CODEMA19-LAAMEN-184445-0
CODEMA19-LAAMEN-184445-0
Resumen | Número 3 de "La Amenidad. Periódico semanal de literatura, modas y teatros" |
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Archivo | University of Connecticut |
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Typology | Otros |
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Fecha | 17/11/1844 |
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Lugar | Málaga |
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Provincia | Málaga |
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País | España |
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[margen superior: NÚMERO 3. 17 DE NOVIEMBRE DE 1844.] LA AMENIDAD.
PERIODICO SEMANAL DE LITERATURA,
MODAS Y TEATROS.
No se admiten suscriciones á este periódico, sino en union con El Indispensable. Puede verse
cualquiera de sus números para saber las condiciones, precio, notables ventajas que se conceden etcétera.
ORIJEN
DE LA ANTROPOFAJIA
DE LOS AMERICANOS.
Hase mirado je-
neralmente la
antropofajia co
mo el resulta-
do de una cru-
eldad feroz y
de un aborre-
cimiento, lle-
vado á su úl-
timo punto, se-
gun manifiesta el hecho de devorar á un
enemigo. Sin embargo esta bárbara cos-
tumbre debe su orijen á causas diferentes,
al menos entre los indios de la América
del norte, puesto que su antropofajia es
una consecuencia lójica de su relijion. Para
esplicarla, no debemos suponer ni el deseo
de venganza, ni la insensibilidad sanguina-
ria, únicas causas que pudieran inspirar ta-
maña barbarie, en razon á que dando muer-
te al hombre de cualquier tribu enemiga,
creen obedecer á las leyes de la naturaleza
establecidas por el Grande Espíritu. (1) Por
lo tanto esta cuestion ecsije otras esplicacio-
nes, tomadas de época mas remota.
Cuando el diluvio hizo desaparecer de
la superficie de la tierra todos los seres vi-
vientes que la poblaban, el Grande Espiti-
tu únicamente salvó ciertos animales en una
balsa, sirviéndose sucesivamente de la nu-
tria, del castor y de la rata para que
le buscasen en el fondo del abismo un po-
co de barro, que solo esta última logró el pre-
sentarle: semejante barro, de tanta virtud
que fué convertido en una montaña siem-
pre creciente, llegó á constituir la Grande
Isla, (2) colocando en ella el Grande Es-
píritu algunos hombres formados de los ca-
dáveres de las bestias feroces que perecie-
ron en el diluvio, los cuales llevan el nom-
bre del animal á que debieron su nacimien-
to. Hé aquí la causa de que en cada co-
lonia ecsistiese la familia del castor, de la
tortuga, del puerco espin, etcétera, cuyas de-
nominaciones se han conservado hasta nues-
tros dias.
Reputábanse, pues, los hombres, con
arreglo á la tradicion americana, como se-
res de una naturaleza particular, es decir,
como animales transformados, segun testi-
fica la conviccion en que se hallaban los [margen inferior: (1) Nombre que dan los indios á Dios.
(2) Asi llaman los indios del norte á la América.]
salvajes de que las fieras abrigaban almas
semejantes á las suyas y destinadas á la in-
mortalidad en los eliseos. En su opinion el
Grande Espíritu habia hecho diferenciar al
hombre del bruto en la variedad de forma
y de instinto.
Asimismo sostienen los indios que sus
tribus y las de los animales feroces habian
vivian largo tiempo en perfecta armonia
como individuos pertenecientes á una mis-
ma raza, y que sola la guerra las habia
dividido y sembrado la discordia entre ellas;
resultando de aquí que el indio del norte
mirase como enemigo lo que para nosotros
no es mas que una presa. Heckewelder re-
fiere á este intento, que habiendo un dia
herido gravemente un cazador delaware
á un enorme oso, y empezado este á dar
horrorosos rujidos, se acercó á él y le dijo;
«levántate, oso, eres un cobarde y no un
«guerrero como pretendes, porque si lo
«fueses mostrariaslo en tu firmeza, y no gri-
«tarias como una mujer. Constante, oso, que
«nuestras tribus estan en guerra, y que la tu-
«ya que ha sido la agresora, reconociendo
«superioridad en los indios, se guarece en
«nuestros bosques para regalarse con nues-
«tros cerdos. En este momento tal vez en-
«cierras en tu vientre la carne de este ani-
«mal. Si me hubieses vencido, lo habria so-
«portado con resignacion, muriendo en-
«tonces como intrépido guerrero; mas tú,
«oso, te arrojas al suelo y rujes, denigran-
«do con tu cobarde conducta la tribu á
«que perteneces.“
Hallabame presente, añade Heckewelder,
cuando el salvaje dirijia al oso semejantes
invectivas. Luego que hubo acabado, le pre-
gunté como queria que aquel pobre animal
pudiera comprender lo que decia. Oh!
