CODEMA19-LAAMEN-184445-6
CODEMA19-LAAMEN-184445-6
Resumen | Número 17 de "La Amenidad. Periódico semanal de literatura, modas y teatros" |
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Archivo | University of Connecticut |
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Typology | Otros |
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Fecha | 23/02/1845 |
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Lugar | Málaga |
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Provincia | Málaga |
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País | España |
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[margen superior: NÚMERO 17. 23 DE FEBRERO DE 1845.] LA AMENIDAD.
PERIODICO SEMANAL DE LITERATURA,
MODAS Y TEATROS.
No se admiten suscriciones á este periódico, sinó en union con El Indispensable. Puede verse
cualquiera de sus números para saber las condiciones, precio, notables ventajas que se conceden etcétera.
SOBRE LOS PÁJAROS IMITADORES.
EL BURLON.
(Tardus Polyglotus.)
Elu-
sio a-
firma
haber
visto
en ca-
sa del
baron de Sainte-Aldegonde
un loro, que siempre que se
acercaba á él alguno pa-
ra hacerle hablar soltaba
grandes risotadas, esclamando
despues con acento burlon: ¡Je-
sus, qué necio es este que me
hace reir! Muchas personas,
que oian al pájaro por la pri-
mera vez, se alejaban de él
confundidas, pensando que se burla-
ba de ellas, y sin reflecsionar que
aquello no podia ser otra cosa
que la repeticion maquinal de una
frase enseñada al loro.
Por mas estraño que parezca, no es sinó
muy verdadero que ecsisten en el mundo in-
finidad de sujetos que, no pudiendo creer
que el don de la palabra sea distinto del
de la intelijencia, no tendrian reparo en con-
sultar á un loro sobre sus negocios parti-
culares, pidiéndole, por ejemplo, números
para jugar á la lotería, pues la reputacion
de estas aves se halla tan bien sentada entre
los ignorantes, que ni aun es necesario el
que hablen para que las supongan dotadas
de ideas y sentimientos análogos á los nues-
tros, y las crean sensibles al ridículo é in-
clinadas á la burla y al sarcasmo. No ha-
ce mucho tiempo que, hallándonos en una
botica, vimos á una mujer anciana ecsaspe-
rada por la cólera, porque suponia que uno
de estos pájaros se burlaba de ella repitien-
do sus palabras é imitando su voz. Con efec-
to, entró tosiendo, y al punto el loro em-
pezó á toser tambien con la misma violen-
cia y continuacion que ella. La pobre mu-
jer hacia despues esfuerzos para escupir, y
el animal tambien queria arrancar al pa-
recer con gran trabajo alguna cosa que le
molestaba en la garganta. La imitacion no
podia ser mas perfecta; pero la escena que
se prolongaba, divirtiéndonos sobremanera
á todos los presentes, estuvo á punto de ser
fatal al ave, pues irritada la vieja al no-
tar que era objeto de la risa jeneral, se
abalanzó á ella para torcerle el cuello, lo
que indudablemente hubiera ejecutado á no
impedírselo nosotros.
Inútil nos parece decir que en estas cir-
cunstancias, lo mismo que en todas sus se-
mejantes, el ave no hace mas que repetir
lo que se le ha enseñado, y por consiguien-
te no es un pájaro burlon, sinó un pájaro
imitador.
No es solo el loro, segun saben todos,
el que posee la facultad de imitar, sinó que
tambien hay otras muchas aves que han re-
cibido igual don de la naturaleza, aunque
no con tanta perfeccion. Algunos naturalis-
tas han querido sostener que este privilejio
pertenecia esclusivamente á las especies, cu-
yo canto natural es desagradable, ó por lo
menos que ninguna otra podia imitar la voz
humana. Semejante error proviene sin du-
da de que jeneralmente solo se enseña esa
charla ó imitacion de la voz del hombre á
los grajos, urracas, cuervos y otras varias
aves, que todas, con efecto, tienen un can-
to desapacible; pero precisamente por esta
misma razon gustamos de enseñarles otro mas
grato á nuestros oidos. De cualquier modo
que sea, no cabe duda en que no es esta
especie la única que puede aprender á
hablar, es decir, á articular palabras: el es-
tornino, que canta bastante bien, pronun-
cia muy claro y en poco tiempo frases en-
teras, y el canario, cuyos gorjeos son tan agra-
dables, puede aprender á hablar tan bien co-
mo á repetir la música que se le enseña. Nos-
otros hemos tenido ocasion de escuchar á
uno, que no tuvo mas maestro que una co-
torra, cuya jaula se hallaba contigua á la
suya, y que decia todo cuanto le habian en-
señado á su compañera. Hasta los ruiseño-
res son susceptibles de pronunciar perfec-
tamente algunas palabras; y si hubiésemos
de dar crédito á cierta historia referida por
Conrado Gesner (libro III., página 534), los hay
tan hábiles que pueden repetir una conver-
sacion entera.
