CODEMA19-LAAMEN-184445-4

CODEMA19-LAAMEN-184445-4

ResumenNúmero 9 de "La Amenidad. Periódico semanal de literatura, modas y teatros" y su suplemento
ArchivoUniversity of Connecticut
TypologyOtros
Fecha29/12/1844
LugarMálaga
ProvinciaMálaga
PaísEspaña

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[margen superior: NÚMERO 9. 29 DE DICIEMBRE DE 1844.] LA AMENIDAD. PERIODICO SEMANAL DE LITERATURA, MODAS Y TEATROS. No se admiten suscriciones á este periódico, sinó en union con El Indispensable. Puede verse cualquiera de sus números para saber las condiciones, precio, notables ventajas que se conceden etcétera. HABLA. LOCUACIDAD. Los hombres son como los cuer- pos sonoros, que hacen ruido mayor cuando están huecos. Feijoo. Es el habla hija del entendi- miento, deste- llo de la divi- nidad, la facul- tad mas pre- ciosa del hom- bre. El habla y el raciocinio le distinguen de los demas seres, y aque- lla revela ine- quívocamente la capacidad, la cultura y aun la educacion y costumbres del individuo. Tanto por sus palabras, como por sus escritos se deja co- nocer el varon. La palabra es un compuesto de sonidos de la pronunciacion, inventado para repre- sentar las ideas y las cosas: es la marca de la intelijencia, el signo del pensamiento. La natural profusion de las palabras coordina- das con cierta proporcion y tino produce en el lenguaje lo que llamamos verbosidad, fa- cundia. La armonía de las voces, la propie- dad y buena eleccion de las palabras y fra- ses, forman la hermosura del estilo y la ele- gancia de la locucion; con esta se agrada, se deleita. La enerjia del discurso, la fuerza de la espresion y la colocacion y adorno de las razones, constituyen la elocuencia; con esta se conmueve, se persuade. A la mutua cor- respondencia de ideas comunicadas entre dos ó mas personas por medio de las pala- bras, decimos conversacion. Es la conversacion sana y entendida ali- mento del alma, solaz del espíritu, des- canso y recreo de las fatigas del cuerpo. Con- versar con personas instruidas, de sensatez y buen discurso, es siempre agradable; con- versar sobre objetos, ó con personas que amamos, es uno de los goces de la vida. Sen- tados estos principios, voy á permitirme ciertas observaciones respecto de algunos in- dividuos, ya por el poco uso, ya por el ni- mio abuso de la palabra en sus conversacio- nes y trato social. Hay hombres que no hablan: hay hom- bres que no dejan de hablar. Cuando digo que hay hombres que no hablan, no trato de los mudos. Unos no hablan por dejadez, por fuerza de inercia; es un trabajo indeci- ble para abrir su boca y pronunciar al- nas palabras: lo hacen cuando el aguijon de un deseo, de una pasion ó necesidad los impele; por gusto, por sociabilidad nunca. En las reuniones son hombres de saludo y despedida, todo lacónico. Si van acompaña- dos, escusan el cumplido con una lijera in- clinacion de cabeza. Estos depósitos de pa- labras, en el trato del mundo almacenan, pero no venden; adquieren los caudales aje- nos, mas no esponen el propio. Otros no hablan por cortedad; estos se temen mas á mismos que á los circunstan- tes. No hablan, porque no saben como ha- cerlo: ven un yerro en cada frase que se les ocurre y callan; si se les pregunta en socie- dad, tartamudean, y al balbucir la respues- ta acaban por desautorizarze con el que los oyen. Suelen jeneralmente dar la razon á to- do el que habla; con un jesto afirmativo, una sonrisa, un ó un no, satisfacen al que se les dirije. Pudiera llamárselos hombres mo- nosílabos. Sin embargo, la cortedad, que contiene al jóven, que á veces hace colorear su rostro, es buena señal: es indicio de en- tendimiento claro y despejado. Hay tambien algunos silenciosos en oca- siones por cautela, por respeto, por melan- colía, por distraccion. En estas clases la economía de palabras es accidental, como el motivo que la produce. Pero de cualquier modo, y sea dicho en paz, aun cuando hay vicio en todos los estremos, desde luego me decido por el que habla poco, y le prefiero sobre el que charla muchísimo. Muéveme á ello haber leido, no en qué autor, que hay hombres de grandes talentos poco hablado- res, y que en los de escesiva locuacidad se encuentran muchos superficiales. El charlatan nace, lo mismo que el poe- ta: haylos, por tanto, en todas las edades de la vida. Niño, habla con el gato, con el perro, con los juguetes. En las escuelas, ó llámense hoy colejios, distrae la atencion de sus adláteres, hablando sin cesar en alta ó en baja voz, segun lo permiten la circunspec- cion y tolerancia del catedrático; pero nun- ca calla, y á mas no poder repasa los libros por el solo flujo de mover los labios. Jóven, que ha salido del colejio y adqui- rido algunas nociones elementales; que mas- ca latin, balbuce filosofía y el apéndice de matemáticas; que tartamudea el frances con ribetes de partida doble y pespuntes de jeo- grafía, oratoria, dibujo lineal, música, his- toria, esgrima, poesía, y