me respondio, el oso me entendia muy
bien. ¿No observásteis cuan avergonzado
estaba cuando le dirijia mis reconvenciones?
Es, pues, inconcuso que los indios con-
sideran la caza como una guerra, dando
esto orijen al encarnizamiento con que de-
voran a los animales monteses, encarniza-
miento casi siempre perjudicial á sí mismos.
De todo lo espuesto facilmente se dedu-
ce que no admitiendo los indios diferencia
alguna esencial entre la variedad de seres
animados, han debido por fuerza obrar de
igual manera en órden á todos. Han de-
vorado á su enemigo sin curarse de inda-
gar si la tribu á que pertenece es la de
los búfalos ó la de los mingwes; y estan-
do persuadidos de que los animales á quie-
nes dan caza son iguales al hombre, ne-
cesariamente deben considerar á este como
animal: asi es que cuando los salvajes se
disponen á cualquiera espedicion contra sus
semejantes ó contra las tieras, toman unas
mismas precauciones; deliberan en torno
del fuego del consejo, matáchase (3) el je-
fe de ellos con colores guerreros, ayuna
y consulta á sus sueños. Si dan muerte á
algunos enemigos, ya sean osos, ó indios,
practican las mismas ceremonias espiatorias;
piden á las almas de estos no se enojen
por haber acabado con los cuerpos que ha-
bitaban, y corren gritando y golpeando
por todas partes, con el objeto de estorbar
que sus almas se detengan en las pobla-
ciones para dañar despues á los cazado-
res. En una palabra, todas las acciones de
los indios prueban evidentemente la creen-
cia de que una completa igualdad entre
el hombre y el bruto ha dado márjen á
la antropofajia.
[A MI MADRE.]
SONETO.
Del dolor en el lecho, moribundo,
sobre mí veo alzarse vagorosa
la sombra de la muerte, que afanosa
del sepulcro el horror me muestra inmundo.
Con ceño airado, lívido, iracundo,
sobre mi cuello la segur reposa,
y en derredor estiende victoriosa
de su mirar el cóncavo profundo.
Ante el supremo juez omnipotente
pronto á comparecer, nada me aterra,
que es justiciero Dios y Dios clemente.
Una idea tan solo mi alma encierra,
que me hace el corazon dos mil pedazos,
y es no morir, ó madre! entre tus brazos.
C. S. [margen inferior: (3) Voz india, que quiere decir se pinta el cuerpo.]
LA RESURRECCION
DE PASQUETA.
Novela.
En las
in-
me-
dia-
cio-
nes
de
Poi-
tiers, cerca del pueblo de
Lusignan, allí donde aún
ecsisten las ruinas del cas-
tillo de los señores de
este nombre, y que la
credulidad pública desig-
na como el lugar que
ocupó el palacio de la
hada Melusina, vivia á
mediados del siglo XV
una horda de jitanos. Ha-
bíanse ocultado en lo mas
retirado de un espeso bos-
que, y desde que le ha-
bitaban no se hablaba en el pueblo sinó de
niños robados, de animales que habian des-
aparecido y de personas que morian re-
pentinamente, cual si hubieran sido heridas
por una mano invisible. No lejos del men-
cionado lugar moraba una jóven, llamada
Pasqueta Lannay: era huérfana y poseedora,
por herencia de sus padres, de unas tierras
de poco valor, que dependian de una aba-
día inmediata. Este corto caudal y su ma-
ravillosa hermosura, fueron causa de que hu-
biese tenido que sufrir las amorosas per-
secuciones de algunos vasallos y caballeros,
y en particular las del limosnero de la aba-
día, el cual, segun la regla de ciertos con-
ventos, no era sacerdote, sino, por decirlo
así, un ajente de los negocios esteriores de
la comunidad, lego y que podia casarse.
