CODEMA19-LAAMEN-184445-6

CODEMA19-LAAMEN-184445-6

ResumenNúmero 17 de "La Amenidad. Periódico semanal de literatura, modas y teatros"
ArchivoUniversity of Connecticut
TypologyOtros
Fecha23/02/1845
LugarMálaga
ProvinciaMálaga
PaísEspaña

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[margen superior: NÚMERO 17. 23 DE FEBRERO DE 1845.] LA AMENIDAD. PERIODICO SEMANAL DE LITERATURA, MODAS Y TEATROS. No se admiten suscriciones á este periódico, sinó en union con El Indispensable. Puede verse cualquiera de sus números para saber las condiciones, precio, notables ventajas que se conceden etcétera. SOBRE LOS PÁJAROS IMITADORES. EL BURLON. (Tardus Polyglotus.) Elu- sio a- firma haber visto en ca- sa del baron de Sainte-Aldegonde un loro, que siempre que se acercaba á él alguno pa- ra hacerle hablar soltaba grandes risotadas, esclamando despues con acento burlon: ¡Je- sus, qué necio es este que me hace reir! Muchas personas, que oian al pájaro por la pri- mera vez, se alejaban de él confundidas, pensando que se burla- ba de ellas, y sin reflecsionar que aquello no podia ser otra cosa que la repeticion maquinal de una frase enseñada al loro. Por mas estraño que parezca, no es sinó muy verdadero que ecsisten en el mundo in- finidad de sujetos que, no pudiendo creer que el don de la palabra sea distinto del de la intelijencia, no tendrian reparo en con- sultar á un loro sobre sus negocios parti- culares, pidiéndole, por ejemplo, números para jugar á la lotería, pues la reputacion de estas aves se halla tan bien sentada entre los ignorantes, que ni aun es necesario el que hablen para que las supongan dotadas de ideas y sentimientos análogos á los nues- tros, y las crean sensibles al ridículo é in- clinadas á la burla y al sarcasmo. No ha- ce mucho tiempo que, hallándonos en una botica, vimos á una mujer anciana ecsaspe- rada por la cólera, porque suponia que uno de estos pájaros se burlaba de ella repitien- do sus palabras é imitando su voz. Con efec- to, entró tosiendo, y al punto el loro em- pezó á toser tambien con la misma violen- cia y continuacion que ella. La pobre mu- jer hacia despues esfuerzos para escupir, y el animal tambien queria arrancar al pa- recer con gran trabajo alguna cosa que le molestaba en la garganta. La imitacion no podia ser mas perfecta; pero la escena que se prolongaba, divirtiéndonos sobremanera á todos los presentes, estuvo á punto de ser fatal al ave, pues irritada la vieja al no- tar que era objeto de la risa jeneral, se abalanzó á ella para torcerle el cuello, lo que indudablemente hubiera ejecutado á no impedírselo nosotros. Inútil nos parece decir que en estas cir- cunstancias, lo mismo que en todas sus se- mejantes, el ave no hace mas que repetir lo que se le ha enseñado, y por consiguien- te no es un pájaro burlon, sinó un pájaro imitador. No es solo el loro, segun saben todos, el que posee la facultad de imitar, sinó que tambien hay otras muchas aves que han re- cibido igual don de la naturaleza, aunque no con tanta perfeccion. Algunos naturalis- tas han querido sostener que este privilejio pertenecia esclusivamente á las especies, cu- yo canto natural es desagradable, ó por lo menos que ninguna otra podia imitar la voz humana. Semejante error proviene sin du- da de que jeneralmente solo se enseña esa charla ó imitacion de la voz del hombre á los grajos, urracas, cuervos y otras varias aves, que todas, con efecto, tienen un can- to desapacible; pero precisamente por esta misma razon gustamos de enseñarles otro mas grato á nuestros oidos. De cualquier modo que sea, no cabe duda en que no es esta especie la única que puede aprender á hablar, es decir, á articular palabras: el es- tornino, que canta bastante bien, pronun- cia muy claro y en poco tiempo frases en- teras, y el canario, cuyos gorjeos son tan agra- dables, puede aprender