otras muchas mas cosas; que sabe de memoria el sueño del Tro- vador, el monólogo de suicidio de Un poeta y una mujer, y varios trozos de las insulsas cartas de Abelardo y Eloisa: que aprendió ya á solfear, bailar la polka y pasear un rigo- don, sombrero en mano y lente en ristre, habla por las uñas y por los codos de todas estas materias. Entabla una larga discusion doctrinaria con la mama, que absorta le es- cucha, sobre las repúblicas de Platon y pai- ses de la Grecia que ocupaban. Diserta pro- fusamente á la criada respecto del ausilio de la dialéctica para discurrir, y le encaja un Bárbara, Celarent, que aquella recibe por un insulto. Apostrofa al zapatero, mientras le concluye su obra, con versos de Victor Hu- go; ensarta ademas la narracion biografica de Jorje Sand, como mujer, de Alejandro Du- mas, como mulato: cántale en bajo la plega- ria casta-Diva, no sin tratar de Rosini, Be- llini, Tamburini, Paganini, Albini y otros muchos inis, y finaliza con un paralelo de las lenguas castellana y francesa, en que la pri- mera queda derrotada, siquier el atildado y barbilindo relatante no haya saludado á So- lis, Herrera, los dos Fray Luises de Granada y Leon, Saavedra, Cervantes, ni Mariana. El hombre locuaz abandonará el mas in- teresante negocio por gozar el dulce desa- hogo de tres ó cuatro horas de conversacion. La política, sobre todo, es el dilatado campo de su charlatanería. Héle allí, gaceta de novedades, mercurio de avisos, sudando reales órdenes, chorreando noticias, rebosando periódicos, cuál se intercala de rondon en aquella sociedad de café. A pocas palabras ha cojido ya el hilo de la discusion, y con inimitable valentía quita le- yes, pone gobiernos, dirije monarquías, con- cluye tratados, censura ministerios y recor- re en una hora todos los paises de Europa, que no hay mas que ver. Aquel otro le tra- ta de interrumpir... ¿Qué es interrumpir al que no se detiene un momento, ni traga sa- liva, ni escupe, ni tose, y asi hace caso de las interrupciones, como por los cerros de Ube- da? ¿Ni quien osará entrar en lucha con tan colosales pulmones, y tan esquisita volubili- dad de lengua? Oyente, ó intenar la fuga, ó rendirse á discrecion, hasta que pase aquel impetuoso y desbordado torrente de vocingle- ría. El orador, empero, continua inalterable; afirma, niega, admira, interroga, se contes- ta y resuelve todas las cuestiones ex-trípode. Cansados y aun soñolientos los concurrentes, pero muy satisfecho de mismo el interlo- cutor, coje el sombrero, se pone de un brin- co en la calle, y allí se las den todas. Va usted de prisa á un asunto importan- te; la tardanza puede ser perjudicial y redo- bla usted el paso. Mas al volver de una es- quina, encuéntrasele un pródigo de palabras. Tras de mil insulsos cumplidos, inquiere de donde viene usted y á donde va, dando él razon de lo mismo. Satisface usted al im- portuno lo mas sencillamente que puede, y aun le indica la premura de su negocio. Pe- ro él, desentendiéndose de urjencias y anhe- lante de conversacion, hace á usted otras cien preguntas de cosas insignificantes, y aun sin oir las contestaciones, ensarta la nar- racion de un suceso tan pobre de interes, como su cabeza de meollo. Usted impacien- te, pero bien educado, se plega á oirle, an- siando un momento, un lúcido intérvalo en que poder insinuar de nuevo su deseo. Es, sin embargo, tan anudado y constante el hi- lo de la taravilla, que no hallando usted me- dio decoroso de cortarle, procura siquiera dar á entender su incomodidad, su martirio, su lenta agonia. Ya arqueando las cejas y mordiéndose el labio inferior, se va usted volviendo como distraido hácia el punto á que se dirijia: ora saca usted el reloj y se manifiesta sorprendido: ya inclinada la vista al suelo y golpeando con el baston de usted algunos pasos.... esto suele producir efec- to, porque el hablador se va con usted, ca- si sin reparar en ello, - tal es su embebeci- miento-, y aun le coje del brazo, parándose, no obstante, de vez en cuando para dar mas espresion á los accidentes de su charla. Lle- ga usted por fin adonde se encaminaba, su- dando por todos los poros de su cuerpo. Aun allí, entre concluir el suceso y la despedida, pásase otro largo rato, que acaba el resto de su paciencia y destruye el plan de sus ne- gocios: pasóse ya la hora oportuna de reali- zarlos. Nada dirémos del viejo charlatan, cróni- ca de antigüedades, perpetuo relator de in- ventadas hazañas, emblema del hastío, pe- sado y tenaz como un remordimiento. Figú- resele el lector allá, en su majin, todo lo mas fastidioso que pueda, y en Dios y en nuestra ánima que haya acertado. Es cierto que en las conversaciones de instrucciones mas nos gusta jeneralmente ha- blar que oir: en vez de procurar adquirir los conocimientos ajenos, nos esforzamos por ofrecer los propios. Sin embargo, no es este el deseo que aguija al charlatan: el suyo es perdurable, el de