Pasqueta habia reusado hasta entonces cuan-
tas proposiciones de matrimonio le fueran
hechas; y cuando el limosnero, llamado Bar-
tolomé, se detenia delante de su casa, que
se hallaba situada en la orilla del bosque,
al llenarle las alforjas de trigo y legumbres,
no daba ella otra respuesta á sus amorosas
palabras que hablarle siempre del profundo
respeto que profesaba á los servidores de
Dios.
Eran harto maliciosas las miradas que
lanzaba la jóven al limosnero, cuando le
tenia tales discursos, para que este pudie-
ra figurarse que no entendia lo que que-
ria significarle; empero suponiendo á Pas-
queta menos inocente de lo que ella pre-
tendia hacerle creer, no osaba sospechar que
su indiferencia naciera de amar á otro, pues
nadie podia afirmar que diese oidos la jó-
ven á las tiernas protestas de ninguno de
los numerosos galanes que la pretendian.
A pesar de que la pasion de Bartolomé era
estremada, sufria con resignacion los des-
denes de la jóven: tan cierto es que al
amor verdadero acompaña siempre la pa-
ciencia, sinó se ve ecsasperado por los ce-
los. Sin embargo, una tarde, ya cerca de
anochecer, que pasaba por delante de la
casa de Pasqueta, cuya puerta se hallaba cer-
rada, creyó oir una voz de hombre en lo
interior; y aunque no pudo distinguir lo que
decia, juzgó que era de un jóven, persua-
diéndose por el acento suplicante con que
se espresaba, de que no podia ser mas que un
amante, y amante correspondido sin duda
alguna, puesto que se encontraba á solas con
la jóven. Este descubrimiento llenó de cóle-
ra al buen Bartolomé, y se dirijió á llamar
á la puerta, resuelto á derribarla si no le
abrian; pero se detuvo al descubrir dos hom-
bres á cierta distancia, casi ocultos entre
los árboles, y que le observaban al parecer.
Sea que temiese comprometer su carácter
semi-relijioso, ó bien porque aquellos des-
conocidos, cuyo traje tenia algo de estra-
ordinario, le infundieron miedo, es lo cierto
que mudó de idea y fué á sentarse, aparen-
tando cansancio, en un banco de piedra si-
tuado junto á la puerta de la casa. Conti-
nuaba oyendo el murmullo de aquella voz
que hablaba dentro de esta, y los dos des-
conocidos no se apartaban de su puesto:
Bartolomé confiaba en que pasaria por allí
algun labrador, con el cual pensaba reti-
rarse, rogándole que le acompañara hasta
la abadía, pues mientras permaneciese sen-
tado en aquel banco, juzgaba que nada tenia
que temer, porque si se veia acometido le
bastaba dar una voz para que acudiesen á
su socorro. El tiempo pasaba; cerró la no-
che; la voz continuaba oyéndose, y los dos
hombres no se movian del sitio que desde
el principio ocupaban. El miedo, el can-
sancio y el sueño, luchando juntos en el
cuerpo del pobre Bartolomé, hicieron que
cuantos objetos se presentaban á su vista
fuesen para él otros tantos motivos de ter-
ror: le pareció que los árboles del bosque
bailaban en torno suyo, y que aquellos dos
hombres, cuya presencia tanto le asustaba,
crecian á sus ojos y tocaban con sus cabezas
á las copas de estos árboles. Tan estraordi-
nario miedo llegó á apoderarse de todo su
ser, que levantandose de repente llamó á
la puerta de la casita; pero su sorpresa fué
grande al ver que aquella puerta se abrió
apenas la hubo tocado. La débil luz de una
loa, colocada debajo del cañon de la chi-
menea, no permitió á Bartolomé ver al
pronto lo que pasaba en la habitacion; so-
lo oyó una voz que le dijo: «es asunto con-
«cluido, y podeis llevaros á la muchacha;»
y habiéndose acercado al lugar de donde es-
ta voz salia, descubrió un hombre, que por
su rostro atezado y lustroso cabello conoció
ser un jitano. Hallábase este de pie al lado
de la cama de Pasqueta, y esta, tendida en
ella, ó estaba muerta ó dormia en profun-
do sueño, pues no la despertó el agudo
grito que dio el lego cuando la hubo cono-
cido. Al notar el jitano que la persona á
quien se habia dirijido no era la que sin
duda esperaba, se arrojó sobre Bartolomé,
y dándole una puñalada, le derribó por
tierra. Aunque la herida no causó la muerte
al lego, la sorpresa y el terror embargaron
todas sus facultades, y asi es que perma-
neció tendido sin articular palabra.
