CODEMA19-LAAMEN-184445-7
CODEMA19-LAAMEN-184445-7
Resumen | Número 22 de "La Amenidad. Periódico semanal de literatura, modas y teatros" |
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Archivo | University of Connecticut |
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Typology | Otros |
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Fecha | 30/03/1845 |
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Lugar | Málaga |
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Provincia | Málaga |
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País | España |
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[margen superior: NÚMERO 22. 30 DE MARZO DE 1845.] LA AMENIDAD.
PERIODICO SEMANAL DE LITERATURA,
MODAS Y TEATROS.
No se admiten suscriciones á este periódico sinó en union con El Indispensable. Puede verse
cualquiera de sus números para saber las condiciones, precio, notables ventajas que se conceden etcétera.
CODICILO
DEL DOCTOR
JONATHAN SWIFT.
(Conclusion.)
Otro tanto pensaba hacer con el buen
viejo Nowtell. Queríaseme persuadir que él
era la causa de muchas injusticias sufridas
por diferentes sujetos; pero desde luego tuve
tales resoluciones por sospechosas, pues es-
taba casi seguro de que el buen Nowtell es
de carácter demasiado débil para cometir in-
famias deliberadamente. Al fin resolví el pro-
blema, y he descubierto que su esposa es la
causa de todo, pues solo ella es la que ha-
ce que las partes ganen ó pierdan los litijios,
siendo su marido el instrumento de que se
sirve. A la misma es á quien debemos el
nuevo reglamento de las clases, por el cual
á las mujeres de los majistrados de Dublin
deben ceder el paso todas las demas. Ha
arruinado al inocente Carr..... por medio de
un pleito que ha perdido, asistiéndole la jus-
ticia; mas su esposa habia ofendido altamen-
te á mistris Nowtell, cometiendo el desaca-
to de tomar en la iglesia un asiento supe-
rior al de ella. Ignoraba yo porqué los
cargos del pueblo se daban siempre á per-
sonas ruines; pero descubrí el misterio cuan-
do supe que la señora amaba á sus seme-
jantes, y por eso he cambiado de opinion,
resolviendo que mistris Nowtell vaya á ocu-
par el aposento que destinaba á su marido,
y que este, hallándose desocupado con la
pérdida de su mujer, se entretenga en barrer
y cuidar la casa, renunciando á la majis-
tratura, puesto que es incapaz de desempe-
ñarla por sí mismo.
Considerando lo que yo podria hacer con
los empleados, encuentro tan crecido el nú-
mero de locos que hay entre ellos, que no
sé por donde empezar. Ademas mis 12,000
libras esterlinas no alcanzan á mantener á tan-
tos; y seria á la verdad muy conveniente que
el pueblo contribuyese con una cuota para
fundacion tan útil..... Ah! cuán contento
moriria si llevase esta esperanza al sepulcro!
Mi amigo Partridge murió en edad de-
masiado temprana, por lo cual no puede apro-
vecharle mi fundacion. Por eso le he omi-
tido en mi testamento; pero para demostrar
cuánto le amaba, doy lugar en él á su fa-
milia, todos Partridges, y locos políticos co-
mo su señor padre. Sean los que quieran
sus conocimientos sobre lo futuro, y su certi-
dumbre en determinar cuanto deba suce-
der en el Estado y en las familias, no les
será fácil adivinar, por mas que discurran,
que actualmente estoy tomando mis medidas
para depositarlos en el hospital. Todos cabrán
en él, yo les empeño mi palabra, y cualquie-
ra que haga constar que desciende por linea
recta del sabio Partridge será recibido sin
la menor dificultad. Los que temerariamen-
te osaren contravenir á esta mi voluntad
serán condenados á leer sus escritos, y á
hacerse predecir el horóspoco por un Par-
tridge; mas en caso de que el número de los
locos de esta familia sea muy numeroso,
puede escluirse de mi lista algunos de los
apuntados en ella, con tal que no sea lord ó
filósofo.