no estar callado. Por eso reflecsiona poco, y desatina mucho: dícelo así el antiguo adajio: el que mucho habla mucho yerra. Suelen á veces analizar con esactitud algunas cuestiones; pero ¿quién es el que ti- rando al blanco todo el dia no acierta al- guna vez? como dijo Tulio. Por lo demas, el hablador no se para en pelillos: con tal de dar cebo á su discurso se entrará por ter- renos vedados, hará confianzas indebidas y revelará secretos ajenos: repetirá lo que ha dicho cien veces, y pronto descubrirá los - mites de su entendimiento. Hartzembusch los anatematiza lindamente en esta y otras redondillas Charlatanes sempiternos, que al mundo servis de estorbo, lléveos el cólera-morbo por la posta á los infiernos. Se dice con frecuencia que las mujeres adolecen de este achaque: hasta hubo quien lo conceptuase causa de su mayor lonjevi- dad, por el continuo ejercicio de sus pulmo- nes que los dilata y...... Si fuese esto esacto, conozco yo hombre que deberia vivir ocho- cientos años!!! Narciso Franquelo y Martinez. EPÍGRAMAS. ¿Porqué, señor don Mateo, tan bien el dinero os luce, cuando apenas os produce ocho reales vuestro empleo? -Lo diré, señora mia, con palabras muy concisas: es porque todas las misas salen... de la sacristia. S. Barzo. Contemplaba entusiasmado su pozo desde el brocal un boticario afamado, y esclamaba: «ya he encontrado la piedra filosofal!» Gil. NAPOLEON MUSICO. Mucho han ha- blado los histo- riadores de Fe- derico el Gran- de, de Jorje IV, Cárlos IV, y de otros mo- narcas instru- mentistas; pero ni una sola pa- labra han dicho de Napoleon músico. He aquí la circunstancia causal que hizo brillar de repente, sin haber tenido tiempo de anunciarse, el talento músico de Bonapar- te, que nadie hubiera podido sospechar si- quiera. Celebrábase en las Tullerías un concier- to mestizo, por decirlo así, en el cual fran- ceses é italianos se empeñaban en armonizar sus voces para el canto, sin poder conseguir- lo de ninguna manera. Sentado en su poltro- na el emperador, se volvia á derecha é iz- quierda, sacudia la cabeza, y daba muestras de impaciencia, devorando un espejo que le cuadraba en frente. Los concertantes preveian una borrasca. Ya el mismo Krentzer, al lle- gar al medio de un andante, habia tenido que callar por invitacion del mariscal Duroc, que se habia acercado á decirle al oido con la mayor galanteria: «estais fastidiando á Su Majestad quien os ruega ceseis de tocar.» El célebre artista se puso pálido de ver- güenza, y no dejó sin duda de haber consul- tado en aquellos momentos consigo mismo algun pensamiento de suicidio. Por menos que esto, en tiempo del gran rey, Vatel se atravesó el corazon con una espada. Terminado el concierto, Napoleon se le- vantó, y acercándose á Madame Branchu, que le habia saludado respetuosamente, respondió á su fina espresion con un: «Bien podeis man- dar que os cepillen la ganganta.» La trájica lírica se dió por ofendida, y el emperador volvió las espaldas. Este fué el Waterloo de la música en la corte impe- rial. Despues del concierto solian quedarse en el salon los cantantes conversando largo ra- to, y una vez retirado el emperador, ya no volvia al salon; pero no sucedió así esta no- che. No habia trascurrido media hora desde que la malaventurada sesion musical habia pasado, cuando se presentó Napoleon en me- dio de los artistas, que llenos de admiracion le oyeron decir: - Quiero que me canteis el coro de Nina! No sabiendo que contestarle, el mas atre- vido se aventuró, tomando instintivamente la palabra: Dispensadnos, señor; pero no sabemos cantarle. Es que debeis saberle; todo el mundo sabe este coro. Los coristas son los que le cantan en el teatro, y nosotros somos partes principales. Vais á cantarme inmediatamente el co- ro de Nina, no hay remedio, porque quie- ro oirlo. Pero si no tenemos música. Le cantaréis de memoria. Pero si la orquesta se ha marchado ya; si se han llevado todos los instrumentos. Allí está un piano. Pero si entre todos no hay ninguno que sepa el acompañamiento. Pues bien, yo le acompañaré. Y aquí á todo un Napoleon, que con admiracion de todos se sienta delante del piano, y empieza á pasear sus dedos atre- vidamente sobre el teclado, formando los acordes mas disonantes que han podido salir del instrumento de un aficionado del café de los Ciegos. Estais enterados? dijo el emperador, va- mos, pues, á compas. Las voces resuenan con estrépito, las te- clas jimen bajo el peso de las manos imperia- les, y el coro de Nina es ejecutado..... eje- cutado á muerte, esta es la palabra propia, por cantantes que no saben una nota, y un emperador que jamas ha sabido tocar mas que la espada. Terminado este asesinato mu- sical, levantase Napoleon y dice á los artistas: «Estoy satisfecho; ya veis que nada hay im- posible para quien tiene voluntad de hacerlo todo.» y se marchó, dejándolos de pronto. Al otro dia por la mañana salió el prínci- pe Eujenio para pedir