A poco rato entraron en la casilla los dos
hombres del bosque: uno de ellos era jitano
tambien, y el otro un cierto baron que ha-
bitaba en aquellas inmediaciones, y a quien
llamaban el señor de Maldetour. Este se
acercó á la jóven, le puso una mano en
la frente, despues sobre el corazon, y es-
clamó fuera de sí:
– Me habeis engañado; está fria, yerta,
sin vida: no es esto lo que habíais pro-
metido.
– Lo que os habia prometido, os lo he
cumplido: teneis razon en decir que está
yerta, mas no sin vida; y dentro de dos
dias, cuando despierte de ese sueño letár-
jico, se encontrará tan bella y tan sana
como lo estaba hace una hora. Vos, sí, que
no me habeis cumplido la palabra que me
disteis, ofreciéndome que no permitiríais se
acercara nadie á esta casa, mientras yo hacia
el encanto; y ved ahí á ese hombre á quien
habeis dejado entrar, y al que me he visto
precisado á dar muerte para evitar el que
pudiese delatarnos.
– En efecto, dijo el señor de Maldetour,
le he visto sentarse con muestras de cansan-
cio en ese banco de piedra que hay junto á
la puerta, y juzgué que solo era su ánimo
descansar un momento; cuando se levantó
creí que iba á continuar su camino; pero
se entró aqui de repente, que no nos
dió tiempo para detenerle, y hemos cor-
rido á ver lo que ocurria, cuando oimos
el grito que ha dado al herirle tú.
– Sea como quiera, replicó el jitano, lo
cierto es que se ha cometido un crímen,
que indagnarán quiénes son sus autores, y
que no serémos nosotros los últimos de
quienes sospechen; lo menos malo que nos
sucederá, será el tener que abandonar esta
comarca.
El señor de Maldetour quedó pensativo
durante algunos instantes, y luego dijo:
– Lo que tú crees una desgracia, nos sirve
á maravilla. Óyeme: cuando mañana hubiesen
entrado en esta casilla, al encontrar á Pas-
queta sin dar señal de vida, no habrian sa-
bido que pensar de su muerte, y tal vez
el deseo de descubrir la causa hubiera re-
tardado la hora de enterrarla, dando de
este modo márjen á que yo la perdiese para
siempre, pues podia despertar en el entre-
tanto. Lo que es ahora no sucederá así,
y gracias á una idea que se me ha ocur-
rido, tendrá indudablemente buen écsito
nuestra astucia. Deja en la mano de esa jó-
ven el puñal con que has muerto á Bar-
tolomé.
– Para qué?
– En el lugar se sabe que el hermano
Bartolomé estaba enamorado de Pasqueta;
cuando mañana le encuentren aqui muer-
to, supondrán que se ha introducido en la
casa con ánimo de violarla, y que ella le
ha herido defendiéndose. En cuanto á la
jóven, se figurarán que le han hecho sucum-
bir la ajitacion sufrida y el terror de ha-
ber dado muerte á un hombre, que casi
se puede llamar sacerdote. El abad tendrá
interés en que se eche tierra al negocio; se
apresurarán á llevarse los dos cadáveres;
les darán sepultura al instante, y mañana
á la noche nosotros desenterrarémos á Pas-
queta y la conducirémos á mi castillo, en
donde volverá á la vida. Despues no tengo
duda en que se casará conmigo, sea de
grado ó por fuerza.
- ¿Y por qué no hemos de llevárnosla
ahora? preguntó el jitano, poco satisfecho
del proyecto.
– No te lo he dicho ya? replicó el señor
de Maldetour. Pasqueta depende de la aba-
día á titulo de sierva, y tambien yo soy va-
sallo de la misma á título de vidame. El
abad es inecsorable, como lo ha probado en
muchas ocasiones, con los criminales de su
jurisdiccion: si esta jóven desapareciese, ha-
ria rejistrar hasta los subterráneos de nues-
tros castillos, y acabarian por encontrarla; en
cuyo caso ya sé que no lo pasaria yo bien.
