CODEMA19-LAAMEN-184445-5

CODEMA19-LAAMEN-184445-5

ResumenNúmero 13 de "La Amenidad. Periódico semanal de literatura, modas y teatros"
ArchivoUniversity of Connecticut
TypologyOtros
Fecha26/01/1845
LugarMálaga
ProvinciaMálaga
PaísEspaña

Javascript seems to be turned off, or there was a communication error. Turn on Javascript for more display options.

[margen superior: NÚMERO 13. 26 DE ENERO DE 1845.] LA AMENIDAD. PERIODICO SEMANAL DE LITERATURA, MODAS Y TEATROS. No se admiten suscriciones á este periódico, sinó en union con El Indispensable. Puede verse cualquiera de sus números para saber las condiciones, precio, notables ventajas que se conceden etcétera. EUJENIO SUE. [margen izquierda: imagen] Creemos intere- santes las siguien- tes noticias rela- tivas á un escri- tor, cuyo nom- bre no solo en Europa, sinó en todo el mundo ci- vilizado, ha lle- gado á hacerse conocido y popu- lar. Eujenio Sue na- ció en Paris el 10 de diciemnbre de 1804. Sus padri- nos fueron el príncipe Eujenio Beuhannais y la empera- triz Josefina, y su familia, que es muy anti- gua y oriunda hace muchos siglos de La- colme, inmediato á Cannes, en la Provenza, se ve representada todavia en aquel pais por M. Sué, oficial superior retirado, hermano del abuelo del célebre escritor. Su bisabuelo, su abuelo José y su padre Juan José fueron cirujanos y médicos de gran reputacion. José Sue dejó obras de ana- tomía muy notables, siéndole deudora la es- cuela médica francesa de los progresos de la patolojia de Gobio, que sucedió á la de Boerhave; y tanto José como Juan Jo- , graduados ambos en la universidad de Edimburgo, dieron á conocer en Francia por medio de multiplicadas traducciones los tra- bajos de la escuela médica de Escocia. El padre de Eujenio publicó tambien muchas obras, é hizo estudios curiosos sobre el su- plicio de los decapitados y sobre los efectos del galvanismo. Fué cirujano mayor de la Guardia Imperial en la campaña de Rusia, y despues de la restauracion médico de cama- ra del rey. José Sue vivió en amistad muy íntima con la emperatriz Josefina, con Fran- klin, Massena, Moreau y todos los demas hombres célebres de la época del Consulado. Hizo jenerosa donacion en favor de la aca- demia de Bellas Artes de una coleccion mag- nifica de anatomía comparada y de varios objetos de historia natural, vinculados en su familia por cuatro jeneraciones de médicos distinguidos. Este museo, que es de un va- lor considerable, forma galeria en el palacio de las Bellas Artes. Tambien Eujenio Sue, conforme á los de- signios de su padre, abrazó la carrera médi- ca y sirvió una plaza de cirujano de la fa- milia militar del rey, desempeñando igual destino en el estado mayor del ejército de España en 1823; y mas adelante, aunque en la misma campaña, en el 7.º rejimiento de artillería. Hallóse tambien en el sitio de Ca- diz y en la toma del Trocadero y de Tarifa. Abandonó el servicio de tierra por el de mar en 1824; hizo diferentes viajes a América, y despues de haber recorrido las Antillas, vol- vió al Mediterráneo y visitó la Grecia. En 1828 se halló a bordo de el Brestaie en el comba- te de Navarino. Al volver de esta campaña, renunció al servicio y a la medicina, que no tenia para él atractivo alguno; y encaminan- dose a Paris, pudo disfrutar de la vida - moda y harto opulenta que le proporciona- ban los bienes heredados de sus padres. En- tonces se dedicó a la pintura en los ratos que le dejaban libres las diversiones, tenien- do por maestro á su amigo Gudin. Un antiguo camarada que habia tenido en artillería le dijo en 1830: «las novelas de Cooper han hecho el Océano de moda. ¿Por- qué no escribes tus recuerdos de navegacion é introduces en Francia la novela mariti- ma?» No le pareció mal la idea á nuestro autor; y dejando los pinceles, cojió la plu- ma y publicó Kernock el Pirata. Aficionóse á aquella ocupacion, y animado por el buen écsito, continuó