CODEMA_19-PRE-EG-453

CODEMA 19-PRE-EG-453

TitleCODEMA 19-PRE-EG-453
Text type
SummaryNúmero 1 de la segunda serie de "El Guadalhorce" que incluye los artículos "Dos palabras al Guadalhorce por vía de introducción", "La Alcazaba" y "Literatura de la Edad Media" y dos poemas.
RepositoryHemeroteca Digital. Biblioteca Nacional de España
TypologyOtros
Date1840/04/05
PlaceMálaga
ProvinceMálaga
CountryEspaña
NoteImágenes: https://hemerotecadigital.bne.es/hd/es/viewer?id=411617d2-fe5a-4908-8a97-775be5e1a039
TranscriptorIván Muñoz Muñoz y Estrella García Muñoz

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El Guadalhorce. PERIÓDICO SEMANAL DE Ciencias, Literatura y Bellas Artes. Número. SEGUNDA SERIE TOMO 1.º MÁLAGA. 1840 No habiendo llegado el papel de color para las cubiertas, las damos en el blanco, y esperamos que los Señores Suscritores disimulen una falta involuntaria, aunque compensada ventajosamente, con la calidad del papel de las laminas. El Guadalhorce. PERIODICO SEMANAL DE CIENCIAS, LITERATURA Y BELLAS ARTES. Segunda Serie. DOMINGO 5 DE ABRIL DE 1840 TOMO. 1.º == NUMERO 1.º Dos palabras al Guadalhorce por via de introduccion. Mas de una vez tomé la pluma, y mas de cuatro hizómela caer de las manos la idea de la penosa em-presa que iba á acometer. No vaciló mas aquel porta latino (que no era chato por mas señas), el dia de su destierro, pa-ra retirarse de su hogar, que he vacilado yo para tocar tu umbral respetable, ó buen Guadalhorce, el dia de tu segunda inaugu-racion, el dia de boda de tus segundas nup-cias, en que precisamente habia de servir de paraninfo este mi pobre articulejo. Por-que á la verdad, esto de presentarte de la mano, y anunciarte con la consideracion que mereces, es asunto harto delicado y que trae consigo el recuerdo de aquella brillan-te invocación (), tan linda y ligera, que aun en medio de tu grave circunspeccion, no te fué posible, todo conmovido, rehusar-la tu patrocinio. Empero por mas desalen-tado que me sienta, convencido de mis po-cas fuerzas, no te ocultaré, ó nuestro Me-cenas, la grata emocion que esperimento al verte renacer, tanto mayor, cuanto que el cantarte hoy la aleluya, me indemniza con usura del sentimiento que tuve al ento-nar tu requiem; que siempre el adios fue palabra desabrida. Primera serie de este periódico número. primero. En fin ya que es preciso hacerte cono-cer de nuevo, ¿qué podré decir en tu elo-gio? Enumerar tus relevantes prendas se-ría parodiar la magnífica dedicatoria de tu predilecto Bachiller: referir ese caudal de inspiraciones y de poesía, que brilla en ca-da contorno de tus cristalinas ondas, seria marchitar su natural encanto; hablar de tus caprichosas incursiones por esos trigos de Dios, sería provocar tu enojo, en ocasion en que por un arrebato de tu sublime cólera has dado al traste con el poco puente que te que-daba: en fin, si invocando tu nombre hu-biera yo de hablar en profecía, ó para de-cirlo mas á la moda, si reseñando un pro-grama hubiese de hacer ahora un propósi-to de tu vida futura; despues de ser sobra-da impolítica apropiarme la voz del pros-pecto, precursor de tu resurreccion, sería un atrevimiento picando en osadía, hipote-car tu nombre para garantir nuestra flaque-za, y comprometer tus canas por un momen-to de imprevision. Pero no hayas miedo. Los mismos que en otra época te sacaron ai-roso, los mismos que con un afecto filial pre-gonaron tus lindezas, esos mismos levantan hoy tu losa funeraria y vuelven á ponerte en escena; pero sin otras condiciones, ni mas formas reglamentarias, que las que tu proverbial veleidad les indique; que asi lo hi-cieron otra vez y les fué bien, y asi lo harán ahora y les irá mejor. Es decir con esto que volarán con libre vuelo del pensamiento mas atrabiliario, mas negro, mas románti- 2 co, á la sátira mas festiva y burlona: de la verdad mas positiva á la fantasia mas pin-toresca, y de las adelfas de tus orillas á los bosques de bambues del lejano Ganges. En una palabra todo el saber humano] será su campo, su guia tu inspiracion. Aun asi, no se nos oculta, ó nuestro patrono, que no faltarán sinsabores que devorar; porque pensar que has de agradar á todos, es