CODEMA19-LAAMEN-184445-5
CODEMA19-LAAMEN-184445-5
Resumen | Número 13 de "La Amenidad. Periódico semanal de literatura, modas y teatros" |
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Archivo | University of Connecticut |
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Typology | Otros |
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Fecha | 26/01/1845 |
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Lugar | Málaga |
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Provincia | Málaga |
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País | España |
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[margen superior: NÚMERO 13. 26 DE ENERO DE 1845.] LA AMENIDAD.
PERIODICO SEMANAL DE LITERATURA,
MODAS Y TEATROS.
No se admiten suscriciones á este periódico, sinó en union con El Indispensable. Puede verse
cualquiera de sus números para saber las condiciones, precio, notables ventajas que se conceden etcétera.
EUJENIO SUE.
[margen izquierda: imagen] Creemos intere-
santes las siguien-
tes noticias rela-
tivas á un escri-
tor, cuyo nom-
bre no solo en
Europa, sinó en
todo el mundo ci-
vilizado, ha lle-
gado á hacerse
conocido y popu-
lar.
Eujenio Sue na-
ció en Paris el 10
de diciemnbre de
1804. Sus padri-
nos fueron el
príncipe Eujenio Beuhannais y la empera-
triz Josefina, y su familia, que es muy anti-
gua y oriunda hace muchos siglos de La-
colme, inmediato á Cannes, en la Provenza,
se ve representada todavia en aquel pais por
M. Sué, oficial superior retirado, hermano
del abuelo del célebre escritor.
Su bisabuelo, su abuelo José y su padre
Juan José fueron cirujanos y médicos de
gran reputacion. José Sue dejó obras de ana-
tomía muy notables, siéndole deudora la es-
cuela médica francesa de los progresos de
la patolojia de Gobio, que sucedió á la
de Boerhave; y tanto José como Juan Jo-
sé, graduados ambos en la universidad de
Edimburgo, dieron á conocer en Francia por
medio de multiplicadas traducciones los tra-
bajos de la escuela médica de Escocia. El
padre de Eujenio publicó tambien muchas
obras, é hizo estudios curiosos sobre el su-
plicio de los decapitados y sobre los efectos
del galvanismo. Fué cirujano mayor de la
Guardia Imperial en la campaña de Rusia, y
despues de la restauracion médico de cama-
ra del rey. José Sue vivió en amistad muy
íntima con la emperatriz Josefina, con Fran-
klin, Massena, Moreau y todos los demas
hombres célebres de la época del Consulado.
Hizo jenerosa donacion en favor de la aca-
demia de Bellas Artes de una coleccion mag-
nifica de anatomía comparada y de varios
objetos de historia natural, vinculados en su
familia por cuatro jeneraciones de médicos
distinguidos. Este museo, que es de un va-
lor considerable, forma galeria en el palacio
de las Bellas Artes.
Tambien Eujenio Sue, conforme á los de-
signios de su padre, abrazó la carrera médi-
ca y sirvió una plaza de cirujano de la fa-
milia militar del rey, desempeñando igual
destino en el estado mayor del ejército de
España en 1823; y mas adelante, aunque en
la misma campaña, en el 7.º rejimiento de
artillería. Hallóse tambien en el sitio de Ca-
diz y en la toma del Trocadero y de Tarifa.
Abandonó el servicio de tierra por el de mar
en 1824; hizo diferentes viajes a América, y
despues de haber recorrido las Antillas, vol-
vió al Mediterráneo y visitó la Grecia. En 1828
se halló a bordo de el Brestaie en el comba-
te de Navarino. Al volver de esta campaña,
renunció al servicio y a la medicina, que no
tenia para él atractivo alguno; y encaminan-
dose a Paris, pudo disfrutar de la vida có-
moda y harto opulenta que le proporciona-
ban los bienes heredados de sus padres. En-
tonces se dedicó a la pintura en los ratos que
le dejaban libres las diversiones, tenien-
do por maestro á su amigo Gudin.