escribiendo, segun la inspi- racion de un jenio vivo y fecundo; y así vie- ron sucesivamente la luz pública muchas de sus obras, que podemos clasificar de esta manera: Novelas marítimas: Kernock el Pirata, Plick y Plock, Atar-Gull, la Salamandra y el Vijia de Koaliven. Historia marítima: Historia de la marina francesa en tiempos de Luis XIV; Compen- dio de la marina militar de todos los pue- blos. Novelas históricas: Latreaumont, Juan Cavallier, Letorieres, el Comendador de Malta. Novelas de costumbres: Arturo, la Cu- caracha, Dyleytar, la Fonda Lambert, Ma- tilde, etcétera. Dramas: Latreaumont, la Pretendiente, y varios melodramas de grande efecto. (En estas obras dramaticas tuvieron parte MM. Dinaux y Lojouvé.) Novelas filosóficas y sociales: Los Miste- rios de Paris, el Judio Errante. Las primeras obras de Eujenio Sue anun- cian un talento libre de preocupaciones y una naturaleza simpática y ardiente. A la par del injenio del narrador, y aun al lado de la pa- radoja se descubre siempre al observador sa- gaz que ve donde quiera el mal, y justifica el triunfo de la perfidia y la violencia. Has- ta en las narraciones menos artificiosas se advierte ya el vago sentimiento del trastorno social. Por fin, el instinto de un corazon jeneroso inspiró a Sue su hermosa obra de los Misterios de Paris. Vive Eujenio Sue en la parte alta del ar- rabal de San Honerato, y en una casa pe- queña cubierta de enredaderas y flores, que forman como una bóveda sobre el atrio. Su jardin está bellísimamente dispuesto, fresco y perfumado, y un surtido de agua murmu- ra apaciblemente entre juncos y cascadas. Desde la casa, por una galeria cerrada, llena de estatuas y de flores, se va á una pequeña puerta esterior, oculta bajo una roca artifi- cial. La habitacion se compone de tres piezas pequeñas bastante oscuras, á causa de las enredaderas y flores que cubren parte de las ventanas. Los muebles son encarnados con remates dorados, y la alcoba aislada, mas clara y de un color azulado. Reina cierta confusion por la multitud de aquellos y la profusion de colgaduras, y se advierte un poco de cada estilo: aquí gótico, allí del re- nacimiento, y mas alla algunos caprichos fran- ceses. La sala imita á una gruta, y apenas se ven las paredes entre la multitud de objetos artísticos, urnas, curiosidades de toda espe- cie, estatuas, pinturas, retratos de familia, obras maestras, y otras de artistas contem- poráneos, amigos suyos. Sobre las consolas se ven algunos vasos preciosos, obsequios de amistades femeninas: uno de ellos es presen- te recibido de una mano rejia. Por todas partes brillan nombres gloriosos: Delacroix, Gudin, Isabey, Vernet. Dentro de un mar- co se distingue un dibujo de madama de Lamartine con versos del célebre poeta; pe- ro hay un cuadro, que ocupa en un caballe- te sitio privilejiado en medio de todos aque- llos caprichos, y es un anacoreta de Isabey, que produce un efecto terrible por el con- traste que ofrece con aquel pequeño templo de voluptuosidad. Todos estos objetos ecsha- lan un dulce perfume, con el cual va mez- clado el puro olor de los cueros de Rusia. Los caballos y perros mas estimados de M. Sue, pintados por él mismo ó por Alfredo Dedreux, hacen compañía á quien en otro tiempo los acariciaba, y se recomiendan á su amistoso recuerdo. En el vestíbulo, y en- tre los pertrechos y trofeos de caza, un lo- bo y un ave de rapiña, domesticados y que- ridos cuando vivos, se conservan disecados en la morada de su dueño. Al estremo del jar- din viven cuidadoso ente tratados dos so- berbios lebreles, regalados por lord Chester- field; mientras se pasean libremente por los mullidos céspedes hermosos fasaines dora- dos y palomas, que van á recojerse todas las tardes entre el ramaje de las ventanas ó en la gradería, como alados centinelas de aquella mansion y elegantes y dulces amigos de la casa. Iba visitándola un dia, durante la ausen- cia de su