor del Smala (palacio real), penetrar en
la tienda donde Abd-el-Kader se hallaba
presidiendo el consejo. Apenas el asesino
hubo llegado frente á él, cuando acometido
de un agudo remordimiento rompe el puñal
con sus pies, é hincándose de rodillas con
el rostro pegado al suelo, esclamó:
– Habia venido para darte de puñaladas;
pero he visto la aureola del profeta coro-
nando tu noble frente, y mi corazon ha des-
fallecido y resistídose mi mano á cometer
el crímen. Yo no soy mas que un vil esclavo:
hiéreme, pues que he merecido la muerte.
Abd-el-Kader reprimió la viva sensacion
que le causaban semejantes palabras; levan-
tóse con gravedad del tapiz en que esta-
ba sentado, y adelantándose hácia el ne-
gro, le puso la mano en la cabeza y le di-
jo con dulzura:
– Levántate, desgraciado: Alá perdona á
los arrepentidos, y yo, que soy su siervo, no
puedo condenarte. Negro, da gracias al pro-
feta por haberte permitido llegar hasta mí,
pues me ha bastado tocarte con el dedo
para convertirte: por malvado que fueses
al entrar aquí, ya no eres sinó un hom-
bre honrado. Vete y consagra el resto de
tu vida al reconocimiento de este benefi-
cio.
Esta audaz tentativa de asesinato causó
grande sensacion en las diferentes provin-
cias de la Aljeria, dando tan noble vengan-
za por parte del emir un nuevo brillo á
su reputacion de bondad, de sabiduria y
santidad. ¿No era esto una astucia de su
talento profundo para probar su invulnera-
bilidad y hacer mayor la veneracion que le
profesaban?
Con el objeto de acelerar la organizacion
de sus tropas mandó á sus kalifats y á to-
dos los jefes de tribus que le trajesen á los
prisioneros de guerra intelijentes, á quie-
nes acojió propìciamente, sirviéndose de ellos
para enseñar la táctica á sus nuevos bata-
llones. La necesidad de instructores le obli-
gó frecuentemente á enviar emisarios secre-
tos al campo francés para reclutar á los
descontentos y atraerlos á su devocion con
espléndidas promesas. Los operarios de to-
dos oficios y artes, especialmente herre-
ros, fundidores, polvoristas etcétera eran los que
mas preferia, pues el emir habia visitado
los arsenales y las manufacturas de Alejan-
dria, y juzgaba que los beduinos no eran tan
inferiores á los ejipcios, que no pudiesen
aprender las artes y oficios de primera ne-
cesidad. En la toma de Milanak, en julio
de 1840, los franceses fueron testigos del
rápido impulso que Abd-el-Kader habia da-
do á diferentes ramos de la industria, pues
encontraron allí talleres de armeros, una
fundicion de cañones, una fábrica de pól-
vora, altos-hornos etcétera, cuyos establecimien-
tos, que debian ser dirijidos por europeos,
empezaban apenas á organizarse, estando
aún por fundir el primer cañon cuando la
Francia hizo salir al emir de su ciudad
manufacturera y plantó su bandera en la
principal mezquita.
Siempre vencido y nunca desalentado, siem-
pre perseguido de cerca y nunca alcanzado, el
jefe árabe habia limitado su táctica hacia
mucho tiempo á fatigar y no dejar des-
cansar á las tropas francesas, con el fin de
ocasionarles con las enfermedades pérdidas
que no podian hacerles esperimentar sus
armas. Lanzado sucesivamente de Medeah, de
Milianah, de Hamsa, de Tekedempt, su úl-
timo refujio, dejó siempre en estas dife-
rentes poblaciones numerosos vestijios de
su constante anhelo de poner á los árabes
en el caso de que se fabricasen por sí mis-
mos sus armas y municiones de guerra, á
fin de que no les faltasen cuando los mar-
roquíes y los comerciantes ingleses no se las
suministraran por algun evento.
Pero el sistema estratéjico adoptado por
el jeneral Valée, que consistia en invadir
por zonas el territorio, haciendo que salie-
sen los árabes de ellas y estando custodia-
das por una línea de puestos militares; este
sistema, unido á la devastacion y al incen-
dio de los gurbis (1), los silos (2) y las mie-
ses, no dejaba respirar á las tribus de la
Aljeria, y la hambre que iba á acosarlas muy
en breve, no podia menos de obligarlas á
someterse.
