CODEMA_19-PRE-EG-455
CODEMA 19-PRE-EG-455
Título | CODEMA 19-PRE-EG-455 |
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Tipo textual | |
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Resumen | Número 19 de la segunda serie de "El Guadalhorce" que incluye los artículos sobre la música, la comedia y la Torre de Comares, y algunos poemas. |
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Archivo | Hemeroteca Digital. Biblioteca Nacional de España
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Typology | Otros |
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Fecha | 1840/08/09 |
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Lugar | Málaga |
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Provincia | Málaga |
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País | España |
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Note | Imágenes: https://hemerotecadigital.bne.es/hd/es/viewer?id=553bc887-b791-435f-a41e-f80055bb296a |
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Transcriptor | Iván Muñoz Muñoz y Estrella García Muñoz
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El Guadalhorce.
PERIÓDICO SEMANAL
DE CIENCIAS, LITERATURA y BELLAS ARTES.
Segunda serie. DOMINGO 9 DE AGOSTO DE 1840. Tomo 1.º . Número 19.º
Índice de este número: Bellas Artes. Música. A una serrana, poesía. Poesía
dramática. De la comedia. Conclusión. Trovas donde se narra como fue la esenzión del
condado de Castiella. La torre de Comares. Lámina. Dicha torre.
BELLAS ARTES.
MÚSICA.
No quisiéramos que nuestros lectores
juzgaran que rebajábamos el mérito de las
otras bellas artes al decir que la
música es la más encantadora y deliciosa.
Porque, dejando intacto el valor de
aquellas, bien podemos asegurar que para
espresar las afecciones del corazón es esta
superior a todas, como la palabra es
superior a la escritura. Aun en cierto
sentido la música es superior a la palabra
misma, a la que da viveza, animación,
energía, comunicándola un no sé qué
delicioso y apropiado para espresar más
bien los sentimientos del alma. Cuando
esta se siente apasionada, no encuentra
bastantes recursos para espresarse en el
lenguage ordinario: necesita entonces
lanzarse fuera del círculo estrecho de la
gramática, entregarse a los movimientos que
la agitan, redoblar el tono de la voz,
dar estensión a los sonidos, repetirlos,
mezclarlos de mil maneras y buscar en
los instrumentos otros sonidos que la
acompañen, que hagan más bulliciosa su
alegría o más lánguido, más dulce, más
interesante su pesar. Cuando la música
se une a la poesía, ella es la que
espresa todas las gradaciones de la pasión que
inspiró los versos, y ella la que revela
todos los ocultos sentimientos del alma
del poeta. El hombre se eleva sobre
este mundo, ve otro mejor más allá, se
pone en relación con los espíritus
celestiales, oye su voz y los entiende cuando
arrodillado ante el altar escucha las
alabanzas de Dios entonadas en el coro
por cien voces mezcladas com el torrente
de armonía, que se desprende del
órgano, y con el diapasón de las campanas
que envían al espacioso templo sus
vibraciones metálicas, arrancadas a vuelo en
medio de las nubes. La música cubre con
un velo de inmortalidad y de gloria los
peligros de una batalla, y en lo más
hondo de un calabozo, suaviza el
áspero sonido de las cadenas, disminuye el
miedo de la tortura y suspende algunos
instantes las punzadas del
remordimiento. La música anuncia la alegría de
nuestro nacimiento, nos mece en la
cuna, nos adormece sobre el pecho de una
madre que entona en nuestro oído
simpáticos cantares; nos acompaña en los
placeres y las penas de la vida, y rodea
de esperanzas nuestro sepulcro
cantándonos allí las sublimes y melancólicas
preces de la Iglesia. En una palabra, la
música es natural al hombre, y no se
ha encontrado pueblo alguno, por
inculto por ignorante que sea, que no ten-
ga sus cantares más o menos
apasionados y sus instrumentos más o menos
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armónicos. Inútil por tanto es la
investigación del origen de la música. Lo
tiene en la naturaleza, y desde los
himnos de Orfeo hasta las óperas de Rosini,
desde los cantos guerreros de las tribus
salvages de América hasta las difíciles y
conmovedoras particiones de Bellini,
todo es obra de la naturaleza.