pensar en lo [imposible. Sobra-rán por ahi quienes, dados enteramente al sentimentalismo, te reconvengan por las chanzas y la causticidad de tus carica-turas: otros, rígidos espartanos, te tirarán á un lado, si nada le dices de la oposicion, ni de la mayoria, ni de los ministros, ni de los partes oficiales: los mas, sectarios del positivismo moderno, te echarán en cara la falta de los precios corrientes, de los cambios, y de las ventas de los bienes na-cionales: algunos pacatos y meticulosos te juzgarán mordaz y virulento, si, hijadeando de risa, señalas con el dedo alguna ridi-culez de nuestros felices tiempos: en fin no faltará tampoco quien, á fuerza de erudito y reventando de sabio, te mire con un gesto de compasion. Mas nada de esto te inquie-te, ni désete un bledo de sus censuras; dan-do impavido á tus lectores artículos de to-das clases, en prosa ó verso, tristes ó ale-gres, triviales ó importantes según mas te convenga. Quedame, pues, que pedirte, venerable viejo, acojas benigno esta nuestra humil-de empresa, y que lleno de paciencia..... ¿pero me atrevo á hablarte de paciencia, cuando permites que con mi inesperta ma-no deshoje las rosas que ciñen tu frente? P. Gómez Sancho. POESIA ORIENTAL Una cuestión de arte nos proponemos presentar en este artículo. Muéve-nos á ello el haber observado que, acaso sin mas razon que la moda, se aplica con frecuencia el nombre de orientales á com-posiciones que, en nuestro concepto, no reunen los caracteres propios y distintivos de aquella poesía: y como de semejante hipóte-sis se deduce precisamente la diferencia que debe ecsistir en ella respecto de nuest[r]as maneras de versificacion, procuraremos ave-riguar si la poesía oriental tiene suficien-tes títulos para ofrecerse como un género esclusivo en la república de las bellas letras. La poesía árabe ó arábiga puede adop-tarse por tipo de la de todos los pueblos en general que llamamos orientales. Es cier-to que los chinos, los indios y especial-mente los persas, cultivaron tambien en la antigüedad esta hermosa flor de la inteli-gencia; pero ninguno de ellos ejerció sobre la civilizacion de aquellas regiones una in-fluencia tan dirceta [sic], como la que llegaron á ejercer los afortunados guerreros de Ma-homa. Por otra parte, la Arabia, antes de servir de cuna á tan célebres conquistado-res, lo era ya de la poesía pastoral; y, se-gun manifiesta el erudito orientalista Wi-liam Jones, hace cerca de tres mil años que en el Yemen ó Aràbia feliz, aquellos dichosos moradores, inspirados por una na-turaleza encantadora, entregados á esa dul-ce indolencia que producen la suavidad del clima y la simplicidad de las costum-bres, consagraban en sus cantos la ternu-ra de sus amores y las gracias de sus que-ridas. La ley de la conquista, aumentan-do el esplendor de los árabes, impuso tam-bien el caracter de su civilizacion á los pue-blos que anonadaba el poder de sus armas; y la poesia que nació humilde en los fron-dosos jardines del Yemen, no solamente estendió su prestigio á la mayor parte de los pueblos de allende el Cáucaso, sino que posteriormente y por mucho tiempo fué la mas clara luz que se divisaba entre las ti-nieblas do se hallaban envueltos los pai-ses occidentales de Europa. Mas no por esto perdió la poesía árabe su primitiva in-dole, ni se mostró desdeñosa de su origen: bien al contrario lo atrevido de sus metá- 3 foras y alegorías descubren el gusto de un pueblo acostumbrado á observar la natu-raleza física en sus mas hermosas crea-ciones. La fantasía de los orientales se eleva contemplando los primores de una vejeta-cion fragante y pintoresca: y el poeta, enervado con el balsámico perfume de la ro-sa de Bengala y del almizcle de Hadramuz, imprime en sus pensamientos ese sabor ve-jetal, digámoslo así, que forma uno de los distintivos caracteres, y tal vez la principal belleza de su estilo. La mayor parte de los similes de que abundan sus composiciones, estan sacados de los objetos naturales, y así es muy comun encontrar en ellas figu-ras semejantes á estas. Pintando un poe-ta la actitud de un guerrero que se prepara al combate, dice: Ya sobre el lomo del caballo salta. Ya se mueve y