Desalojado de todos los puntos que ocu-
paba y perseguido de cerca, el emir se vió
forzado á abandonar el teatro de la guerra,
dejando al jefe Ben-Salen el encargo de mo-
lestar al enemigo en el Sahel y en la llanura,
retirándose al territorio que le habia perma-
necido fiel; pero como empezaban á faltarle los [margen inferior: (1) Chozas de cañas sostenidas por ramas de ár-
boles.
(2) Escavacion profunda de figura esférica prac-
ticada en la tierra, y que sirve á las tribus de al-
macenes para conservar sus granos.]
recursos pecuniarios, sacó, sostenido por los
batallones regulares, contribuciones forzosas á
las tribus pacíficas y las obligó muchas ve-
ces á marchar con él. Desde entonces Abd-
el-Kader no empeñó ningun combate serio,
contentándose con atacar de vez en cuan-
do los comboyes, interceptar las comunica-
ciones y disponer que su caballería, cuan-
do se la suponia muy lejana, cargase de re-
pente sobre los destacamentos franceses poco
numerosos, á los que dispersaba haciendo
en ellos horrorosa carnicería. En el es-
pacio de un año que duró esta guerra de
escaramuzas, produciendo muchos males á
la colonia francesa por la poca seguridad
que ofrecian las comunicaciones, el emir or-
ganizaba sus fuerzas, reclutaba tropas, re-
paraba sus pérdidas y restablecia sus me-
dios agotados para volver al terreno que ha-
bia abandonado momentáneamente.
Todos los que han visto ó conocido á
Abd-el-Kader convienen en decir que es por
su intelijencia muy superior á los demas
jefes de tribus; que es un hombre estraor-
dinario que ha sabido atraer á la causa na-
cional á los beduinos insubordinados, que
posee una de esas almas de temple supe-
rior, cuya mision es hacer triunfar una
idea ó morir protestando, y tan hábil para
hallar recursos cuando cualquiera otro los
creeria agotados, como para sofocar las re-
voluciones y mantener á las tribus en obe-
diencia: en su fisonomía se ven pintadas
la meditacion y el sentimiento relijioso; su
frente es grande, sus ojos, que regularmen-
te miran al suelo, son apacibles y sere-
nos; pero se mueven con rapidez y despiden
fuego cuando una súbita ajitacion se apode-
ra de su corazon; su sonrisa tiene algo de
melancólico y triste; su barba es negra y
espesa, cayéndole hasta la mitad del pecho;
el metal de su voz es grave, su lenguaje
espedito, breve y elocuente; tiene siempre
un rosario en la mano como todos los pia-
dosos musulmanes; es de baja estatura, pe-
ro bien formado, aunque algo cargado de
espaldas; su andar es lento, pero firme;
su traje es idéntico al de los jefes árabes,
diferenciándose únicamente en el color del
albornoz, que es violado. Se le nota una
pequeña señal en el arranque de la nariz,
señal que indica es oriundo de los Hakem,
tribu rica y poderosa, entre la que se acos-
tumbra á marcar así á los niños.
Abd-el-Kader cuenta en la actualidad
unos treinta y ocho años. Casado muy jóven
con Lella-Keira, hija de Sidi-Ali-Ben-Talib,
su tio paterno, tuvo primero dos niñas y
despues dos varones, de los cuales el ma-
yor ha entrado en los nueve años y el me-
nor en los ocho.
Lella-Keira llama la atencion de todos
por la regularidad de sus facciones y por
la bondad de su corazon. Así como su es-
poso domina á los árabes, ella tambien es
superior á todas las personas de su secso
que la rodean; la dulzura de su mirada, la
amenidad de su sonrisa, su peinado y amplio
vestido la asemejan en cierto modo á aque-
llas mujeres de los patriarcas, cuyo traje y
continente nos recuerda Vernet. Es muy
afable y se halla dotada de un corazon
siempre propicio á la piedad.