á hablar tan bien co- mo á repetir la música que se le enseña. Nos- otros hemos tenido ocasion de escuchar á uno, que no tuvo mas maestro que una co- torra, cuya jaula se hallaba contigua á la suya, y que decia todo cuanto le habian en- señado á su compañera. Hasta los ruiseño- res son susceptibles de pronunciar perfec- tamente algunas palabras; y si hubiésemos de dar crédito á cierta historia referida por Conrado Gesner (libro III., página 534), los hay tan hábiles que pueden repetir una conver- sacion entera. Es probable que los pájaros que estan privados de la libertad y apartados de sus compañeros naturales aprendan á repetir un canto, un trozo de música ejecutado en un organillo, ó las palabras que oyen con fre- cuencia, solo con el objeto de asociarse, por decirlo así, á lo que pasa en torno su- yo; porque como es muy difícil que se re- signen á un aislamiento absoluto, y no pu- diendo nada de cuanto los rodea respon- derles en su lengua natural, aprenden ellos la lengua de aquellos con quienes vi- ven. Los ruiseñores son pájaros muy poco so- ciables: jamas se los ve reunidos en banda- das como los jilgueros, pardillos, verdero- nes etcétera; sin embargo, si por acaso dos rui- señores llegan á construir sus nidos en un mismo bosque, y bastante cercano el uno al otro para poderse oir, su canto es enton- ces mas vivo, mas variado y mas frecuen- te, estableciéndose entre ellos una lucha mu- sical, en la que mutuamente procuran des- plegar todas sus facultades para vencer á su rival. Si en las inmediaciones del paraje en que el ruiseñor tiene su nido no se en- cuentra ningun pájaro de su especie, cuida de que á lo menos se halle inmediato á un eco para que su voz sea repetida por al- guna cosa. Se ha observado que este jénero de emu- lacion no es escitado nunca entre los - jaros que disfrutan libertad sinó por el can- to de los de su propia especie: un ruiseñor ja- mas responde á una curruca, ni una par- dilla á un verderon. Cada ave tiene su idio- ma particular, y al parecer no entiende el de las otras. Sin embargo, el grito de alar- ma es comprendido por todos los pájaros, aunque le pronuncie cada especie de un mo- do distinto. La curruca y algunos otras aves tienen un canto parecido al del ruiseñor; pero es natural y en manera alguna imitado, probán- dolo suficientemente el que varias de ellas han nacido y se han criado en jaulas en lo interior de las poblaciones, sin que nunca ha- yan podido oir el canto de aquel; y sin em- bargo mezclan el suyo con algunas notas, trinos y gorjeos propios del rey de los bos- ques. Los pájaros burlones de mayor celebridad no pertenecen á nuestro suelo, y solo se crian en los parajes templados de la América septentrional, tales como el grajo azul, el ma- naquin hablador, y sobre todo el pájaro á quien llaman por escelencia el burlon (turdus polyglotus). Hace mucho tiempo que el burlon ame- ricano ha llamado la atencion de los euro- peos que han recorrido el Nuevo Mundo, por la variedad de sus notas y la estension de su voz, y especialmente por la facultad que se le atribuye de poder imitar el canto ó el grito de los demas animales. Segun Fernandez, Nieremberg, Hans, Sloane y otros autores no se contenia solo con imitar lo que oye, sinó que embellece todo lo que reproduce y da á cada acento, á cada sonido que remeda una gracia y una dulzura particular. Hasta á los mismos indijenas les admiran las facultades de este pájaro, y lo comprueba bastante el que en el lenguaje mejicano se designe al burlon con el nombre de cencoutlatotli, es decir, el pájaro de las cuatrocientas len- guas. El burlon es de la misma familia que nuestro tordo comun (turdus músicus), - jaro que tambien canta perfectamente, y cuya voz es tan celebrada en Escocia co- mo entre nosotros la del ruiseñor. Su magni- tud es con corta diferencia la misma del zorzal: su plumaje nada tiene de hermoso; y aunque sus formas sean bastante elegan- tes, realmente solo por su canto puede lla- mar la atencion; pero este canto es de tal dulzura y brillantez que nada puede igua- larle. Cuando en una hermosa mañana el - jaro se posa en una rama y deja oir su voz sonora, todos los trinos que se escu- chan en los arbustos y árboles inmediatos, y que en otra circunstancia encantarian el oido, quedan entonces olvidados. El bur- lon compone por solo una orquesta en- tera; hace hablar sucesivamente á todos los instrumentos, y aun algunas veces pudiera decirse que hace hablar á varios á un tiem- po. Esta música se prolonga sin interrupcion horas enteras, y hasta el mismo animal pa- rece gozar de un delicioso éstasis: todo su cuerpo tiembla, ajita convulsivamente las alas medio desplegadas, y aun sucede en oca- siones que es tal su entusiasmo, que no pue- de permanecer quieto en un sitio: sal- ta, vuela, se mece en el aire, dejando oir las mas brillantes notas de su canto, y despues su voz se debilita por grados, mientras que vuelve á bajar insensiblemen- te y se coloca otra vez en la rama en que antes de hallara. Momentos hay en que su canto no es sostenido, sinó que solo deja oir notas suel- tas ó frases que pertenecen á otras aves y que engañan frecuentemente á los cazado- res. Algunas veces remeda el grito del ga- vilan, y afirman entonces que los pajari- llos que le oyen vuelan asustados. En una palabra, no hay ruido alguno de cuantos son comunes á los bosques, que no se en- cuentre mas ó menos imitado en los dife- rentes acentos del burlon. Esta variedad de entonacion, que es na- tural al pájaro, le proporciona cuando se halla reducido al estado de cautiverio gran facilidad para reproducir lo que oye, y en- tonces, , que se hace realmente imitador hasta un estremo casi increible: silba como los cazadores, y el perro que se encuentra tendido al lado del fuego endereza las ore- jas, mueve la cola, se levanta y corre ha- cia su amo; pia á imitacion de un pollue- lo, y la gallina acude arrastrando las alas y con las plumas erizadas para defender á su cria. Con la misma perfeccion remeda el ladrido del perro, el maullido del gato etcétera etcétera. Lo mismo que todas las aves imitadoras, no guarda consecuencia alguna en sus imita- ciones; y asi es que despues de haber re- medado con una perfeccion inconcebible el canto del canario, se detiene de pronto en medio de un trino para dejar oir el chirri- do de la rueda de una carreta ó el de la sierra del lapidario. Felizmente no renuncia nunca á su canto natural, y es el solo que ejecuta durante la noche, porque este pájaro, lo mismo que nuestros ruiseñores, gusta de cantar cuando todo es silencio. El burlon no huye de la vecindad del hombre, y muchas veces suele establecer su nido en un jardin inmediato á una quinta, no cuidándose tampoco ocultarle mucho; pero siempre se halla pronto á defenderle, sea de los animales ó de las personas. Si se le coje con red, se domestica - cilmente, y su canto en este caso es mas perfecto y se conserva mas puro de toda mezcla estraña que cuando ha sido sustrai- do del nido y criado lejos de los bosques. Un burlon escojido y con mucha estension de voz se vende bastante caro, y en los Estados Unidos se ha pagado por algunos hasta cincuenta y aun cien duros; mas su precio co- mun es de doscientos cincuenta á trecien- tos reales. HARRY SPALDING. ANÉCDOTA. (Conclusion.) Al siguiente dia y en los sucesivos fué preciso discurrir el modo de llevar la co- mida á Spalding sin despertar sospechas en Molly. Felizmente la anciana se acostaba muy temprano, y cuando esta se retiraba al cuarto que ocupaba en el segundo piso, el jóven medico enviaba á una hostería bas- tante lejana por una abundante cena, que el ex-ahorcado se llevaba á su habitacion, y cuyos restos le servian para comer