CODEMA19-LAAMEN-184445-1

CODEMA19-LAAMEN-184445-1

ResumenNúmero 5 de "La Amenidad. Periódico semanal de literatura, modas y teatros"
ArchivoUniversity of Connecticut
TypologyOtros
Fecha01/12/1844
LugarMálaga
ProvinciaMálaga
PaísEspaña

Javascript seems to be turned off, or there was a communication error. Turn on Javascript for more display options.

[margen superior: NÚMERO 5. 1.º DE DICIEMBRE DE 1844] LA AMENIDAD. PERIODICO SEMANAL DE LITERATURA, MODAS Y TEATROS. No se admiten suscriciones á este periódico, sinó en union con El Indispensable. Puede verse cualquiera de sus números para saber las condiciones, precio, notables ventajas que se conceden etcétera. EL MOSQUITO. - EL HOMBRE-MOSQUITO. No es mi áni- mo, ca- risi- mos lec- tores, ó siquier lectoras, con las cuales abundo mas en simpatias, redactar un articulo de historia natural. Desconozco absolutamente es- ta ciencia, y por otra parte soy poco amigo de esas di- sertaciones serias y profundas, que vuelven al hombre asáz reflecsivo y meditabundo, que- riendo penetrar la esencia de las cosas y los arcános de la natu- raleza. Hablaré, es verdad, de Mosquitos; pero con la superficialidad y li- jereza análogas á mi caracter y á mis re- cursos mentales, que son bien pocos. El Mosquito es un insecto volatil, que recuentemente producen las sentinas ó re- ceptáculos de aguas y otras materias en cor- rupcion. La putrefaccion de estas mismas materias en los conductos subterráneos, co- nocidos vulgarmente con el nombre de ma- dres, los reproduce con tanta abundancia, principalmente en el verano por la mayor fermentacion de aquellas, que son terrible azote de las casas circunvecinas. Dicese tam- bien que las pequeñas bolillas de ciertos ár- boles los crian al corromperse. De cualquier modo parece que el Mosquito se enjendra de corrupciones, y que está mas esactamen- te designado en el acsioma filosófico, corrup- tio unius; generatio alterius, que, segun di- cen, á todo y á todos comprende. El Mosquito pudiera dividirse en dos cla- ses: campestre y urbano, ó casero. El cam- pestre pertenece á esa gran familia de Mos- quitos, que reunidos en prodijiosas turbas recorren los aires, y se encuentran con fre- cuencia en los campos, sirviendo de abun- doso pasto á los ventejos ó aviones. El ca- sero es aquel que anida en nuestras habi- taciones, especialmente en los dormitorios, y que se dedica á chupar nuestra sangre. Cuando el campestre vagando inútilmente por la atmósfera, no encuentra alimento suficiente á satisfacer sus deseos, ó necesi- dades, introdúcese en los pueblos y en las casas, ansiando el sabroso pasto sanguíneo que le engorda y rejuvenece; desde este mo- mento se refunde en casero. No haremos pues, uso de esta division, siempre que nues- tro objeto sea considerar al Mosquito bajo el peculiar instinto de su mortificante pi- cadura, á la cual indudablemente propen- den campestres y caseros. Una vez introducido el Mosquito en nues- tras habitaciones, vésele orgulloso enseño- rearse de ellas, y paseándolas altivo, ora se coloca en las paredes, ora en los cua- dros y puertas, ora en el techo: todo es su- yo. Solazase consigo, restrega sus manos, limpia y afila su trompa, prepárase en fin al banquete; y cuando los elluvios ó emana- ciones del cuerpo humano le avisan nues- tra presencia, despréndese sutilmente, y en- tonando himnos marciales, cual los antiguos guerreros galos antes de empezar sus luchas, se coloca en derredor nuestro. El Mosqui- to es un elefante, un buitre en miniatura. Audacísimo, temerario en sus empresas, ni lo retraen las manotadas, ni cede á las sa- cudidas, ni deja el campo por las puñadas ni los reveses. Se desvia, si, pero vuelve pron- to á la carga, y cantando y dando jiros atis- va el momento oportuno, y no se retira sin