Es probable que los pájaros que estan
privados de la libertad y apartados de sus
compañeros naturales aprendan á repetir un
canto, un trozo de música ejecutado en un
organillo, ó las palabras que oyen con fre-
cuencia, solo con el objeto de asociarse,
por decirlo así, á lo que pasa en torno su-
yo; porque como es muy difícil que se re-
signen á un aislamiento absoluto, y no pu-
diendo nada de cuanto los rodea respon-
derles en su lengua natural, aprenden ellos
la lengua de aquellos con quienes vi-
ven.
Los ruiseñores son pájaros muy poco so-
ciables: jamas se los ve reunidos en banda-
das como los jilgueros, pardillos, verdero-
nes etcétera; sin embargo, si por acaso dos rui-
señores llegan á construir sus nidos en un
mismo bosque, y bastante cercano el uno
al otro para poderse oir, su canto es enton-
ces mas vivo, mas variado y mas frecuen-
te, estableciéndose entre ellos una lucha mu-
sical, en la que mutuamente procuran des-
plegar todas sus facultades para vencer á
su rival. Si en las inmediaciones del paraje
en que el ruiseñor tiene su nido no se en-
cuentra ningun pájaro de su especie, cuida
de que á lo menos se halle inmediato á un
eco para que su voz sea repetida por al-
guna cosa.
Se ha observado que este jénero de emu-
lacion no es escitado nunca entre los pá-
jaros que disfrutan libertad sinó por el can-
to de los de su propia especie: un ruiseñor ja-
mas responde á una curruca, ni una par-
dilla á un verderon. Cada ave tiene su idio-
ma particular, y al parecer no entiende el
de las otras. Sin embargo, el grito de alar-
ma es comprendido por todos los pájaros,
aunque le pronuncie cada especie de un mo-
do distinto.
La curruca y algunos otras aves tienen
un canto parecido al del ruiseñor; pero es
natural y en manera alguna imitado, probán-
dolo suficientemente el que varias de ellas
han nacido y se han criado en jaulas en lo
interior de las poblaciones, sin que nunca ha-
yan podido oir el canto de aquel; y sin em-
bargo mezclan el suyo con algunas notas,
trinos y gorjeos propios del rey de los bos-
ques.
Los pájaros burlones de mayor celebridad
no pertenecen á nuestro suelo, y solo se
crian en los parajes templados de la América
septentrional, tales como el grajo azul, el ma-
naquin hablador, y sobre todo el pájaro á
quien llaman por escelencia el burlon (turdus
polyglotus).
Hace mucho tiempo que el burlon ame-
ricano ha llamado la atencion de los euro-
peos que han recorrido el Nuevo Mundo, por
la variedad de sus notas y la estension de su
voz, y especialmente por la facultad que se le
atribuye de poder imitar el canto ó el grito
de los demas animales. Segun Fernandez,
Nieremberg, Hans, Sloane y otros autores no
se contenia solo con imitar lo que oye, sinó
que embellece todo lo que reproduce y da
á cada acento, á cada sonido que remeda una
gracia y una dulzura particular. Hasta á los
mismos indijenas les admiran las facultades
de este pájaro, y lo comprueba bastante el
que en el lenguaje mejicano se designe al
burlon con el nombre de cencoutlatotli, es
decir, el pájaro de las cuatrocientas len-
guas.
El burlon es de la misma familia que
nuestro tordo comun (turdus músicus), pá-
jaro que tambien canta perfectamente, y
cuya voz es tan celebrada en Escocia co-
mo entre nosotros la del ruiseñor. Su magni-
tud es con corta diferencia la misma del
zorzal: su plumaje nada tiene de hermoso;
y aunque sus formas sean bastante elegan-
tes, realmente solo por su canto puede lla-
mar la atencion; pero este canto es de tal
dulzura y brillantez que nada puede igua-
larle.