El caballero Dewlapp tiene un carácter
tan singular que he empleado muchos dias
en averiguar lo que era, hasta que al fin
ya he llegado á conocer que es un loco.
En su juventud fué el mayor libertino de
la provincia, por lo que jamas adquirió el
menor conocimiento de relijion ni de cien-
cia; y en el dia, no obstante haber cum-
plido los cuarenta años, no ha leido otro
libro que la lista que diariamente le pre-
senta su cocinero de los platos que ha de
servirle. Cuando se le habia antes de co-
mer es admirable su estupidez, pues cierta-
mente no es capaz de decir tres palabras
seguidas con visos de razon; mas luego que
el vino se le sube á la cabeza, que por lo
comun es al segundo plato, se va á Míster Dew-
lapp en todo su esplendor: de pronto se
hace elocuente y todo su cuerpo discurre.
Sin embargo, no sabe cómo ha venido al
mundo, ni para qué, y de aqui se sigue que
nada piensa de la vida futura, de la cual
tiene formada la misma idea que de los
cuentos de duendes y de los tesoros en-
cantados. Por la descripcion que acabo de
hacer se puede venir en conocimiento de que
no es necesario encerrarle, pues su locura
no puede causar el menor desórden en la
sociedad; pero es muy rico y recibe á su
mesa autorcillos famélicos, que con un poco
mas de seso que su anfitrion, refunden sus
reflecsiones y las dan á luz en forma de
libro, y he aquí el orijen de tanto folleto
como nos inunda. Jamas hubiera llegado á
saberse el porqué se halla tan poca conse-
cuencia en estas obras, á no haberse des-
cubierto que son los temas de la mesa del
estúpido y ebrio caballero Dewlapp. Para
reprimir esta especie de pedantismo, ordeno
que luego al punto se le encierre, pues
confio en que, como en mi hospital no hay
vino, dejara las letras en reposo y perma-
necera en su estupidez natural.
Santiago Diepper sabe demostrar con tes-
tos de Cujacio y Bartulo que el hombre y
no la mujer debe gobernar la casa, y se
burla de los que sufren que sus mujeres los
gobiernen. La suya es la mas amable del
mundo, y vive aflijida por las liberalidades
del marido. Con los ojos bañados en lá-
grimas le suplica de continuo que ponga
término á sus escesos por amor de sus po-
bres hijos. Por dos veces ha empeñado sus
alhajas para sacarle de la carcel; y cuan-
do la tercera careció de este recurso, se
presentó en la prision anegada en llanto pa-
ra que el insensato Diepper se persuadie-
se de que le amaba. Y podia dudarlo? de
ningun modo; pero es su mujer, y un hom-
bre de pro no debe seguir sus consejos; un
solo acto de condescendencia le haria per-
der toda la superioridad que por derecho divi-
no y humano le pertenece. Una noche de-
terminó no salir de casa; la mujer se ale-
gró de ello, y esto bastó para que se fue-
se á dormir fuera, únicamente con el ob-
jeto de dar á conocer que él es dueño de
la casa. Otro dia le hizo daño el vino, por
lo que resolvió no beber al siguiente; mas
al decirlo ecsaminó el rostro de la mujer,
que por desgracia se mostró complacida de
su determinacion. Sí? pues inmediatamen-
te se prepara, sale de casa, y pasa la noche
entre las botellas y los amigos. Le condu-
cen enfermo á su habitacion; pero nada im-
porta, pues así ha mantenido su superioridad.
Y se dudara que Diepper merece un cuarto
en mi hospital?
El jóven Suvallon se admirará cuando
sepa que le tengo destinado alojamiento en
mi casa. Es cierto que solo tiene 17 años;
mas esta no es una razon para que siga
adelante con sus manías, antes bien creo
que se le debe encerrar luego, luego. Su
abuelo era un mal poeta, pero tolerable, por-
que escribió poco; su hijo, padre de nuestro
jóven, era peor, pues compuso poemas so-
bre poemas, tan detestables, que hasta los
holandeses se reian de ellos; aunque no por
esto dejó de formar con todos un volúmen.