Esta y la hermana de Abd-el-Kader, por
el contrario de lo que sucede á las muje-
res beduinas, á quienes casi nunca se les
guardan los respetos debidos á su secso,
gozan de grande veneracion. Dícese que
los cautivos y hasta los reos que tienen la
suerte de tocar sus vestidos quedan per-
donados, y nadie osa apoderarse de ellos.
La grande prerogativa concedida á estas
dos mujeres ha sido útil á muchos, pues
un gran número de prisioneros franceses han
debido á Keira y á Kadidja, su cuñada,
el ser aliviados en su cautiverio, y aun
algunos les son deudores de la vida.
El hijo mayor de Abd-el-Kader ha abra-
zado la carrera militar y esta destina-
do á suceder á su padre, y el menor re-
cibe una educacion relijiosa con el fin de
perpetuar en la familia el titulo de morabito.
Abd-el-Kader tiene tambien cuatro herma-
nos y una hermana. Su quinto hermano, Sidi-
Aly, murió á su ladi combatiendo delante de
los muros de Oran. Mohamet-Said, el mayor
de la familia, tiene cuarenta y tres años,
lleva el titulo de morabito y reemplaza á su
padre Mahi-Eddin en el doar: estraño á
los negocios políticos, sus ocupaciones se
limitan á completar la educacion relijiosa
de sus dos hermanos menores Sidi-el-Moktar
y Sidi-el-Haussin, pues pasa entre los árabes
por muy instruido. Sidi-Mustafa, hermano
segundo del emir, tambien mayor que él,
raya en los cuarenta años, el cual mas in-
trépido que los otros siguió la carrera de
las armas. En 1836 intentó inútilmente ha-
cerse proclamar scheik de la tribu del de-
sierto; mas frustróse su tentativa, é irritado
el emir le retiró su amistad. Sin embar-
go, en fuerza de sus vivas instancias y del
verdadero arrepentimiento que manifestó por
su falta, Abd-el-Kader le nombró bey
de Medeah, cargo que no pudo conservar
mucho tiempo á causa de su poca capa-
cidad. Á principios de 1840 Sidi-Mustafa
mandó en jefe las hordas que su herma-
no envió á la provincia de Constantina para
inquietar á las tropas francesas disemina-
das en una grande estension de terreno,
cuya comision desempeñó con bastante mal
écsito, pues fué derrotado con frecuencia.
Sidi-Merad, el cuarto hermano, hijo de la
negra Lella Embarka, la cuarta mujer de
Mahi-Eddin, es el comandante de la guar-
dia del emir, compuesta en parte de ne-
gros fanáticos y decididos.
A Lella Kadidja, hermana de Abd-el
Kader, al cual le lleva un año, la casó su padre
con Sidi-Mustafa-Ben-Tamy, hombre rico é
influyente, muy estimado por el bey Hassan
en tiempo de su gobierno. Algunos me-
ses despues del tratado de la Tafna le nom-
bró el emir su kalifat, y él ha perma-
necido fiel á su cuñado y unídose a su
causa.
En estos últimos años las fuerzas impo-
nentes que la Francia ha enviado á la Al-
jeria han dado un golpe mortal al poder de
Abd-el-Kader, pues numerosas columnas
recorrieron en todas direcciones la llanura
y las montañas, y espediciones dirijidas por
hábiles oficiales en todos los puntos lo-
graron cansar á las tribus, consiguien-
do que se rebelasen contra su emir. En fin,
batido este en todas partes y perseguido
muy de cerca por el jeneral Bugeaud, á
quien no se le puede negar que ha teni-
do gran parte en la conquista y pacifica-
cion del pais, el desgraciado jefe se vió
en la necesidad de buscar asilo en el ter-
ritorio de Marruecos, adonde ya la fama
habia llevado su glorioso nombre como mi-
litar y como santo. Procuró hacer espar-
cir por medio de sus amigos la fábula de
la aparicion de Mulei Abd-el-Kader, y pron-
to llegó á ser tan venerado en Marruecos
como lo habia sido en la Aljeria. Créese que
los últimos sucesos de aquel reino son en
parte debidos á sus instigaciones.