al otro dia. Pasóse toda la semana de esta suerte, sin que Spalding manifestase intenciones de marchar; y pareciéndole á Ridgway con- veniente recordarle lo que habia prometido, le respondió con la mayor frescura: No puedo decidirme á dejar tan pronto vuestra casa, y veo con sentimiento lo po- co grata que os es mi compañia. Sin em- bargo, hago todo lo posible por no inco- modaros en lo mas minimo, obedeciendo esactamente vuestras órdenes y permane- ciendo encerrado todo el dia en mi cuarto, sin tratar de salir de él, aunque no me es dificir abrir la puerta. Creo, es bien cierto, que hablo durante mi sueño; pero nadie puede enconces oirme. Mientras yo esté en vuestra casa no teneis nada que temer; si volviese á mi anterior vida, ya seria otra cosa muy dis- tinta: por lo tanto es mucho mas pru- dente que siga aqui oculto todavia uno ó dos meses, y espero que conociéndome en- tonces mejor, seréis tambien algo mas be- névolo conmigo. Manifestando Spalding una resolucion tan firme, Ridgway hubiérase visto para despren- derse de él en la necesidad de recurrir á la fuerza, y semejante medida no era prac- ticable, pues que habiendo sustraido á la vindicta pública á un malhechor condena- do á la pena capital, el joven médico se habia espuesto con esta imprudencia á ser castigado por la ley; lo que cuidaba de recordarle con bastante frecuencia el oficioso ladron. Trascurrióse un mes de esta mane- ra, sin cambiar en nada la posicion del po- bre cirujano. Una noche, al ecsaminar este algunos papeles, tomó casualmente aquel en que se hallaba impresa la relacion de los últimos momentos de Harry Spalding, y habién- dola vuelto á leer le preguntó si los de- talles dados acerca de su vida eran verda- deros. Spalding le arrebató el pliego de sus manos, y despues de haberle recorri- do con una inquietud febril, esclamó, ar- rojándole en la mesa: Es falso todo eso; no es mas que un tejido de mentiras desde la primera palabra hasta la última. Pretenden que mis padres no eran honrados; no eran ¡voto á brios! sinó demasiado honrados, pues si el autor de mis dias no hubiese sido de principios tan rijidos, quizas yo no habria sido tan per- verso: por pequeña que fuera una man- cha de polvo que adviniese el domingo en mi vestido ó en mis zapatos, me daba cruel- mente de bofetadas, alegando que no era decente presentarme en la iglesia de aquel modo; si por desgracia, cuando íbamos á comer, no sabia repetir el sarmon que ha- biamos oido aquel dia, me prohibia el sen- tarme á la mesa, castigándome á pan y agua y diciéndome que todavia era aquel man- jar demasiado esquisito para un pagano co- mo yo. Conviene tambien saber como me desquité de tanta opresion luego que falle- ció el buen hombre: eran mis amigos to- dos los pillos del pueblo; pasaba con ellos los domingos reparando el tiempo perdido, y como yo tenia el bolsillo mejor provis- to que muchos de ellos, es escusado de- cir que era siempre el primero en el juego. Al principio jugábamos al chito; pero de este se pasó al dominó y despues á los naipes; y aun cuando mi madre manifestaba el ma- yor sentimiento al verme entregado á seme- jante vida, me interesaban mucho menos sus lágrimas que el dinero con que espe- raba ayudar á mis compañeros. Sin embar- go, á decir verdad, la suerte no siempre me era favorable; por otra parte lo que gana- ba pronto lo gastaba, y á fuerza de ju- gar, de pagar por mis amigos, de dejar- me desollar y de derrochar en las taber- nas, concluí por no tener ni un maravedí; y entonces me era terrible no poder ni comprar una pinta de cerbeza ni sostener el juego, y por consiguiente no cesaba de atormentar á mi madre para que me sumi- nistrase metálico; mas ella me respondia siem- pre: «Trabaja y ocúpate los domingos en ro- gar á Dios.» Hice á la sazon conocimien- to con cierto jóven de Londres, que resi- dia hacia