CODEMA19-VERGELAND-1845-4

CODEMA19-VERGELAND-1845-4

SummaryRevista El vergel de Andalucía: periódico dedicado al bello sexo (tomo 1, número 5)
RepositoryBiblioteca Nacional de España
TypologyOtros
Date1845/11/16
PlaceCórdoba
ProvinceCórdoba
CountryEspaña

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[margen superior: Noviembre 16. Año de 1845.] EL VERGEL DE ANDALUCÍA. Periódico dedicado al bello secso. LA FINURA DEL TRATO. Ya hemos dicho que solo con la educación puede me- jorarse la posición precaria del bello sexo. Pero no consiste todo en haber encontrado este medio: es necesario también saber los diferentes principios, los diversos puntos que han de servir de base a una escogida y buena educación. En el trato social es donde se hace sensible esa exigua considera- ción con que ha querido el hombre compensarnos el des- pojo de nuestros más inestimables derechos; consideración que, como ya hemos dicho, sabremos conservar codiciosa- mente toda vez que su pérdida sería el complemento de nuestra absoluta degradación. Por eso al emprender nuestros trabajos sobre mejoras de la educación, faltaríamos a nues- tro deber si echasemos en olvido su parte más sublime, el colmo de la urbanidad, esa finura del trato, por último, que es la más preciosa de nuestras garantías sociales. La mu- ger que olvide nuestras palabras y mire con indiferencia este punto sin cuidarse de ser fina en su trato, puede conside- rarse como reo de suicidio, pues al despojarse del único de- recho que le es dado conservar, se ha labrado con sus ma- nos una muerte social que ha concluido por hacerla acree- dora al desprecio de todos. Pero observen nuestras lectoras que aún en esta consideración en que parece hemos sido preferidas al hombre, nos lleva aquel una inmensa ventaja; [margen inferior: Tomo 1.º Número 5.º] al hombre para ser fino le basta ser complaciente con los de su sexo, y galante con las señoras. Una muger encuentra a cada paso mil obstáculos que vencer; una muger necesi- ta un talento despejado, una educación esmeradísima y un profundo conocimiento de la sociedad para poderse llamar fina. Las preocupaciones arraigadas, las costumbres no in- terrumpidas, y el mundo entero que ni nos favorece, ni quiere comprendernos, son otros tantos escollos para llegar al fin deseado. La amabilidad de una muger es causa mu- chas veces de sarcasmos groseros y de calificaciones indiscre- tas. Su desvío, por el contrario, se tiene por presunción y coquetería. Para cumplir con los preceptos escritos de la urbanidad y de la cortesía, basta no incomodar a los demás en sociedad; para cumplir con los de la finura del trato es necesario saber agradar; y esta ciencia obscura que es hoy el objeto esencial de estos renglones, es un don bello que solo puede adquirir facilmente una muger a quien adornen las circunstancias arriba espresadas. Cuando así no suceda, un estudio profundo y un carácter flexible y bondadoso suplirá aquella falta, y nos hará huir de los estremos de aparecer o bien demasiado esquivas e insociables a causa de un aisla- miento grosero y de una deplorable ignorancia del mundo, o bien con ese amaneramiento que produce una finura ridí- cula, no cimentada en los sólidos fundamentos de la buena educación. La muger que encuentra todos los inconvenien- tes que hemos enumerado para conseguir la finura de su tratado, tiene otro no menos poderoso que la pone muchas ve- ces en el caso de cometer los más involuntarios errores; es- te es el decoro, que es nuestra ecsistencia moral, y el que nos fija con leyes inecsorables las reglas de conducta y la barrera que no nos es dado traspasar. Para mantenerlo lim- pio, ya que tan fácilmente puede ser empañado en el trato de gentes, la naturaleza misma (porque no podía ser de otro modo) ha puesto en manos de la muger los mejores antído- tos contra el mal; y así vemos que más de una vez el silen- cio elocuente y el pudor que mancha las mejillas de una jo- ven, ponen un dique a la indiscreción de un hombre cor- rompido, o de un calavera imprudente y evaporado. Las sol- teras son las que indudablemente tienen más obstáculos que vencer en su trato: a cada momento se ven precisadas a con- sultar cuando deben a su posición, a su decoro y a la socie- dad en que viven. Las casadas (ya que la suerte ha querido que la muger dependa en todo del hombre) deben saber