dueño, cierto escritor frances, y adivinó perfectamente las singularidades de su carácter: la aficion al lujo y á los place- res ruidosos, con cierta propension á la me- ditacion y al retiro; el gusto por las bellas artes, y el amor á los animales y á las plan- tas. Guíabale un criado llamado Laurent, que hace mas de quince años que entró al servicio de Eujenio Sué; elojio de sus bue- nas cualidades, y quizá no menos de las del señor á quien las consagra. EL AHIJADO. Novela. I. Un juéves en la tarde del año de 1649 el se- ñor Roullard, platero de Pa- ris y uno de los maestros mas ri- cos de su gre- mio, se hallaba de pié en la trastienda de su plateria, donde al parecer volvia á leer con atencion un memorial per- fectamente escrito en letra bastardilla é his- toriado con mayúsculas de capricho. Algo re- tirada de él se encontraba sentada Juana su so- brina, linda morena de diez y ocho años, quien de vez en cuando apartaba la vista de la labor en que se ocupaba para mirar á tra- ves de los cristales. El maestro Roullard dobló su papel, des- pues de leido y releido, y apareciendo en su abultado rostro una sonrisa de satisfaccion, dijo á media voz, dirijiéndose á su sobrina: Qué bien puesto esta! imposible es que monseñor el cardenal desatienda esta peti- cion! Aspirais con empeño al titulo de plate- ro de la corte, tio? le preguntó Juana dis- traidamente, mirando á la calle. Qué si aspiro! esclamó Roullard: desca- bellada por cierto es la pregunta! Sabed, se- ñorita, que si lo consigo puedo hacer un caudal inmenso. No sois ya bastante rico, tio? Nunca es uno suficientemente rico, Jua- na, replicó el maestro Roullard con acento sentencioso. Por otra parte, ¿teneis por nada el honor de pertenecer á la corte? Lo que me parece, repuso la jóven con voz mas baja y como vacilante, es que ese ti- tulo os va á ser embarazoso. Porqué? Porque habeis tenido hasta aquí por par- roquianos á todos los que son adictos al prín- cipe. Y qué tenemos con eso? Lo que tenemos es, que habeis oido ha- blar tan mal del cardenal que tambien vos os habeis acostumbrado á murmurar de él.... Silencio! le dijo el platero, interrum- piéndola: no conviene tratar de eso, Juana. Si yo he proferido algunos dicterios insignifi- cantes contra Su Eminencia, he obrado mal; pe- ro cuando confieso mis faltas no me parece justo me las eches en cara. En efecto, tio; mas vuestros oficiales y operarios han adquirido la misma costum- bre.... Será preciso que la pierdan, repuso con resolucion Roullard, pues de ningun modo consentiré que mis dependientes me compro- metan. Si yo hablaba antes mal del cardenal, era porque no le conocia. Por otra parte vi- via el maestro Vatar y no tenia yo ninguna probabilidad de sustituirle; mas anteayer supe su fallecimiento, cuando volvia de acompañar á Julian á los carruajes de San Ger- man, y desde entonces pienso de otra mane- ra. A propósito, no ha vuelto Julian? No, tio, dijo Juana, mirando á la calle; ignoro cual sea la causa que pueda orijinar tanta tardanza, y empiezo á inquietarme....... El maestro Roullard fijó la vista en su so- brina. Ola! esclamó de pronto con acento de disgusto: paréceme, señorita, que todo lo que atañe al señor Julian lo tomais muy á pechos, y que no habeis olvidado ese hala- güeño proyecto de casamiento. ¿No es ver- dad? Mi madre lo dispuso así, replicó Juana con tono de voz que revelaba su ajitacion. Corriente! repuso Roullard; pero yo ten- go otras ideas: en atencion á que puedo do- tarte, quiero que te cases con un hombre rico y no con Noirand, que nada tiene. Mas podrá adelantar, dijo Juana. A no ser que sea por algun milagro, re- plicó el platero con ironia...... ¿Confia toda- vía en aquel aventurero italiano que vivió en otro tiempo con su madre, que fué su pa- drino, y á quien llama el capitan Juliano, se- gun creo? Os consta, tio, que Julian no habla de eso sinó en jénero de broma. Convengo en ello; pero como