algunas semanas en nuestro pue- blo. No como él se las compuso; pero lo cierto de ello es que llegó a dominarme en tales términos que al cabo de algunos dias no me era posible dar un paso sin él. Le referí en el compromiso que me ponia la mezquindad de mi madre, y me dijo: Pero ella debe tener dinero, y sa- brás precisamente donde le oculta. Es nece- sario por lo tanto que te apoderes de él. Yo le respondí que todo el dinero de la casa le guardaba mi madre en un co- frecillo, cuya llave llevaba siempre consigo. - «Pues si no es mas que eso, repuso, nada hay mas fácil que abrirle.» Y en- tonces agarró un clavo, que torció de cierta manera, y me enseñó como debia ser- virme de él para abrir cualquiera cerradu- ra. , doctor, á espensas de mi anciana ma- dre hice mi primer ensayo, y me pareció tan fácil forzar de aquella manera las cerradu- ras, que en breve llegué á fracturar la de los mostradores de las tabernas, por cuya razon pude desde entonces beber y diver- tirme con mis amigos á mi satisfaccion, pues el dinero que desembolsaba por la ma- ñana volvia á entrar por la noche en mi bolsillo. Al principio la suerte nos prote- jia, mas al cabo esta se cansó y las cosas tomaron un aspecto desventajoso. Fowler y yo conocimos que nos habiamos hecho sos- pechosos, y que cuando hablábamos á las per- sonas del pueblo apenas nos respondian. Nos convencimos, pues, de que era menes- ter abandonar aquel país, y partimos á Lon- dres, donde nos alojamos juntos en una ca- llejuela del Bourg. Mi compañero era un mozo de corazon y no tardó mucho en en- señarme los secretos de su oficio. Vos sa- beis el término que ha tenido todo esto. La horca, que está dibujada en la parte su- perior de ese pedazo de papel, es lo úni- co verdadero que en él se encuentra. Pocos dias despues de esta conversacion Ridgway tomó en traspaso la botica de un medico-farmacéutico, establecido en el West- End; y á mas del adelanto que se prome- tia con esta adquisicion, se lisonjeó con la esperanza de que mudando de domicilio sa- cudiria en fin el yugo que pesaba grave- mente sobre él hacia muchos meses. Cuan- do informó á Spalding del dia señalado para su mudanza, este se contentó con res- ponder que se alegraba de dejar aquel cuar- tel tan malo. Poco satisfecho Ridgway de esta respuesta le declaró en términos muy formales que le era imposible seguir por mas tiempo en relaciones con él, y que de- bía en fin pensar seriamente en apartarse de su lado. Bien, corriente, respondió el ladron: ya lo que me resta que hacer. Llegada la última noche que debia pa- sar en el Bailey, Spalding consintió en dejar su asilo; mas al amanecer del dia siguiente llamó á la puerta de la nueva casa de su protector, y protestando que venia del cam- po para hacer una consulta al jóven médi- co sobre una enfermedad que padecia, y de que ya tenia conocimiento, solicitó y ob- tuvo el permiso de esperarle en la botica. Puede juzgar el lector de la desagradable sorpresa que esperimentó Ridgway cuando al venir á ocupar su nuevo domicilio halló en él á su jenio malo, de quien se creia ya libre para siempre. , señor; soy yo todavia, dijo Spal- ding, y veo con pesar que no me dispen- seis vuestra amistad; pero no temais nada..... He finjido ser uno de vuestros enfermos, y será cosa fácil persuadir á vuestros nue- vos criados de que me he hospedado en vuestra casa para sujetarme á un riguroso método de curacion; en cuyo caso no ten- dréis ya necesidad de ocultarme de ellos ni de hacerme traer la comida de contrabando. Inútil es decir que me contentaré con el peor cuartucho, ó si es preciso con el des- van, y que cuidaré de sustraerme á la vis- ta de las personas que vengan á visita- ros. Nuestro jóven médico, indignado al ver tanta impudencia, mandó al ladron que se marchase inmediatamente, añadiendo con tono furioso que si no queria hacerlo