Cuando en una hermosa mañana el pá-
jaro se posa en una rama y deja oir su
voz sonora, todos los trinos que se escu-
chan en los arbustos y árboles inmediatos,
y que en otra circunstancia encantarian el
oido, quedan entonces olvidados. El bur-
lon compone por sí solo una orquesta en-
tera; hace hablar sucesivamente á todos los
instrumentos, y aun algunas veces pudiera
decirse que hace hablar á varios á un tiem-
po. Esta música se prolonga sin interrupcion
horas enteras, y hasta el mismo animal pa-
rece gozar de un delicioso éstasis: todo su
cuerpo tiembla, ajita convulsivamente las
alas medio desplegadas, y aun sucede en oca-
siones que es tal su entusiasmo, que no pue-
de permanecer quieto en un sitio: sal-
ta, vuela, se mece en el aire, dejando
oir las mas brillantes notas de su canto,
y despues su voz se debilita por grados,
mientras que vuelve á bajar insensiblemen-
te y se coloca otra vez en la rama en que
antes de hallara.
Momentos hay en que su canto no es
sostenido, sinó que solo deja oir notas suel-
tas ó frases que pertenecen á otras aves y
que engañan frecuentemente á los cazado-
res. Algunas veces remeda el grito del ga-
vilan, y afirman entonces que los pajari-
llos que le oyen vuelan asustados. En una
palabra, no hay ruido alguno de cuantos
son comunes á los bosques, que no se en-
cuentre mas ó menos imitado en los dife-
rentes acentos del burlon.
Esta variedad de entonacion, que es na-
tural al pájaro, le proporciona cuando se
halla reducido al estado de cautiverio gran
facilidad para reproducir lo que oye, y en-
tonces, sí, que se hace realmente imitador
hasta un estremo casi increible: silba como
los cazadores, y el perro que se encuentra
tendido al lado del fuego endereza las ore-
jas, mueve la cola, se levanta y corre ha-
cia su amo; pia á imitacion de un pollue-
lo, y la gallina acude arrastrando las alas
y con las plumas erizadas para defender á
su cria. Con la misma perfeccion remeda
el ladrido del perro, el maullido del gato
etcétera etcétera.
Lo mismo que todas las aves imitadoras, no
guarda consecuencia alguna en sus imita-
ciones; y asi es que despues de haber re-
medado con una perfeccion inconcebible
el canto del canario, se detiene de pronto en
medio de un trino para dejar oir el chirri-
do de la rueda de una carreta ó el de
la sierra del lapidario. Felizmente no
renuncia nunca á su canto natural, y es el
solo que ejecuta durante la noche, porque
este pájaro, lo mismo que nuestros ruiseñores,
gusta de cantar cuando todo es silencio.
El burlon no huye de la vecindad del
hombre, y muchas veces suele establecer
su nido en un jardin inmediato á una quinta,
no cuidándose tampoco ocultarle mucho;
pero siempre se halla pronto á defenderle,
sea de los animales ó de las personas.
Si se le coje con red, se domestica fá-
cilmente, y su canto en este caso es mas
perfecto y se conserva mas puro de toda
mezcla estraña que cuando ha sido sustrai-
do del nido y criado lejos de los bosques.
Un burlon escojido y con mucha estension
de voz se vende bastante caro, y en los
Estados Unidos se ha pagado por algunos hasta
cincuenta y aun cien duros; mas su precio co-
mun es de doscientos cincuenta á trecien-
tos reales.
HARRY SPALDING.
ANÉCDOTA.
(Conclusion.)