clavar el aguijon, sin estraer el jugo, sin levantar la roncha, insigne muestra de su picante triunfo, y vergonzosa nota de nues- tra humillacion y vencimiento. Luego que el mosquito ha bebido san- gre humana, dilátandose este jugo nutricio por todos sus miembros, los estiende y de- sarrolla, trasformándolo poco á poco en hom- bre-mosquito. A esta clase pertenecen tan- tos y tantos individuos de oscuro tal vez y desconocido orijen en la sociedad, si bien notables por sus punzantes picaduras y por las sensibles y dolorosas ronchas que dejan al clavar sus aguijones. El hombre-msoquito, ya sea de la ciu- dad, ya del campo, conserva poderosamen- te su instinto. Diferénciase sin embargo del Mosquito-insecto, no solo por sus formas, si- por su raciocinio, por sus temibles cál- culos. El hombre-mosquito se adapta á to- das las fases, á todas las esterioridades que pue- dan convenir á sus miras de estraccion. Nue- vo Proteo, preséntadose á nuestra vista en to- dos los estados y condiciones sociales, tanto bajo la máscara de la mas refinada humil- dad ó hipocresia, como del mas estirado y pedantesco lechuguinismo. El hombre-mosquito tiene sutilísimo el sentido del olfato. Esta es en él cualidad indispensable, conditio sine qua non. Los hálitos y emanaciones de la persona acomo- dada, del hombre robusto de intereses, del que está relleno, por decirlo asi, de sangre, llegan á él inmediatamente. Sobre todo per- cibe como por encanto el desprendimiento de aquel, la jenerosidad de este, la falta de prevision, la candidez y buena fe: este es su terreno. Sea el hombre-mosquito cam- pestre ó casero, á cualquier distancia hue- le su victima. Medita, reflecsiona, y una vez concebido el plan de ataque, vésele traba- jar por introducirse en su casa, por colocar- se en su derredor. Entonces tambien can- ta; pero su canto es preparatorio: es el arru- llo del adormecimiento, es un soporifero para hacer dormitar, para entóntecer. Si no consigue chupar en sus primeras embestidas, no por eso cede. Continua dando jiros, can- ta de nuevo, aunque varia los tonos, mo- dulándolos á proporcion de las sacudidas del acometido. Canta para convencer, para se- ducir. Con un flauteado en variaciones re- mueve obstáculos, ofrece garantias, detiene las manotadas, distrae los reveses; embiste, acomete, vuelve, insta, persiste; hasta que en un momento oportuno, en la hora de tonto, que á todos nos cobija, clava su agui- jon, y deja en los bienes del paciente enor- mes ronchazos, signos indelebles de sus pi- caduras. Los libros del comerciante, del mercader, del tendero: los apuntes del que jira y negocia, que fia, que presta ó ade- lanta intereses, están llenos de partidas in- cobrables, ronchas del hombre-mosquito. No todas veces es este tan molesto. Pre- séntansele ocasiones en que de buenas á pri- meras, trae de una salutacion, al resolver de una esquina, introduce el aguijon de sus peticiones y estrae jugo. Esto sucede con frecuencia en los pedidos de menor cuantía. Contra estos encuentros de entubion nos dejó Quevedo saludablos consejos en su Ca- ballero de la tenaza. Al hombre-mosquito se le jeneral- mente placentero, amable, condecendiente. Solícito y cariñoso nos agasaja y encomia, nos adula ó festeja. Cuando alguno tra- ta de engreirnos con estos alhagos sin leji- timo precedente que los justifique, prepa- rémonos contra su aguijon. Estas indebidas deferencias revelan casi siempre al hombre- mosquito. Seria interminable seguir á este en todas las formas de que puede revestirse. Ora co- mo simple jornalero, que pide adelantado, ya como labriego que solicita anticipos so- bre sus frutos, para podar la viña ó labrar el pegujal: bien como huésped que se nos introduce en la casa, ó como pretendiente adúltero, que intenta compartirse