Podrá suceder que con el tiempo el influjo
de Abd-el-Kader, que ha de tomar mas incre-
mento entre los marroquíes en razon á su
intelijencia, á su actividad y á la reputa-
cion de santo que disfruta, sea funesto al
emperador Abd-el-Rhaman, inclinándonos
todo á creer que este ve con inquietud pro-
longarse la permanencia del emir en sus
estados, pues Abd-el-Rhaman se halla ro-
deado de tribus árabes guerreras y sedicio-
sas, siempre dispuestas á batirse y al saqueo;
y si á estas tribus, que son tambien supersti-
ciosas y fáciles de dejarse seducir por lo
maravilloso, logra Abd-el-Kader imbuir-
las en que él es el enviado del profeta,
¡ay de la dinastia de los emperadores marro-
quíes!
EL HOMBRE.
Débil gusano, que al pasar no deja
Rastro ni sombra que su rumbo indique,
Que de la torpe sociedad se aleja
Sin que con él la sociedad se esplique;
Estraña sombra aparecida un dia
En el espacio que llamamos mundo,
Abandonada, sin tener un guia
De sus pasiones en el mar profundo;
Sombra que nace y en su aurora muere,
O vive odiando la azarosa vida,
O vive el dardo que le punza y hiere
Clavando mas en su profunda herida;
Polvo que brota del funesto osario,
Y en pos corriendo del fatal destino
Vuelve á ocultarse tras su curso vario
Al mismo osario del que al suelo vino;
Polvo no mas, hoja del árbol seca
Cuando torna otra vez al polvo á unirse
De la tumba fatal, cuando se trueca
En polvo inanimado al consumirse;
Polvo no mas hoja del árbol, verde,
Lozana y fresca en el ardiente estío,
Que entre las otras en su albor se pierde
Bañada de la luz y del rocío,
Llega el mañana y la esplendente hoja
Convierte el tiempo en misero despojo,
Y el pasajero con su pie la arroja
Porque le estorba cual inmundo abrojo;
Polvo no mas que en el osario fina,
Hoja del árbol á merced del viento
Es el hombre en el mundo que camina
Mantenido de Dios por el aliento.
Del árbol cae la marchita hoja,
Y otras hojas en él de nuevo crecen:
Dios á los hombres en la tumba aloja,
Y otros hombres tras ella se aparecen.
Ese es el hombre que en el mundo ecsiste,
Esa la sociedad que se derrumba:
Sombra de un dia solitaria y triste
Que dirije su planta hácia la tumba.
Los recuerdos de ayer no le atosigan,
Los placeres que goza le embriagan,
Y en su mente fantástica se abrigan
Risueñas esperanzas que le halagan.
¡Cuán duro le será cuando despierte
De esos sueños de gloria y de esperanza
Verse asido del brazo de la muerte
Que allá en la noche del misterio avanza!
¡Cuán duro le será su afan y ensueños
Conocer, devaneos de su mente,
Y conocer quiméricos empeños
Las dichas que esperó con ansia ardiente!
¡Contar insomne la augustiosa vida
Hora tras hora en desengaño impío,
Y su ilusion y su ansiedad perdida
Sentir allá en su pecho hondo vacío!
¡Cuán duro le será desalentado
Verse enfrente del sino que le espera,
Ver la muerte con rostro descarnado
Burlarle su esperanza lisonjera!
¡Conocer que es el polvo de un osario,
Que en pos corriendo de fatal destino
Va á ocultarse otra vez tras curso vario
Al mismo osario del que al suelo vino!
Y tras la zambra de la alegre orjía,
Y tras ese placer y esa locura
Hallar la realidad desnuda y fria
Con ensueños de muerte y de pavura!
¡Verse el hombre cual es: débil gusano
Con una estrella que consigo vaga,
Conocer que de Dios la augusta mano
Anima su esplendor ó se le apaga,
Y saber que es el fin de nuestra vida,
Tras de tanta ilusion y tanto anhelo,
Esa paz del sepulcro tan temida,
Esa funesta realidad de hielo!
Ese es el hombre, su ecsistencia es esa:
Débil mortal con temerosa planta
Que al despertar de un sueño que embelesa
Hacia su tumba abierta se adelanta.
Eso soy yo tambien ¡Dios soberano!
Débil pigmeo que á tu sombra vive;
Eso soy yo tambien, débil enano
Que de ti y tu poder la luz recibe.