Al siguiente dia y en los sucesivos fué
preciso discurrir el modo de llevar la co-
mida á Spalding sin despertar sospechas en
Molly. Felizmente la anciana se acostaba
muy temprano, y cuando esta se retiraba
al cuarto que ocupaba en el segundo piso,
el jóven medico enviaba á una hostería bas-
tante lejana por una abundante cena, que el
ex-ahorcado se llevaba á su habitacion, y
cuyos restos le servian para comer al otro
dia. Pasóse toda la semana de esta suerte,
sin que Spalding manifestase intenciones de
marchar; y pareciéndole á Ridgway con-
veniente recordarle lo que habia prometido,
le respondió con la mayor frescura:
– No puedo decidirme á dejar tan pronto
vuestra casa, y veo con sentimiento lo po-
co grata que os es mi compañia. Sin em-
bargo, hago todo lo posible por no inco-
modaros en lo mas minimo, obedeciendo
esactamente vuestras órdenes y permane-
ciendo encerrado todo el dia en mi cuarto,
sin tratar de salir de él, aunque no me es
dificir abrir la puerta. Creo, es bien cierto,
que hablo durante mi sueño; pero nadie puede
enconces oirme. Mientras yo esté en vuestra
casa no teneis nada que temer; si volviese á
mi anterior vida, ya seria otra cosa muy dis-
tinta: por lo tanto es mucho mas pru-
dente que siga aqui oculto todavia uno ó
dos meses, y espero que conociéndome en-
tonces mejor, seréis tambien algo mas be-
névolo conmigo.
Manifestando Spalding una resolucion tan
firme, Ridgway hubiérase visto para despren-
derse de él en la necesidad de recurrir á
la fuerza, y semejante medida no era prac-
ticable, pues que habiendo sustraido á la
vindicta pública á un malhechor condena-
do á la pena capital, el joven médico se
habia espuesto con esta imprudencia á ser
castigado por la ley; lo que cuidaba de
recordarle con bastante frecuencia el oficioso
ladron. Trascurrióse un mes de esta mane-
ra, sin cambiar en nada la posicion del po-
bre cirujano.
Una noche, al ecsaminar este algunos
papeles, tomó casualmente aquel en que se
hallaba impresa la relacion de los últimos
momentos de Harry Spalding, y habién-
dola vuelto á leer le preguntó si los de-
talles dados acerca de su vida eran verda-
deros. Spalding le arrebató el pliego de
sus manos, y despues de haberle recorri-
do con una inquietud febril, esclamó, ar-
rojándole en la mesa:
– Es falso todo eso; no es mas que un
tejido de mentiras desde la primera palabra
hasta la última. Pretenden que mis padres
no eran honrados; no eran ¡voto á brios!
sinó demasiado honrados, pues si el autor
de mis dias no hubiese sido de principios
tan rijidos, quizas yo no habria sido tan per-
verso: por pequeña que fuera una man-
cha de polvo que adviniese el domingo en
mi vestido ó en mis zapatos, me daba cruel-
mente de bofetadas, alegando que no era
decente presentarme en la iglesia de aquel
modo; si por desgracia, cuando íbamos á
comer, no sabia repetir el sarmon que ha-
biamos oido aquel dia, me prohibia el sen-
tarme á la mesa, castigándome á pan y agua
y diciéndome que todavia era aquel man-
jar demasiado esquisito para un pagano co-
mo yo. Conviene tambien saber como me
desquité de tanta opresion luego que falle-
ció el buen hombre: eran mis amigos to-
dos los pillos del pueblo; pasaba con ellos
los domingos reparando el tiempo perdido,
y como yo tenia el bolsillo mejor provis-
to que muchos de ellos, es escusado de-
cir que era siempre el primero en el juego.
Al principio jugábamos al chito; pero de este
se pasó al dominó y despues á los naipes;
y aun cuando mi madre manifestaba el ma-
yor sentimiento al verme entregado á seme-
jante vida, me interesaban mucho menos
sus lágrimas que el dinero con que espe-
raba ayudar á mis compañeros. Sin embar-
go, á decir verdad, la suerte no siempre me
era favorable; por otra parte lo que gana-
ba pronto lo gastaba, y á fuerza de ju-
gar, de pagar por mis amigos, de dejar-
me desollar y de derrochar en las taber-
nas, concluí por no tener ni un maravedí;
y entonces me era terrible no poder ni
comprar una pinta de cerbeza ni sostener
el juego, y por consiguiente no cesaba de
atormentar á mi madre para que me sumi-
nistrase metálico; mas ella me respondia siem-
pre: «Trabaja y ocúpate los domingos en ro-
gar á Dios.» Hice á la sazon conocimien-
to con cierto jóven de Londres, que resi-
dia hacia algunas semanas en nuestro pue-
blo. No sé como él se las compuso; pero
lo cierto de ello es que llegó a dominarme
en tales términos que al cabo de algunos
dias no me era posible dar un paso sin él.
