CODEMA19-LAAMEN-184445-1
CODEMA19-LAAMEN-184445-1
Resumen | Número 5 de "La Amenidad. Periódico semanal de literatura, modas y teatros" |
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Archivo | University of Connecticut |
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Typology | Otros |
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Fecha | 01/12/1844 |
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Lugar | Málaga |
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Provincia | Málaga |
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País | España |
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[margen superior: NÚMERO 5. 1.º DE DICIEMBRE DE 1844] LA AMENIDAD.
PERIODICO SEMANAL DE LITERATURA,
MODAS Y TEATROS.
No se admiten suscriciones á este periódico, sinó en union con El Indispensable. Puede verse
cualquiera de sus números para saber las condiciones, precio, notables ventajas que se conceden etcétera.
EL MOSQUITO. -
EL HOMBRE-MOSQUITO.
No es
mi
áni-
mo,
ca-
risi-
mos
lec-
tores, ó siquier lectoras,
con las cuales abundo mas
en simpatias, redactar un
articulo de historia natural.
Desconozco absolutamente es-
ta ciencia, y por otra parte
soy poco amigo de esas di-
sertaciones serias y profundas,
que vuelven al hombre asáz
reflecsivo y meditabundo, que-
riendo penetrar la esencia de las
cosas y los arcános de la natu-
raleza. Hablaré, es verdad, de
Mosquitos; pero con la superficialidad y li-
jereza análogas á mi caracter y á mis re-
cursos mentales, que son bien pocos.
El Mosquito es un insecto volatil, que
recuentemente producen las sentinas ó re-
ceptáculos de aguas y otras materias en cor-
rupcion. La putrefaccion de estas mismas
materias en los conductos subterráneos, co-
nocidos vulgarmente con el nombre de ma-
dres, los reproduce con tanta abundancia,
principalmente en el verano por la mayor
fermentacion de aquellas, que son terrible
azote de las casas circunvecinas. Dicese tam-
bien que las pequeñas bolillas de ciertos ár-
boles los crian al corromperse. De cualquier
modo parece que el Mosquito se enjendra
de corrupciones, y que está mas esactamen-
te designado en el acsioma filosófico, corrup-
tio unius; generatio alterius, que, segun di-
cen, á todo y á todos comprende.
El Mosquito pudiera dividirse en dos cla-
ses: campestre y urbano, ó casero. El cam-
pestre pertenece á esa gran familia de Mos-
quitos, que reunidos en prodijiosas turbas
recorren los aires, y se encuentran con fre-
cuencia en los campos, sirviendo de abun-
doso pasto á los ventejos ó aviones. El ca-
sero es aquel que anida en nuestras habi-
taciones, especialmente en los dormitorios,
y que se dedica á chupar nuestra sangre.
Cuando el campestre vagando inútilmente
por la atmósfera, no encuentra alimento
suficiente á satisfacer sus deseos, ó necesi-
dades, introdúcese en los pueblos y en las
casas, ansiando el sabroso pasto sanguíneo
que le engorda y rejuvenece; desde este mo-
mento se refunde en casero. No haremos
pues, uso de esta division, siempre que nues-
tro objeto sea considerar al Mosquito bajo
el peculiar instinto de su mortificante pi-
cadura, á la cual indudablemente propen-
den campestres y caseros.
Una vez introducido el Mosquito en nues-
tras habitaciones, vésele orgulloso enseño-
rearse de ellas, y paseándolas altivo, ora
se coloca en las paredes, ora en los cua-
dros y puertas, ora en el techo: todo es su-
yo. Solazase consigo, restrega sus manos,
limpia y afila su trompa, prepárase en fin al
banquete; y cuando los elluvios ó emana-
ciones del cuerpo humano le avisan nues-
tra presencia, despréndese sutilmente, y en-
tonando himnos marciales, cual los antiguos
guerreros galos antes de empezar sus luchas,
se coloca en derredor nuestro. El Mosqui-
to es un elefante, un buitre en miniatura.
Audacísimo, temerario en sus empresas, ni
lo retraen las manotadas, ni cede á las sa-
cudidas, ni deja el campo por las puñadas
ni los reveses. Se desvia, si, pero vuelve pron-
to á la carga, y cantando y dando jiros atis-
va el momento oportuno, y no se retira sin
clavar el aguijon, sin estraer el jugo, sin
levantar la roncha, insigne muestra de su
picante triunfo, y vergonzosa nota de nues-
tra humillacion y vencimiento.