¿Que espera cuando muere al débil hombre?
¿Volverá á disfrutar allá en el cielo
Con su forma primera y con su nombre
Otra vida mas grata que en el suelo?
Llévame en alas de creencia santa
Al apagarse mi ecsistencia breve
Ante el réjio dosel que te levanta
Nube de incienso perfumada y leve,
Y dime allí ese arcano tan profundo,
Dime lo que me espera en tu morada
Despues que en esta ajitacion del mundo
Me sorprenda la muerte descarnada;
Revélame el misterio tenebroso
Que nos obliga á abandonar la tierra
Y cuanto de sublime y majestuoso
Ese misterio colosal encierra.
Manuel Garcia y Muñoz.
EL DUENDE
DE
LA QUINTA
(Conclusion.)
Á los pocos dias voló de boca en boca la
mas alarmente noticia: se dijo que la quin-
ta era teatro de cosas sobrenaturales,
pues apenas el reló de la poblacion da-
ba las doce, infinidad de duendes y fan-
tasmas se paseaban con el mayor descaro por
la huerta y el jardin. La jente del campo por
lo regular es muy supersticiosa, así es que el
terror se apoderó de aquellos pobres aldea-
nos sin saber á punto fijo lo que tenian
que temer; pero desde que llegaba la no-
che todo el mundo temblaba.
Baldovin llamó á su presencia á Déborah,
Patrick, Reynold y Cecilia.
- ¿Qué significa, les dijo, ese miedo que
os domina? qué novedad ocurre en mi ca-
sa? á quién temeis?
– Á un duende, contestó la vieja Débo-
rah, que pasea todas las noches por la quinta.
– Le habeis visto?
– Yo le he visto, esclamó Patrick; es
una fantasma grande y blanca.... ronda
continuamente alrededor de la despensa.
– Porqué no la has detenido?
– Detener á una fantasma!.... pues me
gusta!.... me hubiera arrastrado consigo á
los infiernos.
- ¿Y tú, Reynold, preguntó Baldovin al
jóven labrador, has visto al duende?
– Sí, sí, mi amo, repuso Reynold con
prontitud; le he visto muchas veces...... es
colorado y negro: he querido seguirle; pe-
ro se ha vuelto hácia mí y me ha hecho
tantas y tan horribles contorsiones, que me
he visto precisado á huir.
Baldovin se dirijió entonces á Cecilia, pre-
guntándole si tambien habia visto al duende.
– Sin duda alguna, contestó la mucha-
cha; una noche que no dormia escuché un
rumor sordo cerca de mi cuarto y tuve la
curiosidad de levantarme á observar lo que
era..... Ah! bien pagué mi temeridad.... y ju-
ro que otra vez no lo haré.
– Qué visteis?..... gritó la vieja, acercán-
dose á Patrick.
– Una cosa espantosa..... Un espectro.....
tan alto que su cabeza llegaba al techo; sus
ojos eran grandes y encarnados.... su na-
riz encorvada como una hoz; su boca por
lo menos tenia un centenar de dientes;
ademas sus patas eran de oso, sus brazos
de orangutan y su cola de zorro.
El propietario no juzgó conveniente pro-
longar su interrogatorio, porque cada nue-
va relacion aumentaba el terror de sus
criados. Finjió creer tambien en la ecsis-
tencia del duende; se acostó mas tempra-
no y se encerró en su aposento, permi-
tiendo á todos seguir su ejemplo.
El duende quedó en plena libertad pa-
ra recorrer la quinta, pues lo mismo era
llegar la noche, lejos de dispurtarle el paso,
cada cual se apresuraba á abandonar el
puesto, dejándole dueño de visitar desde la
bodega hasta el granero.
Pero el duende daba la preferencia á la
despensa: allí se depositaban las provisiones
sobrantes, la ternera, las frutas y todo lo que
debia volver á adornar la mesa del rico
propietario, quien no dejó de notar esta pre-
ferencia.