que en la honra de su esposo está la suya propia, y sobre todo tener en lo que valen las consideraciones debidas a su estado. Por último, la muger debe ser en su trato reserva- da, en su amabilidad prevenida, complaciente sin perder su dignidad, y prudente en sus ecsigencias: la que llegue a conciliar estos estremos habrá cumplido con los preceptos de la finura del trato; y habiendo logrado dar ensanche a esa consideración que la sociedad nos ha dejado, habrá conse- guido mejorar visiblemente su condición. Así lo entende- mos nosotras, y así lo enseñamos y proclamamos hoy, aten- diendo al pensamiento de emancipación, que no perdemos ni un momento de vista, y que es el objeto esencial de nues- tros trabajos. LA ADALIA. A MI MUY QUERIDA AMIGA LA SEÑORITA DOÑA ROBUSTIANA ARMIÑO. Como en la noche oscura Al conmover al mundo De aquilón iracundo La omnipotente, indómita bravura, Ve el triste marinero, Que cruza por los mares Sin encontrar sendero, Que seguro alivio a sus pesares, Destrozada la quilla Al choque de las olas, Y hundirse su barquilla Sin divisar las playas españolas, Y el ímpetu resiste Del huracán, y asido A débil tabla, embiste Al combate del piélago temido; Así , Robustiana, En esta triste vida Marcha tras un mañana, Y el piélago social surca atrevida. Resiste al hombre insano, Que a la muger pretende Degradar inhumano, Y a la alta cumbre del saber asciende. Sube, y allí, constante Verás, sabia española, Para tu sien triunfante Una rica y espléndida aureola; Pues ambas esperamos Ese glorioso día, Que resistir podamos Del hombre audaz la torpe tiranía. Ese mundo crucemos Donde un nombre se alcanza, Y ambas a dos formemos Un porvenir de gloria y de esperanza. ADELA GARCIA. A LA DISTINGUIDA POETISA DOÑA MANUELA CAMBRONERO. No halla mi pena consuelo, nada espero al porvenir, si no me socorre el cielo. ¿Qué me queda aquí en el suelo? Amar, llorar y sufrir. (De dicha señorita) Amas, tierna paloma, en grato ensueño que da a tu me te un misterioso alhago! iEse es mi amor! iUn ideal beleño! iUn sentimiento indefinible y vago! Lloras, blanca sirena, y tu amargura a comprender tu corazón no alcanza! iAsí es mi llanto! iAsí es la desventura si no brilla el fanal de la esperanza! Sufres, ángel de paz, y no hay consuelo para tu oculta y misera agonía! También yo sufro en eternal desvelo, y no encuentra piedad el alma mía! Amar, llorar, sufrir!.. Vagar sin tino, siempre abismos hallando a nuestro paso! Siempre cruzando en loco torbellino regiones sin oriente y sin ocaso! Solo mi alma esa fatal estrella entre el oscuro porvenir divisa: eso también espresa la querella de tu triste canción, dulce poetisa! Mas ya que iguales suertes arrostramos, nuestros ayes al par exalaremos; y ya que a un mismo fin nos consagramos nuestro canto a la vez entonaremos. Quéjate de los mezquinos seres que en torno nuestro de contino giran, y ese amor de fantásticos placeres lo dan a conocer y no lo inspiran. Sepa yo cuando en mística plegaria al cielo eleve fúnebres cantares, que entonces, , doliente y solitaria te arrodillas al pie de los a<l>tares. Y sepa yo que si mi alegre acento las hondas penas de mi alma engrie, también olvidas tu cruel tormento, y acaso el labio con placer sonríe. Acepta, pues, los ecos de una lira, que ensalzará tu merecida gloria, y ese recuerdo plácido que aspira a conservar eterno mi memoria. Y ya tu corazón encuent<r>e amores, ya tu aflijido espíritu sucumba, siempre ornaré tu talamo con flores, o bañaré con lágrimas tu tumba. Sevilla Noviembre de 1845. Enrique DE CISNEROS. MODAS DE SEÑORAS. Quizá habrán estrañado nuestras lectoras que nada ha- yamos escrito sobre moda en los números anteriores, pero a pesar de los incesantes y caprichosos giros de esta velei- dosa deidad, ninguna novedad notable se había hasta ahora observado en los elevados círculos del mundo elegante en todo lo que va del presente otoño. Los chales de cachemir tejidos y rayados al través están hoy muy en boga, siendo preferidos a los que se usaban el año anterior de dibujos a palmas. Las telas escocesas son entre todas preferidas, y los trajes formados de ellas se llevan siempre unidos con echar- pes de lana rayados o a cuadros, cuyo conjunto, si bien no tiene pretensiones de ser el más elegante, es por lo menos de los más admitidos por el buen gusto. Entre los trages ne- gros es el más preferido