Luego que el mosquito ha bebido san-
gre humana, dilátandose este jugo nutricio
por todos sus miembros, los estiende y de-
sarrolla, trasformándolo poco á poco en hom-
bre-mosquito. A esta clase pertenecen tan-
tos y tantos individuos de oscuro tal vez y
desconocido orijen en la sociedad, si bien
notables por sus punzantes picaduras y por
las sensibles y dolorosas ronchas que dejan
al clavar sus aguijones.
El hombre-msoquito, ya sea de la ciu-
dad, ya del campo, conserva poderosamen-
te su instinto. Diferénciase sin embargo del
Mosquito-insecto, no solo por sus formas, si-
nó por su raciocinio, por sus temibles cál-
culos. El hombre-mosquito se adapta á to-
das las fases, á todas las esterioridades que pue-
dan convenir á sus miras de estraccion. Nue-
vo Proteo, preséntadose á nuestra vista en to-
dos los estados y condiciones sociales, tanto
bajo la máscara de la mas refinada humil-
dad ó hipocresia, como del mas estirado y
pedantesco lechuguinismo.
El hombre-mosquito tiene sutilísimo el
sentido del olfato. Esta es en él cualidad
indispensable, conditio sine qua non. Los
hálitos y emanaciones de la persona acomo-
dada, del hombre robusto de intereses, del
que está relleno, por decirlo asi, de sangre,
llegan á él inmediatamente. Sobre todo per-
cibe como por encanto el desprendimiento
de aquel, la jenerosidad de este, la falta de
prevision, la candidez y buena fe: este es
su terreno. Sea el hombre-mosquito cam-
pestre ó casero, á cualquier distancia hue-
le su victima. Medita, reflecsiona, y una vez
concebido el plan de ataque, vésele traba-
jar por introducirse en su casa, por colocar-
se en su derredor. Entonces tambien can-
ta; pero su canto es preparatorio: es el arru-
llo del adormecimiento, es un soporifero
para hacer dormitar, para entóntecer. Si no
consigue chupar en sus primeras embestidas,
no por eso cede. Continua dando jiros, can-
ta de nuevo, aunque varia los tonos, mo-
dulándolos á proporcion de las sacudidas del
acometido. Canta para convencer, para se-
ducir. Con un flauteado en variaciones re-
mueve obstáculos, ofrece garantias, detiene
las manotadas, distrae los reveses; embiste,
acomete, vuelve, insta, persiste; hasta que
en un momento oportuno, en la hora de
tonto, que á todos nos cobija, clava su agui-
jon, y deja en los bienes del paciente enor-
mes ronchazos, signos indelebles de sus pi-
caduras. Los libros del comerciante, del
mercader, del tendero: los apuntes del que
jira y negocia, que fia, que presta ó ade-
lanta intereses, están llenos de partidas in-
cobrables, ronchas del hombre-mosquito.
No todas veces es este tan molesto. Pre-
séntansele ocasiones en que de buenas á pri-
meras, trae de una salutacion, al resolver de
una esquina, introduce el aguijon de sus
peticiones y estrae jugo. Esto sucede con
frecuencia en los pedidos de menor cuantía.
Contra estos encuentros de entubion nos
dejó Quevedo saludablos consejos en su Ca-
ballero de la tenaza.
Al hombre-mosquito se le vé jeneral-
mente placentero, amable, condecendiente.
Solícito y cariñoso nos agasaja y encomia,
nos adula ó festeja. Cuando alguno tra-
ta de engreirnos con estos alhagos sin leji-
timo precedente que los justifique, prepa-
rémonos contra su aguijon. Estas indebidas
deferencias revelan casi siempre al hombre-
mosquito.