Un antiguo camarada que habia tenido en
artillería le dijo en 1830: «las novelas de
Cooper han hecho el Océano de moda. ¿Por-
qué no escribes tus recuerdos de navegacion
é introduces en Francia la novela mariti-
ma?» No le pareció mal la idea á nuestro
autor; y dejando los pinceles, cojió la plu-
ma y publicó Kernock el Pirata. Aficionóse
á aquella ocupacion, y animado por el buen
écsito, continuó escribiendo, segun la inspi-
racion de un jenio vivo y fecundo; y así vie-
ron sucesivamente la luz pública muchas
de sus obras, que podemos clasificar de esta
manera:
Novelas marítimas: Kernock el Pirata,
Plick y Plock, Atar-Gull, la Salamandra y
el Vijia de Koaliven.
Historia marítima: Historia de la marina
francesa en tiempos de Luis XIV; Compen-
dio de la marina militar de todos los pue-
blos.
Novelas históricas: Latreaumont, Juan
Cavallier, Letorieres, el Comendador de
Malta.
Novelas de costumbres: Arturo, la Cu-
caracha, Dyleytar, la Fonda Lambert, Ma-
tilde, etcétera.
Dramas: Latreaumont, la Pretendiente, y
varios melodramas de grande efecto.
(En estas obras dramaticas tuvieron parte
MM. Dinaux y Lojouvé.)
Novelas filosóficas y sociales: Los Miste-
rios de Paris, el Judio Errante.
Las primeras obras de Eujenio Sue anun-
cian un talento libre de preocupaciones y una
naturaleza simpática y ardiente. A la par del
injenio del narrador, y aun al lado de la pa-
radoja se descubre siempre al observador sa-
gaz que ve donde quiera el mal, y justifica
el triunfo de la perfidia y la violencia. Has-
ta en las narraciones menos artificiosas se
advierte ya el vago sentimiento del trastorno
social. Por fin, el instinto de un corazon
jeneroso inspiró a Sue su hermosa obra de los
Misterios de Paris.
Vive Eujenio Sue en la parte alta del ar-
rabal de San Honerato, y en una casa pe-
queña cubierta de enredaderas y flores, que
forman como una bóveda sobre el atrio. Su
jardin está bellísimamente dispuesto, fresco
y perfumado, y un surtido de agua murmu-
ra apaciblemente entre juncos y cascadas.
Desde la casa, por una galeria cerrada, llena
de estatuas y de flores, se va á una pequeña
puerta esterior, oculta bajo una roca artifi-
cial. La habitacion se compone de tres piezas
pequeñas bastante oscuras, á causa de las
enredaderas y flores que cubren parte de las
ventanas. Los muebles son encarnados con
remates dorados, y la alcoba aislada, mas
clara y de un color azulado. Reina cierta
confusion por la multitud de aquellos y la
profusion de colgaduras, y se advierte un
poco de cada estilo: aquí gótico, allí del re-
nacimiento, y mas alla algunos caprichos fran-
ceses. La sala imita á una gruta, y apenas se
ven las paredes entre la multitud de objetos
artísticos, urnas, curiosidades de toda espe-
cie, estatuas, pinturas, retratos de familia,
obras maestras, y otras de artistas contem-
poráneos, amigos suyos. Sobre las consolas
se ven algunos vasos preciosos, obsequios de
amistades femeninas: uno de ellos es presen-
te recibido de una mano rejia. Por todas
partes brillan nombres gloriosos: Delacroix,
Gudin, Isabey, Vernet. Dentro de un mar-
co se distingue un dibujo de madama de
Lamartine con versos del célebre poeta; pe-
ro hay un cuadro, que ocupa en un caballe-
te sitio privilejiado en medio de todos aque-
llos caprichos, y es un anacoreta de Isabey,
que produce un efecto terrible por el con-
traste que ofrece con aquel pequeño templo
de voluptuosidad. Todos estos objetos ecsha-
lan un dulce perfume, con el cual va mez-
clado el puro olor de los cueros de Rusia.