El jóven Suvallon, digno heredero de su
padre, le ha imitado, reuniendo sus poesías en
un grueso tomo manuscrito, con intento de
imprimirlas cuando sea de mas edad. Tiem-
po es ya de que se le sujete, pues seríamos
responsables á nuestros hijos si desde ahora
no adoptásemos las medidas necesarias para
ponerle á buen recaudo. Verdad es que
nuestros nietos tendrian que sufrir algo me-
nos, porque es de creer que las poesias de
este jóven no llegarán hasta ellos; mas ¿en
qué infelicidad no dejaria á mi pobre pa-
tria si por mi neglijencia nuestro jó-
ven poeta propagase su raza? Parece que
á cada jeneracion toma incremento la en-
fermedad de esta familia, y si se da tiempo
á este jóven para tener un hijo, ¿no seria
necesario atarle las manos á la espalda al
nuevo vástago para impedirle que escribiese?..
Que se le encierre, que bien merecido lo
tiene, aunque no sea mas que por la ad-
miracion con que cita las poesias de su padre,
que esta resuelto á imprimir, precedidas de
un prólogo de su cosecha. Ya él empieza á
enseñar sus propias producciones, y detiene á
las personas por las calles para que las escu-
chen, impacientándose cuando no se le
alaba; pero sobre todo si se le demuestra
que ha cometido un yerro, entonces se po-
ne furioso, y no obstante sus pocos años
sabe proferir injurias tan groseras como un
crítico de 50. Qué puede esperarse de él
mas adelante?... Que se le encierre en una
jaula: esta es mi última voluntad.
Si yo preguntase al pródigo Mateo Pid-
geon qué quisiera que se hiciese con su avaro
tio, sin duda me aseguraria que Ponneses es-
taba loco y que merecia se le encerrase; y
á la verdad no dejaria de tener alguna ra-
zon, porque veo que el viejo hace todo lo
posible para morir de hambre sobre sus ta-
legos, y dejarlos intactos al sobrino Pid-
geon, que disipará en un dia mas que Pon-
neses ha podido ahorrar en muchos años;
pero á pesar de todo no me acabo de re-
solver á señalarle un aposento, sinó que le
reservo para el sobrino. Es cuestion entre
los filósofos quién de los dos es mas lo-
co: aquel que en la desconfiada vejez mue-
re de hambre como un rico avaro ó el qui-
en la insensata juventud disipa alegremente
los bienes que no ha ganado para morir de
hambre en la vejez. Es cierto que el prime-
ro incomoda menos al Estado, quien tarde
ó temprano se halla en la necesidad de cas-
tigar al segundo por ladron ó de mantener-
le como mendigo: á un avaro que jamas
se separa de sus talegos se le puede ya re-
putar como encerrado, y por lo tanto el cuar-
to que le preparaba en mi hospital será ase-
gurado al joven Pidgeon, y permanecera allí
hasta los 30 años; mas para que no esté
ocioso, porque esto seria peor, no comerá
otra cosa que lo que pueda adquirir con
el trabajo de sus manos, y así aprenderá
lo que cuesta trabajar para vivir. En los
ratos desocupados se le darán las cuentas
de su tio para que las ecsamine y apren-
da á calcular. Si se logra acostumbrarle al
trabajo, espero que á la edad de 30 años
se podrá sin riesgo restituirle la libertad y
la herencia, quedando yo tambien en la con-
fianza de que mi patria me agradecerá que
le haya formado un buen ciudadano.