enhiesta como un monte. Ya cual nube de invierno se apresura, Alta la asta y espada diamantina. Dijeras: ¿es la lumbre, el dia, el cielo?.... ¿O algun turbion de lluvias veraniegas? Dijeras: arbol es de fino acero Y cual ramos de plátanos sus brazos. Otro hablando de una muchacha jura Por las rosas que esmaltan sus mejillas, El mirto de su bozo, los risueños Rubies y las perlas de sus dientes. Por su olor agradable, por su acento, Que cual gotas de miel y leche sale Con desliz delicioso de su boca; Por su cuello y el ramo delicado En que enhiesto reposa y las granadas, Que firmes en su pecho se mantienen; Que el precioso] perfume del almizcle No es otro que su olor & (1). La valentía de estas imágenes indica su-ficientemente hasta donde remontan el vue-lo de su fantasia los poetas asiáticos; pero en muchas de ellas no podemos menos de notar un completo estravio del buen gus-to y sobrada violencia en las compara-ciones. (1) Poesias asiáticas publicadas en Paris por el con-de de Noroña. Para conocer mejor la singularidad de la poesía árabe preciso era considerarla en sus diferentes géneros, los cuales en nues-tro concepto, sin embargo de lo que dice el respetable abate Andrés, no pudieron nacer de los de la griega y romana, en ra-zon de la poca analogia que ecsiste entre unos y otros ¿Quién duda de que si los clá-sicos de la antigüedad hubieran servido de modelo á los escritores orientales no ha-brían estos llevado el género épico y el dramático á una altura que estàn muy le-jos de alcanzar? El mismo abate Andrés confiesa que no merecen llamarse poemas épicos las dos obras de Ebu Arabschad y de Ferdusi, no obstante de que son tal vez las únicas asiáticas que por tales se repu-tan; y que tampoco pueden compararse con nuestros dramas algunas composiciones dia-logales que se encuentran en la poesía ará-biga, pues no tienen el enredo, la dispo-sicion de la fábula, la espresion de los afectos ni los [sic] principales dotes que consti-tuyen una trajedia ó comedia. Es, pues, evidente que los que escribieron estas mez-quinas parodias de los dramas y poemas griegos y latinos, ni estudiaron á los có-micos de una ni otra nacion, ni menos co-nocieron á Homero ni á Virgilio. En los demas géneros que cultivaron los árabes encontramos igualmente tan pocos puntos de contacto con la poesía europea que no creemos puedan confundirse con ella; y si en esta parte merece alguno una escep-cion, solamente la hallaremos en la oda anacreóntica cultivada por Hafiz bajo el nombre de gazela con singular maestria. Esta composicion tiene en efecto todos los caracteres que distinguen los festivos ver-sos de Anacreonte, y el vate persa que con tanta gracia la manejó, presenta titulos para competir con el bardo de Teya. Las gazelas de Hafiz, llenas de animacion y de voluptuosidad, espresan con natural vive-za esos delirios bacanales, esa embria-guez febril que hiere profundamente el co-razon en medio de la ecsaltacion que pro-duce en los sentidos; mas el mismo tono inspirado que en ellas se descubre nos ha- 4 ce considerarlas como abortos de una fanta-sia acalorada, mas bien que como obras de estudio ni de imitacion. La poesía sagrada es sin duda la que tiene alguna mas analogía con la lírica de los orientales, y muchos creen por lo mis-mo que esta se deriva de aquella. Sin atre-vernos á sostener ni á impugnar semejan-te opinion, diremos no obstante, que esta concordancia podría dimanar de la que ec-sistía entre las costumbres pastorales de los antiguos hebreos y de los árabes, no menos que del espíritu religioso que domi- naba en ambos pueblos, prescindiendo de los errores dogmáticos de estos últimos. Si quisiéramos citar ejemplos de ello no tendriamos que ir muy lejos á buscarlos. Vivos están esos magníficos recuerdos que nos han dejado los àrabes entre las filigra-nas de la Alhambra: allí vemos repetidas las elegantes inscripciones, en las cuales ya se representa á Dios bajo la figura de una constelación encendida con óleo divi-no, ya se le ensalza como luminar de la ver-dadera sabiduria, ó ya donde quiera se le dirigen alabanzas y se implora su mi-sericordia. Son muy dignas de estudiarse estas hermosas