Los caballos y perros mas estimados de M.
Sue, pintados por él mismo ó por Alfredo
Dedreux, hacen compañía á quien en otro
tiempo los acariciaba, y se recomiendan á
su amistoso recuerdo. En el vestíbulo, y en-
tre los pertrechos y trofeos de caza, un lo-
bo y un ave de rapiña, domesticados y que-
ridos cuando vivos, se conservan disecados en
la morada de su dueño. Al estremo del jar-
din viven cuidadoso ente tratados dos so-
berbios lebreles, regalados por lord Chester-
field; mientras se pasean libremente por los
mullidos céspedes hermosos fasaines dora-
dos y palomas, que van á recojerse todas
las tardes entre el ramaje de las ventanas ó
en la gradería, como alados centinelas de
aquella mansion y elegantes y dulces amigos
de la casa.
Iba visitándola un dia, durante la ausen-
cia de su dueño, cierto escritor frances, y
adivinó perfectamente las singularidades de
su carácter: la aficion al lujo y á los place-
res ruidosos, con cierta propension á la me-
ditacion y al retiro; el gusto por las bellas
artes, y el amor á los animales y á las plan-
tas. Guíabale un criado llamado Laurent,
que hace mas de quince años que entró al
servicio de Eujenio Sué; elojio de sus bue-
nas cualidades, y quizá no menos de las del
señor á quien las consagra.
EL AHIJADO.
Novela.
I.
Un juéves en la
tarde del año
de 1649 el se-
ñor Roullard,
platero de Pa-
ris y uno de los
maestros mas ri-
cos de su gre-
mio, se hallaba
de pié en la
trastienda de su plateria, donde al parecer
volvia á leer con atencion un memorial per-
fectamente escrito en letra bastardilla é his-
toriado con mayúsculas de capricho. Algo re-
tirada de él se encontraba sentada Juana su so-
brina, linda morena de diez y ocho años,
quien de vez en cuando apartaba la vista de
la labor en que se ocupaba para mirar á tra-
ves de los cristales.
El maestro Roullard dobló su papel, des-
pues de leido y releido, y apareciendo en su
abultado rostro una sonrisa de satisfaccion,
dijo á media voz, dirijiéndose á su sobrina:
– Qué bien puesto esta! imposible es que
monseñor el cardenal desatienda esta peti-
cion!
– Aspirais con empeño al titulo de plate-
ro de la corte, tio? le preguntó Juana dis-
traidamente, mirando á la calle.
– Qué si aspiro! esclamó Roullard: desca-
bellada por cierto es la pregunta! Sabed, se-
ñorita, que si lo consigo puedo hacer un
caudal inmenso.
– No sois ya bastante rico, tio?
– Nunca es uno suficientemente rico, Jua-
na, replicó el maestro Roullard con acento
sentencioso. Por otra parte, ¿teneis por nada
el honor de pertenecer á la corte?
– Lo que me parece, repuso la jóven con
voz mas baja y como vacilante, es que ese ti-
tulo os va á ser embarazoso.
– Porqué?
– Porque habeis tenido hasta aquí por par-
roquianos á todos los que son adictos al prín-
cipe.
– Y qué tenemos con eso?
– Lo que tenemos es, que habeis oido ha-
blar tan mal del cardenal que tambien vos
os habeis acostumbrado á murmurar de él....
– Silencio! le dijo el platero, interrum-
piéndola: no conviene tratar de eso, Juana.
Si yo he proferido algunos dicterios insignifi-
cantes contra Su Eminencia, he obrado mal; pe-
ro cuando confieso mis faltas no me parece
justo me las eches en cara.