Yo no sé por donde el petulante Hu-
lley ha sabido que yo tenia designio de
fundar una casa para recojer los locos ri-
diculos. Cuando estaba formando el borra-
dor de este codicilo entró en mi casa con
aire altanero, y en tono de amistad me
aseguró que podria serme muy útil en la
ejecucion de este proyecto si queria servir-
me de sus consejos. Añadió que era caso
imposible que donde hubiera algo de lo-
cura ó de rareza dejase él de descubrirla,
pues el amor á la verdad le dominaba
hasta el punto de no perdonarse á si mis-
mo si alguna vez flaqueaba. En seguida me
presentó una lista que contenia, segun él,
todos los locos de Dublin, y no pu-
de menos de sorprenderme al ver que los cinco
primeros nombres eran de otros tantos ciu-
dadanos, cuya doctrina es tan pura como
sus costumbres. Le manifesté al punto mi
admiracion; mas él solo me respondió con
una carcajada, y tuvo el atrevimiento de
añadir el nombre de otros sujetos respeta-
bles. Cortéle la palabra, y al continuar le-
yendo vi que el sesto loco de la lista era
su padrastro, hombre muy de bien, á
quien pretendia se le encerrase porque á pesar
de su edad habia cometido la locura de casar-
se con su madre, mujer aspera, grosera y
enfadosa, que trataba de profusion el gasto
que un jóven hacia; y por lo que, ya que
carecia de talento y de gusto, debia ocupar
tambien ella el sétimo lugar de la lista.
No perdonando este jóven á sus padres,
no deberá estrañarse que preparara igual
destino á tres de sus maestros. A pesar de
mi mucha sorpresa le escuché con aparen-
te tranquilidad, porque prometia darme no-
ticia de otros locos; y luego que acabó de
hablar signifiquéle que no echaria en
olvido su celo y que pensaba recompen-
sarle. En efecto, quiero cumplirle la pala-
bra, y por lo tanto le señalo 200 libras es-
terlinas de renta, que gozará encerrado en
una casa de correccion, para evitar que
semejante bribon acabe de emponzoñar la
opinion de los hombres de bien.
Esta es mi última voluntad, que el par-
lamento procurará hacer ejecutar; y desean-
do como verdadero patriota que ningun lo-
co tenga voto en los negocios públicos, dejo
fundado este hospital, donde no se les pro-
hibirá que formen proyectos, con tal que
cuando se publiquen lleven una nota que
esprese haber sido formados en el hospital de
locos de Dublin. – Jonathan Swift, doctor.
A MARIA.
I.
Corre abundoso mi llanto,
pues yo por tu amor deliro:
y tú ni un solo suspiro
dirijes á mi quebranto.
Dime, mujer, ¿con qué encanto
cautivaste el alma mia?
desde aquel primero dia,
que para mi mal te vi,
ay!... grabado quedó aquí,
tu bella imajen, Maria.
II.
Esta ardorosa pasion
me consume y atormenta:
su fatal dominio asienta
en mi triste corazon,
y no tienes compasion
de aquesta congoja impía,
que se aumenta cada dia
al mirarte tan hermosa,
aunque siempre rigurosa
estas conmigo, María.
III.
Sin ti no puedo vivir,
y amarme tú es imposible;
este fuego irresistible
vendrá a hacerme sucumbir:
quisiera lejos partir:
quizá así te olvidaria.....
pero, no!.. jamas podria
estinguirse mi pasion,
porque está en mi corazon
tu bella imájen, Maria.
IV.
Pero vano es mi clamor;
otro amante mas dichoso
me roba quietud, reposo:
por él desprecias mi amor,
y yo muero de dolor.
Acabó en mí la alegría;
y esta terrible agonía,
que mi esperanza derrumba,
me hará bajar á la tumba
solo por tu amor, Maria.
E. Zumel.
HISTORIA DE UN PUÑAL.
(Continuacion.)
El marido se encojió de hombros, y
dirijiendo á su mujer una mirada llena de
interes y de piedad, continuó diciendo con
voz apacible:
– Si me hubieras dejado hablar, no me
apesadumbrarias con tus esperanzas y pro-
yectos, que no son mas que locuras.