nuestro le- cho nupcial: ó ecsijiendo nuestra garan- tía para celebrar sus contratos, ó nuestra fianza para salir de una prision.... En todo hay hombres-mosquitos!!! Haylos tambien, que conservan hácia el vino sus antiguas in- clinaciones de insecto, y que escatiman el jugo alimenticio á sus familias por chupar el de las tabernas. Los hay por último, que con figura de jóvenes y palabras de ena- morado se entretienen en conquistas de pa- satiempo y en amoríos de coquetismo, da- ñosos empero á las incantas, en cuyos cora- zones forman la sensible roncha del cariño, bajo las punzadas del galanteo. A estos se acomoda aquel cantar antiguo: Parécenme tus amores á los Mosquitos, Beltran, que pican, levantan roncha, cantan, y luego se van. Narciso Franquelo y Martinez. COLON (1). BALADA DE LUISA BRACHMANN. «- Qué quieres, Fer- nando? Tu pa- lidez me anun- cia una nueva siniestra. Ay! todos mis esfuer- zos no pueden contener la tri- pulacion suble- vada; y si no des- [margen inferior: (1) Esta balada es muy popular en Alemania.] cubren muy luego la apetecida costa, se- reis victima de su furor: perdida ya toda su esperanza, piden con terribles gritos la sangre del jefe, á quienes acusan de ha- berlos engañado. Apenas ha concluido de hablar, enando la multitud irritada se precipita en la - mara del almirante. La rabia y la deses- peracion se pintan en sus cóncavos ojos y en sus pálidos rostros, desfigurados por el hambre. «- Traidor! esclaman, ¿en dónde estan las riquezas que nos habias prome- tido? «No tienes pan que darnos; pues bien, regálanos con sangre. Sangre! repite la tur- bulenta canalla. El almirante con digni- dad opone su impavidez con furor de la ple- be. «Si necesitais sangre, bebed la mia, les dice, y vivid. Solo pido me permitais aún, por sola una vez, ver al sol elevarse sobre ese horizonte. «Si la aurora de mañana no alumbra una playa libertadora, me entrego á la muerte; empero prosigamos hasta entonces en nues- tra empresa, y tengamos confianza en Dios. La majestad del héroe triunfa tambien aho- ra de la rebelion. Se alejan, y su sangre no ha sido vertida. «- Si, hasta mañana, pero si los prime- ros albores no dejan ver una costa á nues- tros ojos, habrás visto hoy el sol por la vez postrera. El terrible pacto queda conclui- do. La prócsima aurora debe decidir de la suerte del grande hombre. El sol desaparece, el dia huye, la proa de los buques surca la vasta mar con - gubre ruido, las estrellas aparecen silencio- sas en el firmamento; mas en parte algu- na se percibe un rayo de esperanza; en par- te alguna de ese húmedo desierto se descu- bre un punto en el que la vista pueda fi- jarse. El sueño no ha unido los párpados de Colon; su pecho se halla oprimido; sus ojos, fijos en el occidente, procuran en vano atra- vesar las tinieblas.«- Apresura tu vuelo, ó barco mio! no espire yo antes de haber sa- ludado la tierra que Dios ha prometido á mis sueños. «Y , Ser Todopoderoso, echa una mi- rada sobre esos marinos que me rodean! ¡no les dejes caer sin consuelo en ese inmenso sepulcro!» Así rogaba el héroe, cuando su oído percibió lijeros pasos. - «Eres Fer- nando? ¿Qué me viene todavia á anunciar tu palidez? «- Ah! Colon, todo se ha perdido: el cre- púsculo aparece en el oriente. Tranquili- zate, amigo, toda luz es enviada por Dios; su mano toca de un polo al otro: ella me allanará, si es preciso, el camino de la muer- te. A Dios, Colon, á Dios. ¡Hélos ahí - los ahí á esos furiosos que se acercan! Apenas ha concluido de hablar cuando la multitud irritada se precipita en la - mara del almirante.