Seria interminable seguir á este en todas
las formas de que puede revestirse. Ora co-
mo simple jornalero, que pide adelantado,
ya como labriego que solicita anticipos so-
bre sus frutos, para podar la viña ó labrar
el pegujal: bien como huésped que se nos
introduce en la casa, ó como pretendiente
adúltero, que intenta compartirse nuestro le-
cho nupcial: ó ecsijiendo nuestra garan-
tía para celebrar sus contratos, ó nuestra
fianza para salir de una prision.... En todo
hay hombres-mosquitos!!! Haylos tambien,
que conservan hácia el vino sus antiguas in-
clinaciones de insecto, y que escatiman el
jugo alimenticio á sus familias por chupar
el de las tabernas. Los hay por último, que
con figura de jóvenes y palabras de ena-
morado se entretienen en conquistas de pa-
satiempo y en amoríos de coquetismo, da-
ñosos empero á las incantas, en cuyos cora-
zones forman la sensible roncha del cariño,
bajo las punzadas del galanteo. A estos se
acomoda aquel cantar antiguo:
Parécenme tus amores
á los Mosquitos, Beltran,
que pican, levantan roncha,
cantan, y luego se van.
Narciso Franquelo y Martinez.
COLON (1).
BALADA DE LUISA BRACHMANN.
«- Qué quieres, Fer-
nando? Tu pa-
lidez me anun-
cia una nueva
siniestra. – Ay!
todos mis esfuer-
zos no pueden
contener la tri-
pulacion suble-
vada; y si no des- [margen inferior: (1) Esta balada es muy popular en Alemania.]
cubren muy luego la apetecida costa, se-
reis victima de su furor: perdida ya toda
su esperanza, piden con terribles gritos la
sangre del jefe, á quienes acusan de ha-
berlos engañado.“
Apenas ha concluido de hablar, enando
la multitud irritada se precipita en la cá-
mara del almirante. La rabia y la deses-
peracion se pintan en sus cóncavos ojos y en
sus pálidos rostros, desfigurados por el
hambre. «- Traidor! esclaman, ¿en dónde
estan las riquezas que nos habias prome-
tido?
«No tienes pan que darnos; pues bien,
regálanos con sangre. – Sangre! repite la tur-
bulenta canalla.“ El almirante con digni-
dad opone su impavidez con furor de la ple-
be. «Si necesitais sangre, bebed la mia, les
dice, y vivid. Solo pido me permitais aún,
por sola una vez, ver al sol elevarse sobre
ese horizonte.
«Si la aurora de mañana no alumbra una
playa libertadora, me entrego á la muerte;
empero prosigamos hasta entonces en nues-
tra empresa, y tengamos confianza en Dios.“
La majestad del héroe triunfa tambien aho-
ra de la rebelion. Se alejan, y su sangre
no ha sido vertida.
«- Si, hasta mañana, pero si los prime-
ros albores no dejan ver una costa á nues-
tros ojos, habrás visto hoy el sol por la vez
postrera.“ El terrible pacto queda conclui-
do. La prócsima aurora debe decidir de la
suerte del grande hombre.
El sol desaparece, el dia huye, la proa
de los buques surca la vasta mar con lú-
gubre ruido, las estrellas aparecen silencio-
sas en el firmamento; mas en parte algu-
na se percibe un rayo de esperanza; en par-
te alguna de ese húmedo desierto se descu-
bre un punto en el que la vista pueda fi-
jarse.
El sueño no ha unido los párpados de
Colon; su pecho se halla oprimido; sus ojos,
fijos en el occidente, procuran en vano atra-
vesar las tinieblas.«- Apresura tu vuelo, ó
barco mio! no espire yo antes de haber sa-
ludado la tierra que Dios ha prometido á mis
sueños.
«Y tú, Ser Todopoderoso, echa una mi-
rada sobre esos marinos que me rodean! ¡no
les dejes caer sin consuelo en ese inmenso
sepulcro!» Así rogaba el héroe, cuando su
oído percibió lijeros pasos. - «Eres tú Fer-
nando? ¿Qué me viene todavia á anunciar
tu palidez?
«- Ah! Colon, todo se ha perdido: el cre-
púsculo aparece en el oriente. – Tranquili-
zate, amigo, toda luz es enviada por Dios;
su mano toca de un polo al otro: ella me
allanará, si es preciso, el camino de la muer-
te. – A Dios, Colon, á Dios. ¡Hélos ahí hé-
los ahí á esos furiosos que se acercan!“
Apenas ha concluido de hablar cuando
la multitud irritada se precipita en la cá-
mara del almirante.« - Sé lo que me pedis,
les dice, y estoy pronto: la mar tendrá su
presa; empero proseguid vosotros el comen-
zado intento, porque su término no está le-
jano. ¡Qué Dios perdone vuestro estravio!»