– Pues bien, ya te escucho; cuéntamelo
todo, y así lograrás tal vez mitigar tu do-
lor.
Toda tu confianza la tienes puesta siempre
en nuestro cura; pero si hubieses visto á
ese santo varon te persuadirias de que no
es mas feliz que nosotros, pues son tantas las
limosnas que hace, que apenas le queda un
pedazo de pan para el y sus sobrinos. En
cuanto al vino, ya no le bebe mas que cuan-
do dice misa. Su criada, que está enfer-
ma y en cama, al verme entrar en su ca-
sa se puso á gritar: acudieron los vecinos,
y les dijo que nosotros queríamos acabar
con su amo. En efecto, le encontré á mi
regreso en la procesion de rogativa, que
hace tres meses sale todos los dias para que
llueva, llevando las reliquias de Santa Anas-
tasia; pero ya ves, ni siquiera una gota.....
– Y el cura te vió?
La aldeana se apresuró á hacer esta
pregunta á su marido con el fin de que
tomasen otro jiro sus ideas.
– Sí, y aun me hizo una seña con la ca-
beza como para infundirme valor; mas es-
tá tan palido, tan débil, tan padecido, que
si hubiera tenido de que disponer, a fe
mia que hubiese sido yo el que le habria
dado limosna.
– Pobre cura! esclamó la buena mujer
enternecida, él es quien nos enseña con su
buen ejemplo! cuán merecida tiene la glo-
ria!
– Ya ves que por este lado nada tenemos
que esperar....
– Pero, y el castillo? no has tenido lu-
gar de ir á él?
– Ah! el castillo! continuó diciendo Beppo
con voz siniestra: sí, estuve en él; pero me
respondieron que la señora baronesa tenia
sus pobres. Poco me faltó para abofetear á
un pícaro criado por haberme dicho bru-
talmente que era preciso trabajar....
– Trabajar! repuso la infeliz mujer lloran-
do: ¿porqué no nos dan trabajo?
-Oh! los ricos! los ricos! gritó Beppo,
apretándose los puños.
Dios mio! no debemos declamar contra
ellos, pues no saben todo lo que sufri-
mos.
No lo saben! repuso lentamente Beppo,
frunciendo las cejas..... Pues bien! es preciso
manifestárselo.
– Qué dices? esclamó la mujer con ter-
ror: Beppo, amigo mio, vida mia, vuelve
en ti; jamas te he visto tan macilento. Sin
duda la pobreza, ó mas bien el demonio
te inspira tan viles pensamientos.
Si, es fuerza poner coto á nuestros ma-
les, dijo Beppo, levantándose de pronto: he
sido hombre de bien mientras he podido;
mas ahora la miseria me abruma...... Con
razon me ha dicho Giuliano que nosotros
tenemos la culpa de estar sumidos en la
indijencia.
– Virjen Santísima, tened compasion de
nosotros! Giuliano! un bandido!
Será bandido y todo lo que tú quie-
ras; pero él tiene que comer: él no ve á
sus hijos y á su esposa desfallecer de ham-
bre y de miseria; él se pasea por medio
del pueblo con el puñal en el bolsillo y
la carabina á la espalda en presencia del
correjidor, de la guardia urbana y de los
jendarmes; y á fe que los criados del cas-
tillo le hacen profundas cortesías.
– Pero la relijion, la conciencia, la cár-
cel, el honor, el cadalso, el infierno! repli-
caba la pobre mujer desatinada.
– No hay nada de eso! esclamó el des-
graciado, que tocaba al colmo de la deses-
peracion.
Despues, cruzando los brazos, con terrible
aspecto y dando un paso hácia su mujer,
añadió:
– Si no os hubiese traido ese cántaro de
agua, ¿qué hubiera sido de vosotras?.... res-
ponde!....
Ay! habriamos muerto quizas.