á Francisco II la ma- no de Maria-Luisa, en nombre del empera- dor de los franceses. Napoleon mientras se cantó el coro de Nina habia estado pesando los escrúpulos de su consejo, hasta que determinó de este modo la eleccion: necesitaba un trabajo ma- nual para que su espíritu pudiese obrar con libertad; y aprovechó esta coyuntura, ha- ciéndose pianista. LOS DOS OSOS. Hace poco tiem po que el pue- blo de Luchon se alarmó se- riamente por la llegada á su territorio de un enorme oso, que quiso fijar su resi- dencia á la entrada del valle del Lirio, en los prados ba- jos, no cubiertos aún por las nieves de noviembre, y ocu- pados por numerosos rebaños traidos de los montes. Este oso, decano del bosque y aguerri- do veterano, y por lo tanto muy astuto, adquirió tan terrible domi- nio en aquella comarca, que nada le im- portaban los amenazadores ladridos de los perros de presa, algunos de los cuales le avanzaban con intrepidez; mas él los re- chazaba con sus garras, siendo esta prue- ba suficiente para que aquellos evitasen la renovacion de sus inútiles ataques. Conti- nuaba el oso sus escursiones por entre los rebaños, y frecuentemente pasaba prócsimo á los pastores con la mayor desfachatez; pero no sin manifestarles cierta deferencia, con- tentándose con elejir diariamente un carne- ro, el que se llevaba á su comodidad, se- mejante al jardinero que va á escojer un ramillete en su verjel. Sin embargo, no pu- diéndose avenir los pastores á pagar tal tri- buto de vasallaje á semejante señor feudal, pidieron ausilio á Luchon, en donde inme- diatamente se organizó una gran batida, que contaba con veinte y cinco fornidos atletas, fijándose el dia siguiente para dar principio á la caza. Llega el deseado momento, póne- se en marcha la valerosa tropa, y cercando el recinto por todas partes, bien pronto se ve el oso acometido por do quiera, y un di- luvio de balas termina con su ecsistencia: reúnense los victoriosos campeones, y en marcha triunfal es conducido al pueblo, entre los bélicos cantos y las ruidosas detonacio- nes que á larga distancia se oyen. A la en- trada de Luchon se hace una salva jeneral, que mezclada con los cantos estrepitosos, causan una animacion, un delirio inesplica- bles: y todo porqué? porque nadie en la co- marca recuerda haber visto un oso tan enorme. Tenian en el pueblo á la sazon otro oso de siete meses, que despues de haberle aprisionado una vez, se les fugó y volvieron á apresarle á los pocos dias los españoles del valle de Aran. Deseando ver qué efecto pro- ducia en él la presencia del oso muerto, le llevaron á la casa de ayuntamiento; mas ape- nas llegó al portal, cuando escapándose de entre las manos de los que le conducian, atraviesa el patio y sube precipitadamente á la sala, en donde yace el otro. Arrójase so- bre él, tómale la cabeza entre sus manos y estrechándola contra la suya, permanece tan largo rato en esta actitud, que los es- pectadores se ven forzados á desprenderle por fuerza. Vuélvese entonces repetidas ve- ces hacia el cadáver, cójele las patas, las le- vanta alternativamente, y despues le empu- ja, cual si deseara hacerle andar, manifes- tando á todo esto con lúgubres abullidos el profundo dolor que le domina al reconocer que aquel hermoso animal, su padre quizas, se halla privado de vida. Esta interesante es- cena enterneció á los luchonenses; mas pron- to fué preciso separar de allí al sensible oso, pues todos pedian la parte de presa que les correspondia, impacientes por desollarle y hacerle tajadas. Fueron, pues, arrancadas las mantecas con el mayor cuidado, cuyo peso ascendió á 168 libras. En su piel se encontraron numerosas cicatrices, y debajo de ellas dos balas y una posta, por cuya ra- zon le hemos llamado el veterano del bos- que. En cuanto al oso pequeño, cuyo esce- lente corazon era digno de otro tratamiento, despues de haberle cebado perfectamente con patatas, le degollaron, como á un cerdo, para aprovechar las mantecas, cuyo elevado valor es conocido de los que consumen la verdadera grasa de oso. FANTASIA. Fragmentos. ¿Qué confuso rumor los aires puebla? ¿qué murmullo fantástico estremece los ámbitos del orbe, que parece que toca ya á su fin? ¿Qué anuncia ese jirar de torbellinos, impelidos de fuertes huracanes, alzando sus columnas remolinos hasta el mismo cenit? ¿Porqué pretenden con mentido empeño, haciendo alarde de su falso brio, desafiar el sumo poderío del Supremo Hacedor? ¿Porqué así intentan comparar fanáticos la fuerza de sus cálculos satánicos con el soplo que da vida á su vida y gloria á su esplendor? No los veis? ¿no escuchais su estruendo ronco, que parece partir del hondo averno, cual si todas las furias del infierno quisieran salir de él? ¿No los veis cual se estienden por los aires, llevando por do quiera su dominio, cuyo lema es tan solo el esterminio, en confuso tropel? 2.