el de raso, adornado con volantes de blonda: también se ven muchos rayados y a cuadros sin- ples. Para sociedad y teatros son sumamente elegantes los tra- ges de tul sombreados con rayas al través formando arco iris, pero estos son más propios de solteras que de señoras mayo- res, las que acostumbran a usar las sedas en tejido fuerte, como muaré, damasco y otras de la misma clase: la he- chura, cuerpo liso, descotado, con adornos de cintas an- gostas de terciopelo, manga corta con los mismos adornos. Pañuelo batista de lujo, en la cabeza flores menudas. Para calle el traje que arriba hemos indicado, advirtiendo que el sombrero es de crespón y muy abierto de abajo, ador- nado con flores sumamente pequeñas. Para casa blusa o bata de tafetán y lana con rayas blancas, y la pechera muy abierta para que se vea el camisolín. Nos es muy sensible el ver aclimatada en nuestro país la moda de los botitos, in- ventada fuera de él, y con la que supieron dar encantos a la deformidad de sus pies las privilegiadas hijas del Sena. Pero nosotras, y con nosotras todos los que hayan visitado estos hermosos pueblos meridionales, no podrán menos de anatematizar una moda que si no perjudicial, es superflua y hasta ridícula en los pies de las hijas de estos países donde el sacro Betis baña con manso curso la tierra. EN UNA AUSENCIA. ¿ está la esperanza, que al ánima aliente? ¿ está la ventura, la paz del ausente? ¿ está el bien Clemente, que enjugue los ojos, Si aquí es una espina punzante de abrojos La flor del edén? Que nadie interrumpa mis puras querellas, que vele la historia sus páginas bellas: Pasaron con ellas mis glorias un día, Los hurtos, que Venus brindarnos sabía, pasaron también. , hermosa, entretanto alienta incesante, pues nada a los tiempos resiste constante, y el roble triunfante, que entre otros impera, destruye y esquilma la saña altanera del recio huracán. A inquietas borrascas succede la calma, succede al tormento la paz en el alma, si al pecho desalma letal amargura, cual nuncios perennes de amor y ventura, mil horas vendrán. Amargas son hoy las dichas aquellas, que rápidas fueron, tan breves cuan bellas, y el sol, que fue en ellas lumbrera de gloria, hoy es a nosotros señal mortuoria de luto y de horror. Si hoy mueren, mañana renacen las flores, si vino la noche, el alba entre albores hundió sus horrores. si el bien huyó un día, las plácidas horas vendrán, vida mía, de gloria y de amor R. García A. de Lovera. JULIA. Nobela original. (Continuación) Aún no había andado Julia unos cien pasos, cuando vio venir acia ella por el camino de la ciudad un hombre como de unos cuarenta años, ridículo, contrahecho, cara redonda, nariz larga, ojos pequeños y hundidos, y cuyo traje consistía en unos pantalones negros, anchos por abajo, estropeados y rotos a causa de los matorrales que había atra- vesado, y una levita larga y mugrienta, color de ceniza, abrochada hasta el cuello. Caían sobre sus hombros alguno rizos de su pelo cano y escaso, sujeto con un sombrero ra- quítico y miserable, servido pero bien conservado, comple- tando tan ridículo traje un corbatín de seda de indefinido color. Julia, a quien la vista de aquel objeto estraño, más que todo en aquellos sitios, le había inspirado una descon- fianza y un incierto temor que la inquietaba, al ver que cada vez se le iba acercando más y más hasta hallarse ya a distancia de seis pasos: pretendió escapar por otro camino; pero el caminante, que conoció sin duda su intención, así como su miedo interior que no podía menos de espresar su rostro, le dijo: - Bella joven, me teméis? Julia nada con- testó. No quería más que preguntaros si sois Julia, la rosa de las montañas. Julia soy, señor, una servidora vuestra. Y decidme, es aquella vuestra casa? Para cuando gustéis favorecerla. Dios os guarde, linda Julia. Él os guíe, caballero. No bien había pronunciado la joven estas palabras, cuando volvió a emprender con presteza su camino, no li- bre del todo de un raro temor que le hacía volver la ca- beza de vez en cuando. El hombre misterioso siguió marchando fuera de ca- mino, y llegó a ocultarse en la espesura. (Se continuará.) ADELA GARCÍA. [margen inferior: imagen] [margen inferior: Córdoba: Establecimiento tipográfico de don Fausto García Tena, calle de la Librería, número 2.]

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