inscripciones], y si el temor de traspasar los límites propios de un ar-tículo de periódico no nos lo impidiese, dariamos á conocer en este lugar algunas, cuyo tono profético y pomposo, al paso que caracteriza la poesía de que nos ocu-pamos, justifica nuestros asertos respecto de su semejanza con la de los autores sa-grados. En suma la poesía oriental, pintores-ca al par que sencilla, rica en floridas metáforas y llena de animacion, vigor y lo-zania, escasea no obstante en dotes de in-genio, los cuales, si rara vez suelen em-plearse, hacen que el estilo pierda la viveza de su colorido y que dejenere en hincha-do y confuso; ó cuando mas se reducen á buscar diferentes y afectadas combinacio-nes al equivoco ú á otros triviales artifi-cios que son muy bien recibidos entre los asiáticos. Observando, pues, con meditacion el caracter de esta poesía, vemos que donde quiera lleva el sello particular de la indo-le y costumbres de aquellos pueblos, cu-yos principios religiosos rodean de pres-tigios el espectáculo de una naturaleza gi-gantesca y magnífica, donde todo respira fuego, aromas y deleites, donde todo con-dena el ensayo de razonadas filosofías y de eruditas investigaciones. Ahora bien ¿lle-van este mismo sello y participan de este mismo caracter todas las composiciones que se titulan orientales? Nosotros creemos que no; y aunque nos abstengamos de ci-tar ejemplos por el respeto que nos causan los nombres que podrian comprenderse en nuestra crítica, no podemos menos de re-mitir esta observación al ecsamen detenido de las personas inteligentes y estamos per-suadidos de que encontrarán tambien inec-sacta semejante calificacion. Ciertamente el desarrollo de las com-binaciones políticas ó tal vez el ansia de la novedad parece que con una voluntad su-perior nos señalan el oriente como un cam-po vastisimo y digno de nuestra investiga-cion. Allí se clavan las miradas escudri-ñadoras de la Europa entera y allí tam-bien conduce al poeta una fuerza májica é irresistible, como si hubiese de encontrar en aquellas regiones de luz y de verdura ese idealismo que tanto alhaga su pensa-miento y que en vano buscará en el es-píritu de nuestra civilizacion. ¿Parecerà, pues, estraño que la palabra oriental sea un epiteto de moda y que satisfaga comple-tamente nuestra fantasía, cuando todo cons-pira á presentarle lleno de interés y de seduccion? No, seguramente, pero ese mis-mo atractivo le hace mas peligroso; y la ecsactitud con que debe hablarse en mate-rias de literatura, por los graves errores que pueden resultar de la impropiedad en las denominaciones, nos hace opinar que, en rigor artístico, el nombre de orientales debe aplicarse, no precisamente á las composi-ciones que nos pinta en costumbres ó inci-dentes de aquellos paises, sino á las que reu-nan el estilo y el tono nacional que se dis-tingue en las obras de los poetas asiáticos y 5 que las presentan como un género especial, dificil de confundirse con los caracteres de nuestra poesía. J. M. Bremon. Sentimos la mayor satisfaccion en ofre-cer á nuestros lectores la siguiente poesía que debemos al talento de la señorita doña María Mendoza. Al observar la delicadeza de sus imágenes, la valentía de su espresion y esa diccion tan sonora como fácil, tan noble co-mo sencilla, no podemos menos de enorgulle-cernos por la adquisicion, y de reconocer en su jóven autora ese don privilegiado, ese es-tro [sic] poético, que en vano se buscará tras lar-gos años de vigilias y de estudios, si la natu-raleza no lo concede. Ya en la primera série de este periódico se publicaron otras compo-siciones de la misma señorita, y las personas que las hubiesen leido habrán tenido ocasion de observar en ellas los primeros vuelos de un genio, que se presenta desde luego á recla-mar una corona en el templo de la inmorta-lidad. Dispénsenos la modestia de la señorita de Mendoza, si, en gracia del honor que nos proporciona con ser paisana nuestra, nos ade-lantamos á pronosticar que le está reservado el inmarcesible premio á que aspira. UNA NOCHE MEDITACION. No se ve el sol espléndido y radiante en la celeste esfera relucir, como encendido y colosal diamante sobre un inmenso campo de