Las espadas resuenan amenazadoras, un
grito salvaje y asesino atraviesa los aires,
y el héroe se prepara tranquilamente á la
suerte que le espera. Los lazos todos del
respeto estan rotos: se apoderan de él, le
arrastran al borde del abismo... Tierra! tier-
ra!.... Esta palabra sale de lo alto de las ver-
gas, y resuena en todo el ámbito de la em-
barcacion.... Tierra! tierra!
Una faja de púrpura, que aparece en el
horizonte, hiere todos los ojos: es la playa
de salvacion que doran los rayos del cielo,
es la playa adivinada por el jenio.... Todos
se postran anonadados á los pies del gran-
de hombre, y adoran á Dios.
A LA CÉLEBRE ARTISTA
DOÑA CRISTINA ANTERA VILLÓ,
EN LA EJECUCION
DE LA
NORMA.
Hominis afectum, possesaque pectora, ducis:
Victus, sponte sua, sequitur quocumque vocasti.
Fiet, si flere juves i gaudel, gaudere coactus;
Et, te dante, capit quisquam, si non habet iram.
(Lucano.)
Tu canto inspirado, la voz peregrina
que en tus labios suena, cual lira de Anfion,
escita, arrebata, conmueve, Oh Cristina!
y el alma penetra, rinde el corazon.
Absorto contemplo tu escénico fuego,
la accion, la apostura, el noble ademan.....
y fluye raudales de oro, de juego,
tu boca hechicera, tu voz talisman.
Ah! qué bien revelas la sacerdotisa
del bosque druida, del Dios Irminsul!
Su crímen, sus celos y amor á Adalgisa,
su muerte en la hoguera só el velo de tul....
Y un pueblo estasiado con tus emociones,
todo ojos y oidos para ver y oir,
devuelve á tus ecos calladas pasiones,
segun, ¡Oh Cristina! te plugo ecsijir.
Magnético impulso le ecsita, le guia,
y sufre en tu pena, y goza en tu bien;
y rie y se alegra, si ve en ti alegria,
y si lloras, llora contigo tambien.
Cual suele un tirano en réjia morada
despótico influjo do quiera ejercer,
y su aspecto solo, su voz, su mirada
ó el dolor ajita, ó alienta al placer
Así con imperio mas dulce, en el alma
májico dominio tu voz ejercicio;
y ora restableces apacible calma,
ora siente el pecho, cual Norma sintió.....
Euterpe entretanto de laurel y rosa
la corona teje que ciña tu sien;
y en ella figura, cual flor mas hermosa,
LA NORMA, que lauros te da cien y cien.
Porque ese tu canto y voz peregrina,
que en tus labios suena,
cual lira de Anfion,
escita, arrebata, conmueve, ¡Oh Cristina!
y el alma penetra, rinde el corazon.
N. F. y M.
ARGUMENTO PARA UN DRAMA.
En un periódico frances se refiere la si-
guiente historia que puede muy bien dar
argumento, sinó nuevo, verdadero al menos
para un drama de efectos tales como los que
se apetecen en el teatro.
Un hijo de cierta familia, principal de
una pequeña poblacion de Provenza, tomó
el partido de espatriarse en 1814; despues
de haber intentado inútilmente conseguir de
sus padres que le dejasen casarse con una
jóven lindisima, pero pobre de quien se ale-
jó con tanto mayor sentimiento, cuanto que
le dejaba una prenda de su cariño. El hijo
nacido de esta union fué educado por la triste
jóven, abandonada con tanta repugnancia,
y ella solo pensó en consagrarse á los de-
beres de madre para soportar así mas con
resignacion una ausencia que no podia me-
nos de parecerle eterna.
Transcurrió mucho tiempo desde la par-
tida del que no habia podido ligar su ec-
sistencia con la de su amada, sin que re-
cibiese esta carta ni noticia alguna que la
infundiese la menor esperanza de ver ase-
gurado algun dia el porvenir de su hijo.