No es esto decir, que la naturaleza
sola bastaría a producir esas piezas que
en la escena nos arrancan lágrimas de
piedad y de ternura o hacen erizar el
cabello de terror y de espanto. Lo que
decimos es que la naturaleza inspira la
música, aunque el genio, el estudio y los
talentos del artista son los que formulan
estas inspiraciones y las hacen pasar a
nuestra alma. Pero, como dice
D’Alembert (1), una esperiencia constante
acredita que toda armonía está
originariamente en cualquier cuerpo sonoro. Los que
tienen un oído egercitado, al hacer sonar
un bordón (por ejemplo) de un
violoncelo, pueden percibir, además del sonido
principal, otros dos sonidos muy agudos,
de los cuales, el uno es la octava de la
quinta, y el otro la doble octava de la
tercera mayor de aquel sonido principal.
Se ve aquí, pues, toda la armonía
producida por la naturaleza; a saber, el sonido
generador, o princiqal , y los otros dos
armónicos, producidos por él. Y es claro
que un canto formado con estos tres
sonidos sería el más simple y natural, y el
acorde compuesto de ellos, el más perfecto
como obra de la naturaleza. Pero la voz
humana no puede ordinariamente ejecutar
aquellos sonidos tan agudos. Aprovecha por
tanto la identidad que hay entre un
sonido y su octava (sea subiendo o
bajando), y con esta sustituye a aquel. Así,
después de entonar un sonido
cualquiera, entonamos naturalmente la tercera y
la quinta, a las que añadiendo la octava,
formamos la melodía más natural y más
simple de todas. A esta melodía, en la
que la tercera es mayor, llaman los
músicos género, o modo mayor; así como lla-
(1) Elemens de Músique.
man modo menor a aquella melodía en
la que es menor la tercera.
Como nuestro objeto en los artículos
de bellas artes más bien que ostentar
erudición ha sido dar de ellas alguna
idea a los menos inteligentes, se nos
permitirá esplicar aquí algunos términos
propios de la música, necesarios para
que aquellos entiendan lo que hemos
dicho en el párrafo anterior. Siempre
la falta de inteligencia de los términos
es lo que hace imposible la percepción de
las ideas más sencillas.
Se llama canto o melodía cualquiera
sucesión de sonidos agradables al oído.
Pero cuando estos sonidos se hacen oír
a la vez, la reunión de ellos se llama
acorde, y de la sucesión de varios
acordes resulta la armonía. Tanto en la
melodía como en la armonía, se llama
intervalo a la distancia que hay de un
sonido a otro, más o menos agudo. Pero
los intervalos no son iguales, porque en
la escala, do, re, mi, fa, sol, la, si, los
inlérvalos de mi a fa y de si a do son
como la mitad de do a re, de re a mi, &c.,
hecho que acredita la esperiencia, y que
ha dado lugar a que los dos intervalos
citados primeramente se llamen
semitonos, y los otros cinco, tonos. Estos bien
se ve que pueden concebirse partibles
en dos semitonos, de los cuales el más
alto se dice sostenido y el más bajo
bemol. El tono también se llama
segunda mayor y el semitono segunda menor.
Cuando se sube o se baja de un sonido
a otro por el intervalo de un tono o de
un semitono, se dice que se sube o se
baja diatónicamente. El intervalo
compuesto de un tono y un semitono (verbi. gratia.)
mi, sol, se llama tercera menor, y el
compuesto de dos tonos, como do, mi,
se llama tercera mayor. De este modo, los
intervalos según van siendo mayores se
llaman cuarta, quinta &c. hasta llegar a
la octava, que es el intervalo
compuesto de cinco tonos y dos semitonos.
Desde la octava puede formarse de nuevo la
escala, cuyos sonidos serán octavas de los
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sonidos de la primera; y así pueden
formarse octavas dobles, triples, &c...