no le fal- tarian medios para obligarle á ello. No, no, respondió con tranquilidad Spal- ding; no cometeréis semejante imprudencia, porque no podeis haber olvidado el com- promiso que habeis contraido para con la policía; creedme: es mucho mejor no des- pertar ideas; ademas vos teneis muy buen corazon para que no deis tiempo á un des- graciado como yo para entrar en la senda de la virtud. Esto no es ecsijir dema- siado. Ya fuese que Ridgway cediera á temo- res bien ó mal fundados, ó que su natural bondad le impidiese emplear medios estre- mos contra un hombre, que á pesar de sus malos antecedentes en nada habia abusa- do de la hospitalidad; y en una palabra cualesquiera que fueran las razones de su decision, lo cierto es que no tuvo valor pa- ra poner en práctica sus amenazas, obte- niendo por el contrario Spalding el permi- so de ocupar una guardilla, á donde acto continuo fué á instalarse. Con el objeto de que á los criados no les llamase la atencion el no verle salir nunca, les dió á enten- der que padecia una afeccion grave en las articulaciones, y que por esta causa tenia que estar casi constantemente cerrado en su cuarto. Conocido entre la familia de la casa con el nombre de Tomas, cuidaba mucho de no dejarse ver por ningun estraño, logrando tambien muy pronto hacerse casi olvidar de los criados, cuya familiaridad no admitia de ninguna manera su carácter adusto. Nuestro jóven médico, encargado ahora de una numerosa clientela, que se aumen- taba cada dia mas, estaba tan ocupado con sus visitas y permanecia tan poco tiempo en su casa, que casi nunca veia á su pretenso en- fermo. No teniendo porque preocuparse con semejante idea concluyó por no pensar en él, aun cuando pueda parecer cosa es- traña, Spalding estuvo de esta suerte mas de dos años en su casa. Sin embargo, una noche en que Ridg- way, recostado en su paltrona y puestos los pies en los morillos de la chimenea se en- tregaba á alhagüeñas reflecsiones relativas á la rapidez con que habia progresado en su carrera, de repente ve abrirse la puerta de su gabinete y presentarse Spalding. El facultativo se estremeció con la presencia del importuno huésped. Para serviros, doctor, dijo el ladron. Estoy firmemente persuadido de que es pre- ciso tomar una determinacion: he llegado á cansarme de estar encerrado en una jaula, como un leon de la casa de fieras, y vengo á despedirme de vos. Habeis sido muy bue- no para conmigo, y jamas me olvidaré de vuestros beneficios, lo mismo que vos con- servaréis de , no lo dudo, una eterna memoria. Lo único que os pido es que me deis cuatro ó cinco chelines para poder dejar á Londres é ir á buscar mi vida á cualquier otro punto; haré cuanto esté en mi mano para ganar mi sustento, y no se- culpa mía por no lograrlo honrada- mente me veo precisado á volver á mi antiguo oficio. Que decis? esclamó Ridgway; despues de tres años de una conducta irrepensible, no permita Dios que os entregueis de nue- vo á los crímenes que os conducirian irre- misiblemente al mismo paraje del que por una casualidad casi milagrosa os habeis li- brado. Habeis tenido tiempo de reflecsio- nar las consecuencias de vuestra anterior conducta.... deseo de todo corazon que no las olvideis, y para entretanto que po- dais procuraros con que vivir honradamen- te ahí teneis este bolso, que os pondrá á salvo de la indijencia y de las malas tenta- ciones. Ojalá que hagais buen uso de él! Y diciendo esto, alargó al ladron el bol- sillo, que contenia muchas monedas de oro. Gracias, doctor, gracias; que Dios os colme de felicidades para recompensaros los beneficios que habeis dispensado al po- bre Harry Spalding. Algunos segundos despues Ridgway oyó abrir la puerta de la calle y cerrarla en seguida, y el finjido cojo se marchó apre- suradamente de la casa. La fortuna continuó sonriendo á nues- tro cirujano, y algunos