– En efecto, tio; mas vuestros oficiales y
operarios han adquirido la misma costum-
bre....
– Será preciso que la pierdan, repuso con
resolucion Roullard, pues de ningun modo
consentiré que mis dependientes me compro-
metan. Si yo hablaba antes mal del cardenal,
era porque no le conocia. Por otra parte vi-
via el maestro Vatar y no tenia yo ninguna
probabilidad de sustituirle; mas anteayer
supe su fallecimiento, cuando volvia de
acompañar á Julian á los carruajes de San Ger-
man, y desde entonces pienso de otra mane-
ra. A propósito, no ha vuelto Julian?
– No, tio, dijo Juana, mirando á la calle;
ignoro cual sea la causa que pueda orijinar
tanta tardanza, y empiezo á inquietarme.......
El maestro Roullard fijó la vista en su so-
brina.
– Ola! esclamó de pronto con acento de
disgusto: paréceme, señorita, que todo lo
que atañe al señor Julian lo tomais muy á
pechos, y que no habeis olvidado ese hala-
güeño proyecto de casamiento. ¿No es ver-
dad?
– Mi madre lo dispuso así, replicó Juana
con tono de voz que revelaba su ajitacion.
Corriente! repuso Roullard; pero yo ten-
go otras ideas: en atencion á que puedo do-
tarte, quiero que te cases con un hombre
rico y no con Noirand, que nada tiene.
– Mas podrá adelantar, dijo Juana.
– A no ser que sea por algun milagro, re-
plicó el platero con ironia...... ¿Confia toda-
vía en aquel aventurero italiano que vivió en
otro tiempo con su madre, que fué su pa-
drino, y á quien llama el capitan Juliano, se-
gun creo?
– Os consta, tio, que Julian no habla de
eso sinó en jénero de broma.
– Convengo en ello; pero como no tiene
otras esperanzas mas positivas, no permito
de manera alguna que sea mi sobrino; y ade-
mas te digo que deseo verte menos placen-
tera con él. No he querido hacerle desva-
necer de un modo violento toda esperanza;
mas es preciso que me ayudes á desalentarle
poco á poco, porque debes conocer que este
enlace va á ser ahora mas imposible que nun-
ca. Si me nombran platero de la corte......
quién sabe?.... podras unirte á un caba-
llero......
El señor Roullard no pudo continuar, por-
que le llamaron para hablar con unos suje-
tos que acababan de entrar en la tienda.
Eran estos el rico asentista Juan Dubois,
mezclado á la sazon en todas las empresas de
la Hacienda, Míster Colbert y el comendador de
Souvré, los cuales eran afectos al cardenal,
y no formaban parte de la clientela ordina-
ria del señor Roullard; mas habian oido ha-
blar de algunas obras que este habia colo-
cado á la vista del público y deseaban ver-
las.
El platero los colmó de cumplidos y re-
volvió toda la tienda para buscar objetos
que pudieran agradarles, cuidando siempre
de acompañar sus atenciones con protestas
de adhesion al cardenal y á sus secuaces.
El maestro Roullard, como se deja inferir,
no tenia opinion fija y únicamente se adhe-
ria á aquella que mas convenia á sus intere-
ses, habiendo llegado por este medio con
una mediana capacidad en su profesion al es-
tado de auje en que se hallaba.
Acababa de apartar para el asentista y pa-
Míster Colbert varias piezas, cuyos precios ha-
bia arreglado todo lo posible, manifestándo-
les lo hacia porque eran adictos al cardenal.
Ya iba á hacer de nuevo una apolojía de Su
Eminencia, cuando de pronto abrió violentamen-
te la puerta de la tienda un jóven de unos
veinte y cinco años, de endeble estatura, des-
figurado por las viruelas, pero que habia
conservado en medio de su fealdad una es-
presion de bondad intelijente y atrevida, y
arrojó sobre el mostrador un paquete que
traia debajo del brazo.