Quisiéramos estendernos más sobre
estos detalles precisos para entender el
lenguage de la música. Pero sobre que
a muchos podrán parecer importunos o
minuciosos, tampoco nos lo permite la
calculada estensión que debe tener este
artículo. No le concluiremos empero sin
recomendar a nuestros lectores el
estudio de este arte encantador. Los
antiguos se avergonzaban de ignorarlo, como
que esta ignorancia suponía una
educación muy descuidada. y es de notar que
entre ellos la música se estendía a la
declamación, al baile y al gesto, partes
que nosotros hemos separado, no siendo
ahora fácil concebir cómo los griegos
ponían en música sus tragedias para
declamarlas en el teatro. Pero no tiene
duda que ellos tenían signos que marcaban
los sonidos y la diferencia de su
duración, y acaso eran más perfectos que los
que en el siglo once inventó el monge
Guido de Areto en la escala que
usamos desde entonces. De cualquier modo
que sea, sería menester caer en un
esceptisismo ridículo para negar
absolutamente el prodigioso poder que se
cuenta de la música antigua, ya para escitar,
ya para calmar las pasiones. La
moderna, tal vez por un efecto de la mayor
civilización de los pueblos, no es quizá
capaz de impeler al hombre a acciones
violentas y ruidosas; pero en cambio,
sabe introducirse suavemente en el alma,
mover los más ocultos resortes de la
sensibilidad y sorprender una lágrima
en el corazón más endurecido. Muchas
veces las hemos derramado al escuchar
los penetrantes gemidos de Norma o los
angustiosos acentos de Tancredo; y hemos
dado gracias a Dios, que puso en el
hombre este delicioso manantial de placer,
esta relación íntima con la música y la
armonía que le revela algún modo y le
hace presentir los goces que le esperan en
el cielo.
Granada. B. Lirola.
A UNA SERRANA (1).
Más que las flores galana,
y más que mayo florida,
brilla a mis ojos ufana
mi encantadora serrana,
dando a cuanto toca vida.
Son dos luceros sus ojos,
que envidia a la aurora dan
y a las estrellas enojos,
y en torno a sus labios rojos
volando las auras van.
Que si inocentes, suspiran
no quieren perder su aliento,
y aun por eso raudas giran
y de los sones que aspiran,
disfrutan el dulce acento.
No tiene la tibia aurora
cuando sonrosada brilla
del limpio oriente señora,
rosa igual a la que dora
la rosa de su mejilla.
Y es de su planta tan leve
el raudo paso que asienta,
que apenas las flores mueve,
y si a tocarlas se atreve
es porque la flor lo intenta.
No viste en verdad encage,
ni lindas sedas costosas,
mas a su blanco ropage,
rinde el silvestre follage,
en vez de diamantes, rosas.
Despréndense de su espalda
de mil maneras las flores,
sueltas, juntas, en guirnalda...
Todas ornando su falda,
todas brindándole olores.
Si alegre baja, a la vega.
A divertir su contento,
la brisa en su busca llega,
y entorno a su sien despliega
dulce y regalado acento.
(1) Leída en el Instituto Español en la
sesión de la competencia celebrada el sábado 21
de marzo del presente año.
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y las aves delicadas
cantan en mágico coro,
ora al son de las cascadas,
o de las fuentes rizadas
al dulce chocar sonoro.
Y si en el arroyo moja
el pie nevado que encanta,
la verde grama se enoja;
porque el raudal la despoja
de su dulcísima planta.
¿Qué es ver entonces volando
bajar las ondas parleras,
las flores atropellando,
el dulce gozo envidiando
de besarle las primeras?
Y ¿qué es ver cual se remueven
veladas por tibia bruma;
y si a tocarle se atreven
cual, porque fuerza no lleven,
se convierten en espuma?
Recorren mil direcciones
aunque en pacíficos giros,
remedando en dulces sones,
ora lejanas canciones,
ora amorosos suspiros.
Si en tanto mi bella Elisa
ostenta el labio riente,
se disputan la sonrisa
la murmuradora brisa,
y la sonorosa fuente.
Mas el punto discutido
y concertada la lucha,
la brisa divulga el ruido,
y la fuente en su sonido
repite fiel lo que escucha.
A su mirada serena
cuanto dominan sus ojos
sufre de amor la cadena,
mas tanto al alma enagena
que la sufren sin enojos.
Sigue pues, bella serrana,
embebecida en tus flores,
que mi cítara temprana
seguirá también mañana
divulgando tus amores.
Madrid. Ramón de Satorres.
POESÍA DRAMÁTICA.
De la comedia.
CONTINUACIÓN.