– Pues bien, repuso Beppo con violencia:
ese agua la he robado, ¿lo oyes? la he toma-
do á la fuerza. En seis leguas á la redonda no
hay mas que un pozo casi vacio, custodiado por
dos centinelas, un comisario, un empleado.....
y qué sé yo; cuya agua se mide con avaricia,
vendiéndose á seis granos el barril. Todo el
pueblo se hallaba allí con cubos, cántaros y
horteras; yo me abrí paso por entre la jente,
y pedí mi racion con voz amenazadora.
- Esperad vuestra vez, me dijeron. Dón-
de está el dinero?
– Yo no tengo dinero; lo que tengo es sed,
y quiero beber.
Dicho esto, derribé al comisario de un
empujon, me apoderé de un cantarillo y
eché á correr, sin que nadie osase se-
guirme.
– Pero eso no es un robo, Beppo, dijo la
infeliz mujer, que no podia resolverse en su
corazon á acusar á su marido, porque el agua
es de todo....
– Y el pan tambien! gritó el aldeano, ar-
rastrado por su terrible lójica; mis hijas no
deben morirse de hambre como perros; y
por Dios que tendran pan antes de ponerse
el sol, aun cuando para ello haya de matar
á todos los habitantes del pueblo.
La mujer quiso replicar; mas Beppo no
le dió tiempo para ello, pues empujándola
con fuerza hacia el inferior de la choza,
salió de ella, fuera de sí.
Las dos hijas, que hasta entonces habian
permanecido como petrificadas, al ver va-
ciliar á su madre empezaron á llorar; mas
la animosa mujer, agarrándolas de la ma-
no, se prosternó precipitadamente delan-
te de la imájen de la Virjen, y haciendo
que sus dos hijas se arrodillasen con ella,
les dijo:
Vamos, hijas mias, no lloreis ahora, sinó
pedid á Dios, pedid á la Virjen que hagan
un milagro. Repetid conmigo: Señor, Dios
mio, haced que nuestro padre no sea un
ladron.
Y las dos pobres criaturas, ahogando
sus lagrimas, con los ojos todavia encen-
didos, cubiertas sus mejillas de subido car-
min y juntas las manos, repitieron con voz dul-
ce y lastimera:
– Señor, Dios mio, haced que nuestro
padre no sea un ladron.
Entretanto, Beppo corrió á la aventura,
sin direccion, sin objeto, sin proyecto de-
liberado: mil pensamientos siniestros se agol-
paban en su mente, y solo respiraba odio,
colera y venganza. De repente el trote le-
jano de un caballo lo saco de sus negras
cavilaciones. El sol iba declinando por mo-
mentos, el aire habia refrescado algun tan-
to; y al dirijir la vista atentamente hacia
el paraje de donde provenia el ruido, vió que
se encaminaba á él un viajero, que al pa-
recer era un hombre rico.
– Voto al demonio! se dijo á sí mismo
el aldeano: ha llegado el momento opor-
tuno de obrar, y no tengo armas, ni siquie-
ra un mal puñal.
Beppo se estremeció, sin embargo, por-
que se presentaron á su mente cuarenta
años de una vida irreprensible, é iba á ser
un salteador de caminos!... Esta idea hizó
brotar de su frente grandes gotas de sudor,
y un frio mortal heló la sangre en sus ve-
nas, faltandole la fuerza y el valor en el
instante de consumar su crimen.
Mas el viajero continuaba acercándose,
y Beppo, desatinado, trémulo, fija en él la mi-
rada y erizado el cabello, vacilaba toda-
via, cuando un dolor bastante agudo le
obligó á llevarse la mano á un pie.
Al bajarse para ecsaminar la herida, pues
la sangre habia salido del dedo pulgar, que
no cubria la alpargata, vió brillar en la are-
na un puñal grande, cuyo mango estaba
primorosamente cincelado, y cuya hija an-
cha y cortante terminaba en aguzada punta.
– Ah! el mismo Dios me envia este ar-
ma, esclamó el desgraciado, fuera de sí.