« - lo que me pedis, les dice, y estoy pronto: la mar tendrá su presa; empero proseguid vosotros el comen- zado intento, porque su término no está le- jano. ¡Qué Dios perdone vuestro estravio!» Las espadas resuenan amenazadoras, un grito salvaje y asesino atraviesa los aires, y el héroe se prepara tranquilamente á la suerte que le espera. Los lazos todos del respeto estan rotos: se apoderan de él, le arrastran al borde del abismo... Tierra! tier- ra!.... Esta palabra sale de lo alto de las ver- gas, y resuena en todo el ámbito de la em- barcacion.... Tierra! tierra! Una faja de púrpura, que aparece en el horizonte, hiere todos los ojos: es la playa de salvacion que doran los rayos del cielo, es la playa adivinada por el jenio.... Todos se postran anonadados á los pies del gran- de hombre, y adoran á Dios. A LA CÉLEBRE ARTISTA DOÑA CRISTINA ANTERA VILLÓ, EN LA EJECUCION DE LA NORMA. Hominis afectum, possesaque pectora, ducis: Victus, sponte sua, sequitur quocumque vocasti. Fiet, si flere juves i gaudel, gaudere coactus; Et, te dante, capit quisquam, si non habet iram. (Lucano.) Tu canto inspirado, la voz peregrina que en tus labios suena, cual lira de Anfion, escita, arrebata, conmueve, Oh Cristina! y el alma penetra, rinde el corazon. Absorto contemplo tu escénico fuego, la accion, la apostura, el noble ademan..... y fluye raudales de oro, de juego, tu boca hechicera, tu voz talisman. Ah! qué bien revelas la sacerdotisa del bosque druida, del Dios Irminsul! Su crímen, sus celos y amor á Adalgisa, su muerte en la hoguera el velo de tul.... Y un pueblo estasiado con tus emociones, todo ojos y oidos para ver y oir, devuelve á tus ecos calladas pasiones, segun, ¡Oh Cristina! te plugo ecsijir. Magnético impulso le ecsita, le guia, y sufre en tu pena, y goza en tu bien; y rie y se alegra, si ve en ti alegria, y si lloras, llora contigo tambien. Cual suele un tirano en réjia morada despótico influjo do quiera ejercer, y su aspecto solo, su voz, su mirada ó el dolor ajita, ó alienta al placer Así con imperio mas dulce, en el alma májico dominio tu voz ejercicio; y ora restableces apacible calma, ora siente el pecho, cual Norma sintió..... Euterpe entretanto de laurel y rosa la corona teje que ciña tu sien; y en ella figura, cual flor mas hermosa, LA NORMA, que lauros te da cien y cien. Porque ese tu canto y voz peregrina, que en tus labios suena, cual lira de Anfion, escita, arrebata, conmueve, ¡Oh Cristina! y el alma penetra, rinde el corazon. N. F. y M. ARGUMENTO PARA UN DRAMA. En un periódico frances se refiere la si- guiente historia que puede muy bien dar argumento, sinó nuevo, verdadero al menos para un drama de efectos tales como los que se apetecen en el teatro. Un hijo de cierta familia, principal de una pequeña poblacion de Provenza, tomó el partido de espatriarse en 1814; despues de haber intentado inútilmente conseguir de sus padres que le dejasen casarse con una jóven lindisima, pero pobre de quien se ale- con tanto mayor sentimiento, cuanto que le dejaba una prenda de su cariño. El hijo nacido de esta union fué educado por la triste jóven, abandonada con tanta repugnancia, y ella solo pensó en consagrarse á los de- beres de madre para soportar así mas con resignacion una ausencia que no podia me- nos de parecerle eterna. Transcurrió mucho tiempo desde la par- tida del que no habia podido ligar su ec- sistencia con la de su amada, sin que re- cibiese esta carta ni noticia alguna que la infundiese la menor esperanza de ver ase- gurado algun dia el porvenir de su hijo. Sin embargo, el desconsolado esposo no ha- bia desperdiciado en sus largas peregrinaciones por las Antillas, Chile, las islas Marquesas, y los puntos mas lejanos del globo, ninguna ocasion de dar cuenta de su ecsistencia á una familia que, segun parece, se habia im- puesto la ley de ocultarse tras el velo de un silencio impenetrable; pero á ninguna de sus cartas recibia respuesta. Declararonse en su favor riquisimas herencias, en