– Buenos dias, señor maestro, esclamó des-
pues de haber saludado á los dos caballeros
y al señor Dubois. Sin duda os habrá tenido
con mucho cuidado el ver que no volvia
desde ayer tarde: mas no he podido reme-
diarlo, porque Míster de Nogent me ha deteni-
do para que le compusiese el sortú de pla-
ta. (1)
– Ah! con que venis de casa del conde?
le preguntó Colbert, interrumpiéndole. Có-
mo está?
– Bueno.
– Está bueno? repitió el comendador de
Souvré, pues entonces debe habérsele ocur-
rido alguna idea feliz para ridiculizar á Su
Eminencia.
– Y tanto como se le ha ocurrido! contes-
tó Julian, riéndose: pues me ha cantado un vi-
llancico en veinte coplas contra el cardenal.
Con que ha tenido esa osadia? esclamó el
señor Dubois, escandalizado.
– Ya lo creo, repuso Julian, y hasta ha
empezado á enseñármelas de memoria..... se
cantan por el tono de Aleluya..... esperad á [margen inferior: (1) Pieza para el deser que se coloca en medio de
las mesas en los banquetes.]
ver si me acuerdo....
El maestro Roullard tosió y guiñó á Ju-
lian para imponerle silencio; pero este no le
comprendió, porque la costumbre de hablar
mal del cardenal se hallaba tan arraigada
en casa del platero, que no podia suponer
un cambio tan repentino: así es que despues
de haber meditado un momento, esclamó:
– Hé aqui una copia, y se puso á cantar.
– Julian! gritó el maestro Roullard, tem-
blando.
– Dejadle que cante, dijo el comendador,
quien no siendo partidario del cardenal sinó
por el interes, se alegraba, como buen ca-
ballero frances, de verle puesto en ridiculo.
Dejadle que cante, que á mí me gustan so-
bremanera las tales satiras, y aun tengo en
mi casa una coleccion de ellas.
– Pues lo mismo sucede al maestro, re-
plicó Noirand: el ayuda de cámara de Místerr
de Longueville le ha dado todo lo que ha
salido á luz sobre el particular.
El platero quiso barbotar una protesta;
mas las risas de los dos caballeros y las es-
clamaciones del asentista le desconcertaron
de tal manera, que dirijiéndose al joven le
preguntó con aspereza qué era lo que alli
hacia, y si creia haber ganado ya su jornal.
Este, que ignoraba la mudanza que duran-
te su ausencia de veinte y cuatro horas se
habia efectuado en las opiniones del maes-
tro, le contempló con estupefaccion.
Perdonad, maestro, dijo vacilando, pues
yo creia complaceros......
No has ido á casa del marques d'Avaux?
repuso Roullard, quien buscaba con avidez
un pretesto para reconvenirle.
Si tal, replicó Noirand.
– Pues entonces, ¿porqué me devuelves el
braserillo? añadió el platero, señalándole el
paquete que habia arrojado sobre el mostra-
dor.
Julian no pudo menos de sonreirse.
– Ese no es el braserillo, maestro, le di-
jo; es una coleccion de folletos que me ha
dado Míste de Nogent.
Vaya que con sátiras contra el carde-
nal? esclamó el comendador.
– Todas las que han llegado de Holanda
en el mes anterior.
– Y las traes para la coleccion del maes-
tro Roullard?
– Creí darle gusto con eso.....
Redoblaron las risas de los dos señores;
mas la cólera y el miedo cubrieron de pali-
dez el rostro del platero.
El falso lo que dice! esclamó: yo no ten-
go ninguna coleccion; no sé lo que quiere
decir.
Julian se estremeció al oir esto.
– Cómo que es falso? replicó con resenti-
miento: preguntad á los demas oficiales y....
Callarás? gritó Roullard fuera de sí.
Callaré, dijó Noirand; pero es preciso
que no me trateis de embustero.