Le referí en el compromiso que me ponia
la mezquindad de mi madre, y me dijo:
– Pero ella debe tener dinero, y tú sa-
brás precisamente donde le oculta. Es nece-
sario por lo tanto que te apoderes de él.
Yo le respondí que todo el dinero de
la casa le guardaba mi madre en un co-
frecillo, cuya llave llevaba siempre consigo.
- «Pues si no es mas que eso, repuso,
nada hay mas fácil que abrirle.» Y en-
tonces agarró un clavo, que torció de
cierta manera, y me enseñó como debia ser-
virme de él para abrir cualquiera cerradu-
ra. Sí, doctor, á espensas de mi anciana ma-
dre hice mi primer ensayo, y me pareció tan
fácil forzar de aquella manera las cerradu-
ras, que en breve llegué á fracturar la de
los mostradores de las tabernas, por cuya
razon pude desde entonces beber y diver-
tirme con mis amigos á mi satisfaccion,
pues el dinero que desembolsaba por la ma-
ñana volvia á entrar por la noche en mi
bolsillo. Al principio la suerte nos prote-
jia, mas al cabo esta se cansó y las cosas
tomaron un aspecto desventajoso. Fowler y
yo conocimos que nos habiamos hecho sos-
pechosos, y que cuando hablábamos á las per-
sonas del pueblo apenas nos respondian.
Nos convencimos, pues, de que era menes-
ter abandonar aquel país, y partimos á Lon-
dres, donde nos alojamos juntos en una ca-
llejuela del Bourg. Mi compañero era un
mozo de corazon y no tardó mucho en en-
señarme los secretos de su oficio. Vos sa-
beis el término que ha tenido todo esto.
La horca, que está dibujada en la parte su-
perior de ese pedazo de papel, es lo úni-
co verdadero que en él se encuentra.
Pocos dias despues de esta conversacion
Ridgway tomó en traspaso la botica de un
medico-farmacéutico, establecido en el West-
End; y á mas del adelanto que se prome-
tia con esta adquisicion, se lisonjeó con la
esperanza de que mudando de domicilio sa-
cudiria en fin el yugo que pesaba grave-
mente sobre él hacia muchos meses. Cuan-
do informó á Spalding del dia señalado
para su mudanza, este se contentó con res-
ponder que se alegraba de dejar aquel cuar-
tel tan malo. Poco satisfecho Ridgway de
esta respuesta le declaró en términos muy
formales que le era imposible seguir por
mas tiempo en relaciones con él, y que de-
bía en fin pensar seriamente en apartarse
de su lado.
– Bien, corriente, respondió el ladron: ya
sé lo que me resta que hacer.
Llegada la última noche que debia pa-
sar en el Bailey, Spalding consintió en dejar
su asilo; mas al amanecer del dia siguiente
llamó á la puerta de la nueva casa de su
protector, y protestando que venia del cam-
po para hacer una consulta al jóven médi-
co sobre una enfermedad que padecia, y
de que ya tenia conocimiento, solicitó y ob-
tuvo el permiso de esperarle en la botica.
Puede juzgar el lector de la desagradable
sorpresa que esperimentó Ridgway cuando
al venir á ocupar su nuevo domicilio halló
en él á su jenio malo, de quien se creia
ya libre para siempre.
– Sí, señor; soy yo todavia, dijo Spal-
ding, y veo con pesar que no me dispen-
seis vuestra amistad; pero no temais nada.....
He finjido ser uno de vuestros enfermos,
y será cosa fácil persuadir á vuestros nue-
vos criados de que me he hospedado en
vuestra casa para sujetarme á un riguroso
método de curacion; en cuyo caso no ten-
dréis ya necesidad de ocultarme de ellos ni
de hacerme traer la comida de contrabando.
Inútil es decir que me contentaré con el
peor cuartucho, ó si es preciso con el des-
van, y que cuidaré de sustraerme á la vis-
ta de las personas que vengan á visita-
ros.
Nuestro jóven médico, indignado al ver
tanta impudencia, mandó al ladron que se
marchase inmediatamente, añadiendo con tono
furioso que si no queria hacerlo no le fal-
tarian medios para obligarle á ello.