Obedece, pues, y ayúdame a dar á esta ha-
bitacion un aspecto, que haga nacer mas fá-
cilmente la suposicion que queremos escitar.
Al momento fueron todos los muebles co-
locados en desórden, de tal mal manera, que
una violenta lucha parecia haber tenido lu-
gar en la casilla: colocaron el cuerpo de
Pasqueta en el suelo; deshicieron la cama;
desgarraron el vestido de la jóven: le man-
charon con la sangre de Bartolomé y se ale-
jaron, dejando la puerta entornada.
El señor de Maldetour atravesó el pueblo,
como por casualidad al dia siguiente; y dete-
niéndose en los grupos de aldeanos que ha-
llaba al paso, les esplicaba lo sucedido en
casa de Pasqueta del modo que convenia á
su interés. Estas esplicaciones parecieron á
todos tan naturales, que ninguno ponia en du-
da su posibilidad; y ya el baron se felicitaba
por el buen resultado de su estratajema, cuan-
do á uno de los presentes se le ocurrió ha-
cer la siguiente reflecsion:
– Yo no dudo que Pasqueta se ha visto
obligada á herir al hermano Bartolomé para
defenderse de su malvado intento; pero sin
embargo, él saldrá bien del negocio, pues
la jóven no puede afirmar el hecho, y al li-
mosnero no le creo tan necio que se confiese
culpable.
– Cómo es eso? ¿Pues qué, Bartolomé no
ha muerto? esclamó el señor de Maldetour,
pálido de terror.
– No por cierto; pues aunque la mucha
sangre que ha perdido le ha debilitado hasta
el punto de que apenas puede hablar, respira
todavia.
Al oir tal noticia, conoció el señor de Mal-
detour que estaba perdido: era mas que pro-
bable que el lego hubiese oido cuanto habla-
ron y ejecutaron en la casilla; lo revelaria al
abad sin duda alguna, y este castigaria cruel-
mente al delincuente, no solo por el atenta-
do cometido en la persona de Pasqueta, sino
tambien por el asesinato de Bartolomé. En
tal situacion solo quedaban al señor de Malde-
tour dos medios de evitar el castigo á que se
habia hecho acreedor: la fuga, ó la resistencia
á mano armada contra la autoridad del pre-
lado. Este último recurso no era practicable,
porque el castillo de Maldetour, aunque es-
taba aspillerado, carecia de foso, y no hubie-
ra podido resistir largo tiempo á los numero-
sos hombres de armas, que el abad podia en-
viar á tomarle por asalto.
Resolvió, pues, el baron ocultarse por
algun tiempo, y huir despues, si las de-
claraciones del limosnero podian comprome-
terle, porque conservaba la esperanza de que
tal vez Bartolomé estaria desmayado durante
su conversacion con el jitano. Para ejecutar
su proyecto con mayor facilidad, determinó
dirijirse al bosque en que se hallaban re-
fujiados sus cómplices, y les contó lo ocur-
rido. Apenas supieron estos el peligro que
corrian, se dispusieron á dejar el pais; era
numerosa la horda, y sin embargo, los pre-
parativos de marcha no duraron mas que
un momento: las mujeres, los ancianos y los
niños se perdieron muy pronto entre los ár-
boles, y con esa sagacidad que el novelista Coo-
per nos ha hecho admirar despues en los Moi-
canos, hicieron desaparecer todas las señales
de su fuga; únicamente dos hombres de los mas
robustos y ájiles permanecieron en aquellos
alrededores, para informarse del sesgo que
tomaba el negocio.
Este no fué en manera alguna el que
ellos habian previsto: antes de que Barto-
lomé fuese transportado á la abadía, habia
enviado algunos lugareños al castillo de Mal-
detour á informarse de si estaba en él su
dueño, ordenándoles que luego se trasladen
al campamento de los jitanos y les comprasen
algunos de los preciosos remedios que poseian
para curar las heridas. Serian apenas las do-
ce del dia, cuando ya estaban de vuelta los
enviados; y le refirieron que el baron de
Maldetour habia abandonado el castillo, lle-
vándose consigo los objetos de mas valor que
en él tenia, y que el campamento de los jita-
nos se hallaba desierto.