Sí, eres un impostor! repitió el plate-
ro con ecsasperacion, y en prueba de ello te
despido de mi casa.
– A mí?
– Márchate ahora mismo, pues no quiero en
mi obrador personas que hablen sin el deco-
ro debido al cardenal, de quien soy un súb-
dito fiel, y por quien daria mi caudal, mi vi-
da.... Viva monseñor Mazarino!
Roullard no sabia lo que hablaba. Abrió la
puerta de la tienda y señaló la calle á Julian.
Este, que al pronto se habia quedado como
petrificado, quiso entrar en esplicaciones;
mas el platero no se lo permitió, y le mandó
que se fuera sin tardanza, manifestándole
que si volvia á poner los pies en su tienda,
le recibiria á palos. Despues de muchas ten-
tativas infructuosas para ver de aplacarle,
Noirand perdió al fin la paciencia y esclamó:
– Pues bien! corriente! me voy, porque
estoy conociendo que habeis perdido el jui-
cio.
– Ahí tienes lo que te debo, dijo Rou-
llard, sacando algunos escudos del cajon del
mostrador.
– Os los regalo, dijo Julian, interrumpién-
dole, quien ya se habia puesto el sombrero.
– Tómalos, tómalos, pues no quiero que
vuelvas.
– Volver! esclamó el jóven con ecsaspe-
racion: ¡despues de haber sido tratado de em-
bustero y arrojado de vuestra casa!.... Seria
tener muy poca vergüenza!.... No, no, jamas
me volvereis á ver.
– Justamente es lo que deseo.
– Y justamente lo que ha de suceder. Yo
no soy una veleta como vos: no estoy hoy por
el partido del principe, y mañana por el del
cardenal.
– Acabarás de irte?
– Al instante; tan luego como recoja mis
folletos, puesto que renunciais á seguir vues-
tra coleccion.
Roullard amenazó á Julian con el puño;
mas este se encojió desdeñosamente de hom-
bros, púsose el paquete debajo del brazo y
salió de la tienda.
Anduvo algun tiempo sin pensar en otra
cosa que en la injusticia y en la necedad del
maestro platero; pero su irritacion se iba di-
sipando insensiblemente y la tristeza reem-
plazaba á la cólera en su corazon. Pero le
importaba seguramente el haber sido despe-
dido, pues conocia á otros muchos maestros,
en cuyas tiendas encontraria colocacion; mas
la enemistad con el tio de Juana destruia sin
remedio todas sus esperanzas de casamien-
to, y esto era para él una desgracia insopor-
table. El corazon del jóven se sentia de tal
modo oprimido con este pensamiento, que
no pudo andar mas. Habia pasado ya las Tu-
llerias, siguiendo siempre la márjen del Se
na, y llegado a un paraje solitario, se sentó
allí. En este momento clavó los ojos en los
folletos que tenia debajo del brazo, y no pu-
do contener un movimiento de despecho.
– Maldito cardenal! se dijo á sí mismo: él
tiene la culpa de todo; si no hubiese sido por
él, el maestro Roullard no se hubiera enfa-
dado conmigo, continuaria yo siendo el ofi-
cial mayor de su tienda, y tal vez algun dia
habria logrado unirme á la señorita Juana
Este pensamiento aumentó su odio hacia
el primer ministro. Desató maquinalmente el
paquete, y poniéndose á ecsaminar los libre-
tos que contenia, vió que eran memorias re-
lativas á los asuntos de España, villancicos
contra las señoras Mancini, sobrinas de Ma-
zarino, y una biografia satírica de este. Julian
pasó la vista por esta última distraidamente;
mas de pronto se estremeció y dió un grito,
producido por la lectura de la siguiente fra-
se, impresa en la primera pájina:
«Antes de recibir las órdenes sagradas, el
cardenal habia ceñido espada: mandaba una
compañía en 1625, y los jenerales del papá
Contí y Bagni le confirieron entonces una
mision cerca del marques de Couvres. Su
Eminencia fué á buscarle á Grenoble, donde per-
maneció dos meses bajo el nombre del capi-
tan Juliano.»