Sin embargo, el desconsolado esposo no ha-
bia desperdiciado en sus largas peregrinaciones
por las Antillas, Chile, las islas Marquesas,
y los puntos mas lejanos del globo, ninguna
ocasion de dar cuenta de su ecsistencia á
una familia que, segun parece, se habia im-
puesto la ley de ocultarse tras el velo de
un silencio impenetrable; pero á ninguna
de sus cartas recibia respuesta. Declararonse
en su favor riquisimas herencias, en cuya
posesion hubiera entrado á haber estado en
Francia, él de nada tenia noticia; y mientras
buscaba en penosos viajes y arriesgando su vida
en las guerras del Perú con Chile, la for-
tuna, esta le esperaba en su misma patria.
El deseo de volver á ella y al seno de
su familia, y saber si vivia aún el hijo, de
quien tan á duras penas se habia separado,
le hizo resolverse pocos meses hace á embar-
carse en Valparaiso para regresar á Francia.
Hacia ya mucho tiempo que su esposa, po-
niendo á su hijo á cocinero, merced á cier-
tas economías, y cuando ya el chico es-
taba bastante adelantado en el oficio, habia
abierto una fonda en Marsella, á la cual
precisamente fué á parar el padre á su lle-
gada. El tiempo y los trabajos habian
mudado de tal suerte las faciones de ma-
rido y mujer, que no es estraño se vieran sin
conocerse, y que por espacio de una semana
tuvieran en casa el hijo y la madre á un hom-
bre llamado Fabre Durand ó cosa por el
estilo, sin que llegasen a sospechar quién
era verdaderamente.
Al cabo uno y otro llegaron á saberlo,
y este descubrimiento de una persona á quien
creían muerta, produjo en todos tres tal
sensacion, que tardaran mucho tiempo en
volver de su asombro, El viajero halló por
término de todas sus peregrinaciones y pa-
decimientos al desembarcar en una tierra don-
de solo esperaba oir funestas nuevas, un hijo,
una esposa y una fortuna considerable.
EPIGRAMAS,
Mucho te adoro, Maria!
pero al ver que eres pastora,
ni un instante, ni una hora,
es feliz el alma mia;
porque temo que al guiar
tu rebaño al valle umbrío,
me trates de comparar
con el ganado cabrío.
Blas Borrego á su mujer
le prohibe ver á Diego,
y ella le dice: ¡Borrego,
siempre el mismo tú has de ser!
S. Barzo. [margen inferior: imagen] MODAS DE PARIS.
PARA SEÑORA.
[margen izquierda: imagen] Por fin los periódicos de modas parisienses
revelan las elegancias del invierno y enco-
mian sobremanera los nuevos gorros, in-
ventados por Maria Seguin, por la felici-
dad con que se cuelgan. La juventud fran-
cesa los ha acojido con entusiasmo, sobre
todo para el teatro, pues la ventaja de que
acabamos de hacer mencion trasciende á
los espectadores colocados en las últimas
lunetas. A mas de estos gorros, el tocado
Memfis se cita como un modelo de buen
gusto. Está compuesto de un fondo de ter-
ciopelo, encaje ó gasa recamada de plata y
oro, y adornado de cordoncitos del mismo
metal que caen sobre cada mejilla, divididos
en tres ó cuatro y se levantan hacia la nu-
ca como los cabellos á la Berthe. Los tales
cordoncitos rodean de esta manera las sie-
nes interpolándose con los bucles cuando el
peinado es á la inglesa. Tambien forman una fantasia encantadora las pequeñas capotas de
tul trescado, azul ó color de rosa, en las que cada pliegue se halla surcado por una línea
de terciopelo del mismo color que el tul.
Las tocas moriscas han reemplazado á las griegas del pasado invierno. Consisten en unas
tiras de encaje de oro ó de tejidos muy diafanos entremezclados de seda de color que rodean
un fondo ricamente matizado de perlas ó pedrería, y cuyos éstremos unidos del mismo lado
terminan en una punta adornada con una magnífica bellota que llega á la espalda. Este mis-
mo adorno en un fondo de gasa de oro es, aunque mas sencillo, no menos seductor.