no tiene otras esperanzas mas positivas, no permito de manera alguna que sea mi sobrino; y ade- mas te digo que deseo verte menos placen- tera con él. No he querido hacerle desva- necer de un modo violento toda esperanza; mas es preciso que me ayudes á desalentarle poco á poco, porque debes conocer que este enlace va á ser ahora mas imposible que nun- ca. Si me nombran platero de la corte...... quién sabe?.... podras unirte á un caba- llero...... El señor Roullard no pudo continuar, por- que le llamaron para hablar con unos suje- tos que acababan de entrar en la tienda. Eran estos el rico asentista Juan Dubois, mezclado á la sazon en todas las empresas de la Hacienda, Míster Colbert y el comendador de Souvré, los cuales eran afectos al cardenal, y no formaban parte de la clientela ordina- ria del señor Roullard; mas habian oido ha- blar de algunas obras que este habia colo- cado á la vista del público y deseaban ver- las. El platero los colmó de cumplidos y re- volvió toda la tienda para buscar objetos que pudieran agradarles, cuidando siempre de acompañar sus atenciones con protestas de adhesion al cardenal y á sus secuaces. El maestro Roullard, como se deja inferir, no tenia opinion fija y únicamente se adhe- ria á aquella que mas convenia á sus intere- ses, habiendo llegado por este medio con una mediana capacidad en su profesion al es- tado de auje en que se hallaba. Acababa de apartar para el asentista y pa- Míster Colbert varias piezas, cuyos precios ha- bia arreglado todo lo posible, manifestándo- les lo hacia porque eran adictos al cardenal. Ya iba á hacer de nuevo una apolojía de Su Eminencia, cuando de pronto abrió violentamen- te la puerta de la tienda un jóven de unos veinte y cinco años, de endeble estatura, des- figurado por las viruelas, pero que habia conservado en medio de su fealdad una es- presion de bondad intelijente y atrevida, y arrojó sobre el mostrador un paquete que traia debajo del brazo. Buenos dias, señor maestro, esclamó des- pues de haber saludado á los dos caballeros y al señor Dubois. Sin duda os habrá tenido con mucho cuidado el ver que no volvia desde ayer tarde: mas no he podido reme- diarlo, porque Míster de Nogent me ha deteni- do para que le compusiese el sortú de pla- ta. (1) Ah! con que venis de casa del conde? le preguntó Colbert, interrumpiéndole. - mo está? Bueno. Está bueno? repitió el comendador de Souvré, pues entonces debe habérsele ocur- rido alguna idea feliz para ridiculizar á Su Eminencia. Y tanto como se le ha ocurrido! contes- Julian, riéndose: pues me ha cantado un vi- llancico en veinte coplas contra el cardenal. Con que ha tenido esa osadia? esclamó el señor Dubois, escandalizado. Ya lo creo, repuso Julian, y hasta ha empezado á enseñármelas de memoria..... se cantan por el tono de Aleluya..... esperad á [margen inferior: (1) Pieza para el deser que se coloca en medio de las mesas en los banquetes.] ver si me acuerdo.... El maestro Roullard tosió y guiñó á Ju- lian para imponerle silencio; pero este no le comprendió, porque la costumbre de hablar mal del cardenal se hallaba tan arraigada en casa del platero, que no podia suponer un cambio tan repentino: así es que despues de haber meditado un momento, esclamó: aqui una copia, y se puso á cantar. Julian! gritó el maestro Roullard, tem- blando. Dejadle que cante, dijo el comendador, quien no siendo partidario del cardenal sinó por el interes, se alegraba, como buen ca- ballero frances, de verle puesto en ridiculo. Dejadle que cante, que á me gustan so- bremanera las tales satiras, y aun tengo en mi casa una coleccion de ellas. Pues lo mismo sucede al maestro, re- plicó Noirand: el ayuda de cámara de Místerr de Longueville le ha dado todo lo que ha salido á luz sobre el particular. El platero quiso barbotar una protesta; mas las risas de los dos caballeros y las es- clamaciones del asentista le desconcertaron de tal manera, que