º Mas, silencio! escuchad: rasgóse el velo de tanta confusion. Airado el cielo con mil y mil metéoros flamijeros el éter desgarró; y en fantásticos jiros describiendo su curso incierto, su vagar errante, destruyen cuanto encuentran por delante con fuego abrasador. Lánzanse vívidos de la etérea cumbre: cruzan la inmensidad, roto el espacio, y el trono pulverizan de topacio, do se asienta el poder; reduciendo á la nada sus blasones, sus ricas columnatas, sus alfombras, sus pebeteros de oro; y en las sombras solo se alcanza á ver brillante entre el escombro la diadema, que adornara la sien de tantos reyes, y el cetro que dictara tantas leyes, roto en pedazos mil; y confundidos entre el polvo inmundo la mitra refuljente y el capelo, y la tiera, que fué reina del mundo, tambien se ven allí. Solo devastacion, ruinas y muerte do quier los ojos fijo á ver alcanzo: hasta la luz del sol su lumbre vierte con brillo funeral; y reverbera en las informes masas, que hacinados proyectan los fragmentos de mil palacios, que entre sus cimientos confundidos estan. C. Serrano. RAMILLETE. Badajoz 11 de diciembre. Fun- cion teatral. La apreciable señorita doña Carolina Coronado acaba de dar una muestra de lo que puede esperar la literatura española de sus nobles es- fuerzos en la poesía, con su nueva pro- duccion, el drama en tres actos, titula- do Alfonso de Leon, cuya primera repre- sentacion se verificó anoche en este teatro. Como creemos, no sin funda- mento, que de su análisis se ocuparán mas por estenso los periódicos de lite- ratura que se publican en esta capital, nos abstenemos por ahora de este tra- bajo, en que nos detuviéramos con gus- to; pero nos permitirémos decir que nos ha sido sobremanera grato el ob- servar su accion muy bien desenvuel- ta y ajustada á las reglas del arte, los caractéres sostenidos, la versificacion fácil y armoniosa. Al lado de un pen- samiento filosófico, espresado con seve- ridad y maestría, se notan descollar los delicados matices de la ternura y de los jenerosos sentimientos, trasladados al lenguaje dulce y espresivo del idi- lio. El público manifestó su aprobacion con sus repetidos aplausos, y varios jóvenes pusieron en manos de la auto- ra una hermosa corona, en merecida recompensa de su asidua laboriosidad, sin la cual no hubiera dado á conocer los brillantes dotes con que la ha favo- recido la Providencia. Tenemos entendido que muy pron- to se presentará este drama á la co- mision de censura de los teatros de la corte, donde no dudamos se pondrá en escena, demostrándose entonces lo muy parcos que han sido nuestros elojios. Nos escriben de Alicante el 14: Ultimamente se han representado en este teatro por la compañía lírica el Marino Faliero, y las Cárceles de Edim- burgo. Esta última ha merecido mucha aceptacion por el brillante desempeño de las hermanas Villó, y del señor Lej en la parte del contrabandista. La Gaceta de Dresde publica una es- tadística teatral, de la cual resulta que entre los artistas actuales de los teatros públicos de Alemania hay sesenta y dos (36 mujeres y 26 hombres) que pertenecen á la nobleza; á saber: tres maestros compositores, ocho cantatri- ces, cuatro cantores, veinte y siete ac- trices dramáticas, diez y nueve actores y una bailarina. El citado periódico añade que estos sesenta y dos artistas nobles tenian ya cada uno su patrimo- nio para mantenerse con mucha hol- ganza, y que tan solo por vocacion y amor al arte han entrado en la carrera teatral. Dedicamos la anterior estadística á las personas, sean de la clase que sean, que todavia mantienen antiguas y per- judiciales preocupaciones contra el teatro y los artistas en jeneral. En Esp- paña tambien llegará el dia en que el artista merezca tanta consideracion, como el poderoso y el magnate. Lisboa. Opera italiana. El teatro de la ópera italiana en Lisboa acaba de cerrarse, por haber hecho bancarrota su empresario, y los actores se queda- ron en descubierto de su salario. La ópera de San Carlos de Lisboa fué es- tablecida por una compañía de comer- ciantes en 1793, y es uno de los me- jores teatros europeos de segundo ór- den. El edificio puede contener 1,280 personas; el patio 640, y los palcos, que son 120, en cinco altos ó hileras, igual número de espectadores. Un nue- vo empresario, llamado Signor Coradi- ni, tuvo el valor de contratar con el gobierno el sostenimiento del teatro por dos años, pagándole el gobierno 24 contos (unos 28,000 pesos), por año, y una suma adicional de dos con- tos para dar en Oporto representacio- nes de ópera por espacio de tres me- ses en cada año. El gasto total de la ópera italiana en cada año escede de 50 contos, para cuya suma contribuye el gobierno con 24. Cantantes españoles. Los espa- ñoles presentan escelentes artistas en el ramo de la música. Entre ellos fi- guran la señora Rossi Garcia, que for- ma las delicias del teatro de San Car- los de Lisboa; la señora Garcia Viar- dot, primera dama del teatro italiano de San Petersburgo; don Pedro Uná- nue, tenor