El tocado ejipcio es tambien notable. La encantadora gracia con que dos tiras de enca-
je ó de tejido de oro caen por ambos lados de la cara despues de haber atravesado un pe-
queño fondo de oro ó terciopelo, que pasa por la frente, es una de las creaciones que im-
ponen silencio á todas las ecsijencias.
Muy en uso están las pelegrinas y manteletas de terciopelo cortas, con mangas, y for-
radas de armiño. Las guarniciones de marta se estilan en dos filas que se ensanchan infe-
riormente, y los estremos de las mangas polacas subiendo abiertas hasta la sangría del
brazo, se aplican á las mangas largas y son tan elegantes como cómodas.
Mucho se llevan los ropones de raso negro bordados de mil maneras, ó adornados con
terciopelo. La franela escocesa está en boga para el negligé.
Debemos hacer mencion del tocado de flores que últimamente ha parecido. Consiste en
una corona que sirve de base á la masa de cabellos á la inglesa tan de moda en la actua-
lidad. Diriase que esas oleadas de bucles se han creado á propósito para adornarse con esta
especie de tocado. No merece menos elejios otro jénero de tocado que se aplica á un pei-
nado diferente, y que hermosea la frente de las bellas que buscan admiracion y lujo. Con-
siste en guarniciones de tul y crespon sobre franjas de terciopelo. RAMILLETE.
En la noche del 23 tuvo lugar la pri-
mera representacion de la ópera Norma,
de esa partitura, cuyos melodiosos cantos
tanto arrebatan el alma, siempre que son emi-
tidos por órganos de tan relevante mérito
como los de nuestras artistas Doña Cristina
Antera Villó y Doña Josefa Chimeno, pues
con dificultad hubiera encontrado su autor,
el malogrado Bellini, otros tan dignos in-
térpretes de sus inspiraciones.
Empezarémos la reseña que nos habia-
mos propuesto hacer de toda la funcion, so-
lo desde la salida de Norma en su ca-
vatina Casta diva, evitándonos de este mo-
do tener que emplear el acíbar de una cen-
sura, aunque justa, siempre enfadosa y de su-
yo desagradable; pues si bien podemos de-
cir en honor de la verdad que no debia
esperarse mucho de los que tomaron parte en
las piezas anteriores, por haber sido la eje-
cucion de la ópera poco menos que im-
provisada, en razon á que se puso en esce-
na con un solo ensayo, nunca debiamos es-
perar tan poco. De cualquier modo que
sea, el público, que al dar su dinero no se
cuida de analizar los medios de que se va-
len para hacérsele gastar, manifestó su dis-
gusto de un modo bastante directo; mas
solo hasta la salida de Norma, porque al
presentarse, al par de la luna, la señora Vi-
lló, logró disipar con su presencia las nu-
bes que oscurecian el horizonte teatral, con
el recitado Sediziose voci; finalizado el cual,
el público entusiasmado dió al olvido el dis-
gusto anterior, prorumpiendo en una mul-
titud de bravos y en un estrepitoso aplau-
so. El andante Casta diva le ejecutó con
aquella maestria que era de esperar de tan
distinguida artista, y en el alegro Ah! bello
a me ritorna nos sorprendió agradablemen-
te con unos adornos que añadió en la re-
peticion de la cavaleta, en los que supo her
manar el gusto con la dificultad de la eje-
cucion.
La señora Chimeno estuvo bastante feliz
en su duo con el señor Aparicio, pero don-
de nos admiró, dando rienda suelta á to-
das sus facultades, aunque no son las mas
estensas, y á sus conocimientos músicos, fué
en el duo y terceto final, en los que pue-
de decirse que rivalizó con la prima donna
en la facilidad con que ejecutó las dificul-
tades, que tanto abundan en ambos: el pú-
blico, justo conocedor del mérito, le pro-
digó sus aplausos, dignamente merecidos.
Si satisfechos quedamos de los esfuerzos
de estas dos escelentes artistas en el primer
acto, no lo fuimos menos en el duo del se-
gundo, porque desplegando en él recursos
hasta entonces desconocidos para nosotros,
nos entusiasmaron estraordinariamente.