Una noche, despues de haber dejado al
duende en entera y confiada posesion, el
amo, que no dormia, salió de su habi-
tacion armado con un gran sable y una
linterna sorda; marchó sin hacer ruido
y despertó á la vieja Déborah, á quien
mandó le siguiese, á pesar de la repug-
nancia que demostró. Hizo igualmente le-
vantar á Patrick, el que para acompa-
ñar á su amo empezó por proveerse de
un roñoso fusil, que en caso necesa-
rio le hubiera servido de estorbo única-
mente. Ademas el propietario dispuso que
se le reunieran algunos otros criados, pues
queria sorprender al duende, y así encargó
el mayor silencio.
Todos se pusieron en movimiento, diri-
jiéndose á la despensa; pero en la pieza an-
terior á ella se distinguió una luz y se oyó
ruido.
– Adelante, dijo Baldovin: vamos á sor-
prender al duende; pero sobre todo mu-
cho silencio.
Fuese efecto de no haberlo oido ó del
mucho miedo que le dominaba, Patrick
estornudó y la luz que se habia visto en la
cocina se apagó. El propietario, enfurecido
con semejante revés, marchó adelante descu-
briendo su linterna, y halló en la cocina al
lado de la despensa dos sillas arrimadas á
una mesa, que aún sostenia los restos
de una abundante comida; un poco mas
lejos estaba una graciosa jóven recostada con-
tra una puerta.
Era Cecilia.
Su turbacion fué estremada: á ninguna
pregunta contestó, y á duras penas logra-
ron arrancarla de la puerta. Baldovin en-
tró en la despensa, cuya entrada la jóven se
empeñaba en defender, y dijó á sus criados:
- «Aquí está el duende.»
Al oirlo temblaron todos, y quisieron ape-
lar á la fuga; pero su miedo cesó cuando
vieron salir al amo acompañado de la fantasma,
á quien conducia por una oreja, pues un
duende que se deja tratar así no debe ser
muy peligroso.
Quitada la careta y el gorro que ocul-
taban las facciones de la fantasma, se recono-
ció á Reynold, que cayó de rodillas á los
pies del propietario, mientras Cecilia le imi-
taba por el otro lado.
– Es Reynold! gritaron todos.
– Diablo! ya hace tiempo que yo me lo
figuraba, dijo Baldovin, y á todo intento
RAMILLETE.
En el gran teatro de Tacon, de la Ha-
bana, se ha presentado una compañía de ar-
tistas desconocidos entre nosotros. Hé aquí
lo que dice sobre este particular el Diario
de la Marina en 27 de marzo.
«Hace pocos dias llegó á esta ciudad una
compañía compuesta de siete individuos, la
cual ejecutará en el gran teatro de Tacon
una novedad nunca vista hasta ahora en la
Habana. Consiste esta en formar una or-
questa completa y tocar varias piezas de mú-
sica sin mas instrumentos que una serie
de campanas templadas al efecto y mane-
jadas con la mayor lijereza y precision. Per-
sonas intelijentes, y á quienes no podemos
menos de dar todo el crédito que se me-
recen, nos han asegurado que los acordes
que resultan de esta música son deliciosos,
que la afinacion es constante y que el con-
junto es sorprendente y maravilloso.»
El 2 de abril se espresa en estos tér-
minos:
«Todo lo que se marca con el sello de
la novedad lleva en pos de sí la incertidum-
bre del écsito: es verdad que los campanó-
logos traian ya una reputacion adquirida en-
tre sus compatriotas; pero á menudo se ve
que lo que en un pais se aplaude se des-
aprueba en otro. Los campanólogos han
añadido en la Habana una hoja mas á su
corona de triunfos.
Un oido privilejiado, una destreza admi-
he dejado pasar algunos dias para sorpren-
derle mejor.... Oh! ¡señorita Cecilia, parece
que acostumbrais á cenar con los duendes!
– Perdon, amo mio! yo le daba de co-
mer por la noche, mientras vos le haciais
ayunar por el dia.
El propietario comprendió la leccion, y
lejos de enfadarse unió á los dos amantes.
De esta manera alcanzó mas que si hu-
biese efectuado su filosófico casamiento, que
jamas le hubiera hecho feliz, al paso que así
dejó de estar enamorado y recobró su
buen humor.
rable, estas son las dotes que á los artis-
tas campanólogos favorecen. Imposible es
pintar el efecto que produjéron: los aplau-
sos eran hijos de la admiracion y del en-
tusiasmo. En la orquesta de los siete ar-
tistas ganan los acordes de Meyerbeer y no
pierden los de Mozart.