No, no, respondió con tranquilidad Spal-
ding; no cometeréis semejante imprudencia,
porque no podeis haber olvidado el com-
promiso que habeis contraido para con la
policía; creedme: es mucho mejor no des-
pertar ideas; ademas vos teneis muy buen
corazon para que no deis tiempo á un des-
graciado como yo para entrar en la senda
de la virtud. Esto no es ecsijir dema-
siado.
Ya fuese que Ridgway cediera á temo-
res bien ó mal fundados, ó que su natural
bondad le impidiese emplear medios estre-
mos contra un hombre, que á pesar de
sus malos antecedentes en nada habia abusa-
do de la hospitalidad; y en una palabra
cualesquiera que fueran las razones de su
decision, lo cierto es que no tuvo valor pa-
ra poner en práctica sus amenazas, obte-
niendo por el contrario Spalding el permi-
so de ocupar una guardilla, á donde acto
continuo fué á instalarse. Con el objeto de
que á los criados no les llamase la atencion
el no verle salir nunca, les dió á enten-
der que padecia una afeccion grave en las
articulaciones, y que por esta causa tenia que
estar casi constantemente cerrado en su
cuarto. Conocido entre la familia de la casa
con el nombre de Tomas, cuidaba mucho de no
dejarse ver por ningun estraño, logrando
tambien muy pronto hacerse casi olvidar de
los criados, cuya familiaridad no admitia de
ninguna manera su carácter adusto.
Nuestro jóven médico, encargado ahora
de una numerosa clientela, que se aumen-
taba cada dia mas, estaba tan ocupado con
sus visitas y permanecia tan poco tiempo en
su casa, que casi nunca veia á su pretenso en-
fermo. No teniendo porque preocuparse con
semejante idea concluyó por no pensar en
él, aun cuando pueda parecer cosa es-
traña, Spalding estuvo de esta suerte mas
de dos años en su casa.
Sin embargo, una noche en que Ridg-
way, recostado en su paltrona y puestos los
pies en los morillos de la chimenea se en-
tregaba á alhagüeñas reflecsiones relativas
á la rapidez con que habia progresado en
su carrera, de repente ve abrirse la puerta
de su gabinete y presentarse Spalding. El
facultativo se estremeció con la presencia
del importuno huésped.
– Para serviros, doctor, dijo el ladron.
Estoy firmemente persuadido de que es pre-
ciso tomar una determinacion: he llegado á
cansarme de estar encerrado en una jaula,
como un leon de la casa de fieras, y vengo
á despedirme de vos. Habeis sido muy bue-
no para conmigo, y jamas me olvidaré de
vuestros beneficios, lo mismo que vos con-
servaréis de mí, no lo dudo, una eterna
memoria. Lo único que os pido es que me
deis cuatro ó cinco chelines para poder
dejar á Londres é ir á buscar mi vida á
cualquier otro punto; haré cuanto esté en
mi mano para ganar mi sustento, y no se-
rá culpa mía por no lograrlo honrada-
mente me veo precisado á volver á mi
antiguo oficio.
– Que decis? esclamó Ridgway; despues
de tres años de una conducta irrepensible,
no permita Dios que os entregueis de nue-
vo á los crímenes que os conducirian irre-
misiblemente al mismo paraje del que por
una casualidad casi milagrosa os habeis li-
brado. Habeis tenido tiempo de reflecsio-
nar las consecuencias de vuestra anterior
conducta.... deseo de todo corazon que
no las olvideis, y para entretanto que po-
dais procuraros con que vivir honradamen-
te ahí teneis este bolso, que os pondrá á
salvo de la indijencia y de las malas tenta-
ciones. Ojalá que hagais buen uso de él!
Y diciendo esto, alargó al ladron el bol-
sillo, que contenia muchas monedas de oro.
Gracias, doctor, gracias; que Dios os
colme de felicidades para recompensaros
los beneficios que habeis dispensado al po-
bre Harry Spalding.
Algunos segundos despues Ridgway oyó
abrir la puerta de la calle y cerrarla en
seguida, y el finjido cojo se marchó apre-
suradamente de la casa.