sobresaliente en el mismo teatro de la capital de Rusia, donde representa á la par de Rubini; Ojeda, que acaba de escriturarse para el tea- tro de la Grande Opera en Paris, y Flavio, á quien hace poco han tenido los franceses la satisfaccion de admirar por sus talentos especiales para el arte. El 16 se estrenó en el teatro de la Cruz de Madrid el drama titulado: Tam- bien los muertos se vengan, segunda par- te de la Corte del Buen Retiro, orijinal del mismo autor que este drama, el se- ñor Don Patricio de la Escosura. La fal- ta de accion y la sobra de estension im- pidieron el buen écsito que en otro ca- so hubiera tenido este drama, en el cual por lo demas estan de manifiesto las dotes de injenio justamente reconoci- das hace mucho tiempo en su autor. TEATRO. Hoy domingo, á las tres y media de la tarde, se pondrá en escena la come- dia de gracioso, titulada: El mayor contrario amigo, ó Diablo predicador. Seguirán boleras, y se dará fin con el chistoso sainete nomi- nado: El sutil tramposo. Por la noche, á las siete, se ejecutará el drama de grande teatro, dividido en 4 actos y un prólogo, cuyo título es: El terremoto de Marti- nica. Continuarán boleras, y se terminará con el jocoso sainete denominado: La casa de locos de Zaragoza. MALAGA: 1844. =Imprenta de los Señores Cabrera y Laffore, editores. SUPLEMENTO AL NUMERO 9 DE LA AMENIDAD DEL DIA 29 DE DICIEMBRE DE 1844. LICEO. Pasa ron los si- glos de los he- chos, pasaron los - roes, las conquistas, el afan de dominar á tra- zo las dificultosas em- presas, Guzman el Bue- no, Bernardo del Car- pio, el Cid, cien héroes mas de vestidos y co- razones de hierro nos dejaron despues del si- glo XIII argumentos concluidos para la poe- sía dramática. Las Cru- zadas y la Caballería de- jaron manantiales á las novelas de Europa. Pasaron los tiempos de los hechos para dejar su imperio á los dichos. La impren- ta, dice Victor Hugo, derribó la arqui- tectura; la tinta, dice Schiller, mató los héroes. La ciencia derribó las corazas y los petos y los castillos, y desde el imperio de las letras, escepto Napoleon, antítesis de su siglo, las grandes ambiciones busca- ron el libro y el compas, mas bien que el broquel y la lanza. La España literaria comenzó su historia con los nombres de Isabel I y Carlos V. La Francia contó los dias de su apojeo en el reinado de Luis XIV, y á impulso de este gran rey se convirtió en el aula de la Europa. Paris fué la Roma y el Ate- nas moderno, donde se multiplicaron las academias y los liceos, remedo de los grie- gos y romanos. Las ciencias y las artes abrieron sus aulas en Paris y en Londres, en Viena y en Berlin, y la capital, la - bia antigua, la primera maestra de la Eu- ropa, la capital de España, no fué menos en ostentar su señorío y su lujo de artes y de ciencias. Se instituyó el Ateneo para los sábios españoles; el Conservatorio pa- ra los artistas; el Liceo para los litera- tos y los poetas. Cundió este espíritu de las sabias instituciones, y las provincias erijieron tambien sus altares á las artes y á la literatura. Malaga, sinó animada por el espíritu del saber, estimulada por la moda de las instituciones científicas, tam- bien elevó su monumento á las artes, tam- bien abrió sus aulas y levantó sus catedras. Empero no ecsistian sinó nombres y de- seos. Todos nos apresuramos a ofrecer nuestros trabajos; pero hubimos de confesarnos triste- mente que en vano nuestra academia abria sus puertas al talento. Y era preciso. Un pue- blo que abre sus mares al comercio y sus campos á la codicia, presa de jente estrana, no podia encender el amor al suelo que sus- tentó nuestra cuna, el amor que hizo he- roica á la capital de Aragon, grandes pinto- ras á Valencia y Sevilla, que conserva la catedral de Cordoba, la Alhambra en Gra- nada y el acueducto de Segovia. Luego, no ecsistian monumentos antiguos, que son co- mo las raices del amor al pais natal. Las piedras y las argamasas antiguas nos cuentan las historias de nuestros antepasados, tal vez las de nuestras propias familias, enlazadas con las de nuestros dias, quiza con nosotros mis- mos. Nuestros monumentos caen al de la innovacion. Pronto nuestras Ataraza- nas no nos referirán su orijen godo; calla- ran bajos sus arcos derruidos las crónicas árabes y las historias de los nuevos cris- tianos. Malaga, en fin, era una nulidad artísti- ca, y un sarcasmo literario. Nuestra Academia, instituida bajo las - vedas de San Francisco, elevadas en otros dias para prolongar los sonidos del órga- no, aparecia raquitica desde que no so- naban los cauticos relijiosos, y desde que Bellini y Donizzeti y Vaccaj se sustituyeron a la magnífica salve y al recitado griego de la epistola. Los espíritus ascéticos se alarmaron al escuchar las poesias profanas, leidas en las gradas de San Pedro, y los dialogos dramáticos ante el altar donde se re- citaba el dialogo sagrado. Se ofendian es- tos espíritus timoratos, porque