dirijiéndose al joven le preguntó con aspereza qué era lo que alli hacia, y si creia haber ganado ya su jornal. Este, que ignoraba la mudanza que duran- te su ausencia de veinte y cuatro horas se habia efectuado en las opiniones del maes- tro, le contempló con estupefaccion. Perdonad, maestro, dijo vacilando, pues yo creia complaceros...... No has ido á casa del marques d'Avaux? repuso Roullard, quien buscaba con avidez un pretesto para reconvenirle. Si tal, replicó Noirand. Pues entonces, ¿porqué me devuelves el braserillo? añadió el platero, señalándole el paquete que habia arrojado sobre el mostra- dor. Julian no pudo menos de sonreirse. Ese no es el braserillo, maestro, le di- jo; es una coleccion de folletos que me ha dado Míste de Nogent. Vaya que con sátiras contra el carde- nal? esclamó el comendador. Todas las que han llegado de Holanda en el mes anterior. Y las traes para la coleccion del maes- tro Roullard? Creí darle gusto con eso..... Redoblaron las risas de los dos señores; mas la cólera y el miedo cubrieron de pali- dez el rostro del platero. El falso lo que dice! esclamó: yo no ten- go ninguna coleccion; no lo que quiere decir. Julian se estremeció al oir esto. Cómo que es falso? replicó con resenti- miento: preguntad á los demas oficiales y.... Callarás? gritó Roullard fuera de . Callaré, dijó Noirand; pero es preciso que no me trateis de embustero. , eres un impostor! repitió el plate- ro con ecsasperacion, y en prueba de ello te despido de mi casa. A ? Márchate ahora mismo, pues no quiero en mi obrador personas que hablen sin el deco- ro debido al cardenal, de quien soy un súb- dito fiel, y por quien daria mi caudal, mi vi- da.... Viva monseñor Mazarino! Roullard no sabia lo que hablaba. Abrió la puerta de la tienda y señaló la calle á Julian. Este, que al pronto se habia quedado como petrificado, quiso entrar en esplicaciones; mas el platero no se lo permitió, y le mandó que se fuera sin tardanza, manifestándole que si volvia á poner los pies en su tienda, le recibiria á palos. Despues de muchas ten- tativas infructuosas para ver de aplacarle, Noirand perdió al fin la paciencia y esclamó: Pues bien! corriente! me voy, porque estoy conociendo que habeis perdido el jui- cio. Ahí tienes lo que te debo, dijo Rou- llard, sacando algunos escudos del cajon del mostrador. Os los regalo, dijo Julian, interrumpién- dole, quien ya se habia puesto el sombrero. Tómalos, tómalos, pues no quiero que vuelvas. Volver! esclamó el jóven con ecsaspe- racion: ¡despues de haber sido tratado de em- bustero y arrojado de vuestra casa!.... Seria tener muy poca vergüenza!.... No, no, jamas me volvereis á ver. Justamente es lo que deseo. Y justamente lo que ha de suceder. Yo no soy una veleta como vos: no estoy hoy por el partido del principe, y mañana por el del cardenal. Acabarás de irte? Al instante; tan luego como recoja mis folletos, puesto que renunciais á seguir vues- tra coleccion. Roullard amenazó á Julian con el puño; mas este se encojió desdeñosamente de hom- bros, púsose el paquete debajo del brazo y salió de la tienda. Anduvo algun tiempo sin pensar en otra cosa que en la injusticia y en la necedad del maestro platero; pero su irritacion se iba di- sipando insensiblemente y la tristeza reem- plazaba á la cólera en su corazon. Pero le importaba seguramente el haber sido despe- dido, pues conocia á otros muchos maestros, en cuyas tiendas encontraria colocacion; mas la enemistad con el tio de Juana destruia sin remedio todas sus esperanzas de casamien- to, y esto era para él una desgracia insopor- table. El corazon del jóven se sentia de tal modo oprimido con este pensamiento, que no pudo andar mas. Habia pasado ya las Tu- llerias, siguiendo siempre la márjen del Se na, y llegado a un paraje solitario, se sentó allí. En este momento clavó los ojos en los folletos que tenia debajo del brazo, y no pu- do contener un movimiento