Y blandiendo el puñal, corrió hacia el
viajero.
Este se hallaba dotado de una de esas
figuras simpaticas y graves que previenen
desde luego en su favor, y tendria al pa-
recer unos cincuenta años; su cabeza ape-
nas empezaba á encanecer, la sonrisa era
compañera inseparable de sus labios; sus ojos
eran vivos y alegres, su encendido ros-
tro amable é injenuo: todas estas señales re-
velaban un caracter bondadoso y jovial; mas
su estatura era colosal, y solo al ver sus
anchas espaldas y sus fornidas muñecas hu-
biera meditado el mas valiente antes de ata-
carle. Su traje era bastante raro, un som-
brero de anchas alas daba sombra á su ca-
ra, y una amplia casaca negra, cuyos fal-
dones caian hasta el suelo, cubria el cuar-
to trasero del caballo; multitud de cadenas,
dijes y juguetes de coral adornaban su cha-
leco y demostraban el estado floreciente de
sus negocios.
Caminaba con armas y bagaje: dos pis-
tolas viejas de arzon asomaban su enmohe-
cida culata por las cañoneras de la silla;
una carabina, que tendria por lo menos cien-
to cincuenta años de antigüedad, colgaba
de uno de sus costados, y del otro una ca-
labaza; sobre una nueva y atestada maleta
se veia un enorme paraguas, sujeto por dos
correas, y que podia servir en caso necesa-
rio de tienda de campaña á su dueño y al
corcel. Asegurado con todas estas precau-
ciones ofensivas y defensivas, y embebido
profundamente en ideas que no le dejaban
sosegar, nuestro viajero entablaba consigo
mismo una conversacion científica y literaria:
se preguntaba y respondia en alta voz; pro-
poníase cuestiones, resolvia dudas y negaba ó
concedia con la mayor imparcialidad y bue-
na fe. Frecuentemente dejaba oir en el ca-
lor de la argumentacion palabras que per-
tenecian á una lengua desconocida, grie-
RAMILLETE.
Hemos tenido el gusto de asistir á las
representaciones que hasta ahora ha dado
la compañia dramática que ha de actuar en el
presente año en el teatro de esta capital,
y nos prometemos gratos solaces durante
él, vista la igualdad de los individuos que
la componen, pues si bien no son de un
mérito sobresaliente observamos en casi
todos ellos muy buenas disposiciones, aun-
que hay alguno sobre quien no podrémos
menos de descargar nuestra critica cuan-
do nos ocupemos de cada uno en parti-
cular. Entretanto damos las gracias á la
empresa por el celo que ha desplegado en
la reunion de estos artistas, y le presa-
jiamos felices resultados si hermanando la
eleccion de las piezas que se pongan en
escena con la buena ejecucion de las que
hasta aqui se han representado, nos hace
olvidar tan mezquinas impresiones como han
dejado en nuestra alma las anteriores com-
pañías.
Hemos tenido ocasion de admirar los
efectos que va á mandar á la esposicion
de bellas artes de Madrid don Manuel
Agustin Heredia, como producto de su fer-
rería, titulada la Constancia, y no dudamos
llamarán la atencion por su orijinalidad,
buen gusto y esmero con que estan concluidas
todas las piezas, mereciendo muy particular
distincion una silleria, cuyos asientos, sosteni-
dos cada uno por tres hojas de cardo y coro-
nado por un respaldo figurando un entre-
gas, latinas ó quizas etruscas, citando pa-
sajes de Ciceron, y Virjilio, verda-
deras margaritas que caian ¡ay! como el es-
tiércol de Ennio á los pies de su caballe-
ria.
(Se concluirá en el número inmediato.)
tejido de parra con sus ópimos racimos,
reune en si esa esbeltez y soltura que cau-
tiva el gusto.
¡Leer á los españoles que como este
saben dar un impulso tan directo á las
artes!