años despues de es- te acontecimiento gozaba ya de un grande crédito, no solo como práctico sinó tam- bien como profesor de anatomía. Al ver que se acrecentaba rápidamente el núme- ro de sus discípulos resolvió convertir en un pequeño anfiteatro una parte de su casa, cuyo proyecto puso inmediatamente en eje- cucion. A principios del invierno estaba completamente acabado, y Ridgway trató en- tonces de procurarse un cadáver para la apertura de su curso. Con este motivo es- cribió al verdugo, y este le contestó que pa- ra el lúnes prócsimo contase con uno. Lle- el dia señalado, y á las siete de la no- che nuestro profesor de anatomia pasó al anfiteatro, cuya entrada embarazaba la nu- merosa concurrencia. En el centro de la sa- la habia una mesa en la que yacia el ca- dáver, cubierto con un lienzo. Despues de un corto discurso Ridgway se aprocsimó al cuer- po y levantó el paño que le ocultaba; pe- ro apenas lo hubo hecho cuando se con- trajeron sus facciones, apareciendo en ellas una espresion de asombro feroz; temblaron todos sus miembros, y tomando un largo escalpelo cortó con una ajitacion convul- siva la cabeza del ajusticiado: en seguida, teniéndola asida de los cabellos, la le- vantó á la altura de sus ojos y esclamó con voz ahogada, despues de haberla ecsamina- do largo rato atentamente: - ¡Ojalá te hubiera tratado de esta mis- ma suerte la primera vez que te tuve en- tre mis manos!... Ahora viviré tranquilo. Nadie alcanzaba á comprender aquellas estrañas palabras, y toda la asamblea sor- prendida fijó en el profesor miradas de ad- miracion; mas Ridgway recobró prontamente su serenidad, y prosiguió sus demostracio- nes con tal precision y talento que absor- vieron en breve la atencion de los oyen- tes. Cuando concluido el acto se quedó so- lo en el anfiteatro, colocó la cabeza del cadáver en un bocal lleno de espíritu de vino, y en el rótulo escribió dos fechas. Por espacio de muchos años sus mas ín- timos amigos no pudieron conseguir de él ninguna aclaracion sobre las palabras que habia dirijido al cadáver del ajusticiado; y solo cuando se hallaba hacia el fin de sus dias refirió á su único hijo que el cuerpo de Harry Spalding, dos veces ahorcado, se habia visto tambien dos veces en su mesa de diseccion. RAMILLETE. Dice un periódico frances que un es- critor, dedicado hace mucho tiempo á los tra- bajos de la prensa, ha inventado, á lo que parece, una máquina para el uso de la es- tenografia. Este aparato, que dicen ser de una combinacion sumamente injeniosa y fun- LA GALLINA DE HONORIO. En 410 el rey godo Alarico acababa de invadir por segunda vez la Italia; y Roma, que se habia rescatado por una enorme cantidad de dinero, fué entregada á los ene- migos por los esclavos sublevados, cayen- do en poder de los bárbaros sus inmensas riquezas. El emperador de Occidente, Ho- norio, que habia trasladado su residencia á Ravena, interponiendo las lagunas del mar Adriático entre su persona y los godos, su- po la pérdida de su capital por el esclavo encargado de cuidar las aves del palacio imperial. -«¡Cómo es eso! esclamó el emperador, consternado; «dices que se ha perdido Ro- ma? Pues si hace un momento que estuvo comiendo en mi mano! Habló así, creyendo que era su gallina favorita, que tambien se llamaba Roma, la que se habia perdido; y no se tranquilizó hasta que supo que no se trataba de ella, sinó de la capital de su imperio. -«Respiro! dijo entonces; pero he lle- vado muy mal rato, pues entendí que se me hablaba de mi querida gallina. «Tan estúpido era como todo esto! es- clama el historiador griego Procopo, que refiere esta anécdota. Honorio era digno, segun lo prueba lo que llevamos espuesto, de ser comparado con cierto bajá, que mientras que los enemigos entraban por asalto en la plaza de que era gobernador, se ocupaba en buscar dos ca- narios que cantasen en el