el talento, que como dijo Jesucristo, es el espíritu de Dios, no habia llegado aún á mostrar que el lugar de las artes salvaba de la profa- nacion las ruinas del templo. En 25 de Diciembre de 1844 aparece grande y bri- llante nuestra Academia artística. Parece que ha cundido bajo sus arcos el espíritu de la rejeneracion. ¿Es que Dios la bendice porque se ha salvado de las imprecaciones de la soldadesca (1)? Sin duda. Las paredes de nuestro salon, pocos dias antes frias y desnudas, como por en- canto resucitan lienzos bajo el pincel, y cien personajes, ya de las pasadas histo- rias, ya de nuestros dias, parecian ajitarse alrededor de nosotros y sobre nuestras cabezas. La juventud de repente ha creado un pueblo artista. Las reputaciones de nuestro suelo natal no habian ido mas alla de nues- tras playas. Esta triste observacion contaba ya siglos de esperiencia. El pueblo, indo- lente de sus glorias, calentó un dia su entusiasmo, y subió a alcanzar su coro- na de artista. ¿A quién se debe ese follaje, nos preguntábamos- que deseamos atra- vesar, esas lontananzas de perfecta ilusion, esa luz azulada de los últimos términos, ese ambiente, ese horizonte? Al señor Casa- deval, nos ha respondido un nombre es- crito. ¿Y esos paises de tan buen orijen, de pincel caliente, de luces tan bien enten- didas? Son, nos han dicho, de esa her- mosa señora doña Carmen Quiros. ¿Y ese retrato, que se destaca del lienzo, de tanta seguridad en su dibujo como ver- dad en su colorido? Vimos escrito el nom- bre del señor Romero. ¿Y aquella magni- fica cabeza de apóstol, que pertenece a la escuela sevillana, cuyo pincel atrevido le dió a poco esfuerzo la ajilidad del contorno y la valentia del colorido? ¿De quién es ese fragmento de poesia cristiana, de filoso- fia y santidad, nacida del pincel para sim- bolizar el espiritu del crisitanismo y el je- nio de la predicacion? Es un orijinal del señor Chicano, nos hemos respondido con entusiasmo. Pero era vano intentar distraer nuestras miradas sobre mas lienzos, cuan- do una vez se habian fijado sobre las for- mas griegas de Psiquis y Cupido. La sen- cillez y la pureza del estilo, las curvas tan suavemente manejadas, la blandura de la actitud, nos han recordado los grandes maestros de la escuela italiana. Psiquis esta contemplando el sueño de [margen inferior: (1) Como la Paz, las Agustinas etcétera.] Cupido, y la luz de una lámpara que lleva en su mano derecha, da a aquellas formas acabadas una luz májica, soñolien- ta, que contrastando con una sombra fuer- te, destaca ambas figuras del fondo. La luz, cerca de las carnes, ilumina con fuer- za y brillantez; la sombra es cargada, y a pesar del contraste, es tan maestra la introduccion del colorido, que se derrama en el cuadro una fascinadora dulzura. Los accesorios, perdidos habilmente entre las sombras del fondo, sin robar la atencion de las figuras principales, concluyen la composicion, con tanto talento concebida. Sabemos que la señora de Campos ha- lló en Cadiz un cuadro, cuyo argumento era el mismo. Este argumento, tan ma- nejado de los italianos y transmitido por los griegos. Este argumento, que fué sobre el que levantó el gran Canova, en sus magníficas esculturas, el monumento de su inmortalidad. Acaso este recuerdo le fué inspirador. Quiso copiarle; pero le quiso mejorar. Entonces cambio las actitudes de las figuras, cambió la luz, y por fuerza, á despacho de su modesta voluntad, hubo de hacer un cuadro orijinal. El Liceo da gracias a la artista que se ha dignado colocar su nombre entre nues- tros humildes nombres. El Liceo la su- plica que reciba los aplausos debidos a su distinguido talento. La rejeneracion artística de la noche del 26 no se debia solo a los pinceles. Acom- pañando la voz limpia y dulce de la se- ñora de Álvarez, oimos los sonidos mag- nificos de un piano, que no golpeaba la nota como los conocidos hasta hoy, sinó que la heria, ó mas bien, aparecia con mas suavidad que en los vientos del órgano. Los que hemos tenido ocasion de ecsaminar su sencillo mecanismo, y de ser arrebatados por aquel instrumental compendiado: los que le hemos escuchado en el torrente de su voz y de su bravura, y morir los ecos hasta el último grado; los que hemos visto en el instrumento, ya la soberbia catarata, ya el arroyo manso, nos paramos llenos de respeto y de admiracion ante su inven- tor el señor Gallegos, y saludamos con lagrimas de entusiasmo a este jenio de los so- nidos. Este magnífico instrumento tiene la cua- lidad de subir y bajar medio punto el tono. invencion contra la cual se han estrellado los ingleses, primeros maquinarios del mun- do. El señor Gallegos no tan solo com- prende los detalles de la maquinaria, sinó que de repente halló en su entendimiento las leyes de la acústica, que se habian escrito y que aún quedaban por escribir. Los princi- pios de sus matematicas han sido ya pro- blemas resueltos. Cuando nos sea posible escribir