El contesto de la comedia, dice uno
de nuestros escritores, debe ser tal «que
el público saque escarmiento y no
ejemplo de las acciones malas; ejemplo y no
escarmiento de las acciones buenas». Esta
mácsima envuelve la de pintar los vicios y
las virtudes con los colores más adecuados
para producir simultáneamente uno y otro
de aquellos dos efectos. Por instinto solo, y
sin necesidad de entrar espinguna otra
consideración, nos repugna ver premiado el
vicio o castigada la virtud en escena.
Es preciso además tener presente que
no todos los vicios, como tampoco todas
las virtudes, son para representados, por
más que estén en la naturaleza humana.
Si aún están proscriptos hasta de la
conversación familiar los nombres de
aquellas cosas que pueden recordar
alguna desagradable idea, ¿con cuánta más
razón no se debe proscribir de un
espectáculo público la representación de
aquellos estravíos de la naturaleza que
no podemos dejar de mirar con horror o
repugnancia? Respecto a las virtudes
milita, por la inversa, otra razón más
poderosa aún para no sacarlas a la escena,
que es la de no profanarlas. Lo
primero que tiene que bacer todo escritor
dramático es elegir bien los asuntos sobre lo
cual no es posible establecer regla
alguna, pues esto depende del buen gusto
de cada uno. Puede sin embargo
decirse que este buen gusto, que no viene
a ser más que el discernimiento de lo
bello y lo conveniente, se adquiere y se
perfecciona con el estadio y la medita-
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ción de los buenos modelos, supuestas
ciertas disposiciones naturales, sin las
cuales en ninguna ciencia o arte se pueden
hacer progresos.
Además de elegir bien los asuntos,
es preciso concebir bien los planes y
procurar que las situaciones sean
verosímiles e interesantes, los caracteres
naturales y sostenidos, el estilo
acomodado a las personas y a los afectos, la
dicción pura, la versificación fácil y
armoniosa, y las escenas, por último, de tal
manera enlazadas entre sí las unas con
las otras que formen un cuadro regular
en el cual no aparezca objeto alguno
que no esté motivado. Diré, no obstante,
por más que parezca una paradoxa, que
puede muy bien una comedia no pecar
gravemente contra la mayor parte de
estos requisitos y no producir el efecto
que otra que no reúna sino algunos de
ellos. Las gracias o sales cómicas, los
talentos, y la aceptación de los actores,
una situación feliz, y a mayor
abundamiento las ideas, el gusto y la moda
de la época, influyen frecuentemente en
el buen écsito de una malísima pieza.
¿Cuántas no hay que nos divierten en
el teatro, y que si llegásemos a leerlas
con ojos analíticos se nos caerían de las
manos?
Mas ya que he tocado las gracias
haré algunas reflecciones sobre ellas,
porque al cabo constituyen una de las
partes más esenciales de la comedia.
Suelen confundirse de ordinario con las
bufonadas, porque el común de los
espectadores no pone entre unas y otras más
límites que los de su comprensión e
inteligencia. Las sales más finas y
delicadas se le escapan por lo regular, al paso
que celebra y aplaude todo género de
chocarrerías. De todos modos, las
agudezas deben ser naturales y conformes al
carácter y situación de los personages,
y así el poeta debe hacer a estos obrar
y hablar de manera que hagan reír;
pero sin pensar en ello, porque entonces
desaparece la ilusión. Por estas solas do-
tes aplaudimos constantemente en el
teatro un gran número de comedias
antiguas, así las llamadas de figurón, como
de las de capa y espada. Porque son
tantas y tan oportunas las sales cómicas que
encierran, especialmente las primeras, que
el espectador más grave no puede
contener durante toda la representación los
ímpetus de la risa. En El castigo de la
miseria de don Juan de la Floz, por
ejemplo, sería preciso ser de piedra
para no reírse al oír a Toribio, después
de haber manifestado repugnancia a
ponerse golilla, esclamar cuando le dice
don Agustín que le darán el vestido,
¡O meu siñor! Esa es outra;
Si me han de vestir de valde,
Mais que una albarda me pongan.
En Un bobo hace ciento, de don Anto-
nio Solís, apenas abre la boca el prota-
gonista, que no sea para decir alguna
boberia graciosa. En una ocasión le di-
ce al hermano de doña Ana,
Si no me matais primero
No he de ser vuestro cuñado,
En otra, hablando de sus brios con el
criado, le dices:
Piensan la hora de ahora,
Sin dudas ni pareceres,
Matar mis enojos ciegos
Mas de cuatro mil don Diegos,
Sin los niños y mugeres.