El jóven platero leyó y releyó estas líneas
con una palpitacion de corazon imposible de
esplicar, por cuanto los nombres, los lugares
y las fechas no le dejaban duda alguna de
que el capitan, de que se hacia mencion en el
folleto, era sin diputa su padrino, y por con-
siguiente él resultaba ser ahijado de Su Eminencia.
La sorpresa fué el primer sentimiento que
se apoderó de su corazon; pero en seguida
esperimentó tan loca alegria, que se levantó
precipitadamente y esclamó en alta voz, sal-
tando y riendo:
– El cardenal es mi padrino! el cardenal
es mi padrino!
Dejandose alli todos los impresos, escepto
aquel, cuya lectura le habia proporcionado
tan interesante noticia, retrocedió corriendo
con el fin de participar al maestro Roullard
y á su sobrina un descubrimiento tan ines-
perado; mas de repente, pensándolo mejor,
se le ocurrió la idea de que el platero podria
no oirle, ni darle crédito y despedirle de
nuevo: humillacion, que su parentesco espi-
ritual con el primer ministro no le permiti-
ria soportar en esta ocasion. Por otra parte,
lo mas perentorio era hacer constar sus de-
rechos, pues obtenida la proteccion de su
padrino, no tenia que dudar de la buena vo-
luntad del maestro Roullard, siempre ami-
go de los felices y poderosos. Mudó por con-
siguiente de resolucion, y despues de haber
corrido al cuartucho, que habitaba junto al
Palacio-de-Justicia, para recojer la partida
de bautismo que acreditaba su título de ahi-
jado del capitan Juliano, se dirijió apresura-
damente al palacio del cardenal.
(Se continuará.)
ORIJEN DEL CABALLO BABIECA.
Un clérigo fué el padrino de bautismo del
Cid, á quien este pidió un potro de sus ye-
guadas. El padrino le mandó que elijiese el
mejor, y el Cid escojió uno sarnoso y feo.
El clérigo enfadado le dijo:
– Mal escojiste, babieca.
– Este ha de ser buen caballo, replicó el
Cid, y Babieca será su nombre.
El tiempo acreditó que Rodrigo de Vivar
no se habia engañado en su pronóstico, pues
como todos saben, Babieca fué el mejor de
su época.
Á su muerte le legó el Cid á su valido Jil
Diez, y luego que murió Babieca, le enterra-
ron en la puerta del monasterio de San Pe-
dro de Cardeña, en cuya iglecia yacia el cada-
ver del Cid.
PENSAMIENTOS.
Las mácsimas morales son clavos agudos que
sujetan la verdad en nuestra memoria.
Diderot.
La debilidad tiene varios grados: hay mu-
cha distancia para los débiles de la veleidad
RAMILLETE.
La falta de espacio nos impide insertar
la larga lista de los bellos objetos que, eje-
cutados por diferentes señoras de la corte,
se rifaron en el Liceo de Madrid la noche
del 11, limitándonos á hacerlo de los que sa-
lieron de las augustas manos de Su Majestad y Alteza,
que son los siguientes:
Un cuadro, marco dorado, que representa
una pasiega, pintado al pastel por Su Majestad la
reina nuestra señora.
Un florero de alambre dorado, imitando
filigrana, por Su Majestad la reina nuestra señora.
Un cuadro, marco dorado, con un pais so-
bre cristal, de abalorio y felpillas, por la sere-
á la voluntad; de la voluntad á la resolucion; de
la resolucion á la eleccion de medios; de la elec-
cion de medios á su aplicacion.
El cardenal de Retz.
¿Qué significan el deseo y la esperanza de
tiempos mas felices? Nosotros podemos hacer
mejor el tiempo si sabemos conducirnos: el
trabajo no necesita deseo; el que vive de es-
peranzas corre mucho riesgo de morir de ham-
bre.