Las mismas melodías inglesas, de suyo
monótonas y lánguidas, se reproducian en-
tre campanas con nueva animacion. Sus au-
tores hubieran dado indudablemente un salve
á la nueva orquesta.
Como era de esperar, salieron los concur-
rentes con deseo de oirlos otra vez.
Listz, de vuelta á Francia, ha dado en
Marsella un concierto en que, entre otras
piezas, ha tocado una titulada Recuerdos
de España, que segun los periódicos es
lo mas sorprendente que se le ha oido has-
ta ahora. Al célebre pianista le acaba de
dar el gobierno francés la cruz de la lejion
de honor.
Dicen de Berlin:
La célebre cantatriz española señora Mon-
tenegro ha obtenido en esta un écsito com-
pleto á pesar de los recuerdos que ha de-
jado la Lind. Su voz ha ganado en ajilidad
bajo la direccion del famoso Romani, y su
escuela es ahora correcta y severa: la can-
tante española ha dado una nueva vida al
Konigstadtisech Theater (teatro de la ciu-
dad del Rey), donde la ópera italiana es-
taba de todo punto muerta. El juicio de
los periódicos de esta ciudad le es favora-
ble, y el público la ha llamado á la es-
cena. El triunfo que consiguió en Milan
debió ser estrepitoso, pues no solo los
anuarios musicales y periódicos lo indican,
sinó que se le batieron hermosísimas me-
dallas en oro y bronce en su obsequio, y
yo tengo un ejemplar de la última.
El congreso de escritores alemanes de Leip-
sick se ha separado despues de haber cele-
brado una sesion que duró desde el 26 al
29 de abril, cuyo tiempo le ha bastado pa-
ra resolver una multitud de cuestiones. La
discusion sobre la censura es digna de una
mencion especial: despues de acalorados de-
bates se declaró con aire de orgullo y se
insertó en las actas que una reunion de
literatos alemanes no podia decentemente
reconocer y discutir semejante institucion.
Las otras cuestiones se acordó que pa-
sasen á las comisiones encargadas de pre-
sentar sus informes en la prócsima sesion;
y finalizó todo con el banquete obligado,
y, segun la costumbre jermanica, con fuer-
za de libaciones y canciones. Las cues-
tiones no han avanzado un paso en su so-
lucion.
En una reunion de literatos de Madrid se
ha leido una comedia orijinal de don Ven-
tura de la Vega, en verso y en cuatro ac-
tos, titulada: El hombre de mundo. Los que
han asistido á la lectura hacen grandes elo-
jios y la califican de obra maestra.
En la Presse del 10 del actual se lee lo
siguiente:
«Uno de los primeros artistas dramáticos
de España, el señor Lombia, profesor de
declamacion del Conservatorio real de Ma-
drid, se halla actualmente en Paris con la
comision de estudiar nuestros teatros bajo el
triple punto de vista del arte, de la ad-
ministracion y de la enseñanza. Los direc-
tores de los teatros reales han sido invita-
dos por el ministerio de lo Interior á que
ilustren al señor Lombia acerca de todas
las preguntas que tuviere que hacerles.»
Se va á presentar al teatro del Príncipe
de Madrid un drama histórico en un ac-
to y en verso, titulado Juicios de Dios: es
debido á un jóven conocido ya en este jé-
nero de literatura.
TEATRO.
Hoy domingo, á las 8 de la noche, se pondrá en escena la co-
media en 5 actos, que tanta aceptacion ha merecido en los teatros
de la corte, donde acaba de ejecutarse, escrita por don M. Breton
de los Herreros, titulada: TODAS LAS MUJERES TIENEN UN
CUARTO DE HORA. Seguirán boleras y se dará fin con la chis-
tosa pieza en un acto, nominada: CUANDO SE ACABA EL
AMOR.
NOTA. Se estan ensayando para poner en escena las comedias
tituladas: Una onza de oro á terno seco ó la fortuna rodando; La
entrada en el gran mundo; La hija de satanas y Un rebato en gra-
nada.
MALAGA 1845: Imprenta y librería de los Señores Cabrera y Laffo-
re, editores, calle de Granada, número 74.
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