cuya posesion hubiera entrado á haber estado en Francia, él de nada tenia noticia; y mientras buscaba en penosos viajes y arriesgando su vida en las guerras del Perú con Chile, la for- tuna, esta le esperaba en su misma patria. El deseo de volver á ella y al seno de su familia, y saber si vivia aún el hijo, de quien tan á duras penas se habia separado, le hizo resolverse pocos meses hace á embar- carse en Valparaiso para regresar á Francia. Hacia ya mucho tiempo que su esposa, po- niendo á su hijo á cocinero, merced á cier- tas economías, y cuando ya el chico es- taba bastante adelantado en el oficio, habia abierto una fonda en Marsella, á la cual precisamente fué á parar el padre á su lle- gada. El tiempo y los trabajos habian mudado de tal suerte las faciones de ma- rido y mujer, que no es estraño se vieran sin conocerse, y que por espacio de una semana tuvieran en casa el hijo y la madre á un hom- bre llamado Fabre Durand ó cosa por el estilo, sin que llegasen a sospechar quién era verdaderamente. Al cabo uno y otro llegaron á saberlo, y este descubrimiento de una persona á quien creían muerta, produjo en todos tres tal sensacion, que tardaran mucho tiempo en volver de su asombro, El viajero halló por término de todas sus peregrinaciones y pa- decimientos al desembarcar en una tierra don- de solo esperaba oir funestas nuevas, un hijo, una esposa y una fortuna considerable. EPIGRAMAS, Mucho te adoro, Maria! pero al ver que eres pastora, ni un instante, ni una hora, es feliz el alma mia; porque temo que al guiar tu rebaño al valle umbrío, me trates de comparar con el ganado cabrío. Blas Borrego á su mujer le prohibe ver á Diego, y ella le dice: ¡Borrego, siempre el mismo has de ser! S. Barzo. [margen inferior: imagen] MODAS DE PARIS. PARA SEÑORA. [margen izquierda: imagen] Por fin los periódicos de modas parisienses revelan las elegancias del invierno y enco- mian sobremanera los nuevos gorros, in- ventados por Maria Seguin, por la felici- dad con que se cuelgan. La juventud fran- cesa los ha acojido con entusiasmo, sobre todo para el teatro, pues la ventaja de que acabamos de hacer mencion trasciende á los espectadores colocados en las últimas lunetas. A mas de estos gorros, el tocado Memfis se cita como un modelo de buen gusto. Está compuesto de un fondo de ter- ciopelo, encaje ó gasa recamada de plata y oro, y adornado de cordoncitos del mismo metal que caen sobre cada mejilla, divididos en tres ó cuatro y se levantan hacia la nu- ca como los cabellos á la Berthe. Los tales cordoncitos rodean de esta manera las sie- nes interpolándose con los bucles cuando el peinado es á la inglesa. Tambien forman una fantasia encantadora las pequeñas capotas de tul trescado, azul ó color de rosa, en las que cada pliegue se halla surcado por una línea de terciopelo del mismo color que el tul. Las tocas moriscas han reemplazado á las griegas del pasado invierno. Consisten en unas tiras de encaje de oro ó de tejidos muy diafanos entremezclados de seda de color que rodean un fondo ricamente matizado de perlas ó pedrería, y cuyos éstremos unidos del mismo lado terminan en una punta adornada con una magnífica bellota que llega á la espalda. Este mis- mo adorno en un fondo de gasa de oro es, aunque mas sencillo, no menos seductor. El tocado ejipcio es tambien notable. La encantadora gracia con que dos tiras de enca- je ó de tejido de oro caen por ambos lados de la cara despues de haber atravesado un pe- queño fondo de oro ó terciopelo, que pasa por la frente, es una de las creaciones que im- ponen silencio á todas las ecsijencias. Muy en uso están las pelegrinas y manteletas de terciopelo cortas, con mangas, y for- radas de armiño. Las guarniciones de marta se estilan en dos filas que se ensanchan infe- riormente, y