¿Y qué dirémos de la señora Villó en el
duetto que precede al final y en el final mis-
mo? ¿qué dirémos de aquella dignidad y fi-
nura que dejaba adivinar en medio de su es-
trema desesperacion? qué dirémos de aque-
lla enerjía con que esclamó, dirijiéndose á su
seductor, in mia mano al fin tu sei? ¿y qué
diremos, en fin, de la afliccion y abandono
de si misma, que manifestó en la plegaria
Deh non volerli vittime? Qué hemos de de-
cir? lo que tantos y tantos periódicos, asi
estranjeros como españoles tienen afirmado:
que es la artista de las artistas; y que si en
algo puede influir para su gloria la espresion
de nuestro sufrajio, le manifestamos que un
eterno recuerdo de la grata impresion que su
canto ha producido en nuestra alma, queda
grabado indeleblemente en nuestro corazon.
La señora Montenegro continua obteniendo
los triunfos mas placenteros en los teatros de
Italia. De Milan donde se encuentra ahora,
pasará al real teatro de Venecia, en el cual
cantará una ópera que está escribiendo para
la artista española el maestro Paccini.
La academia de la historia, fiel á los sen-
timientos de nacionalidad, ha borrado de la
lista de sus miembros al famoso cónsul in-
gles Turnbull, que tanto daño causó con sus
intrigas en la isla de Cuba.
En el teatro frances se ha representado con
muy buen écsito un drama en tres actos y
en verso, titulado Tejedor de Segovia, de M.
Hipólito Lucas. No sabemos si será composi-
cion enteramente orijinal, traduccion ó imi-
tacion, como otras muchas, de nuestro tea-
tro.
No deja de ser notable una nueva ten-
dencia que se advierte en la literatura eu-
ropea. En algunos teatros estranjeros se estan
representando trajedias y comedias del anti-
guo teatro griego. En el teatro real de Ber-
lin se han puesto de un año á esta parte
en escena una trajedia de Sóphocles y otra
de Euripides, traducidas por los primeros
helenistas prusianos. En el teatro del Odeon
de Paris acaba de representarse ahora mismo
la celebrada comedia de Aristófanes, titulada
Las Nubes, traducida por M. Hipólito Lucas.
Estas obras maestras del clasicismo no pue-
den llegar á formar ni remotamente un jéne-
ro en el teatro moderno; pero alcanzan bas-
tante écsito en aquella parte intelijente del
público, que es la única capaz de compren-
derlas y saborearlas, y aun entre aquella otra
parte del público que gusta siempre de todo
o que se anuncia como novedad, ó siquiera
como moda.
En el teatro de la ópera de París se acaba
de tocar la magnífica obra de Hayden, la
Creacion del Mundo, á beneficio de la socie-
dad de artistas músicos.
Entre una coleccion de novelas traducidas,
que se están publicando actualmente en Fran-
cia, hemos visto anunciada la traduccion de
doña Isabel de Solis, ó la guerra de Granada,
del señor Martinez de la Rosa.
En Francia se reproducen con bastante
frecuencia los dramas de argumento español.
Ultimamente se ha representado en no recor-
damos que teatro un drama titulado don
Cézar de Bazan, y una comedia de intriga
titulada el Bachiller de Segovia. Esta última
ha tenido bastante buen écsito, y aunque
el tal bachiller no es por lo visto sinó un
estudiante de la Sorbona, no podemos menos
de recomendársela á nuestros traductores.
El buque la Industria, procedente de Para,
trae para el jardin de las Plantas de Paris
una coleccion de objetos de historia natu-
ral, recojidos en lo interior del Brasil por
la comision científica, que de órden del
gobierno frances esplora este pais bajo la
direccion del conde de Castelnan.
TEATRO.
Hoy domingo, á las tres y media de la
tarde, se pondrá en escena el grandioso dra-
ma, en cinco actos, precedido de un prólo-
go, cuyo titulo es:
Lázaro ó el Pastor de Florencia.
El cual será ecsornado con todo el apa-
rato escénico que ecsije su argumento.
Seguirá baile nacional, y se concluirá con
el gracioso sainete, nominado:
Los palos deseados.
A las siete de la noche se ejecutará la co-
media, en cinco actos, titulada:
El corsario Jorje Monven.
A continuacion se bailarán boleras, y se da-
rá fin con la lindisima pieza, denominada:
La escalera de mano. [margen inferior: MALAGA: 1844.=Imprenta de los Señores Cabrera y Laffore, editores.]
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