de despecho. Maldito cardenal! se dijo á mismo: él tiene la culpa de todo; si no hubiese sido por él, el maestro Roullard no se hubiera enfa- dado conmigo, continuaria yo siendo el ofi- cial mayor de su tienda, y tal vez algun dia habria logrado unirme á la señorita Juana Este pensamiento aumentó su odio hacia el primer ministro. Desató maquinalmente el paquete, y poniéndose á ecsaminar los libre- tos que contenia, vió que eran memorias re- lativas á los asuntos de España, villancicos contra las señoras Mancini, sobrinas de Ma- zarino, y una biografia satírica de este. Julian pasó la vista por esta última distraidamente; mas de pronto se estremeció y dió un grito, producido por la lectura de la siguiente fra- se, impresa en la primera pájina: «Antes de recibir las órdenes sagradas, el cardenal habia ceñido espada: mandaba una compañía en 1625, y los jenerales del papá Contí y Bagni le confirieron entonces una mision cerca del marques de Couvres. Su Eminencia fué á buscarle á Grenoble, donde per- maneció dos meses bajo el nombre del capi- tan Juliano.» El jóven platero leyó y releyó estas líneas con una palpitacion de corazon imposible de esplicar, por cuanto los nombres, los lugares y las fechas no le dejaban duda alguna de que el capitan, de que se hacia mencion en el folleto, era sin diputa su padrino, y por con- siguiente él resultaba ser ahijado de Su Eminencia. La sorpresa fué el primer sentimiento que se apoderó de su corazon; pero en seguida esperimentó tan loca alegria, que se levantó precipitadamente y esclamó en alta voz, sal- tando y riendo: El cardenal es mi padrino! el cardenal es mi padrino! Dejandose alli todos los impresos, escepto aquel, cuya lectura le habia proporcionado tan interesante noticia, retrocedió corriendo con el fin de participar al maestro Roullard y á su sobrina un descubrimiento tan ines- perado; mas de repente, pensándolo mejor, se le ocurrió la idea de que el platero podria no oirle, ni darle crédito y despedirle de nuevo: humillacion, que su parentesco espi- ritual con el primer ministro no le permiti- ria soportar en esta ocasion. Por otra parte, lo mas perentorio era hacer constar sus de- rechos, pues obtenida la proteccion de su padrino, no tenia que dudar de la buena vo- luntad del maestro Roullard, siempre ami- go de los felices y poderosos. Mudó por con- siguiente de resolucion, y despues de haber corrido al cuartucho, que habitaba junto al Palacio-de-Justicia, para recojer la partida de bautismo que acreditaba su título de ahi- jado del capitan Juliano, se dirijió apresura- damente al palacio del cardenal. (Se continuará.) ORIJEN DEL CABALLO BABIECA. Un clérigo fué el padrino de bautismo del Cid, á quien este pidió un potro de sus ye- guadas. El padrino le mandó que elijiese el mejor, y el Cid escojió uno sarnoso y feo. El clérigo enfadado le dijo: Mal escojiste, babieca. Este ha de ser buen caballo, replicó el Cid, y Babieca será su nombre. El tiempo acreditó que Rodrigo de Vivar no se habia engañado en su pronóstico, pues como todos saben, Babieca fué el mejor de su época. Á su muerte le legó el Cid á su valido Jil Diez, y luego que murió Babieca, le enterra- ron en la puerta del monasterio de San Pe- dro de Cardeña, en cuya iglecia yacia el cada- ver del Cid. PENSAMIENTOS. Las mácsimas morales son clavos agudos que sujetan la verdad en nuestra memoria. Diderot. La debilidad tiene varios grados: hay mu- cha distancia para los débiles de la veleidad RAMILLETE. La falta de espacio nos impide insertar la larga lista de los bellos objetos que, eje- cutados por diferentes señoras de la corte, se rifaron en el Liceo de Madrid la noche del 11, limitándonos á hacerlo de los que sa- lieron de las augustas manos de Su Majestad y Alteza, que son los siguientes: Un cuadro, marco dorado, que representa una pasiega, pintado al pastel por Su Majestad la reina nuestra señora. Un florero de alambre