La fortuna continuó sonriendo á nues-
tro cirujano, y algunos años despues de es-
te acontecimiento gozaba ya de un grande
crédito, no solo como práctico sinó tam-
bien como profesor de anatomía. Al ver
que se acrecentaba rápidamente el núme-
ro de sus discípulos resolvió convertir en un
pequeño anfiteatro una parte de su casa,
cuyo proyecto puso inmediatamente en eje-
cucion. A principios del invierno estaba
completamente acabado, y Ridgway trató en-
tonces de procurarse un cadáver para la
apertura de su curso. Con este motivo es-
cribió al verdugo, y este le contestó que pa-
ra el lúnes prócsimo contase con uno. Lle-
gó el dia señalado, y á las siete de la no-
che nuestro profesor de anatomia pasó al
anfiteatro, cuya entrada embarazaba la nu-
merosa concurrencia. En el centro de la sa-
la habia una mesa en la que yacia el ca-
dáver, cubierto con un lienzo. Despues de un
corto discurso Ridgway se aprocsimó al cuer-
po y levantó el paño que le ocultaba; pe-
ro apenas lo hubo hecho cuando se con-
trajeron sus facciones, apareciendo en ellas
una espresion de asombro feroz; temblaron
todos sus miembros, y tomando un largo
escalpelo cortó con una ajitacion convul-
siva la cabeza del ajusticiado: en seguida,
teniéndola asida de los cabellos, la le-
vantó á la altura de sus ojos y esclamó con
voz ahogada, despues de haberla ecsamina-
do largo rato atentamente:
- ¡Ojalá te hubiera tratado de esta mis-
ma suerte la primera vez que te tuve en-
tre mis manos!... Ahora viviré tranquilo.
Nadie alcanzaba á comprender aquellas
estrañas palabras, y toda la asamblea sor-
prendida fijó en el profesor miradas de ad-
miracion; mas Ridgway recobró prontamente
su serenidad, y prosiguió sus demostracio-
nes con tal precision y talento que absor-
vieron en breve la atencion de los oyen-
tes. Cuando concluido el acto se quedó so-
lo en el anfiteatro, colocó la cabeza del
cadáver en un bocal lleno de espíritu de
vino, y en el rótulo escribió dos fechas.
Por espacio de muchos años sus mas ín-
timos amigos no pudieron conseguir de él
ninguna aclaracion sobre las palabras que
habia dirijido al cadáver del ajusticiado; y
solo cuando se hallaba hacia el fin de sus
dias refirió á su único hijo que el cuerpo
de Harry Spalding, dos veces ahorcado, se
habia visto tambien dos veces en su mesa
de diseccion.
RAMILLETE.
Dice un periódico frances que un es-
critor, dedicado hace mucho tiempo á los tra-
bajos de la prensa, ha inventado, á lo que
parece, una máquina para el uso de la es-
tenografia. Este aparato, que dicen ser de
una combinacion sumamente injeniosa y fun-
LA GALLINA DE HONORIO.
En 410 el rey godo Alarico acababa de
invadir por segunda vez la Italia; y Roma,
que se habia rescatado por una enorme
cantidad de dinero, fué entregada á los ene-
migos por los esclavos sublevados, cayen-
do en poder de los bárbaros sus inmensas
riquezas. El emperador de Occidente, Ho-
norio, que habia trasladado su residencia á
Ravena, interponiendo las lagunas del mar
Adriático entre su persona y los godos, su-
po la pérdida de su capital por el esclavo
encargado de cuidar las aves del palacio
imperial.
-«¡Cómo es eso!“ esclamó el emperador,
consternado; «dices que se ha perdido Ro-
ma? Pues si hace un momento que estuvo
comiendo en mi mano!“
Habló así, creyendo que era su gallina
favorita, que tambien se llamaba Roma, la
que se habia perdido; y no se tranquilizó
hasta que supo que no se trataba de ella,
sinó de la capital de su imperio.
-«Respiro!“ dijo entonces; pero he lle-
vado muy mal rato, pues entendí que se
me hablaba de mi querida gallina.“
«Tan estúpido era como todo esto!“ es-
clama el historiador griego Procopo, que
refiere esta anécdota.
Honorio era digno, segun lo prueba lo
que llevamos espuesto, de ser comparado con
cierto bajá, que mientras que los enemigos
entraban por asalto en la plaza de que era
gobernador, se ocupaba en buscar dos ca-
narios que cantasen en el mismo tono.
dado en un sistema enteramente nuevo, pare-
ce tener una superioridad incontestable sobre
los procedimientos empleados hasta el dia con
relacion á la prontitud, precision y econo-
mía del trabajo.