Las personas que gusten juzgar por sí
de la verdad de lo que acabamos de decir
pueden pasar al almacen del Señor Don Jor-
je Loring, donde dichos efectos se hallan
espuestos al público todo el dia de hoy.
Nuestro corresponsal de Granada, con
fecha del 24, nos dice lo siguiente:
Supuesto que ya sonó el repique la glo-
ria y que tambien pasó el alegre domingo
de resurreccion, que ha sido el primero de
la deliciosa primavera, dice á Vstedes cuatro
palabras sobre la nueva compañía cómica
de esta capital, y sobre el teatro.
La empresa, á pesar de sus apuros y
quitando de allí para poner aquí, ha logra-
do al fin traer un número escojido de ac-
tores, entre los que figuran el señor Va-
lero, la señora Yañez, el señor Calvo, los
señores Lumbreras y Caltañazor y otros mas
que medianos. El Ayuntamiento tambien ha
ecsornado su palco con ricas colgaduras de
terciopelo, con bancos forrados de grana
y con papel de gustó en las paredes; ha au-
mentado las luces y los asientos en lo que
llaman alojeros y compuesto con decencia
y hasta con lujo las lunetas y palcos.
A oche se estrenaron los actores con la co-
media del señor Rubí titulada Detras de la
cruz el diablo, y no disgustaron, á pesar de lo
mucho que se ha visto es la funcion, que es
endeble y de poco écsito para todos. Ya ve-
rémos en adelante.
Ha llegado á Madrid Místerr Artot, uno de
los mas célebres violinistas de Europa, y que
ha producido últimamente en los Estados-
Unidos un entusiasmo dificil de describir.
Se ha descubierto en una pequeña igle-
sia de un departamento de Francia un cua-
dro de Rubens, que representa el nacimien-
to de Jesucristo, y estaba oculto detras de
un confesonario.
En el teatro real aleman de Dresde se ha
representado por primera vez la nueva ópera
titulada Juana de Arc, cuyo libreto ha sido
puesto en música por el célebre compositor
Baron Vesque de Puttlingen, individuo del
Consejo de estado en Austria, á cuyo injenio se
deben varias partituras de música relijiosa,
dos grandes sinfonias y una infinidad de cuar-
tetos y quintetos publicados con el seudó-
nimo de Juan de Havel.
La ópera de Míster de Puttlingen es nota-
ble, especialmente por sus melodias orijina-
les, injeniosas y perfectamente adaptadas á
la letra: la instrumentacion es tambien her-
mosa y concienzuda. Míster de Puttlingen de-
be estar sumamente reconocido á la bené-
vola acojida que el público dispensó á su
spartito: la mayor parte de las piezas se
repitieron á instancias suyas.
En Praga se ha representado con mu-
cha aceptacion la trajedia titulada Lucrecia,
de Míster Ponsard, traducida en verso boemio por
Míster Daniel Zeidl.
Los periódicos de Paris del 6 de mar-
zo anuncian la primera representacion de la
nueva ópera de Donizetti titulada: Maria
Padilla, que ha debido verificarse en la no-
che del mismo dia en el teatro de Ver-
salles. Este nuevo spartito tiene prevenido
ya en su favor al público intelijente, pues,
segun los elojios que han hecho las per-
sonas que asistieron á los ensayos, debe
creerse que el écsito de Maria Padilla ri-
valice, si es que no aventaja, al que obtu-
vieron la Luccia y La Favorita.
TEATRO.
Hoy domingo se ejecutará la comedia nueva en este tea-
tro, en dos actos, titulada: LAS CARTAS DEL CONDE-
DUQUE. Seguirá un buen intermedio de baile. A continua-
cion se pondrá en escena la jocosa pieza en un acto, nomi-
nada: MATAMUERTOS Y EL CRUEL. Seguirá otro inter-
medio de baile, y se dará fin con un gracioso sainete.
Imprenta y librería de los SEÑORES CABRERA Y LAFFORE, edi-
tores, calle de Granada, número 74.
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