dorado, imitando filigrana, por Su Majestad la reina nuestra señora. Un cuadro, marco dorado, con un pais so- bre cristal, de abalorio y felpillas, por la sere- á la voluntad; de la voluntad á la resolucion; de la resolucion á la eleccion de medios; de la elec- cion de medios á su aplicacion. El cardenal de Retz. ¿Qué significan el deseo y la esperanza de tiempos mas felices? Nosotros podemos hacer mejor el tiempo si sabemos conducirnos: el trabajo no necesita deseo; el que vive de es- peranzas corre mucho riesgo de morir de ham- bre. Franklin. De muchos medios podemos valernos para hacernos ricos; pero de muy pocos que sean honrados: la economía es uno de los mas se- guros; sin embargo, este conducto tampoco es absolutamente puro, porque nos aparta algun tanto de los deberes impuestos por la huma- nidad y la caridad. Bacon. nísima infanta doña Luisa Fernanda. Una silla de talla, dorada, con el asiento y respaldo bordado de lanas, sedas y oro, por la serenísima señora infanta doña Luisa Te- resa de Borbon. Un abanico de chimenea, de cañamazo, bordado y guarnecido con flecos de seda, por la serenísima señora infanta doña Josefa de Borbon. Un diario de la corte dice haberse celebra- do últimamente una reunion en casa del se- ñor Romero Larrañaga, en la cual se deci- dió dar una funcion escojida en los teatros de la corte, cuyos productos serian en bene- ficio de los presos por causas políticas. Esta idea filantrópica fué acojida con aprobacion por cuantas personas que se hallaban alli reuni- das, discordes en opiniones políticas, pero unidas cuando se trata de hacer bien á sus semejantes. Acordes en despojar á este acto de humanidad de todo caracter político, se decidió en la junta lo siguiente: Que los señores don Juan Eujenio Hart- zembusch y don Tomas Rodriguez Rubí es- criban una comedia en dos actos; don Eusebio y don Eduardo Asquerino escriban otra en un acto: los señores Villergas y Rome- ro Larrañaga compongan una Zarzuela; y que esta sea puesta en música por el profe- sor don Joaquin Espin y Guillen. Tambien el señor Salas se ha ofrecido á cantar en esta funcion, y el señor Estrella á poner un baile. Se hacen grandes preparativos en el tea- tro de la Cruz de la corte para el beneficio del primer actor don Carlos Latorre. El Al- calde Ronquillo, que á juicio de los intelijen- tes es el mejor drama que ha salido de la pluma del señor Zorrilla, será puesto en es- cena con todo el lujo y aparato que ecsije su argumento. Segun dicen los periódicos de Paris del 8 de enero, doña Eujenia Garcia ha sido es- criturada en el teatro italiano de aquella ca- pital para cantar el famoso Stabat de Rossi- ni, en compañia de la Grisi, Mario y Ronconi. Acaba de escribir una nueva comedia en tres actos el señor Breton de los Herreros, titulada: Don Frutos en Belchite, Segunda parte de El pelo de la dehesa, que segun afir- man los periódicos de la corte es una de las obras mas concluidas del autor de El cuar- to de hora. El señor Caltañazor la ha esco- jido para su beneficio. Tambien el señor Rubí escribe una come- dia para el beneficio del señor Lumbreras. Tenemos entendido que el tenor español don Lázaro Paig va á ser escriturado para el teatro de la Cruz de Madrid. El señor don Manuel Cañete ha escrito pa- ra el beneficio de doña Teodora Lamadrid un drama titulado: Un rebato en Granada. La Jura de santa Gadea, drama del señor Hartzembusch no se ejecutará ya á beneficio de doña Teodora Lamadrid. TEATRO. Hoy, á las tres y media de la tarde, se ejecutará el grandioso drama ti- tulado: Don Juan Tenorio, al que seguirá baile nacional. Por la noche se pondrá en escena la graciosa comedia en cuatro actos denominada: El hombre mas feo de Francia. Despues habrá baile nacional, y se dará fin con la pieza en un acto nominada: La familia del boticario. MALAGA:1845.= Imprenta de los Señores Cabrera y Laffore, editores.

Descargar XMLDescargar texto