los estremos de las mangas polacas subiendo abiertas hasta la sangría del brazo, se aplican á las mangas largas y son tan elegantes como cómodas. Mucho se llevan los ropones de raso negro bordados de mil maneras, ó adornados con terciopelo. La franela escocesa está en boga para el negligé. Debemos hacer mencion del tocado de flores que últimamente ha parecido. Consiste en una corona que sirve de base á la masa de cabellos á la inglesa tan de moda en la actua- lidad. Diriase que esas oleadas de bucles se han creado á propósito para adornarse con esta especie de tocado. No merece menos elejios otro jénero de tocado que se aplica á un pei- nado diferente, y que hermosea la frente de las bellas que buscan admiracion y lujo. Con- siste en guarniciones de tul y crespon sobre franjas de terciopelo. RAMILLETE. En la noche del 23 tuvo lugar la pri- mera representacion de la ópera Norma, de esa partitura, cuyos melodiosos cantos tanto arrebatan el alma, siempre que son emi- tidos por órganos de tan relevante mérito como los de nuestras artistas Doña Cristina Antera Villó y Doña Josefa Chimeno, pues con dificultad hubiera encontrado su autor, el malogrado Bellini, otros tan dignos in- térpretes de sus inspiraciones. Empezarémos la reseña que nos habia- mos propuesto hacer de toda la funcion, so- lo desde la salida de Norma en su ca- vatina Casta diva, evitándonos de este mo- do tener que emplear el acíbar de una cen- sura, aunque justa, siempre enfadosa y de su- yo desagradable; pues si bien podemos de- cir en honor de la verdad que no debia esperarse mucho de los que tomaron parte en las piezas anteriores, por haber sido la eje- cucion de la ópera poco menos que im- provisada, en razon á que se puso en esce- na con un solo ensayo, nunca debiamos es- perar tan poco. De cualquier modo que sea, el público, que al dar su dinero no se cuida de analizar los medios de que se va- len para hacérsele gastar, manifestó su dis- gusto de un modo bastante directo; mas solo hasta la salida de Norma, porque al presentarse, al par de la luna, la señora Vi- lló, logró disipar con su presencia las nu- bes que oscurecian el horizonte teatral, con el recitado Sediziose voci; finalizado el cual, el público entusiasmado dió al olvido el dis- gusto anterior, prorumpiendo en una mul- titud de bravos y en un estrepitoso aplau- so. El andante Casta diva le ejecutó con aquella maestria que era de esperar de tan distinguida artista, y en el alegro Ah! bello a me ritorna nos sorprendió agradablemen- te con unos adornos que añadió en la re- peticion de la cavaleta, en los que supo her manar el gusto con la dificultad de la eje- cucion. La señora Chimeno estuvo bastante feliz en su duo con el señor Aparicio, pero don- de nos admiró, dando rienda suelta á to- das sus facultades, aunque no son las mas estensas, y á sus conocimientos músicos, fué en el duo y terceto final, en los que pue- de decirse que rivalizó con la prima donna en la facilidad con que ejecutó las dificul- tades, que tanto abundan en ambos: el - blico, justo conocedor del mérito, le pro- digó sus aplausos, dignamente merecidos. Si satisfechos quedamos de los esfuerzos de estas dos escelentes artistas en el primer acto, no lo fuimos menos en el duo del se- gundo, porque desplegando en él recursos hasta entonces desconocidos para nosotros, nos entusiasmaron estraordinariamente. ¿Y qué dirémos de la señora Villó en el duetto que precede al final y en el final mis- mo? ¿qué dirémos de aquella dignidad y fi- nura que dejaba adivinar en medio de su es- trema desesperacion? qué dirémos de aque- lla enerjía con que esclamó, dirijiéndose á su seductor, in mia mano al fin tu sei? ¿y qué diremos, en fin, de la afliccion y abandono de si misma, que manifestó en la plegaria Deh non volerli