zafir. Ni jugando la brisa trasparente entre las flores del vergel se pierde, ni ya rodando la parlera fuente cordon de plata por la alfombra verde. Ni elevaban sus cálices las flores de la ancha selva en la frondosa falda, ni cantaban amantes ruiseñores en flecsibles columpios de esmeralda. Que se apagaba el esplendente dia y era el cielo sin ráfagas de luz, ancho campo que en el desenvolvia la lóbrega tiniebla su capuz. Ya la noche medrosa y soñolienta sus enlutadas alas desplegó; con rayos de esterminio la tormenta al adormido mundo amenazó. Mas el rico en espléndido palacio solo al placer abriendo el corazon, no vió la sombra que llenó el espacio poblándole de torpe confusion. Ni sintió de la lluvia la ancha gota que resonó sobre gigante pino, ni el revuelto huraran que recio azota el alcazar en raudo torbellino. Ni el rodar desde el monte hasta su falda el arbol colosal que destrozó, envolviendo sus copas de esmeralda con el polvo y la lluvia que arrastró. Que entre el tumulto de la zambra loca y perdido en la impura vacanal, no escucha el trueno que de roca en roca su bronco acento repitiendo . Pero si álguno la fortuna insana marcara con el duro padecer, entre las sombras del falaz mañana y los recuerdos del perdido ayer, Hoy mendigara solo y sin camino á merced de la agena voluntad, porque otro mundo le mostró el destino al traves de miseria y orfandad. Porque perdido entre la densa sombra en el alcazar rico penetró; era otro mundo, donde alli le asombra lo que avara la suerte le negó. Tanta gala y riqueza en el había que era un remedo del perdido Eden, y entre flores, y pluma, y pedreria sus bellos seres deslizar se ven. Pero á la orilla de tan bello mundo mortal cicuta rebosando está, un abismo tan lóbrego y profundo cual oscura, insondable eternidad. Allí perdido el miserable se halla solo con su dolor y con su , y allí contempla la anchurosa valla que la pobreza socabó á su pié. En ella su esperanza sepultaron, que si al palacio penetrar quería los ricos del vergel le rechazaron 6 como á las sombras esplendente dia. Por que hasta les afrenta su memoria entre sus sueños de oro confundida, por que no ven cual lámpara mortuoria. la luz de una ecsistencia carcomida. Que es la vida una antorcha misteriosa encerrada en un mágico fanal, y el pesar con su planta dolorosa ya rompiendo su fúlgido cristal. Y de la muerte el hálito medroso acaba de apagar la turbia luz, y pierde su recuerdo pavoroso de la espantosa noche en el capuz. En esa noche misteriosa, oscura, el mísero al traves de su dolor, otro mundo contempla de ventura igual para el pechero y el señor. En ese mundo ni purpureas flores, ni aves, ni brisa, ni árboles se ven, ni alli tienen imperio los dolores por que es mas bello que el perdido Eden. Las ricas puertas como estenso foso espantosa caberna circundó, y un centinela inmovil y medroso su pavorosa entrada defendió. Va el rico entre el placer y la esperanza flores sin fin hollando en su camino, y por opuesta senda el pobre avanza cual debil y doliente peregrino. Y uno cansado de esperanza loca, otro cansado de gozar se , y ambos llegando á la medrosa boca, ambos detienen el cansado pie. Y mirando los dos aquel profundo de ambos el corazon se estremeció, y uno suspira porque deja el mundo, y otro suspira porque en el sufrió. La muerte cual medroso centinela junto á la cueva pavorosa está, y alli incansable y silenciosa vela, guardando eternamente el mas allá. Su ceño adusto, su ademan que asombra el triste sin espanto contempló, y de la tumba tras la densa sombra un mas allá de glorias entrevió, Mira el otro su ceño con espanto las tinieblas le cercan por do quier, y entre su asombro, su amargura y llanto, hondos recuerdos del perdido ayer. Empero llega la tremenda hora y envuelto del festin en el tropel, no se acuerda del mísero que llora de su espléndido alcazar al dintel. Porque allí entre los brindis y las danzas entre flores, y pluma, y pedreria, todo es amor, y encantos, y esperanzas, todo placer, cantares y armonia. Que hasta las sombras lóbregas ahuyenta con su luz el palacio en derredor, mientras voraz y recia la tormenta sigue elevando su tronante voz. Mares