La graciosísima carta, que en la come-
dia de don Francisco de Rojas, Entre
todos anda el juego, escribe don Lucas á
su pretendida esposa, concluye con es-
tas palabras: «Dios os guarde, y os dé mas
hijos que á mí.»
¿Pues qué diré del Hechizado por
fuerza, de don Antonio Zamora, del Dó-
mine Lucas, de don José de Cañizares, y
de otras muchas de su mismo género, que
no se ponen vez en escena, que no sean
recibidas con aplauso? Tan familiares nos
son sus gracias, que á cada paso hace-
mos en la conversacion aplicacion de
ellas. Apenas se nos cae de la boca, de
la primera que acabo de citar, aque-
llo de
¡Qué será divinos cielos
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Esta bebida cruel!-
¡Válgame Dios que mansion,
Tan cómo qué sé yo qué!
Válgame aquí la piedad
De diáconos y exorcistas,
Y los cuatro evangelistas
Fé, esperanza y caridad!-
Lámpara descomunal &c.
Lo mismo sucede con la segunda, pues
estamos siempre repitiendo,
Ellas son por las espaldas,
Mas por detras no son ellas.-
A dios honra montañesa,
No queda mi egecutoria
Para papeles de especias.-
Caiga sobre mí un vizconde
Con toda su parentela.-
¡Oh papel! ¿Esto hay en tí?
No te apartarás de mí,
La noche que hubiere truenos.
He citado estas gracias, segun se me han
ido ocurriendo, en corroboracion de las
observaciones que acabo de hacer sobre
que es preciso que sean naturales, y di-
chas con oportunidad para que produzcan
buen efecto. En esta parte esencialísima,
que basta á veces por si sola para acredi-
tar una comedia, bien asi como en todas
las demas que dejo indicadas, nuestros
antiguos dramáticos no tienen que temer,
y sea dicho sin jactancia, la concurren-
cia de ninguna otra nacion del mundo.
Indicadas rapidamente las dotes que
constituyen la belleza de una composi-
cion dramática, concluiré esta observa-
cion apuntando algunos vicios que la
afean.
Uno de ellos es la pesadez de las re-
laciones, que, por buenas que sean, fa-
tigan siempre al espectador, que ansioso
de llegar por sus pasos contados al de-
senlace, no puede sufrir que le detengan
sin necesidad, ni que le lleven por rodeos.
Lo mismo digo de los soliloquios ó mo-
nólogos, en los cuales nunca podrá ser
demasiado sobrio un autor, porque pe-
can generalmente contra la verosimili-
tud, mas necesaria aun que la verdad en
las comedias. Deben evitarse tambien los
apartes largos y frecuentes, y en espe-
cial aquellos, que no tienen mas objeto
que el de hacer alguna observacion tri-
vial é insignificante, que se ocurre natu-
ralmente al menos avisado de los espec-
tadores. Del mismo modo ha de procu-
rar un escritor dramático no hacer en-
trar y salir sin causa ó razon á las per-
sonas en la escena, ni dejar esta vacía,
como tambien no incurrir en la incon-
secuencia de hacer hablar por largo tiem-
po á los que dicen que estan de prisa,
ó que asuntos de grande importancia los
llaman á otra parte. Ultimamente, ja-
mas se deben mostrar al público en el
teatro las costumbres de las mugeres aban-
donadas, los lugares de prostitucion, ni
otros vicios abominables. Los escritores y
los artistas no deben tomar de la natu-
raleza para representarlos, mas que aque-
llos objetos, en que un hombre honrado
pueda fijar la vista, sin que el pudor se
resienta.
He aqui, dije á mi interlocutor, pro-
nunciadas las últimas palabras, todo cuan-
to se me ha ocurrido de pronto sobre
esta delicada materia. Creo que basta y
aun sobra para una conversacion, que como
tal se debe mirar, pues en otro caso hu-
biera procurado tomarme el tiempo ne-
cesario para poner mas órden en mis
ideas.— Yo agradezco á Vsted. como debo, me
contestó, su amabilidad y complacencia:
con lo cual nos despedimos hasta otra oca-
sion oportuna, yo, para escribir este ar-
tículo, y él, no sé si para romper ó con-
cluir su famosa comedia.