Informado de esto Bartolomé, arregló
segun sus nuevos proyectos la declaracion
que debia dar, é interrogado que fué por el
abad, dijo: que habiendo oido gritos en la
casita de Pasqueta penetró en ella, y en el
mismo instante fué herido por un jitano que
allí se hallaba en compañía de un caballe-
ro, que le pareció ser el baron de Malde-
tour, aunque no se atrevia á afirmarlo;
pero nada habló del soporífero que habian
dado á la jóven, ni de su probable resur-
reccion, porque esperaba poderse aprove-
char del crímen que otros habian cometi-
do: asi es que no se opuso á que el cuerpo
fuese enterrado en el cementerio de la
abadía.
(Concluirá en el número inmediato.)
LETRILLA.
Que me jures ser amante
tierna, fina, fiel, constante,
y adorarme siglos cien,
está bien;
pero que luego, inhumana,
me desprecies con fé insana
porque no tengo caudal,
está mal.
Que con mantilla de encaje,
buen vestido y demas traje,
te portes con mucho tren,
esta bien;
pero que siendo prestado,
en la calle, mal tu grado,
te quiten mantilla y chal,
está mal.
Que siendo blanca y hermosa
muestres tu color preciosa
y asemejes á un eden,
está bien;
mas que de tanto arrebol,
en vez de ser como el sol
parezcas diablo infernal, está mal.
Que si yo te pido un beso
me lo niegues con esceso,
mostrando duro desden,
está bien;
pero que en viendo la plata
beses, no siendo ya ingrata,
á todo bicho mortal, está mal.
Que me demuestres amor
con fineza y con candor,
jurándolo á tutiplen,
está bien;
mas que tambien lisonjera
á Juan, á Diego, á cualquiera
se lo aparentes igual,
está mal.
Que con suma devocion
vayas á hacer oracion
al Dios de Jerusalen,
está bien;
pero que engañes sutil
á tus padres, porque Gil
te espera en la catedral,
esta mal.
Que jures ante el altar
ser esposa y siempre amar
á Pedro, Jorje ó Guillen,
está bien;
mas que con sumo cuidado
le hagas al pobre venado,
no juzgándose por tal,
está mal.
Que llores, como es debido,
la muerte de tu marido
cuando el pésame te den,
está bien;
mas que prometas, villana,
sin acabar la semana
ser esposa de Pascual,
está mal.
Que esté yo bien convencido
que enfado á todo nacido
por tanto dale que den,
bien, muy bien!
Mas que nunca halle remate
tanto y tanto disparate
sin hacer punto final,
MAL, MUY MAL!!!!
José de Robles.
MODAS DE PARIS.
[margen izquierda: imagen] Fijo nuestro cuidado en poner al corriente
á nuestras amables lectoras de cuantas va-
riaciones se notaren en la voluble moda, lo
hacemos hoy de las siguientes:
PARA SEÑORA.
Ropones de raso, capas de terciopelo,
manteletas guarnecidas de pieles, y redin-
gotes de terciopelo abotonados desde el cue-
llo á los pies; hé aqui lo que ha apareci-
do en Paris con los primeros frios. Todas
las capas se usan con mangas un poco riza-
das hacia arriba y muy anchas hacia abajo
y llegan á los tobillos.
Esto no impide la reaparicion de pelegrinas de terciopelo y capotillos; siendo so-
bre todo las pelegrinas rusas las destinadas a caracterizar á las elegantes. Estas pele-
grinas, muy largas hácia atras anteriormente, forman una especie de rebocillo. Se
avienen á todos los trajes y se llevan á todas horas; y esta circunstancia asegura su im-
perio en el mundo de la elegancia. Algunas tienen orlas de armino, otras estas forra-
das de raso azul, con guarniciones de cebelina, otras de raso color de violeta, con
guarniciones de marta.
Merecen citarse, para salir de los bailes, las manteletas pequeñas, las pelegrinas
y los boas, que tienden á tomar de nuevo posesion de la moda; lo que no es admi-
rable, atendido su uso escelente en otros tiempos.