de lluvias desatados bajan torrentes que sus diques arrollaron, las densas sombras con imperio rasgan los rayos estruendosos que chocaron. Un piélago de fuego es el espacio que la lluvia no apaga en su furor, ¡oh noche de placer en el palacio! ¡oh noche á sus dinteles de dolor! ¡Oh noche, que el furor de Dios encierra! ten al menos del pobre compasion... que hogar le niega la anchurosa tierra, y abrigo el inclemente pabellon. Maria Mendoza. LA ALCAZABA Las generaciones hierben delante de la eternidad del tiempo!.. El fa-ro de los fenicios ó la dudosa ata-laya de los romanos conviértese por siete siglos en un antiguo castillo... otros siglos se suceden, y aquellos carcomidos muros derríbanse por otros hombres y se comple-ta el anatema... ¿qué dice Málaga al via-gero con el lenguage indeleble de sus an-tiguos monumentos?... Los templos de los romanos, las estatuas de los Césares, los vastos saladeros públicos y las calzadas de Cartima y Anticaria tan célebres cuando Augusto, derribadas por los vándalos, solo responden con polvo!... Y de esas altas mu-rallas, de esos torreones cuadrados, y de 7 esa mezquita mora de los años de Almanzor dentro de muy breves dias ni aun nos que-dará la huella.... Ay! las páginas de piedra que respetaron las edades, harian latir el corazon del observador futuro que viniese á contemplarlas, si una codicia reptil no se pluguiera en destruirlas. El corto espacio de otro siglo cruzará la inmensidad, y esas últimas ruinas serán tambien mudo polvo...!! Pero el gigante de la Alcazaba enve-jecido y orgulloso, mirando con compasion esos reducidos nidos de las habitaciones mo-dernas que parece que le asaltan, ó mas bien que se colocan bajo la egida de sus mu-ros, todavia está dominando la tabla azul de los mares, la llanura de la vega y la ciu-dad de los cristianos. ¿Qué le importa su deterioro si su íntegra magestad, si su ori-ginal arquitectura ha resistido á los tiem- pos, acaso con mas constancia que al ene-migo de sus reyes? Es un soldado toda-via, es un antiguo veterano, glorioso con sus heridas! Salve viejo monumento!.... Unico timbre de Málaga que han respetado los siglos. El sin número de tus torres, tus tres murados recintos, el palacio de Gra-nada donde vinieron á hospedarse los mo-narcas de la Alhambra, y este patio de los cautivos donde me paro sorprendido para admirarte solitario, es para mi un libro estenso de reflecsiones inagotables y de gra-ve filosofia. Y con que solemnidad se des-tacan tus ruinas si las apiñadas nubes cor-tando el azul del cielo y haciendo opaca la tarde esparcen su melancolia y los silvos del huracan por tus ennegrecidos muros! En vano la generacion débil que ha sucedido al vigor de los héroes de la conquista busca la hospitalidad debajo de tus portadas y de tus descarnados rebellines como en los tiem-pos de tu pueblo, en vano te desfiguran esas manchas blanquecinas que cual banda-da de palomas han invadido tu albergue; tu original arquitectura sobresale todavia elocuente como la historia y rival digna del tiempo. Ahí se agitaron mil tribus y mil na-ciones diversas. En la opacidad de esa ven-tana que sesga una doble ogiva y que di-vide todavia una delgada columna, brilla- ron los ojos árabes de una hermosura del harem, esclavizada odalisca que no amaba á su señor. Allí rojos pavellones y en hasta-das medias lunas, al clamor Dios es Gran-de, señalaban el valor de los enfurecidos go-meres, y en esa torre elevada donde se blan-dió la cruz y el estandarte de Castilla, la penetrante mirada de Hamet el Zegrí fue la mirada del tigre ante la hueste de Fer-nando. La Alcazaba empero ecsiste, y presta una hermosa página á nuestros anales pa-trios; la reproducimos hoy. En hacerla per-durable consignamos un servicio que sabrán agradecernos las generaciones venideras, de menos positivismo que las generaciones presentes. Cuando la Alcazaba se destruya por que debe destruirse antes que la ani-quile el tiempo, cuando esas torres vene-randas [sic], que no rinden las tormentas ni los funestos meteoros, se desmoronen al fin al débil papel moneda ó á un proyecto fi-nanciero, se abrirá con avidez nuestro mo-desto repertorio, y los hijos de