Madrid— Gerónimo de la Escosura.
Damos cabida en las columnas del Gua-
dalhorce á las siguientes Trovas, persuadidos
de que algunos de nuestros lectores gustarán
conocer el hecho histórico que narran, y por
estar escritas en el habla elegante que nos re-
cuerda los lindísimos romances del Cid, y las
sabias partidas del Rey Alfonso.
El mérito de estas trovas, que debemos á
nuestro distinguido colaborador Don. Mariano
Gonzalez Valss, nos autoriza para su insercion
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que tendrá lugar sin interrupcion, alternan-
do con lijeras composiciones poéticas.
TROVAS.
donde se narra, como fué la escençion
del Condado de Castiella.
De Castiella á ricos omes
Con honrrados caballeros,
El conde Fernan Gonçalez
Demandar quiere consejo.
Embíale el rey don Sancho
Dende Leon mandaderos;
Por tal que vaya à sus cortes,
O le dé el condado cedo;
E conséjanle que vaya
Omes sesudos e buenos,
E que se alçe con la tierra
Los ávoles é vanderos.
Dize el conde—, Castellanos
«Non fazen atales fechos,
«Nin al señor natural
«Desaguisados nin tuertos,
«E darle y é el condado
«Y a León yr, ca en facíendo
«Cient bienes ome, sí faze
«Despues un yerro señero,
«Se non contando los bienes,
«Se faze del yerro quento.»
E dizenle los que y eran
Leales e derecheros:
«Por bien, señor, non fallamos
«Nin pro avredes nin avremos
«Con dalle el condado, ende
«Non fagades à tal yerro:
«Marchad vos para Leon.»
E dixo el conde.— «So çierto
«Que me non podré escapar
«De sey preso ó maltrecho,
«Ca me quiere muy grad mal
«El rey don Sancho, e veremos
«Como estonçe me acorredes,
«E fallándome yo preso,
«Como me sacades dende.
«Por bien tenedes que devo
«lr á Leon, los sesudos:
«Yo agora me otorgo en ello,
«Quiero me yr, e conmigo
«Vengan siete caballeros.»
Ansí fabló el noble conde,
E, quisose, e ge partieron,
E fasta Leon llegaron,
E fueron posar al lecho.
Otro dia de mañana
Fuese el Conde mucho apuesto
Ver á señor rey don Sancho,
Que mucho le era atendiendo.
Por la besar, demandole
La mano, e con muy mal gesto,
Non quiso dargela el rey,
E dixol yrado y fiero.
LA TORRE DE COMARES.
La arquitectura de los árabes rebela
con la reciente historia de un gran pueblo
cierto género de poesia que nunca podemos
hallar en las construcciones romanas: en
estas todo es magnificencia y nobleza aun
en las mudas ruinas, y en aquellas todo es
elocuente y misterioso como el envidia-
ble rostro de las hermosas odaliscas. Los
monarcas granadinos, como los señores de
Stambul, fieles adeptos del profeta, ha-
cian gala de las artes al traves de macizas
torres parecidas en su formidable estructu-
ra á las cotas aceradas que defendian el co-
razon de los valientes adalides. No habia
vestíbulos mi pórticos ni columnatas co-
rintias, ni aquella noble estatuaria que os-
tentaba el pueblo rey; pero en lo interior
de los cuadrados de granito que nos deja-
ron los árabes nos encontramos sorprendi-
dos con esa originalidad sin copia que el
genio de la religion embellecia con sus
sentencias al par que la galanteria llenó de
doradas filigranas, de minuciosos estucos y
de delicados mosaicos. Aun mas que de ad-
miracion nos inundamos de placer entrando
en estos salones llenos de tiernas memorias
donde juguetean las brisas entre azules
transparencias y en cuyas repetidas leyen-
das hallamos un libro abierto. Y como la
soledad alli preside, y los pasos del viage-
ro son los ecos que interrumpen aquel si-
lencio de muerte, nuestro espíritu se ele-
va, se sumerge en otra edad, fértil en he-
chos brillantes, y de entusiasmo en entu-
siasmo paga un tributo de respeto á estos
antiguos monumentos.