La mas seductora y jeneralizada de todas las modas es la de los encajes negros en
triples volantes para los vestidos, guarnicion de redingotes, manteletas, paletós, pe-
legrinas, chales de noche, pañoletas, etcétera. Se ven lo mismo en las mangas largas que
en las cortas, y en capotas y en gorros, y constituyen la mas sencilla de todas las ele-
gancias. En las ropas de pekin con listas oscuras azules ó de color de lila, interca-
ladas con otras de raso negro, cuadran perfectamente, adornando sus tres volantes y
las medias mangas abiertas que dejan ver otra mas larga de encaje negro.
PARA CABALLERO.
Los trajes flotantes triunfan: anchos paletós, anchas casacas, anchas batas. Los pa-
letós tienen muy considerables las vueltas, el talle bajo y los botones muy separados.
Los fraques ofrecen el mismo carácter; talle largo, faldones anchos y muy distantes
uno de otro los botones de la cintura. Los chalecos largos. Terminan en punta y es-
tán muy abiertos en traje de visita y de tertulia, por lo que consienten desplegar un
gran lujo de corbatín y camisa. Los pantalones no han sufrido modificacion parti-
cular.
RAMILLETE.
Del Bazar, periódico de teatros y litera-
tura que se publica en Milan, estractamos
lo siguiente:
«Antonieta de Montenegro valiente actriz-
«cantante que en la actualidad se halla en
«esta capital y cuya fama tan solo data desde
«un año, con la indescribible maestria de su
«canto altamente dramático en nuestro Y. R.
«teatro de la Scala supo escitar un entusias-
«mo y admiracion tal que se encargó al céle-
«bre artista Victor Nesti para que eternizase
«su memoria en una rica medalla de oro, la
«que lleva el retrato de la artista española y
«la honrosa inscripcion siguiente:» Antonieta
de Montenegro nuova alle liriche scene ap-
parve vera inspirada Norma por accione é
canto sublime in Milano MDCCCXXXIV.
Esta artista está destinada por el esperto
empresario Lanari á ser primera dama en la
grandiosa compañía melo-dramática del R.
teatro de la Feniz de Venecia para la prócsi-
ma temporada de invierno; sostendrá el pa-
pel de Alice en el Roberto el Diablo, y el de
protagonista en la Norma; por último se es-
cribirá para ella una nueva ópera por el
autor de la Saffo, el célebre Pacini.
Una sociedad de facultativos de Madrid ha
espuesto al público en el hospital militar
cuatro cadáveres embalsamados por un nue-
vo procedimiento, para cuyo uso han obteni-
do privilejio de Su Magestad. Por este nuevo método
se conservan los cuerpos con todas sus vísce-
ras, y sin perder una sola gota de sangre.
Uno de los cadáveres de que hablamos está
embalsamado desde el dia 11 de enero; en su
aspecto no se nota alteracion ninguna, y pa-
rece que está durmiendo. El poco costo de la
operacion es otra de las circunstancias que
recomiendan este procedimiento.
El señor Maizquez, comisionado de la em-
presa del Circo de Madrid, escribe desde Lis-
boa que tienen ya contratada á la señora Rossi
Caccia, prima donna de aquel teatro, por una
larga temporada; pero que esta cantatriz no
podrá llegar á Madrid hasta principios de
enero. Tambien parece que se pensaba en
ajustar al señor Tamberlí, primer tenor del
mismo teatro de Lisboa, oido ya en alguno de
España, en el de Cádiz.
Se ensayan en el Príncipe, á beneficio del
Señor Luna, dos comedias nuevas, escritas por
dos de nuestros mejores y mas celebrados au-
tores: se pondrán en escena aquella noche
La Infanta Galiana, del Señor Rubi, y Aviso á
las Coquetas, del Señor Breton de los Herreros.
Definitivamente no irá Salvadori á cantar
este año en el teatro de la Cruz de Madrid, por
haber parecido al Señor Basili muy alzadas sus
proposiciones. Dicho artista se hallará actual-
mente en Venecia, y para el año prócsimo
está ajustado en Turin.
Va á publicarse en la córte un periódico
en dialecto valenciano, titulado la Donsaina.
[margen inferior: MALAGA: 1844.=Imprenta de los Señores Cabrera y Laffore, editores.]
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