Franklin.
De muchos medios podemos valernos para
hacernos ricos; pero de muy pocos que sean
honrados: la economía es uno de los mas se-
guros; sin embargo, este conducto tampoco es
absolutamente puro, porque nos aparta algun
tanto de los deberes impuestos por la huma-
nidad y la caridad.
Bacon.
nísima infanta doña Luisa Fernanda.
Una silla de talla, dorada, con el asiento y
respaldo bordado de lanas, sedas y oro, por
la serenísima señora infanta doña Luisa Te-
resa de Borbon.
Un abanico de chimenea, de cañamazo,
bordado y guarnecido con flecos de seda, por
la serenísima señora infanta doña Josefa de
Borbon.
Un diario de la corte dice haberse celebra-
do últimamente una reunion en casa del se-
ñor Romero Larrañaga, en la cual se deci-
dió dar una funcion escojida en los teatros
de la corte, cuyos productos serian en bene-
ficio de los presos por causas políticas. Esta
idea filantrópica fué acojida con aprobacion
por cuantas personas que se hallaban alli reuni-
das, discordes en opiniones políticas, pero
unidas cuando se trata de hacer bien á sus
semejantes. Acordes en despojar á este acto
de humanidad de todo caracter político, se
decidió en la junta lo siguiente:
Que los señores don Juan Eujenio Hart-
zembusch y don Tomas Rodriguez Rubí es-
criban una comedia en dos actos; don Eusebio
y don Eduardo Asquerino escriban otra en
un acto: los señores Villergas y Rome-
ro Larrañaga compongan una Zarzuela; y
que esta sea puesta en música por el profe-
sor don Joaquin Espin y Guillen. – Tambien
el señor Salas se ha ofrecido á cantar en esta
funcion, y el señor Estrella á poner un baile.
Se hacen grandes preparativos en el tea-
tro de la Cruz de la corte para el beneficio
del primer actor don Carlos Latorre. El Al-
calde Ronquillo, que á juicio de los intelijen-
tes es el mejor drama que ha salido de la
pluma del señor Zorrilla, será puesto en es-
cena con todo el lujo y aparato que ecsije
su argumento.
Segun dicen los periódicos de Paris del 8
de enero, doña Eujenia Garcia ha sido es-
criturada en el teatro italiano de aquella ca-
pital para cantar el famoso Stabat de Rossi-
ni, en compañia de la Grisi, Mario y Ronconi.
Acaba de escribir una nueva comedia en
tres actos el señor Breton de los Herreros,
titulada: Don Frutos en Belchite, Segunda
parte de El pelo de la dehesa, que segun afir-
man los periódicos de la corte es una de las
obras mas concluidas del autor de El cuar-
to de hora. El señor Caltañazor la ha esco-
jido para su beneficio.
Tambien el señor Rubí escribe una come-
dia para el beneficio del señor Lumbreras.
Tenemos entendido que el tenor español
don Lázaro Paig va á ser escriturado para
el teatro de la Cruz de Madrid.
El señor don Manuel Cañete ha escrito pa-
ra el beneficio de doña Teodora Lamadrid
un drama titulado: Un rebato en Granada.
La Jura de santa Gadea, drama del señor
Hartzembusch no se ejecutará ya á beneficio
de doña Teodora Lamadrid.
TEATRO.
Hoy, á las tres y media de la tarde, se ejecutará el grandioso drama ti-
tulado: Don Juan Tenorio, al que seguirá baile nacional.
Por la noche se pondrá en escena la graciosa comedia en cuatro actos
denominada: El hombre mas feo de Francia. Despues
habrá baile nacional, y se dará fin con la pieza en un acto nominada: La
familia del boticario.
MALAGA:1845.= Imprenta de los Señores Cabrera y Laffore, editores.
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