nuestros hijos amarán por él su cuna. Esta gloria nos impulsa. Ildefonso Marzo. EL CIMBEL Y LA PALOMA Soneto. Vuela en los aires el cimhel galano, y aunque el cuello lazado al rojo hilo por libre vaga huyendo el fausto asilo entre las camas del vergel lozano. Las plumas abre juega, canta ufano, revuela inquieto, ronda mas tranquilo, hasta que al silvo del pueril Batilo recoje el vuelo, busca la fiel mano. tambien cual con mágica cadena que penda en mi, inmortal Paloma mia; lúcete y trisca por la selva amena, Pero á mi tierna voz nada te enguia, vuelve á mi pecho, arrullame serena y hazme feliz desde la noche al dia. El Solitario 8 LITERATURA DE LA EDAD MEDIA. Ecsaminar con rapidez el adelanto de las letras durante el tiempo que medió en-tre la caida del imperio latino ó de Occidente estinguido en el siglo XV [sic], y del grie-go ó del Oriente que terminó en el décimo quinto, intérvalo de mil años, es la materia de este artículo. Desde Augusto, último poseedor de aquel poder colosal, hasta el conquistador Mahomet el grande se dilata la Edad-Media, tan fecunda para la historia y tan llena de maravillas. Como un gigante, que se vislum-bra por la estensa noche de diez siglos, apa-recen las cruzadas, los soberbios paladines, los amantes trovadores y los muros de Soli-ma. Hombres záfios y groseros eran los ad-ministradores de la justicia: no habia gusto para las artes ni las letras, y solo cierto ar-dor guerrero impulsaba á las generaciones en tan dilatado espacio. Debian transcurrir mas años para que los dulces metros del Tasso bo-rrasen aquella decadente versificacion latina atribuida a Leon Pariciense (1). Burlábase la fortuna en época tan estraordinaria viendo desaparecer los imperios por hombres de tan obscura clase como Pedro el Hermitaño.. Si-glos tristes de obscuridad, de fanaticos] iconoclas-tas, de depredaciones y de hierro...! pero en esta densa noche algunos pocos luminares, un corto número de sabios, preservaron de su naufragio los conocimientos humanos. Los griegos bizantinos, los árabes ó sarracenos, y algunos hombres de Occidente depositaron su saber en páginas inmortales, alzándose esos monumentos de misteriosa arquitectura en- (1) Los versos Leoninos. tre la estólida muchedumbre como las pal-mas del desierto. Simplicio y Ammonio son dos autores grie-gos que escribieron en Atenas cuando la fi-losofia tocaba su decadencia, y cuando ol-vidado el Estoicismo, desaparecieron sus doc-trinas con los partidarios del sistema. Tan so-lo se cultivaban en aquella ilustre ciudad las mácsimas de Aristoteles y las lecciones de Platon, como originarias ambas de las escue-las de Sócrates. Modestos estos dos sabios juz-garon que el servicio de mayor importancia que harian á sus semejantes era escribir los comentarios de los antiguos filósofos, intima-mente persuadidos de la dificultad de esce-derlos. Simplicio comentó á Aristoteles ilus-trando su fisica con doctrinas de Democrito, de Anaxagoras y Parmenides; y Ammonio, abundando en un estilo claro, afluente y cor-recto, dió ampliaciones á la lógica del célebre Peripatético. El prólogo de esta obra refirién-donos á Porfirio, envuelve la mas peregrina definicion de la filosofia en todas sus acepcio-nes, y el que antecede á su comentario sobre el Tratado de las Condiciones, encierra un plan de mucho ingenio, sana crítica, y esa série de principios que han ayudado y ayu-darán á todas las generaciones para fundar un juicio recto sobre los escritos de los hom-bres. Continuará. lndice de este número. Dos palabras al Guadalhorce por via de introduccion. Poesía oriental. Una Noche. Meditacion: poesia. La Alcazaba. El Cimbel y la Paloma, Soneto. Literatura de la edad media. Lámina la Alcazaba. EL CONSERVADOR, periódico político, literario y mercantil que se publica en Sevilla. Sale todos los dias en un pliego de marca mayor.= Precios de suscricion en las provincias por un mes 15 reales. vellon., por tres 45 y por seis 90 franco de porte.= Se admiten suscriciones en la redaccion de este periódico establecida en la plaza de la Constitucion. Director y Editor, A. J. Velasco Ymprenta del Comercio.

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