Por eso es preciosa la Alhambra aun
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en su misma decadencia, aun en su mismo
contraste con la gran fábrica de Cárlos 1.º;
y sea que la consideremos interior y este-
riormente, esta fortaleza y palacio de la
dominacion sarracena, es una alhaja inva-
luable que debiéramos enseñar al estran-
gero con menos indiferencia, orgullosos
en poseerla. Es una página elocuente, que
penetrando los siglos, confirma todas las
verdades de las maravillas moriscas. Es un
testimonio plausible del genio artístico de
un pueblo que dominó nuestra patria, que
fué ilustrado y valiente y que en su justa
resistencia añadió gloria á la conquista.
Una muestra de este género es la cé-
lebre Torre de Comares que solo por su-
parte esterior se representa en nuestra lá-
mina. Al frente del Mesuar ó patio de los
arrayanes descuella sobre la vertiente ri-
sueña del pintoresco valle del Darro á 47
varas de altura desde el cimiento á las al-
menas. Es el único edificio de la Alham-
bra cuyo arquitecto se determina, si pu-
diéramos fiarnos de la opinion de un tal Fray.
Lorenzo que afirma fué construida por un
moro del mismo nombre (1); pero Már-
mol y Pedraza, escritores de mayor nota,
convienen en que este nombre de Coma-
res se deriva de Comaraggia, que era el
técnico de la labor persiana de sus adornos.
Un arco elegante y bello da entrada á
este salon magnífico todo cubierto de ca-
prichosos arabescos, de cincelados arteso-
nes y de esmaltes de azul y oro. Los bla-
sones del erector se enlazan con los perfi-
les de aquellos himnos sagrados y con la
fama de Abu-Nazar ó sea del grande Al-
manzor. Las alabanzas de Dios, invocando
la naturaleza y sus portentos admirables,
son una fuente de poesía que imitamos de-
bilmente, y ni aun podemos traducir; pe-
ro los incidentes románticos que recuerda
este recinto, donde venian las embajadas
de los soldanes de Egipto y de los monar-
cas de Castilla, interesan dulcemente y
nos hacen suspirar por aquella Aixa la Hor-
ra, por aquella madre tierna sepultada en
los calabozos de la inmediata galeria... allí
(1) Tomo 1.º capitulo 59 folio 192 de
su obra de arquitectura.
al lado de las sultanas que dejaron de agra-
dar ó por la razon de sus celos ó por su
hermosura decaida.
Si llegamos á los balcones de este sa-
lon cucantado acreciéntanse los portentos
de las vistas de Granada. Es un grandioso
panorama que se descríbe diariamente pe-
ro que jamas se pinta. Como detallar su
conjunto en la estension de la vega surca-
da por 18 rios, cubierta de una vegeta-
cion gigante y matizada con cien pueblos!...
Y sí la vista se dirije á las gargantas del
Darro desde el pié de la alta Torre que
parece la deidad de las ninfas de aquel va-
lle? ¡Que diafanidad atmosférica, que fres-
cura en los vergeles, que gradacion en las
fábricas y que inmensidad de horizontes!....
Alli el Avellano murmura como una mo-
desta driada, y alli los albergues del hom-
bre en perdurable anfiteatro parecen de por-
celana en aquel jardin sin límites!! y lue-
go descuella la nieve remontada en alta
cumbre como la corona nítida de aquella
ciudad famosa.
¡Cual se complace el viagero cuando
visita la Alhambra y cual se ensancha nues-
[tro] orgullo mostrando la ciudadela que con-
quistaron nuestros padres! Un célebre gra-
nadino (1), ilustre vate de aquel suelo, en-
salsaba el monumento desde la antigua Par-
tenope, y en medio del huracan y de las olas
de laba que acompañaban su tristeza, templó
el proscripto su laud y cantó de esta manera.
«En las ásperas costas africanas,
Al naúfrago inhumanas,
Yo tu sagrado nombre repetía;
Y las inquietas olas
Llevábanlo á las costas españolas:
En el polo apartado
Oyolo de mi labio el mar furioso,
Por el teson del bátavo enfrenado;
Oyolo el Rhin, el Ródano espumoso,
El alto Pirineo, el Apenino
Y del Vesubio ardiente
En el cóncavo hueco
Por vez primera repitiolo el eco.»
Ildefonso Marzo.
(1) Don Francisco Martinez de la Rosa.
Director y Editor, A. J. Velasco.
Malaga: Imprenta.. del Comercio.
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