mismo tono. dado en un sistema enteramente nuevo, pare- ce tener una superioridad incontestable sobre los procedimientos empleados hasta el dia con relacion á la prontitud, precision y econo- mía del trabajo. En la academia de nobles artes de - diz se hallan espuestos dos hermosos retra- tos, pintados por el conocido profesor Don José Vallespin, que estan mereciendo los elo- jios de todos los intelijentes de aquella ca- pitan. Dicen que son dos obras de un - rito singular. El señor Romera ha escojido para su be- neficio el drama en cuatro actos, de gran- de espectáculo, titulado la Caverna de Que- rugal. Tenemos muy buenas noticias de es- ta produccion. Acaba de ejecutarse en Venecia, con un écsito asombroso, Boniforio de Jerenni, ópe- ra del príncipe Poniatowski, único descen- diente en la actualidad de los reyes de Po- lonia. El drama Un rebato en Granada ha alcanzado en Madrid un écsito regular, siendo llamado á las tablas un jóven autor el se- ñor Cañete, que ya en la ciudad del Darro y del Jenil obtuvo algunos triunfos en la escena. La noche del lúnes se ejecutaron en el teatro del Príncipe de la corte LOS MIS- TERIOS DE MADRID, novela dramática, orijinal, debida á la pluma de los señores Don- cel y Olona. Esta produccion tiene algunos cuadros muy bien bosquejados y que fue- ron bastante aplaudidos, con especialidad el de La puerta del Sol. La decoracion pin- tada por el señor Abrial gustó tanto por su verdad y singular efecto, que el público le hizo presentarse en la escena y le colmó de aplausos. En la noche del 12 se cantó La Sonam- bula en el teatro de la Cruz, en cuya ópe- ra se presentó por primera vez en Madrid el señor don Lázaro Puig (Flavio.) Fué bastante aplaudido por el público, lo mis- mo que la señora Tirelli. Esperan en Madrid de un momento á otro al tenor Guaslo, ajustado para el tea- tro de la Cruz de aquella corte. Nuestro corresponsal de Granada con fe- cha del 20 nos dice: Son tan escasas las entradas en el tea- tro, que don Mariano Fernandez queria, en union con el señor Pastrana, rescindir su contrata con la empresa y pasar á esa para dar algunas funciones; sin embargo han desistido, aunque hay noche que no llegan á cincuenta las personas que presen- cian el espectáculo. El señor Calvo, que no toma parte en las funciones de esta quin- cena, es el que piensa hacer proposiciones á los empresarios de esa ciudad, ó creo que ya las ha hecho: no deben ser desantendi- das, pues todos reconocen su indisputable mérito. Y para acabar de una vez con es- tas noticias teatrales diré á Vsted que Vale- ro se resiste á venir porque no le han apron- tado todo el cuantioso préstamo que ecsi- jió. Bajo malos auspicios comienza la nue- va empresa. El distinguido poeta don Miguel de los Santos Alvarez ha estado aquí tres dias: viene de esa y mañana sale para Madrid. TEATRO. Hoy, á las siete de la noche, se ejecutará un gran concierto vocal é instrumental en el órden siguiente: 1.º Sinfonía de la ópera Guillermo Tell. 2.º Cavatina de la ópe- ra de El barbero de Sevilla, por la señora doña Josefa Garcia Morales. 3.º Duo de la ópera Julieta y Romeo, de Bellini, cantado por la señora Garcia y su discípula doña Cristina Reyes, quien solo por hacer merced á su maestra y sin interes alguno, se ha prestado á cantar en este concierto. 4.º Cavatina de la misma ópera, por la es- presada doña Cristina Reyes. 5.º Sinfonía de la ópera El Pirata. 6.º Rondó y es- cena del Belisario, música del maestro Donizetti, por la señora Garcia. 7.º Cavatina del primer acto de la misma ópera, por la señora Reyes. 8.º Duo de Las prisiones de Edimburgo, de Ricci, por las señoras Garcia y Reyes. 9.º La Colasa, por la señora Reyes. = A 4 reales. Imprenta y librería de los SEÑORES CABRERA Y LAFFORE, edi- tores, calle de Granada, número 74.

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