En la academia de nobles artes de Cá-
diz se hallan espuestos dos hermosos retra-
tos, pintados por el conocido profesor Don
José Vallespin, que estan mereciendo los elo-
jios de todos los intelijentes de aquella ca-
pitan. Dicen que son dos obras de un mé-
rito singular.
El señor Romera ha escojido para su be-
neficio el drama en cuatro actos, de gran-
de espectáculo, titulado la Caverna de Que-
rugal. Tenemos muy buenas noticias de es-
ta produccion.
Acaba de ejecutarse en Venecia, con un
écsito asombroso, Boniforio de Jerenni, ópe-
ra del príncipe Poniatowski, único descen-
diente en la actualidad de los reyes de Po-
lonia.
El drama Un rebato en Granada
ha alcanzado en Madrid un écsito regular,
siendo llamado á las tablas un jóven autor el se-
ñor Cañete, que ya en la ciudad del Darro y
del Jenil obtuvo algunos triunfos en la escena.
La noche del lúnes se ejecutaron en el
teatro del Príncipe de la corte LOS MIS-
TERIOS DE MADRID, novela dramática,
orijinal, debida á la pluma de los señores Don-
cel y Olona. Esta produccion tiene algunos
cuadros muy bien bosquejados y que fue-
ron bastante aplaudidos, con especialidad el
de La puerta del Sol. La decoracion pin-
tada por el señor Abrial gustó tanto por su
verdad y singular efecto, que el público le
hizo presentarse en la escena y le colmó de
aplausos.
En la noche del 12 se cantó La Sonam-
bula en el teatro de la Cruz, en cuya ópe-
ra se presentó por primera vez en Madrid
el señor don Lázaro Puig (Flavio.) Fué
bastante aplaudido por el público, lo mis-
mo que la señora Tirelli.
Esperan en Madrid de un momento á
otro al tenor Guaslo, ajustado para el tea-
tro de la Cruz de aquella corte.
Nuestro corresponsal de Granada con fe-
cha del 20 nos dice:
Son tan escasas las entradas en el tea-
tro, que don Mariano Fernandez queria,
en union con el señor Pastrana, rescindir
su contrata con la empresa y pasar á esa
para dar algunas funciones; sin embargo
han desistido, aunque hay noche que no
llegan á cincuenta las personas que presen-
cian el espectáculo. El señor Calvo, que
no toma parte en las funciones de esta quin-
cena, es el que piensa hacer proposiciones
á los empresarios de esa ciudad, ó creo que
ya las ha hecho: no deben ser desantendi-
das, pues todos reconocen su indisputable
mérito. Y para acabar de una vez con es-
tas noticias teatrales diré á Vsted que Vale-
ro se resiste á venir porque no le han apron-
tado todo el cuantioso préstamo que ecsi-
jió. Bajo malos auspicios comienza la nue-
va empresa.
El distinguido poeta don Miguel de los
Santos Alvarez ha estado aquí tres dias:
viene de esa y mañana sale para Madrid.
TEATRO.
Hoy, á las siete de la noche, se ejecutará un gran concierto vocal é instrumental en
el órden siguiente: 1.º Sinfonía de la ópera Guillermo Tell. 2.º Cavatina de la ópe-
ra de El barbero de Sevilla, por la señora doña Josefa Garcia Morales. 3.º Duo
de la ópera Julieta y Romeo, de Bellini, cantado por la señora Garcia y su discípula
doña Cristina Reyes, quien solo por hacer merced á su maestra y sin interes alguno,
se ha prestado á cantar en este concierto. 4.º Cavatina de la misma ópera, por la es-
presada doña Cristina Reyes. 5.º Sinfonía de la ópera El Pirata. 6.º Rondó y es-
cena del Belisario, música del maestro Donizetti, por la señora Garcia. 7.º Cavatina del
primer acto de la misma ópera, por la señora Reyes. 8.º Duo de Las prisiones de
Edimburgo, de Ricci, por las señoras Garcia y Reyes. 9.º La Colasa, por la señora
Reyes. = A 4 reales.
Imprenta y librería de los SEÑORES CABRERA Y LAFFORE, edi-
tores, calle de Granada, número 74.
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