vittime? Qué hemos de de- cir? lo que tantos y tantos periódicos, asi estranjeros como españoles tienen afirmado: que es la artista de las artistas; y que si en algo puede influir para su gloria la espresion de nuestro sufrajio, le manifestamos que un eterno recuerdo de la grata impresion que su canto ha producido en nuestra alma, queda grabado indeleblemente en nuestro corazon. La señora Montenegro continua obteniendo los triunfos mas placenteros en los teatros de Italia. De Milan donde se encuentra ahora, pasará al real teatro de Venecia, en el cual cantará una ópera que está escribiendo para la artista española el maestro Paccini. La academia de la historia, fiel á los sen- timientos de nacionalidad, ha borrado de la lista de sus miembros al famoso cónsul in- gles Turnbull, que tanto daño causó con sus intrigas en la isla de Cuba. En el teatro frances se ha representado con muy buen écsito un drama en tres actos y en verso, titulado Tejedor de Segovia, de M. Hipólito Lucas. No sabemos si será composi- cion enteramente orijinal, traduccion ó imi- tacion, como otras muchas, de nuestro tea- tro. No deja de ser notable una nueva ten- dencia que se advierte en la literatura eu- ropea. En algunos teatros estranjeros se estan representando trajedias y comedias del anti- guo teatro griego. En el teatro real de Ber- lin se han puesto de un año á esta parte en escena una trajedia de Sóphocles y otra de Euripides, traducidas por los primeros helenistas prusianos. En el teatro del Odeon de Paris acaba de representarse ahora mismo la celebrada comedia de Aristófanes, titulada Las Nubes, traducida por M. Hipólito Lucas. Estas obras maestras del clasicismo no pue- den llegar á formar ni remotamente un jéne- ro en el teatro moderno; pero alcanzan bas- tante écsito en aquella parte intelijente del público, que es la única capaz de compren- derlas y saborearlas, y aun entre aquella otra parte del público que gusta siempre de todo o que se anuncia como novedad, ó siquiera como moda. En el teatro de la ópera de París se acaba de tocar la magnífica obra de Hayden, la Creacion del Mundo, á beneficio de la socie- dad de artistas músicos. Entre una coleccion de novelas traducidas, que se están publicando actualmente en Fran- cia, hemos visto anunciada la traduccion de doña Isabel de Solis, ó la guerra de Granada, del señor Martinez de la Rosa. En Francia se reproducen con bastante frecuencia los dramas de argumento español. Ultimamente se ha representado en no recor- damos que teatro un drama titulado don Cézar de Bazan, y una comedia de intriga titulada el Bachiller de Segovia. Esta última ha tenido bastante buen écsito, y aunque el tal bachiller no es por lo visto sinó un estudiante de la Sorbona, no podemos menos de recomendársela á nuestros traductores. El buque la Industria, procedente de Para, trae para el jardin de las Plantas de Paris una coleccion de objetos de historia natu- ral, recojidos en lo interior del Brasil por la comision científica, que de órden del gobierno frances esplora este pais bajo la direccion del conde de Castelnan. TEATRO. Hoy domingo, á las tres y media de la tarde, se pondrá en escena el grandioso dra- ma, en cinco actos, precedido de un prólo- go, cuyo titulo es: Lázaro ó el Pastor de Florencia. El cual será ecsornado con todo el apa- rato escénico que ecsije su argumento. Seguirá baile nacional, y se concluirá con el gracioso sainete, nominado: Los palos deseados. A las siete de la noche se ejecutará la co- media, en cinco actos, titulada: El corsario Jorje Monven. A continuacion se bailarán boleras, y se da- fin con la lindisima pieza, denominada: La escalera de mano. [margen inferior: MALAGA: 1844.=Imprenta de los Señores Cabrera y Laffore, editores.]

Descargar XMLDescargar texto