algu- nos detalles biograficos acerca de este hom- bre de talento, diremos lo que nos inspiran mil cualidades, que deben colocar á nuestro modesto paisano en el lugar de los hom- bres distinguidos. Damos tambien mil gracias, mil felici- taciones á los amantes de nuestra institu- cion, que al través de tantos esturbos vie- ron un dia de esperanza para nuestro Liceo, y ante tantas razones para abandonarle a su inaccion artística, opusieron sus traba- jos, una tenaz constancia, y una fe mas fundada que nuestras tristes dudas. Mil gra- cias repetimos al señor de Alvarez, al señor Casadeval, al señor Vivero y al señor Ber- tochi. Dolores. MODAS DE PARIS. PARA SEÑORA. Los periódicos que en la capital de Fran- cia se dedican á indagar los mas hondos ca- prichos de la moda, nos revelan la grande ani- macion que en el dia se advierte en las her- mosas, cuyas gracias van siempre en armonia con sus mas elegantes adornos. Llenas vienen sus pajinas de nombres, cu- yos grandes depósitos de ricas y nuevas ga- las, se hallan provistos de maravillosas crea- ciones, las cuales deben realizar con su - rito colocadas con oportunidad las graciosas formas de las damas del gran tono. Nos hablan en primer lugar del surtido abundante de preciosas y variadas telas, en- tre las que descuella la cachemira de Indias, sin mas rivales que los maravillosos tisús elaborados hoy dia en las manufacturias fran- cesas de mayor nombradia. Entre los colores que mas nos ensalza uno de aquellos periódicos, concede una impor- tancia al color negro, que nosotros no repro- bamos, porque comprendemos perfectamente que si bien puede considerarse algunas ve- ces como el término destinado para descan- so de las trabajadas concepciones de la mo- da, se presta a si mismo a los mas deliciosos caprichos del buen gusto: y despues de ma- nifestar cuan bien sientan los trajes de dicho color en raso, terciopelo, damasco, encaje etcétera, etcétera, rinden un espresivo homenaje a los del tul liso, guarnecido con franjas de cinta de raso, las cuales forman aquellos vo- lantes que antes se decian á la Ninon. Se en- tiende que estos trajes son para baile ó so- ciedad. Segun parece están tan en boga los ter- ciopelos, encajes y pieles, que con estos - neros ya una señora se encuentra de rigoro- sa moda, pues en todo se emplean. Se llevan con profusion pañuelos, pelisas, pardesus y manteletas de terciopelo negro; ya guarnecidos de encajes del mismo color, o bien ricamente ribeteadas de marta, que es lo que mas propiamente corresponde á los toilettes de paseo; así como el armiño sien- ta bien en el coche, en las visitas, y en los trajes, que llevados en dias serenos, requie- ren adornos resplandecientes. No se olvidan los periódicos parisienses de los cómodos manguitos, cuyo uso es de rigor en todas partes. En ellos se llevan toda cla- se de pieles con sus correspondientes puños siempre útiles, y sus vueltas de muer ó ra- so, cerrados con lazos de caprichosas cintas, cuyas puntas bastante largas son las que dis- tinguen los manguitos mas elegantes. Para el teatro ó semejantes reuniones, se llevan sencillas á par de preciosas bandas de armiño, que no se hallan en oposicion algu- na con las manteletas, tan elegantes como cómodas en los parajes de menos etiqueta. Los pardesus son comunmente de tercio pelo guarnecido de marta: tienen por de- lante todo el aspecto de un redingote de ca- ballero, y el corte del cuerpo lleno de ses- gos evita los pliegues, que naturalmente se for- man alrededor de la cintura: se construyen con raso picado, que hace una visualidad agra- dable, ya sea en los pardesus de visita, ó bien en las batas de casa. En unas y otras las mangas deben ser bastante anchas para poder llevarse sobre otras; sin embargo, su anchura oriental no es mas escesiva en este invierno que en los años anteriores. Antes de ahora teniamos ya noticia del lugar que en la moda ocupan las escarcelas á lo Maria Stuart, especie de ridiculo, que ha tenido una aceptacion maravillosa entre las jentes del gran tono: pero no considerando- lo mas importante que otras creaciones que ocuparon nuestras columnas, guardabamos silencio para observar la acojida que en Pa- ris las dispensaba. Esta como dejamos di- cho ha sido brillante, y por lo tanto infor- maremos de este adorno a nuestras hermosas lectoras. La escarcela es la bolsa real de la gran dama: las que en el dia imperan son de ca- denillas, pegadas de esmalte, entremezcla- das de marquesitas, de granate, etcétera. En el centro de su cara esterior suelen llevar pre- ciosas armas formadas con piedras de mucho valor. Cuantos detalles tengamos de este ca- prichoso adorno en lo sucesivo, los trasmi- tiremos oportunamente á nuestras elegantes, para que por falta de noticias no cedan nunca á las mas apuestas damas del vecino reino. MALAGA:1844. = Imprenta de los Señores Cabrera y Laffore, editores.

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